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Tras asearnos en el área de descanso, como ya le habíamos cogido el punto a la lavandería el día de la ida, aprovechamos para repasar la ropa grande (toallas, sábanas…) y los encantadores dulces que se ofrecían por los escaparates.

Ya en Hamburgo, adonde conseguimos llegar después de hacernos la comida en un soleado merendero de la autopista, nos distendimos por las calles del centro. Cuando hace poco que has estado en una ciudad, como nos pasó aquí, parece que has ido un montón de veces, las cosas te suenan, casi como si fueras de allí de toda la vida. Recuerdas dónde dan buen y mal café, dónde las tartas son más ricas, qué barrios no te convienen…

Hasta bien entrada la madrugada nos afanamos en aprovechar que la vida son dos días. Volvimos en bici a la calle donde habíamos estacionado, muy cerca de la explanada donde actuaba esa noche el célebre Cirque du Soleil, que gasta un espectacular montaje, como ya sabréis.

Camino de la capital del país, cenamos en un aparcamiento de la autopista, vimos el pavoroso incendio de un camión en la calzada contraria (ya asistido por los servicios de emergencia), y nos acostamos cerca de Berlín.