4. Pas de Oullier (F) – Ventimiglia (I)

A un paso está Toulon, la base naval francesa más importante del Mediterráneo, llena de destructores de la Armée, apuestos marineros con galones por todas partes y ambiente militar. Es una especie de la pontevedresa Marín o la murciana San Javier. Incluso la gaditana San Fernando, pero con mucho glamour. Una imponente rada:



Allí repostamos de todo y nos agenciamos la Guía Roja de hoteles y restaurantes. La biblia por la que guiarse en las buenas mesas del país. Y también extraordinarios mapas urbanos y de accesos a las ciudades en una época en la que todavía tener un navegador era ciencia-ficción.



Un esfuercillo más por los paisajes y las zonas de descanso de Cannes y nos plantamos literalmente en primera linea de playa nada menos que en la Promenade des Anglais, el vistoso paseo marítimo de Niza. Está completamente prohibido para campers y autocaravanas. No nos importa: nosotros somos un simple derivado de turismo (ITV 3100) que tiene cama.

Bajamos las bicis y nos lanzamos a la conquista del centro. Las tías patinan por las aceras, la brisa fresca pero agradable nos golpea las mejillas: Atardece en la Costa Azul.



En un mes frío como febrero es importante no alejarse mucho del mar. Gozaremos del beneficio de su vecindad: en las costas que no son el Báltico casi nunca hiela.

Ante nuestros obnubilados ojos pasaron inalcanzables hoteles de lujo como el Negresco, tan ligado a los comienzos de nuestro chef Ferran Adriá; en los escaparates de las numismáticas series completas de euros de la dificilísima acuñación de Mónaco a más de 400 € el estuche...



Dio tanto de sí la visita a la capital y a sus encantos que nos olvidamos de cenar a la hora francesa. Lo único que quedaba abierto era la hamburguesería de los aros y allí nos metimos antes de pasar al Principado.

Pero patear en la soledad de la noche las frías calles junto al Museo Oceanográfico, el Casino o el Palacio de los Príncipes sólo lo hicimos después de ir a la curva.

No: no es la curva del circuito del Gran Premio. Es la curva de herradura donde el 13 (para que luego digan que no da mala suerte) de septiembre de 1982, seguramente porque pisó el acelerador en lugar del freno en su coche automático, acaso por la excitación de la discusión que traía con su hija, la princesa Estefanía, salió despedida la semidivina Grace Kelly hacia un huerto situado cuarenta metros más abajo del precipicio, junto al camino de Bautugan, en la sinuosa carretera La TurbieCap d'Ail. Murió al día siguiente. Nuestras luces unidas a las del coche que subía por la derecha ayudaron a hacer la foto.



Con el recuerdo de su inmensa belleza truncada por la desgracia



fuimos viendo (por fuera) los escenarios de una vida de cuento. El palacio donde moró,





la catedral donde se unió al linaje de Rainiero III,



el casino donde jugó rodeado de la crema de las finanzas,



el insuperable restaurante Alain Ducasse (cinco tenedores rojos y tres estrellas, lo más de lo más en un lujoso palacio) donde tantas veces acudió,



y el exclusivo puerto deportivo donde atracaban sus yates y los de la aristocracia de medio mundo.





. Esa ciudad-estado llena de selectas galerías de arte,



utilitarios de matrículas pequeñitas y precios disparados,



donde una casita de cuatro habitaciones cuesta once millones de euros.



Eso, y muchas cosas más, es Mónaco.

Con los ojos fuera de las órbitas de ver la pasta que tiene y se gasta la gente pasamos por la puerta del casino con tan mala suerte de que dos policías municipales de blanco impoluto nos dieron el alto para preguntarnos –atención a la humillante pregunta– si nuestro coche tenía seguro. Cuando nos marchamos, un metro después de arrancar de nuevo, el motor se caló y una sonrisita paternalista iluminó los rostros de aquellos dos ángeles de la seguridad y tiñó de rojo los nuestros.

Años después, para sacarnos aquella espinita, aparcamos nuestra Marco Polo negra en la mismísima puerta del Casino durante un paseo navideño. La vida, que da muchas vueltas...



Enseguida nos alejamos de allí rumbo a la frontera italiana. Nada más pasarla por los túneles de la autopista A10, llamada dei Fiori, nos salimos por la complejísima y fea área de servicio de Ventimiglia, famosa hace unos días (diciembre de 2007) por los incidentes y hacinamientos de camioneros debidos a la huelga feroz que afectó a los transportistas de ese país. Que, además, tenía un peaje doble.



Y en lo que nos pareció (atrevida ignorancia) un lugar tranquilo al final de la playa nos dormimos soñando con ser ricos alguna vez... sin decírselo a nadie.



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