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Hoy nos levantamos más tarde de las tres. Sin prisa, sin gendarmes que te molesten, sin vecinos ruidosos. Sólo el mar y el mecer de los árboles. Y sin embargo en pleno casco urbano de Biarritz.

Estamos ya cerca de casa. Vamos a ver un poco el entorno del pirineo occidental en ambas vertientes. Las cosas que nos hemos ido dejando otras veces.

Nos vamos a Ascain, no lejos de San Juan de Luz montaña arriba. Pan y gâteaux basques (una especie muy rica de bizcocho amazapanado) frente a La Poste. Después, como no hay nadie, nos duchamos en la pequeña área de descanso que hay antes de llegar al gran aparcamiento del ferrocarril de La Rhune.



Por primera vez en dos años cocinando se nos cae parcialmente un cazo lleno de agua caliente (todavía no hervía por suerte) dentro de la furgo. La causa: no haber nivelado bien la suspensión antes de ponerse al tajo (es un parking muy inclinado).

Los alambres de los hornillos de la Marco Polo no son antideslizantes... mucho ojo, compañeros, sobre todo los que tengáis pekes.

Como no llegó la sangre al río, nos enteramos para el día siguiente de los horarios del ferrocarril de cremallera. Resulta que los lunes cierran. Y hoy lo es.

Lo más chocante de los precios de esta atracción es el que pagan los perros por acompañar a sus dueños.



Entramos por primera vez en España desde hace veinte días por Bera de Bidasoa, a conocer el caserón de la familia Baroja. Allí vivió don Pío y escribió sus obras. Y allí siguió viviendo a temporadas su preclaro sobrino Julio Caro Baroja.



En el ultramarinos de Ángela nos surtimos de mermeladas caseras. Al entrar, la hija nos dice:

–¡Qué tiempo!, ¿eh?– por aquello del buen otoño que estamos teniendo.

Al salir, la madre nos dice:

–¡Qué tiempo!, ¿eh?

Claramente aquí en otoño suele llover más otros años.

En la gasolinera del pueblo, que es muy agradable de pasear,



al costado de la N121a, la Pamplona–Behovia, nos intentan llenar el depósito de gasóleo. Menos mal que lo vi a tiempo...

Otra pasadita por Biarritz para aprovechar que todavía no hemos cumplido los cuarenta nos hizo terminar el día en el lado francés de nuevo, pero en otro lugar furgoperfecto.

Al final de esta estrecha vereda, en la aldea de Sare,



hay una cascada nada más pasar un pontejo. A la revuelta hay un merendero semiescondido que da sobre la cabecera del pequeño salto de agua.



Ahí se nos cerraron los ojos escuchando sólo el chisporroteo de los chorros. Un sitio magnífico en pleno Pirineo.

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