Ir a la etapa número: 1| 2| 3| 4| 5| 6| 7| 8| 9| 10| 11| 12| 13| 14| 15| 16| 17| 18| 19| 20| 21| 22| 23| 24| 25| 26| 27



5



Antes de marcharnos del lugar, en la tienda de la gasolinera nos hacemos con un mapa actualizado del Benelux con callejeros incluso de poblaciones muy pequeñas. Y esto es una práctica común que no está mal observar en los viajes: por muy especializada que esté esa librería cartográfica que tenemos en nuestra zona, casi nunca tendrán la variada oferta del vendedor local. Que, además, tiene mejores precios.

En Bruselas estacionamos para todo el día en la zona residencial más cercana al Atomium. Como era sábado, vimos dos bodas de novios turcos (etnia muy abundante en Bélgica), en coches descapotables seguidos de un largísimo convoy de vociferantes y claxoneantes amigotes arrastrando de los parachoques todo tipo de cosas de las que hacen ruido. Nos recordó el gag de Miguel Gila, …si no aguantan una broma, que se vayan del pueblo…

Tras recorrer el destartalado interior del enorme cristal de hierro ciento sesenta y cinco mil millones [sic] de veces mayor que el átomo original,



en un soleado banco a sus pies nos montamos el pic-nic cuyas calorías nos impulsaron luego con las bicicletas hasta el bullicioso centro de la capital de Europa pasando por el estadio Heysel, tristemente conocido por los sucesos del 29 de mayo de 1985 en que una avalancha de aficionados en los prolegómenos de la final de la Copa de Europa de fútbol entre el Liverpool FC y la Juventus FC acabó con 39 muertos y 600 heridos.



Después de exprimir los placeres más urbanos, volvimos al coche para ir a visitar en el 1110 del bulevar Leopold III, el Cuartel General de la OTAN. Por fuera, claro. Que esa gente no deja entrar a cualquiera…

Y luego en un área arbolada de la autopista A1 cenamos, y dejamos el café para una coqueta terraza de Amberes en cuya barandilla atamos con toda tranquilidad las bicis, como tantos otros cientos de usuarios, que por aquí ya son legión.

Un paseo por los floridos miradores fluviales del Schelde



y la vuelta al Stadspark, donde habíamos aparcado la casita con ruedas, consumieron la estancia y prologaron la de Rotterdam, ya en los Países Bajos, el mayor puerto de mar del mundo después del de Singapur.

Al atravesar el barrio con más marcha, veíamos que a la gente le hacía mucha gracia la disposición que teníamos en España de llevar las bicis en el techo, como única permitida antes de la reforma del Reglamento General de Circulación. En esta parte de Europa, incluida Francia, hacía mucho tiempo que estaba regulada la colocación trasera o sobre la bola del remolque, aunque excediera del 10 ó 15 % de la longitud del vehículo.

A remolque solemos ir del progreso, incluso en esto.

La noche del sábado dio muchísimo de sí, como no podía ser menos en esta ciudad portuaria tan abierta, cosmopolita y puntito canalla de más de 600 000 habitantes.

El cansancio del guerrero lo reposamos en un lugar bastante interesante para campear,





el parque del céntrico Museo Boijmans, muy umbrío y con vistas al célebre puente Erasmo, con cuya impresionante estampa delante cerramos los ojos.