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Cuando estábamos a punto de vernos las caras, resulta que por obras los fondos del Museo Egipcio se han trasladado al Altes Museum, a la otra punta de la ciudad. Esto nos pasa por no preparar los viajes. Otra visita para la libreta de cosas pendientes...
Ya que estábamos allí bien aparcados, como ya habíamos recorrido los infinitos jardines versallescos del Schloss Charlottenburg,
pues nos dedicamos a verlo por dentro.
Es de ese tipo de edificios aburridos, enormes, con valiosas cuberterías de plata por aquí y finísimas porcelanas por allá. Pero por dos euros merece la pena recorrerlo.
El plato fuerte del día nos esperaba en otro palacete, el Cecilienhof, a unos kilómetros al suroeste de Berlín, hoy reconvertido en hotel–restaurante. Algo así como un Parador pequeño.
Estos langostinos con pasta fresca, entre otras cosillas,
nos recrearon en la misma terraza donde las potencias vencedoras en julio de 1945 terminaron de arreglar lo que había empezado en el cable de los puentes de Dirschau.
Fue la Conferencia de Potsdam, el pueblo en el que estamos, la que, tras la celebrada en Yalta en la península de Crimea, ordenó al final de la guerra las nuevas fronteras, las indemnizaciones de guerra y la desmilitarización de Alemania, perdedora del conflicto, entre otras muchas estipulaciones.
En esos mismos jardines donde ahora comemos se dejaron inmortalizar, de izquierda a derecha, Churchill (UK), Truman (USA) y Stalin (URSS).
Para mayor gozo mundano, en el carillo aparcamiento vemos este bonito ejemplar de Viano compacta 4matic de una familia suiza con esas suspensiones subidas. Mmmm:
De allí con un poco de atasco (está claro que viajar de día es un suplicio) hasta Leipzig, sede de la Biblioteca Nacional. Aquí también trabajó, vivió y murió ese músico inimitable, Bach. Está enterrado en la iglesia de Santo Tomás.
La ciudad, como ocurre en otras muchas de Alemania que fueron casi hechas desaparecer del mapa por la guerra, es una mezcla de agresiva modernidad rodeando pequeñas manzanas de monumentos antiguos reconstruidos. Son las Traditionsinsel (islotes históricos).
Tan agradables de ver como todo lo que se fabrica en su factoría Porsche.
Una vez más, comida yanqui en la estación central, absolutamente digna de ver, aunque no se vaya a viajar. Estamos en uno de los nudos ferroviarios más pujantes de Alemania.
Y luego el tiempo justo para tirar millas por las A38/A9 hasta la salida 45 donde nos dio el sueño: en Betzenstein. Dormimos en un antiguo ramal muy arbolado de la carretera paralela habilitado como área de aparcamiento.
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