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Berlín es imposible de ver en dos días. Así es que toca vista general. En otra ocasión ya profundizaremos más.

Como primera providencia, nos dimos un buen paseo en bici al barrio de Charlotenburgo y comimos sentados en la hierba de los jardines del palacio.



Y luego una visita al parlamento alemán, el Reichstag,



que estaba recién reinaugurado tras la reforma que en 1999 le había hecho el prestigioso estudio Foster&Partners. Lo más impresionante, tras subir en un ascensor transparente



es la cúpula, desde la que se ve cenitalmente el graderío de los diputados, compuesta de un sistema de espejos



y una doble rampa en espiral



para subir y bajar de la parte más alta sin solución de continuidad.

Un poco más allá, pasando una Puerta de Brandenburgo completamente tapada por reformas (y con las columnas metafóricamente juntas),



nos subimos a este globo aerostático atirantado. Es decir, no era un vuelo completamente libre



sino sujeto por un cable de acero.



Una vez se agotaba el tiempo de vuelo, un potente motor asociado a un torno retraía el cable hasta que el chisme volvía a bajar.

Lo interesante de esta atracción turística son las extraordinarias vistas de la ciudad, que es completamente plana. Puede verse en primer término el Ministerio de Hacienda y la explanada (abajo a la izquierda) donde estuvo antes de su desmantelamiento el búnker de la Cancillería donde se suicidó Hitler el 30 de abril de 1945 cuando las tropas rusas estaban ya a 300 m del lugar durante el asalto final a la capital.



Y un poco más allá, la zona del parlamento que acabábamos de visitar.



También puede divisarse todo el antiguo Berlín Este, en donde está la torre de la televisión



y las obras del Edificio Sony.



En el 11 de Martin-Luther-strasse, cuando ya nos cansamos de ir de punta a punta de los barrios, nos enfrentamos victoriosos a los saciantes menús italianos y a las birras de la Pizzería Santo Spirito, en la que además eran muy amables.

Al salir de la ciudad por la larguísima avenida Bismarckstrasse, paramos en un cajero automático de Sparkasse a por efectivo. No nos dio en dos ocasiones los 40 marcos que le pedíamos. Y además no nos entregó recibo escrito (sí por pantalla) de que la operación se había anulado. Probamos con otra tarjeta y sí hubo éxito.

Como aquello me olió a chamusquina, tomé nota del nombre del banco, la dirección y la hora. Y lo agradecí al volver a casa, porque en los extractos me habían cargado tres veces la operación (¡y se quedan tan anchos!). Hubo que abrir un expediente internacional de cargos disputados en el banco del barrio y, al cabo de varios meses, me lo devolvieron sin pedir perdón ni nada. Ellos son así…

Al llegar a la circunvalación de la autopista A9 a su paso por Leipzig, no pudimos más y nos retiramos.