5



Como, a semejanza del diestro de Cartagena, estábamos tan a gustito, la mañana se dedicó a las labores hogareñas en la Marco Polo hasta que la realidad nos hizo comprender que nuestro destino no era permanecer allí eternamente.

Una comida en en el bosque de Hallenstrasse,



la prolongación de Langstrasse; un repostaje donde la gasolina vale menos que el gasóleo;



un estacionamiento en un callejón secreto donde por arte de magia no está nada prohibido ni tiene uno por qué meter monedas donde no quiere; y una visita al ciber, fueron los siguiente pasos de una Berna más que animada.

El que quiera saber de este lugar furgoperfecto cuando vaya por allí, que lo pregunte y se lo explico encantado.

La pizzería familiar Mappamondo, allí al lado, la única de este sector que cierra a las tantas su cocina, nos hizo el favor de darnos de cenar, sin que destacara en especial ningún plato. Luego a patear el Rosengarten con sus fantásticas vistas del casco viejo.

La autopista llega a Zurigo, la ciudad de los bancos que todo el mundo conoce por Zurich, por entre enormes barrios residenciales que nos sirvieron para llenar de gasolina. De allí a tomar el último refrigerio del día en el Arboretum, un bonito parque rodeado del puerto de recreo sobre el lago.

Un poco más de valor nos lanzó hasta la triple frontera de St Margretten, donde en diez minutos se puede estar en Suiza, en Austria (Bregenz) y en Alemania (Lindau).

El aduanero austricaco, con cara de anuncio de sierras de calar de Leroy&Merlin, se desadormiló con retraso (casi pasamos sin detenernos). Miró de reojo los deneíes, pensó que ser español era sinónimo de cachondeo y añadió con sonrisita pícara:

–¿Qué? ¿A la Oktoberfest, no?
–Pues no. Vamos a Lituania.
–¡A Lituania? ¿En coche? ¡Uf! Bueno, bueno...


Luego pronuncié el conjuro mágico para evitar el registro:

–Das ist eine Wohnmobil– y el sapo se convirtió en príncipe de repente, como en el cuento de Blancanieves: Nos despachó en un instante.

La dichosa Oktoberfest es un sarao multitudinario al que se entregan los muniqueses durante quince frenéticos días, con sus noches, llenos de etanol, desde el último fin de semana de cada septiembre.

Como en Baviera, destilado puro de la Alemania del sur, Andalucía centroeuropea en su estado esencial, hace todavía bueno durante las horas de sol, prolongan el gozo del verano en una especie de Feria de Abril sin farolillos, pero con galernas de cerveza, salchichas y repollo ácido.

Como ya habíamos estado un par de veces en München, a la que, con gran acierto etimológico, llaman los italianos Mónaco di Baviera, agotada ya la vista por tantos faros circulando en sentido contrario, nos paramos a dormir en Wangen im Algau, en el coqueto aparcamiento del templo de los testigos de Jehová, de cuidados parterres florales.

Elige etapa:
1| 2| 3| 4| 5| 6| 7| 8| 9| 10|
11| 12| 13| 14| 15| 16| 17| 18| 19| 20|
21| 22| 23| 24| 25