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Cumplidas las urgencias matinales en los baños del área, muy limpios por cuanto no es verano, al volver al Viano veo que tenemos casi al lado una caravana holandesa con bola con un matrimonio entrado en la sexta década. De la puerta abierta sale un olor a café recien hecho que subyuga.

Nos hacemos en un rato clientes del hipermercado Géant de Valence y de su económica gasolinera. Y nos comemos la merluza estupenda que nos cortó su pescadera en un área de la A7 antes de llegar a un Lyon con los accesos atascados.

Tenemos la intención, como la ruta hasta Polonia está muy trillada de otras veces, de hacer etapas largas sin entrar demasiado en localidades conocidas como ésta: así podremos aprovechar más días el circuito polaco.

Así es que de las dos opciones que hay para alcanzar Ginebra, optamos por la que llaman Autopista de los Titanes (A40/A42), muchos de cuyos tramos son volados, en curva y con calzadas escalonadas. Todo lo explican muy bien en un área de descanso con museo automatizado, más o menos en el punto medio.



En la siguiente, en cuanto se marchó una señora que aliviaba los reservorios de su perro, nos duchamos en una esquina arbolada muy codificada. 23ºC.

En la aduana suiza, nuestro aspecto de furgón de carga levanta las sospechas de los agentes, quienes nos apartan de la cola para freirnos a preguntas sobre origen, destino, profesión, motivo del viaje, mercancías, aparte del control de documentos personales y del vehículo, que no registran tras la pronunciación de las palabras mágicas:

–C’est un camping–car.

Algunos ya sabéis que las autopistas suizas son gratuitas y excelentes. Pero si vas a usar alguno de sus tramos durante la estancia en el país, hay que pegar en el ángulo superior interior del parabrisas en el lado del conductor una pegatina que no puede quitarse sin autodestruirse llamada la vignette.

Esto también sucede, entre otros, en A, H, CZ y SK. Y en cada uno se pega en un punto distinto, sobre los que no voy a abundar, pero que permite la coexistencia pacífica de los cinco pegotes si el viaje está pensado por toda la zona.



Mientras en esos últimos países se puede comprar la que vale para una semana, un mes o todo el año, en la Confederación Helvética, gente lista, es obligatoria la de todo el año. No hay otra. Aunque sólo vayas a pasar la variante de Ginebra.

Un guardia suizo, menos vistoso que los de Su Santidad, que luego resultaría ser madrileño, una vez nos soltaron sus colegas, se nos arrimó para vendernos la de 2006 en cuanto retiramos la del año pasado.

Y menos mal que era enrollao en la apariencia, porque en el fondo, tal vez obedeciendo instrucciones, se comportó como un banquero sin escrúpulos: quiso cobrarnos los 40 CHF de su precio, o bien 30 €, cuando todo el mundo sabe que esos francos se consiguen con 25 €. De no haber llevado divisas precompradas, cinco euros hubieran sido para el bote. ¡Cómo estudian...!

Camino del norte del país, en Founex, en unos unifamiliares con vistas al lago Léman, nos esperaba un viejo amigo a cuya mesa cenamos antes de avanzar hasta Friburgo.

En un área de descanso con una barra de gálibo que rezaba 2 m pero estaba mal calibrada (la sorteamos entrando por el carril de salida), pernoctamos no muy lejos de un coche de matrícula rumana en el que dormían hacinados un montón de ellos. El resto de la tripulación lo hacía ¡en el suelo del WC! para resguardarse del ralente de los Alpes.

Las botellas vacías ya de bebida del techo del auto fue la última estampa antes de caer rendidos.

Elige etapa:
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