15. Skrad (HR) – Trieste (I)

Tras asearnos en la gasolinera del puerto, donde repostamos y pagamos con tarjeta haciendo una de aquellas boletas antiguas pasadas a mano con bacaladera de plástico (bueno, aquí en España algunos todavía la usan), nos vamos acercando a Zagreb. Es el momento en que vemos la famosa señal:



Un poco antes del acceso a la zona metropolitana, en otra gasolinera compramos el mapa grande detallado de la capital y nos adentramos en la maraña de barrios. Uno conduce y otro va mirando las calles y sentidos de circulación... lo típico que vemos por aquí a los coches guiris... hasta que, por no mirar un espejo de éstos,



pudo haber sido ésta la portada de la prensa nacional del día siguiente:



Increíble la que pudimos armar, colegas. Al salir de la calle Baruna Trenka al paseo Strossmayerov trg nos vino por la izquierda. Un fuerte ruido de campanas me hizo clavar el coche en un cruce y la topera primero y el tren completo nos pasó a dos centímetros del morro. A punto estuvimos de cagarla del todo. Perdimos el color de la cara en el acto. Desde entonces celebramos nuestro cumpleaños el 22 de febrero: Volvimos a nacer.

Unos metros más adelante, en la calle Pavla Hatza, aparcamos en un hueco de los pocos que había, regulado por parquímetros bastante baratitos.

¿Alguno de vosotros deduciría, allí al lado, al ver GLAVNI KOLODVOR, sin fijarse en que pasan trenes, que aquí pone Estación Central? El croata es un idioma endiablado de aprender para un español.



En sus andenes se publicitaba la Coca-Cola local:



A una cuadra de distancia estaba la oficina principal de correos y, como pudimos, pedimos unas postales y unos sellos para mandar a nuestros amigos a un país llamado Španjolska. ¡ Es la manera más divertida de llamar a esto que hemos oído nunca ! Zagreb es una estupenda capital. No es muy grande, pero es bonita, cuidada y con cierto cosmopolitismo, no sólo por la calidad de sus escaparates,



sino también por interesantes edificios públicos, como este Pabellón de Arte, que fue uno de los primeros de Europa (1898) construídos con piezas prefabricadas (estuvo su estructura dos años antes en la Expo de Budapest),



o su barrio financiero.



En el tramo medio del lado oeste del paseo Nikole Šubica Zrinjskoga (los nombres de las calles son para hacerse un master...), en una pequeña pastelería llevada por dos chicas tan simpáticas como ininteligibles, encontramos el dulce más maravilloso que en cuarenta años me he metido en la boca: una especie de mezcla entre strudel y milhoja con varias capas alternas de hojaldre, pudding de manzana, queso, cereza y crema pastelera. Una pasada-pasada.

No le hicimos foto. Una pena. Pero era algo parecido a esto:



Nunca sabremos ni cómo se llama ni siquiera si es propiamente típico de allí. Pero vamos, volveríamos sólo por probarlo de nuevo.

Creo que sabría llegar hasta esa tienda...

Nos pedaleamos una buena parte de los monumentos y calles interesantes de la ciudad vieja, que está en la zona alta,



y comprobamos que, como en la catedral se pasa un frío negro, los curas tratan de minimizar con inventos el sufrimiento de la parroquia.



Muy cerca del gobierno y de la iglesia de San Marcos, en la calle Cirilometodska (dedicada a los monjes que introdujeron en el Este el alfabeto que lleva su nombre),



nos metimos en una tienda de ultramarinos de las de toda la vida (aquí las llamamos pan y leche) y, no nos digáis cómo, pero salimos de allí pagando la cuenta correctamente y con pan, fiambres, fruta y yogures sin saber nada de croata. En plan mochilero.

Probamos suerte en otra pastelería escogiendo algo parecido a ese cielo en la tierra que habíamos degustado antes. Pero no estaba ni parecido. No se puede tener tanta suerte dos veces seguidas.

Luego, como el Renault 21 ya había cumplido sus 4000 km desde el último cambio, en un tranquilo polígono industrial (ya era sábado por la tarde) le renovamos su 20W50 mineral. Y quedaba de nuevo en orden de marcha para otro período.

Período que abría el triste estadio del regreso a casa. Habíamos llegado al punto de inflexión del viaje.

Zagreb está sorprendentemente cerca de la frontera eslovenocroata. De modo que en pocos minutos alcanzamos el paso y compramos algunos tólares en la oficina de cambios con una comisión que no me pareció demasiado alta. Sin problemas con los polis, avanzamos por una estupenda autopista hacia la capital, Ljubljana.



Cuando llegamos, tras aprovisionarnos, en un área de servicio llena de autobuses bosnios, de mapas y galguerías dulces, nos costó un poco aparcar porque estaban también estacionadas bastantes toneladas de nieve dura de lo caído en días anteriores.



Aun así, las irresistibles buenas pizzerías callejeras (ya tan cerquita de Italia vuelven a resurgir) y unos pasteles llamados busna (o algo así) nos dieron de cenar en un sábado con bastante marchilla por las calles. Que son preciosas. Parece Suiza.







En el último área de la autopista A1, antes de abandonar el país, gastamos todas las divisas en repostar. Luego, cerca nuevamente de Trieste, en otra, nos quedamos dormidos.



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