6. Urlingford (IRL) – Moher (IRL)

Una visita rápida en la pequeña localidad de Cashel al castillo que lleva ahí más de ocho siglos viendo pasar los tiempos,



y una comida en el área de descanso (con gálibo limitado a 2 metros) de Fermoy,



nos entretuvieron la mañana antes de llegar a Cork, la segunda ciudad del país, que a esa hora bullía en la zona comercial, a pesar de unas feas obras que ocupaban toda la calle principal del centro (St Patrick), sin duda para acondicionarse de cara a los fastos de la Capitalidad Cultural que se iban a celebrar en 2005.



Por cierto, para todos los que tenéis ordenadores Mac, es allí justamente donde está la central logística de Apple Europa para servir los pedidos.

Se aparca muy bien en Cork. A pesar de eso, bajamos las bicis en la ribera opuesta a la estación de autobuses (Penrose Quay) y cogimos fuerzas en este café llevado por una hacendosa parejita de chicas



para recorrer los brazos que forma el río Lee



a su paso por el centro, donde destaca la fotogénica Catedral de St Fin.



También para comprobar cómo se las gasta el ayuntamiento para llevarse los vehículos mal estacionados. Con dos cojones.



Hay que decir, a colación de la señalética de tráfico, que en Irlanda se lleva mucho la serie romboidal, o sea, esas señales amarillas para todo, de diseño mejorable, que apenas se ven en el continente.



De lo último que vimos antes de abandonar Cork, fue esta curiosa funeraria que, entre su parque móvil, disponía de una amplia limousine para hacer más llevadero el último adiós a la familia del finado.



Vimos la frondosa campiña irlandesa en todo su esplendor



camino de Limerick, donde estacionamos en un cul de sac (fondo de saco, o sea, calle sin salida),



La zona está enclavada en un emplazamiento privilegiado sobre la profunda ría del Shannon,





fortificada por el Castillo del Rey Juan.



En otro rey, el de las hamburguesas de sabor estandarizado, engullimos algo de grasilla de la mala para dar calorías a los pedales.

Anduvimos, además de por lo típico del centro, un poco por los barrios, donde la vida cotidiana es más auténtica. Ves a la gente como es. No la ves comprando regalos ni haciendo papeleos en las oficinas. Bueno, en realidad, lo que vimos tampoco es cosa de todos los días... porque en una casa de planta baja había lo que parecían dos coches de la policía secreta plantados en la puerta y registrando la vivienda. Ya sabéis: rollito redada, gafas oscuras, planta de matones mirando alrededor... Optamos por no seguir presenciando aquella escena. Nos recordaba demasiado a cosas parecidas que suceden en algunos pueblos de EH.

Aunque también lo hemos visto en Suiza, no nos extranó nada que en un país que le da con ganas al levantamiento de vidrio, haya precísamente contenedores específicos para los tres tipos de colores (marrón, verde y transparente), aparte de los demás ya conocidos (papel, plástico...).



Algo más de comida parando por la carretera N85 y alcanzamos la fachada oeste de la isla. La noche era oscura. El espectáculo de la mañana siguiente ni siquiera se adivinaba. Muy cerca de la valla protectora de los escarpados cortes de los acantilados de Moher, a un kilómetro del negocio de su aparcamiento de pago, sin más compañía que un viento cortante que ululaba a intervalos, nos acurrucamos bien calentitos.



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