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Es domingo. En la católica Polonia es un día importante. La gente pasa con sus mejores perejiles puestos. Los pueblos están de fiesta, un poco deslucida por la persistente lluvia que cae sin cesar. Encima se trata de una etapa muy larga, por mala carretera. El peor día de conducción de las vacaciones.
Vía Elk aterrizamos en la travesía de Orzysz, un poco más al oeste, que tiene nada menos que tres supermercados en una acera de veinte metros. Son pequeños, como los que regentan los chinos en el centro de nuestras grandes ciudades con horarios desquiciantes.
En los tres nos metimos a comprar sucesivamente. Somos así de ecuánimes. Y en los tres había chavales vestidos del día comprando alcohol barato y chuches. Al otro lado, dependientas desconfiadas ojo avizor. Como en España.
Cuando llegamos por la nacional 16 al LIDL de Mragowo a reponer el agua de beber, justo cerraban. Así es que merendamos en el parking mientras el caballeroso novio de la última cajera, como llovía, pasaba a recogerla.
A sólo 20 km al norte está Rastenburg (hoy Ketrzyn), donde el 20 de julio de hace 62 años pudo haber cambiado el curso de la historia si la bomba que le prepararon hubiera estallado de lleno en el cuerpo de Adolf Hitler.
¿No habéis visto la película Valkyrie (2008) protagonizada por Tom Cruise?
Pues en ella se revive aquel atentado frustrado.
La cena y unas cuantas llamadas en itinerancia a los nuestros tuvieron lugar en el fast food de los aros, en Ostroda. Como siga así la cosa, van a tener más Mc Donald’s que en Francia...
Es el capitalismo y la globalización feroces... pero son muy prácticos.
Ya anochecido y hartos de conducir con el limpiaparabrisas a todo trapo y con una molesta filtración de agua que entra desde la óptica de la tercera luz de freno hasta la cortinilla del portón, pasamos de largo por Elblag, en la carretera 7, y por otra, la 22, nos hacemos amigos por unos minutos del maravilloso castillo de la orden Teutónica que hay en Malbork.
Algo entrada la madrugada a través de una urbanización pequeña intentamos llegar a la orilla derecha del Vístula en Tchew (la antigua Dirschau alemana), pero nos equivocamos un par de veces de carretera secundaria y notamos que somos seguidos discretamente por un misterioso fiat al que conseguimos dar esquinazo y que no volvió a aparecer. Seguramente era alguien de las casas cercanas que pensaba que estábamos merodeando.
Aunque los libros más generalistas sobre la Segunda Guerra Mundial suelen decir que el primer ataque alemán a Polonia fue el bombardeo de Danzig, en realidad no fue así. El primer ataque se produjo aquí:
En el año 1939 la frontera entre ambos países la conformaba el propio río:
Hacia oriente era Polonia, hacia el oeste, Alemania. Además, este lugar, por la magnitud de sus puentes, era un paso de elevado valor estratégico para unir los territorios de la Prusia Oriental, también administrados por el III Reich.
Los polacos lo sabían y tenían atenazadas las pilastras del paso ferroviario y carretero con cargas explosivas que en cualquier momento podían ser detonadas mediante un largo cable tendido por los puentes primero y luego por el terraplén hasta unas casetas junto a la estación, donde estaban los mandos.
A Hitler le interesaba muchísimo que este paso no quedara inutilizado. De hecho, en la estación de Dirschau esperaba ese día un convoy blindado lleno de soldados alemanes y piezas de artillería listos para intervenir en la invasión.
Cuando, ya libres de la persecución del misterioso fiat, la Marco Polo iluminó ese terraplén al llegar, un chaval de nuestra edad, que por los gestos acababa de aliviarse junto al coche donde se resguardaba la novia, volvía al interior por la puerta de atrás. Nuestra incómoda e inoportuna presencia, que tratamos de minimizar alejándonos, no evitó que el coche se marchara con otro rumbo. Nadie se relaja así con una furgoneta tintada y extranjera a las dos de la madrugada con quién sabe cuánta gente dentro.
En realidad nuestra intención no iba más allá de pisar in situ la misma tierra sobre la que el capitán Bruno Dilley, al mando de una escuadrilla de la poderosa Luftwaffe alemana compuesta por tres bombarderos Stukas Junkers Ju87, descargó en picado y luego en vuelo rasante a las 4:26 del primero de septiembre de 1939, los proyectiles necesarios para cortar el cable y así evitar la destrucción de las obras metálicas.
En un golpe de efecto, los ingenieros polacos consiguen empalmar los cabos del detonador y las estructuras finalmente saltan por los aires a las 6:30, como se ve en esta imagen de época tomada desde la ribera alemana.
A esa hora, el bombardeo de Danzig, sucedido a las 4:47, ya había comenzado, pero el primer tanto se apuntó aquí. Exactamente 21 minutos antes de lo que comunmente se cree.
Apesadumbrados porque en este bonito mirador (la prueba de que era hermoso se acababa de marchar. Las parejitas suelen buscar sitios así para darse calor) se hubiera iniciado la más terrible de las trifulcas de todos los tiempos entre los habitantes del planeta, nos marchamos hacia el norte, una vez cruzado el Vístula casi en su desembocadura por este maravilloso puente con el tramado en Celosía (ejemplar raro, porque normalmente suelen construirse por el sistema de Alma Llena o en el de Cruz de San Andrés).
A las puertas de Gdansk (Danzig) encontramos la más barata de las gasolinas de 98 de todo el viaje. Exactamente 3.88 PLZ (0.97 €/l). Era de las automáticas con tarjeta o con billetes. ¿Para cuándo en España lectores de billetes de banco más generalizados?
Nos paseamos por los canales de la ciudad,
por el muelle largo y conocemos los tristemente célebres astilleros
y el lugar donde cayeron asesinados por la policía los primeros manifestantes durante las huelgas
de 1980, impulsadas por el sindicato Solidaridad, dirigido por Lech Walesa, quien llegaría a dirigir el país y a devolver pacíficamente la democracia al estado.
Una enorme cruz trilateral diseñada y construida por los propios trabajadores recuerda que estas tragedias pueden volver a repetirse.
En la recepción del hotel Mercure se enrollan bastante bien y nos autorizan a aparcar 24 horas en el recinto descubierto del garaje por mil pelillas: no está mal si se comprende que es una ciudad casi peatonal, al estilo Amsterdam (a la que se parece rabiosamente)
y que los parkings que hemos chequeado son todos entre 1.80 y 1.95 m de altura permitida. Y no cabemos.
Despertar al vigilante a las 4:00 no fue fácil: tenemos nuestro corazoncito. Pero tuvo que abrirnos la barrera manual.
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