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Otro abrupto despertar: la policía checa se acerca y nos obliga repitiendo sin parar:

–Hundred meters! Hundred meters!

a avanzar esa distancia dentro del área porque iban a montar un operativo de control de velocidad o algo así. Y estabamos puestos justo donde a ellos más falta les hacía.

Como dice el apotegma del célebre catedrático de derecho, ya fallecido, don Lamberto de Echeverría…

En cuestiones de criterio, huelga toda discusión: Siempre lleva la razón el que está en el Ministerio.

Hacia las tres y media de la tarde estamos ya a las puertas de Praga, pero un gran complejo de mercados públicos de estética rusa en Chodov (balanzas de los años cincuenta, mostradores de azulejos, señoras con sobrepeso y delantal blanco, puestos de verduras sobre sucias cajas de madera apiladas…) llama nuestra atención.

El sitio coincide con un intercambiador de transportes y el gentío es continuo. Los aparcamientos vigilados son barrizales vallados con un señor a la puerta que te da un tique manuscrito a 15 CZK/hora, unos 0.40 €. Esto es la esencia del Este profundo. Mola.

En el centro de la capital, la cosa se estandariza y nos sumimos en el nivel -2 del subterráneo de la calle Ostrovni, muy cerca del celebérrimo Puente Carlos. Allí mismo, y puesto que no habíamos comido todavía, y los restaurantes abren a las 17:00 para servir ya las cenas, nos dispusimos a comer cuando ellos pensaban que íbamos a cenar. Divertido.



El sitio está muy bien situado, aterrazado sobre el río Moldava y frente a los arcos del puente. Se llama Mlynec y sirven un jugoso Cordero de Nueva Zelanda. De postre nos encantó la Sopa de frutos rojos.

Para qué contaros qué sucede con el cambio al pagar la cuenta… Sencillamente, ¡se lo quedan y no te lo traen! ¿Alguien ha visto cosa igual?

La ciudad, paradigma de los viajes de cuatro días-tres noches de vuelo+bus, está plagadita de hordas de viajes de estudios de instituto españoles e italianos. ¿Seríamos justos si los llamamos maleducados y arrabaleros? ¿Eran peores que los hooligans ingleses en Lloret de Mar? ¿Nos estamos haciendo viejos y somos demasiado críticos, o eran simplemente la embajada más vergonzosa que podemos enviar al extranjero? Bueno, ya sabéis de lo que hablo…

Todo esto pasaba en una de las más bellas plazas de Europa (la de la Ciudad Vieja), frente al reloj astronómico cuyos autómatas medievales nos bailaron las 22:30.



El Barrio Judío y un recorrido bastante largo subiendo a pie y volviendo a bajar de la catedral de San Vito



y de la fortaleza, desde cuyas ventanas fueron lanzados el 23 de mayo de 1618 dos gobernadores del Sacro Imperio Romano Germánico y un notario a manos de algunos aristócratas de Bohemia, fue lo que tocó a continuación.



Afortunadamente no se mataron porque cayeron en un montón de ¡estiércol! La Historia recuerda este hecho como la Defenestración de Praga (en realidad fue la 2ª de las tres que ha habido).

Es, salvando las muchas diferencias, como si en una visita al ayuntamiento de Bilbao de Aznar y Acebes, cuando mandaban, unos exaltados abertzales los tiran desde el balcón hasta la ría: Incruento, pero humillante.

Salimos del castillo en el crítico momento en que los militares estaban cerrando las puertas. El paseo por sí solo justifica el viaje hasta Praga.



Las caminatas, igual que el folgar, suelen dar hambre. Y esos cinco kilómetros largos de ida y vuelta tuvieron que verse compensados con unos cuantos perritos calientes auténticos en la zona de baretos de Plaza Wenceslao y en un globalizado local del KFC.

Sacamos el coche del aparcamiento subterráneo, nos gastamos las coronas en gasolina y chocolates (es un vicio muy malo…) y nos acercamos a la frontera alemana de Sajonia.

Si Extremadura y Castilla-La Mancha son los paraísos de los grandes y frecuentados puticlubs de carretera, la parte checa de la que conduce a Dresde, lo es de las casitas de madera con escaparate de cristal, tenue iluminación y bicho dentro. Como en el barrio rojo de Amsterdam.

Pena de camiones agobiando por detrás y cunetas llenas de nieve, que si no os habíamos hecho alguna foto curiosa…

En el carril para ligeros del check-point alemán, una pequeña avalancha de nieve había semisepultado la cabina de control, así es que nos tuvimos que poner por la de camiones. Una risa: porque al tío lo teníamos que mirar de abajo para arriba, como cuando te sale en un peaje el tique por la ranura alta.

En el aparcamiento privado de unas tiendas del pueblo de Schmiedeberg, a pocas horas del alba, nos echamos a dormir.