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Bueno, pues el último día de esta pequeña odisea voluntaria estuvo lleno de kilómetros también. De casi un tirón, salvo el repostaje en el Leclerc de Miranda de Ebro.

Mucha lluvia en el puerto de Somosierra al entrar en la Comunidad de Madrid y mucho atasco en el nudo de Manoteras.

Pasamos la tarde de librerías por el centro una vez que dejamos la furgo bien estacionada en el aparcamiento de Barquillo, en la calle San Marcos.

Lo mejor, volver a patear el multiétnico barrio de Lavapiés o la casa donde vivió Miguel de Cervantes



y comer un arroz en el Ventorrillo Murciano, una diminuta pero afamada arrocería levantina en el 20 de la calle de los Tres Peces. En la paella, la profundidad del arroz es exactamente de un grano.

En su consecuencia es un plato evanescente, técnicamente perfecto. Como lo tomamos negro con chipirones, pues doblemente rico. El trato, inmejorable.

Más vulgar y triste fue el regreso a casa, ya en la madrugada del 19 de octubre, por esa ruta tan conocida, tan monótona, tan de tantas veces. Pero la vida es así. Hay que volver.

Una cosa que solemos hacer al concluir cada viaje, aunque no sea largo, es guardar la furgo repostada y limpia. Así siempre se la encuentra uno en orden de marcha en el garaje, preparada para cualquier salida. Así es que la última visita fue el Leclerc de Salamanca.

Si alguien ha llegado hasta aquí leyendo, sólo puedo agradecerle el interés. Y a todos pediros disculpas por ser prolijo y excesivamente subjetivo.



Saludos.

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