17. Verona (I) – Cannes (F)

Otra paliza a hacer kilómetros (los días se nos acaban) nos toca hoy también. No sin antes bajar a lavar la ropa a 1.50 m de la puerta del coche. La lavandería de monedas fue rápida, eficaz y barata. Y además no tuvimos que pagar el aparcamiento porque por allí no patrullaba vigilante alguno tan temprano. En eso, Italia se parece bastante a muchas zonas de España: pasamos de todo.

El primer oasis de belleza del día lo vivimos en el bonito y alpino lago de Garda. En su ribera Sur, una estrecho istmo



se adentra en las aguas para terminar en una península sobre la que se asienta la plaza amurallada de Sirmione. De fábula. Un lugar donde, por ejemplo, es obligatorio parar los motores de los automóviles en los semáforos en rojo.



Hay tanta paz, que los pajarillos se suben a nuestra mesa de la terraza a comerse lo que se cae de los pasteles del café...



– Il conto, per piacere– nos dirijimos al simpático camarero, antes de continuar pedaleando de vuelta hacia el coche.

Que nos acercó hasta el sitio donde tuvo lugar el 24 de junio de 1859 la batalla de Solferino (los sardofranceses al mando de Napoleón III ganaron a los austriacos de Francisco José I). La gracia de este sitio consiste en que la carnicería fue tan abultada (murieron más de 6000 personas y resultaron heridas casi 24000) que en el punto exacto donde está este monolito



y con el fin de que a partir de entonces existiera un organismo dedicado a paliar el sufrimiento de los heridos de guerra, a Henri Dunant, luego premio Nobel de la paz, se le ocurrió la idea de crear la Cruz Roja Internacional, que tanto bien ha hecho a la humanidad hasta ahora.

Un poco más de avance, sin parar en Brescia, nos acerca a comer a Cremona, y a ver su torrazzo, que es el campanario más alto de toda Italia.



Ciudad provinciana, estudiantil y, sobre todo, meca de los constructores de instrumentos de cuerda, los luthiers. Aquí estuvieron los talleres de Stradivarius, Amati o de Guarneri. Y desde luego, hay por todas partes tiendas de violines, violas, violoncelos, contrabajos...



Un profe del colegio donde estudié me enseñó siendo chaval varias veces un ejemplar de violín con el marchamo de Amati. No estaba afinado y ninguno de los dos sabíamos tocar, pero era una joya de museo. Al ver los precios que tienen en Cremona, volví a valorar lo que tuve entre mis manos.

Aprovechamos para hacer la compra grande de hiper y nos seguimos acercando a casa por Piacenza, plagada de nieblas en invierno, y la circunvalación de Génova, sin entrar en la ciudad.

Tras cenar en un área de la autopista dei Fiori y repostar en la frontera de Ventimiglia, nos acostamos en una de descanso en forma de mirador, a la altura de Cannes, ya en Francia.



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