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Me imagino que en todos sitios roban ordenadores y cosas así de los camiones. Por eso este gran área tenía vigilancia 24 horas a cargo a la sazón de dos que sólo parecían vigilantes porque llevaban un chaleco fosforito con el nombre de la Prosegur local, pero con pinta de no desarrollar reprise alguno persiguiendo chorizos.

Uno primero, y al rato el segundo, vinieron a merodear por la Marco Polo a media mañana. Claro: una furgoneta tan rara, tantas horas parada... despierta sospechas en un lugar así.

La cosa empezó a resultar cómica cuando uno de ellos se obstinaba en querer mirar, sin conseguirlo, lo que había dentro. Incluso apoyó las dos manos en la aleta delantera derecha y le dió ese par de empujoncitos hacia abajo, como para probar los amortiguadores. De verdad que no me preguntéis por qué ni para qué...

Tras una cabaña de madera en donde compramos un bizcocho de frutas de ésos que te resuelven las meriendas, ya cerca de Gomunice, descubrimos por azar el mejor establecimiento rural que hayamos visto nunca.

Íntegramente construido en madera en forma de troncos completos pero dotado de los más avanzados medios de alojamiento y restauración está esta maravilla para los sentidos:



Se llama Krywan y no exagero si digo que sólo por conocer este lugar merece la pena desviarse de cualquier ruta por el centro del país.

Y no por la trucha con almendras,



o por cuanto se brasea a la vista de los comensales, sino por admirar lo que seguramente es obra de un Leonardo de la artesanía, de un cerebro de la ambientación de interiores.

De lo bien llevado que está este negocio, rápido y cálido a la vez, consigue uno transportarse a lo más remoto de esa Escandinavia que ya empieza a anunciar la latitud y la luz plomiza que se deja sentir hacia el paralelo 50º.

En esta parte se lleva mucho lo que, pareciendo una autovía, no es más que una vil carretera desdoblada. O sea, que no sólo no es el doble de segura ni de rápida, sino que es justamente el doble de peligrosa. Los que hayáis viajado por el tramo de la A1, curiosa coincidencia, que atraviesa el burgalés Condado de Treviño sabréis exactamente lo que digo.

Se trata de dos carriles por sentido, frecuentemente reducidos a uno, sin vallar y con todas las intersecciones a nivel en las que pueden hacerse giros y cambios de sentido. Las incorporaciones se hacen en ángulo recto y con señal de STOP. Otras veces mediante inesperados semáforos y, en general, salpicadas cuando apetece por pasos de cebra para peatones heroicos que desafían a camiones lanzados a tumba abierta.

En Polonia, los semáforos son como en Suiza y Alemania: antes de cambiarse el rojo en verde pasan otra vez por el amarillo. Así la gente está más prevenida para arrancar.

Para acabar de arreglar el asunto, debido al continuo tránsito de vehículos muy pesados para la escasa calidad de la solera sobre la que va el asfalto, los carriles tienen horadados dos surcos longitudinales durante cientos de kilómetros. Ello fuerza a circular permanentemente metido en ellos porque intentar no hacerlo obliga a la dirección a volverse a meter de nuevo.



El riesgo se multiplica si, como nos ha pasado varios días, llueve mucho. Entonces se crea una piscina doble por la que debe uno circular levitando en un eterno aquaplaning, como podéis ver en esta foto en cada uno de los tres carriles posibles:



Tan inapropiados caminos nos sirvieron para alcanzar una ciudad intermedia de servicios, Piotrkow Trybunalski, en donde hicimos un poco la casa. Lo de siempre: llenar todos los depósitos, hacer la colada y llenar la despensa en el Carrefour, donde tienen una tarta de queso que se parece peligrosamente a las ricas quesadas del Valle del Pas.

Cuando nos las prometíamos felices tratando de inmortalizar esta curiosa iglesia



a la entrada de Lodz, la Bilbao polaca sin mar, nos apareció el párroco para prohibirnos, en el francés que cuando él era joven era todavía la lengua franca internacional, que siguiésemos con la faena.

Como los de Aquí hay tomate ya hacen suficientemente de rabiar a la gente, le hicimos caso y nos disculpamos.

Digo que se parece a Bilbao porque hay los mismos palacetes de la clase dirigente industrial, como en Neguri, Las Arenas o Sopelana. Y hay también los mismos bloques de colmenas constreñidas de cualquier punto de la margen izquierda de la ría. Además se palpa que hay mucha pasta. La fabricación textil, entre otras, aquí ha creado mucha riqueza. Pero también han hecho mella las reconversiones y el paro.

Toda la vida urbana gira en torno a la calle peatonal más alargada del país, ulica Piotrkowska, trufada de templos para el ocio y el placer,



como una especie de quinta avenida neoyorquina donde están reunidos la administración, la moda, las buenas mesas, la música, el teatro, el comercio y la banca. Es más, el plano de Lodz recuerda bastante a Manhattan, un damero alargado de largas avenidas y cortas calles.

Fuera de esta deslumbrante avenida, la vida se convierte en gris, en bloques socialistas de viviendas, en desidia, en oscuridad...

En un funcional aparcamiento cuya entrada peatonal recaía hacia esta arteria nos cupo por los pelos la furgo (en algún cartel señalizador del techo, de los flexibles que se mueven un poco, incluso rozábamos). Como llevábamos la colada acabándose de secar con el accesorio de semiapertura del portón,



el encargado de la entrada, pensando que por despiste podríamos olvidarnos el coche abierto, vino muy gentilmente a avisarnos, para evitar que nos robasen.

–Your car is open!

Luego se lo explicamos y lo comprendió todo. Como veis, ni rastro de los ladrones que nos cuentan en la tele.

Al acabar de pasárnoslo bien por la ciudad tomamos el atajo hacia Varsovia por la nacional 72, adonde llegamos a las cinco y media de la madrugada con esta bellísima vista del Palacio de la Cultura y la Ciencia, (PKIN Palac Kultur i Nauki) buque insignia de la arquitectura soviética en la capital. Por cierto, ¿la Ciencia no estaba incluída en la Cultura?



Por medio de un foro de polacos en España, habíamos conseguido averiguar la dirección y gálibo de este aparcamiento del 27 de la calle Nowogrodzka



en cuya 5ª planta había un rincón pefecto entre dos muros para hacer vida en el centro de la ciudad a menos de euro la hora. Es lo bueno de internet: te enteras de las cosas y vas directamente al grano.

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