Este viaje nos llevó durante 8476 km (recorridos marítimos aparte) con el viejo Renault 21 camperizado hasta la isla de Irlanda y a las Highlands de Escocia desde el 16 de junio al 11 de julio de 2003.

Nos costó (dos personas 26 días, pensión completa, extras incluídos, 4 ferries, carburante y entradas a monumentos) 3000 €. Vimos 39 ciudades y recorrimos 4 países.

Poco menos de un mes metidos ahí dentro. Una gozada llena de sorpresas que enseguida empezamos a contar.





1. Salamanca (E) – Iruña/Pamplona (E)

Preparado el recorrido en su fase de gabinete, utlizando tornillos pintados con laca para bombillas de distintos colores puestos sobre los lugares del mapa que apetece visitar, discutidas las etapas y los desvíos,



después de despachar por la tarde del 16 de junio de 2003 con un buen amiguete que acababa de abrir un bar con zona internet para estudiantes en el barrio del campus universitario, abandonamos Salamanca tras repostar a tope en la gasolinera de El Trébol, que a la sazón era la que tenía la súper con plomo de 97 más económica.

Antes de llegar al final de la circunvalación de Vitoria/Gasteiz hay un área de servicio en la que cenamos. Luego aparcamos muy bien el coche para que pasara la noche de la forma más segura posible en un discreto ángulo del parque de La Taconera de Iruña/Pamplona, donde nos esperaba un viejo colega cuya hospitalidad aceptamos en su refugio a una manzana de la calle Estafeta.

Las bicis también estaban incluídas en el pack. Era mejor no dejarlas sobre el coche sin vigilancia.

Hay que empezar el periplo bien relajados. Hasta mañana.





2. Iruña/Pamplona (E) – Cézac (F)

Una ducha comme il faut, un desayuno rayano en la gula en la conocida cafetería Belagua, en Estafeta, y algunas compras por el centro nos despiden de la capital foral rumbo a Francia, previa parada en el área de Zuasti, por la A15, autovía de Berastegui, donde la policía autónoma estaba asistiendo una salida de la vía que nos hizo tocar madera casi como por resorte.

Las monótonas perspectivas de las rectas de las Landas nos fueron invitando a descansar y picar algo de vez en cuando entre pinares en los numerosos aparcamientos que los jalonan. El objetivo, al final, se cumplió: llegar con luz a la Gran Duna de Pylat.



O sea, sesenta millones de metros cúbicos de arena puestas por el viento en 87 hectáreas hasta alcanzar más de cien de altitud, la más elevada de Europa, que cada año se adentra unos tres metros en el pinar de las Landas. Una experiencia extenuante subir, en vez de por las escaleras de madera por donde iremos cuando volvamos con veinte años más, desde el bosque por la empinada ladera de sotavento hasta la cresta.

Todavía tenemos agujetas desde aquel día.

Que terminó un poco más tarde, después de pasear la costa de Arcachon,



reponer víveres en su E.Leclerc urbano, cenárnoslos en el área de servicio de Cestas, en la A63, disfrutar al norte de la capital del entorno en el bosque du Lac y, finalmente, dar unas panorámicas de la propia Burdeos,





esa ciudad que se empeña en imitar la grandeur de París.

Terminó concretamente en la autopista A10, en el área de descanso a la altura de Cézac, camino del norte.





3. Cézac (F) – Quimper (F)

Nos aseamos en la siguiente área de la que habíamos dormido, porque era mucho más completa. Luego almorzamos en la de Gript-sud, un poco antes de Niort, donde una panda de bichitos voladores se empeñó en hacernos la vida imposible. Es, aparte del calor, una de las cosas malas que tiene viajar en verano.

Más adelante, en el aparcamiento de Auzay, empienzan ya las mesas para comer a estar dotadas de techo. Los frentes atlánticos por aquí ya son más pertinaces.



Breve parada en Nantes para disfrutar un poco y hacer unas compras en el Carrefour de la isla. Todo lo fresco nos lo cenamos más tarde cerca de Vannes, en el área de Marzan, antes de repostar en la circunvalación oeste.

Al final, nos dormimos en una zona verde un poco apartada del área de servicio de Quimper, en plena Bretaña, aprovechando la tranquilidad de la gasolinera, que no era de las de 24 horas.





4. Quimper (F) – Rosslare (IRL)

Ese hecho (el estar un poco apartados) propició por la mañana que unos chavales que debían de estar de excursión con el instituto se pusieran a nuestro lado a echar un partidillo de fútbol en la hierba mientras el chófer reponía gasóleo, desayunaban y todo eso... los veíamos desde la cama sin mucho entusiasmo.

Como en Francia ya es completamente normal tener una cultura camper generalizada, entendieron perfectamente lo que estábamos haciendo allí posados y, cuando el autobús empezó a pitarles porque reemprendían la marcha, unos cuantos pasaron corriendo dando voces al lado y golpecitos entre cariñosos y gamberros a nuestra carrocería diciendo

– Bonnes vacances!

Así es que fue un despertador adecuado para aprovechar bien el día desde temprano. De hecho, lo primero que hicimos es acercarnos a Brest, base francesa de submarinos nucleares, a ver el museo de la Marina



en el castillo, resto de un pasado glorioso en franca decadencia desde la destrucción del puerto y gran parte de la ciudad durante la II Guerra Mundial,





que ahora es una capital provinciana nueva, sin mucho interés, con mucho olor a sables.

En un área de las afueras con el del estiércol con que seguramente se estaban abonando los alrededores como protagonista, comimos camino del puerto de Roscoff donde adquirimos sin casi esperas un pasaje combinado turismo+dos personas con destino al puerto irlandés de Rosslare con la compañía Irish ferries.





A bordo disfrutamos de las atracciones del barco y de la siempre agradable experiencia de ver alejarse la costa del continente, de ver caer el ocaso, de cenar con una suave zozobra... hasta que descubrimos que las butacas eran incomodísimas para dormir. Además, teníamos reciente una pésima travesía nocturna desde Málaga a Melilla en la que no pegamos ojo y acabamos con un considerable dolor de espalda.

Así es que se nos encendió la luz... ya sabéis que las grandes ideas aparecen de repente... nos miramos... y dijimos:

¿Pero nosotros no teníamos una cómoda cama de matrimonio unas cuantas cubiertas más abajo?

Así es que, contraviniendo todas las normas de seguridad y prohibiciones de permanecer en los vehículos; conscientes de que, de haber habido un golpe de mar que inundara las bodegas, hubiésemos sido las primeras galletas en ablandarse con todos los compartimentos estancos sellados; sabedores de que seguramente nuestra osadía estaría penada con una buena multa a abonar en el acto so pena de inmovilización; bueno, pues a pesar de todo, como lo prohibido atrae sin saber exactamente por qué, sin ser vistos, con la excusa preparada por si nos pillaban (diríamos que íbamos a recoger unas medicinas), conseguimos meternos en nuestra cama, cerrarlo todo y no ser descubiertos.

Bien es verdad que nuestra aventura como polizones tuvo su precio: estábamos junto a las máquinas y cada rato que pasaba oíamos ruidos sordos; además la temperatura en medio del Atlántico y de noche llegó a subir hasta 35ºC. Menudo calentón...

De tiempo en tiempo pasaba algún empleado por nuestro lado sin percatarse de nada, ni siquiera del vaho del los cristales delanteros que no eran tintados, propio de la elevada humedad, de la respiración, del ambiente enrarecido... y de todo lo demás...

Algo así como el final de esta escena de Titanic.



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No es que fuera la mejor noche del mundo en cuanto a descanso, pero oye: mucho mejor que doblados como alcayatas en eso que llaman asientos en la sala de clase turista.

Cuando el ajetreo del resto de viajeros empezó a sentirse en el garaje a primera hora de la mañana, nos dio tiempo suficiente para atusarnos y hacer como que llegábamos, aprovechando el revuelo.





5. Rosslare (IRL) – Urlingford (IRL)

Con el beneficio de no conducir por la patilla, ganamos nada menos que cinco grados de latitud norte en unas pocas horas. Al desembarcar el marcador de países visitados se colocaba exactamente en dos docenas con la excitación añadida de que conducíamos por primera vez por la izquierda.

Lo cual no es nada traumático. En cuanto haces la primera glorieta al revés (¿o somos nosotros los que las hacemos al contrario?), y te sales de las autopistas por el carril de la izquierda, ya todo te sale automáticamente: es fácil pese a lo que pudiera parecer.

En la carretera convencional N25 que nos lleva a Wexford, de repente, los conductores que vienen de frente se detienen bruscamente aparentemente sin un porqué.

Y si no llegamos a hacer nosotros lo mismo, casi pillamos a unos peatones poco habituales.



A la entrada de una finca muy boscosa y umbría, un poco más adelante del episodio de la pata con los patitos, nos comimos todo lo que compramos en un ultramarinos de carretera usando la tapa del maletero como mesa.

Antes de entrar del todo en Dublin por la N11 pillamos un montón de obras y un atasco verdaderamente madrileño que empezaba a remitir. Por lo que nos apalancamos mientras en un área de servicio a la entrada para hacer labores de mantenimiento rutinarias durante un rato largo.

Escogimos para estacionar la puerta de un pub de barrio, no muy lejos de la catedral de San Patricio.



La verdad es que la capital de Irlanda está llena de rincones bonitos que fuimos alcanzando cómodamente con las bicis: sus pintorescos puentes, la casa de Aduanas,





el céntrico complejo universitario en donde se incardina el Trinity College...





Disfrutamos muchísimo del ambientillo. Hay que decir que es una ciudad donde básicamente no se come, sino que se bebe. Ya me entendéis. Nosotros nos metimos en el King de O'Connell y también recorrimos el Phoenix Park.

Luego por la N8 llegamos hasta una gasolinera de la cadena Texaco, en Urlingford, y en sus traseras nos acostamos tranquilamente.







6. Urlingford (IRL) – Moher (IRL)

Una visita rápida en la pequeña localidad de Cashel al castillo que lleva ahí más de ocho siglos viendo pasar los tiempos,



y una comida en el área de descanso (con gálibo limitado a 2 metros) de Fermoy,



nos entretuvieron la mañana antes de llegar a Cork, la segunda ciudad del país, que a esa hora bullía en la zona comercial, a pesar de unas feas obras que ocupaban toda la calle principal del centro (St Patrick), sin duda para acondicionarse de cara a los fastos de la Capitalidad Cultural que se iban a celebrar en 2005.



Por cierto, para todos los que tenéis ordenadores Mac, es allí justamente donde está la central logística de Apple Europa para servir los pedidos.

Se aparca muy bien en Cork. A pesar de eso, bajamos las bicis en la ribera opuesta a la estación de autobuses (Penrose Quay) y cogimos fuerzas en este café llevado por una hacendosa parejita de chicas



para recorrer los brazos que forma el río Lee



a su paso por el centro, donde destaca la fotogénica Catedral de St Fin.



También para comprobar cómo se las gasta el ayuntamiento para llevarse los vehículos mal estacionados. Con dos cojones.



Hay que decir, a colación de la señalética de tráfico, que en Irlanda se lleva mucho la serie romboidal, o sea, esas señales amarillas para todo, de diseño mejorable, que apenas se ven en el continente.



De lo último que vimos antes de abandonar Cork, fue esta curiosa funeraria que, entre su parque móvil, disponía de una amplia limousine para hacer más llevadero el último adiós a la familia del finado.



Vimos la frondosa campiña irlandesa en todo su esplendor



camino de Limerick, donde estacionamos en un cul de sac (fondo de saco, o sea, calle sin salida),



La zona está enclavada en un emplazamiento privilegiado sobre la profunda ría del Shannon,





fortificada por el Castillo del Rey Juan.



En otro rey, el de las hamburguesas de sabor estandarizado, engullimos algo de grasilla de la mala para dar calorías a los pedales.

Anduvimos, además de por lo típico del centro, un poco por los barrios, donde la vida cotidiana es más auténtica. Ves a la gente como es. No la ves comprando regalos ni haciendo papeleos en las oficinas. Bueno, en realidad, lo que vimos tampoco es cosa de todos los días... porque en una casa de planta baja había lo que parecían dos coches de la policía secreta plantados en la puerta y registrando la vivienda. Ya sabéis: rollito redada, gafas oscuras, planta de matones mirando alrededor... Optamos por no seguir presenciando aquella escena. Nos recordaba demasiado a cosas parecidas que suceden en algunos pueblos de EH.

Aunque también lo hemos visto en Suiza, no nos extranó nada que en un país que le da con ganas al levantamiento de vidrio, haya precísamente contenedores específicos para los tres tipos de colores (marrón, verde y transparente), aparte de los demás ya conocidos (papel, plástico...).



Algo más de comida parando por la carretera N85 y alcanzamos la fachada oeste de la isla. La noche era oscura. El espectáculo de la mañana siguiente ni siquiera se adivinaba. Muy cerca de la valla protectora de los escarpados cortes de los acantilados de Moher, a un kilómetro del negocio de su aparcamiento de pago, sin más compañía que un viento cortante que ululaba a intervalos, nos acurrucamos bien calentitos.





7. Moher (IRL) – Maghera Cross (UK)

Al despertar a media mañana el lugar al que nos dirigimos con las bicis ya estaba atestado de coches, cámaras, poses para la posteridad, y, entre los más niñatos, bravuconadas jugando con la muerte segura de despeñarse, según zonas, más de doscientos metros de caída libre.





Como pasa en otras fotos de precipicios que aparecen en relatos de sitios parecidos, hay que decir que no reflejan ni una ínfima parte de la sensación de vértigo que se siente al asomarse a estos balcones sobre el vacío. Una corriente eléctrica hormigueante te llega hasta la punta de los dedos, te estremece de arriba a abajo... con un sudor frío que empapa las manos...

Un lugar impresionante. No hay palabras. Te sientes pequeñito frente a la inmensidad de la naturaleza.

En la gasolinera de Kinvarra (en la católica Irlanda los domingos se cierra todo) nos despacharon el pan y junto al coqueto cementerio, que comparte aparcamiento con la iglesia, nos comimos unos bocatas riquísimos como lagartijas al sol.

Cuando íbamos a aparcar en una tranquila calle de casas unifamiliares a las afueras de Galway, cerca del puerto



apareció la muy anglosajona creencia de que todo lo que está delante de tu casa también es tuyo en forma de señora ofuscada que no podía creer que, estando toda la acera vacía, aparcáramos precísamente nada menos que delante de su puerta, que por supuesto no tenía garaje ni vado permanente ni nada de nada.

Nos corrimos un poquito hacia adelante justo delante de la vivienda siguiente, que tenía pinta de estar vacía y con signos de abandono: allí donde fueres, haz lo que vieres. Por si acaso.

La High Street del sitio tenía una agradable animación y nos tuvimos que apear de las bicis para no molestar.



Recordemos: domingo por la tarde. Fuimos de acá para allá, nos pusimos tibios,



en fin, lo normal a la hora de merendar... luego algún local para apoyarse en la barra... hasta que nos apeteció seguir viaje (repostando en Ballindine) hacia un sitio más bonito todavía: Sligo.

Que no llega a veinte mil almas, pero es recogido, apacible, donde las comisarías parecen casas de enanitos (allí nos regalaron un plano turístico),



las torres castillos de Blancanieves,



y las calles canales donde el tiempo discurre pausadamente.



Nos gustó este escaparate de hogares eléctricos con brasas artificiales (el de la derecha no estaba mal por casi doscientos eurillos):



En una capilla del centro, unos niños salían de tomar por primera vez a Jesús Sacramentado, con gran parafernalia de familiares disfrazados de bien vestidos. Más o menos como hacen aquí sus correligionarios.

En el fondo, todo se ajusta a un mecanismo social para evitar el rechazo: los niños hacen la primera comunión porque también la hacen sus compañeros de clase; de adolescentes algunos frecuentan los grupos parroquiales porque se puede ligar más; y de mayores, las mujeres se casan por la iglesia para no disgustar a mamá y de paso para parecer princesas por un día. Como la Leti.

Y, claro: los maridos, si no comulgan con esta teoría, tienen que aguantarse. Porque, si no, no copulan.



Esta teoría, que me confesó hace tiempo un amigo, puede ser cierta o puede que no, pero no me neguéis que tiene su fundamento antropológico.

En la localidad de Bundoran, con un poco de hambre, no nos metimos en el restaurante chino de la travesía porque nos pilló un poco a bocajarro para tomar la decisión, así es que la cena la hicimos más adelante, por la N15, en Donegal.



Por esa estrecha franja de terreno por la que Irlanda del Norte (UK) no llega a tocar el oeste de la isla, avanzamos un poco más sin salir de la Irlanda republicana. Es la única frontera que no es marítima que tiene que defender Su Graciosa Majestad.

Luego, a la altura de Londonderry, entramos por fin en el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte, que es como se llama oficialmente lo que todo el mundo conoce por las dos primeras palabras.

Un conflicto histórico largo y complejo atormenta de violencia a este territorio desde la división de la isla de Irlanda en 1921. Imposible de resumir, pero es algo así como una lucha eterna entre los católicos republicanos de Irlanda contra los unionistas protestantes, partidarios de que Londres siga ejerciendo su soberanía e influencia sobre este territorio que oficialmente pertenece al Reino Unido. Mezcla de política, religión e historia. Una bomba de relojería.

Así se vería por la mañana el aparcamiento donde de madrugada conseguimos llegar en medio de la lluvia, pasado Coleraine, en la A2, a la altura de Port Ballintrae, al borde del acantilado de Maghera Cross.

Adoramos dormir en los campers cuando llueve mucho. Es una gozada.







8. Maghera Cross (UK) – Cairnryan (UK)

Nada más abrir los ojos, se abrió también un espectáculo panorámico ante nosotros con las ruinas del Castillo de Dunluce, el mayor vestigio medieval de toda Irlanda del Norte en este magnífico emplazamiento mirando hacia el otro lado del parking:



Hay sitios en los que te acuestas pensando que son bonitos y con la luz del sol son una castaña, y otros como éste en los que piensas que estás en un simple aparcamiento de carretera y amaneces así de gozoso.

El viento fuerte no nos impidió acercarnos hasta la curiosa formación geológica llamada Calzada de los Gigantes. Resulta que en una erupción volcánica sucedida hace 60 millones de años, se crearon por enfriamiento del basalto unas cuarenta mil columnas como éstas, la mayoría con una curiosa cristalización hexagonal (también las hay de 4, 5, 7 y 8 lados).



La formación va sumergiéndose en el mar progresivamente como si se tratara de una carretera adoquinada.





Es un lugar bien protegido, que exige dar un buen paseo hasta llegar a él desde el aparcamiento, y está bien acondicionado.

En el supermercado Safeway de Coleraine, retrocediendo un poco por la carretera A2, reponemos vacíos en nuestra intendencia. Luego, en un enlace de la nacional A26 que lleva a la capital, a la altura de Ballymena, nos paramos a comer a una hora en la que los oriundos ya estarían preparando la cena.

Cuando hubimos aparcado en uno de esos estacionamientos disuasorios que por toda Europa se han dado en llamar P+R (para que la gente deje allí el coche y tome el transporte público al centro), y que resultó ser gratuito a esa hora del atardecer, Belfast nos quedó a tiro de una con las bicis rodando por una ciudad sin apenas tráfico. Y eso que era lunes.

Reivindicaciones políticas por doquier, algunas con genio artístico...



Un encanto de lugar. Buenos locales, buen ambiente, buen humor. Gente maja la de esta urbe portuaria, abierta, tolerante, muy fresca... Nos gustó.

Y también con atracciones bonitas. Vimos, entre otras cosas, el City Hall,





la Catedral protestante



y el puerto, que es muy activo,



y donde me gustó mucho por su minimalismo esta pérgola que luego he tratado de imitar en la terraza de casa para hacer un pequeño cenador.





Por allí cerca estaban las oficinas de la naviera Stena Line.

Y, ni cortos ni perezosos, sacamos en hora valle el billete a la isla de Gran Bretaña y en un corto trayecto que duró apenas dos horas estuvimos atracados en la localidad escocesa de Stranraer, en una profunda bahía protegida del Canal del Norte.

El ferry era moderno y confortable. Tan valle era la hora que apenas íbamos cuatro gatos: todo vacío. ¿Quién viaja entre islas un lunes a las tres de la mañana?



Cuando atracamos al amanecer, su gemelo del trayecto contrario ofrecía de lejos este aspecto:



Con mucho sueño atrasado, avanzamos un poco fuera de la zona aduanera y nos dormimos a las seis de la madrugada, con esa luz norteña plomiza, en Cairnryan.





9. Cairnryan (UK) – Dumbarton (UK)

En la gasolinera de Girvan hacemos lo habitual (asearnos, repostar, lavar ropa y tenderla en la secadora del motor...)



Luego comemos tranquilamente en el área de servicio de la A77 en Symington y nos adentramos en la aglomeración de la ciudad más grande de Escocia, Glasgow.

Nos parece muy cómodo estacionar en una zona mixta industrial-residencial que encontramos en la entrada por el Sur. Exactamente en esta calle:





Anotamos en el mapa el lugar donde habíamos aparcado, pero cometemos un pequeño error...

Cámara en ristre y sillín entre las piernas, volamos por la ciudad, por sus puentes,



por sus calles peatonales,



centros comerciales, usamos el metro...

Pillamos al vuelo el coche de algún nuevo rico...



Y vimos lo que ya nos había llamado la atención en Irlanda: la gente manga los conos naranjas de las obras de carretera y los coloca en sus jardines (quizá una reivindicación orangista) o en sitios inverosímiles como éste:



Como indisciplinados españoles de pura cepa, nos saltamos los semáforos en rojo menos importantes (cuando no hay cruce antagonista, por ejemplo), pero en uno de ellos nos llevamos una buena bronca de un poli municipal.

Apesadumbrados, nos metemos a engullir aros de cebolla en el Burguer King de la estación desde donde salió el tren correo con destino a Londres, adonde nunca llegaron las 2 631 784 libras esterlinas que transportaba la noche del 6 de agosto de 1963. Lo que la Historia conoce como el Atraco al tren de Glasgow.



Fue precísamente en otro semáforo en rojo, pero ferroviario, simulado alimentando la bombilla original con una batería mientras se tapaba con un guante la luz verde, donde se tuvo que detener ese tren.

Cuando el ayudante del maquinista bajó a utilizar el teléfono de poste para averiguar la causa del parón y vió los cables cortados le empezó a oler la cosa a chamusquina y volvió a la locomotora donde ya los asaltantes lo dejaron fuera de escena.

Entonces el famoso Ronnie Biggs, el cabecilla de los ladrones, que se llevaron un chasco al no saber conducir el tren diésel que era diferente a los que habían conseguido dominar un poco familiarizándose meses antes con empleados de la compañía ferroviaria inglesa, lo que hizo fue golpear con una barra de hierro al maquinista para que recorriera media milla con el tren hasta el puente Bridego, que veis en la imagen, en la diminuta localidad de Ledburn, cerca de Mentmore.

Las coordenadas, para los amantes del dato, son:

51º53'58.12''N 0º40'36.52''W

Y el enlace directo para verlo en Google Maps, éste.



Por cierto, qué casualidad que en la foto del satélite justo estuviese pasando un tren...

Para no despertar sospechas en los demás viajeros y a la vez evitar que pudieran intervenir, lo avanzaron desenganchando sólo el furgón y la locomotora que quedaron desvinculados del resto del convoy. La gente es lista, ¿eh?

Allí vaciaron sin mucho esfuerzo, por gravedad, todas las sacas en camiones que esperaban bajo el puente, en la carretera. Se llevaron en un momento 3 484 797 €, o lo que en aquella época serían casi 580 millones de pesetas de hace 45 años. Hecha la comparativa de lo que valía entonces la vida, con ese dinero se podrían haber comprado en España unos 1 200 pisos de 100 m2 en el centro de una capital de provincia de precio medio.

Una pasta gansa. Y sin pegar un tiro.

Cuando ya nos cansamos y volvimos al coche para continuar viaje, algo empezó a no cuadrar. El lugar donde presuntamente ponía en el mapa que habíamos estacionado no coincidía. Estábamos en el barrio, pero no eran esas calles. Muy raro. Dimos vueltas y más vueltas, algunas muy largas. Y al final nos rendimos y tuvimos que preguntar a una patrulla de la policía que hacía esperas en la esquina de un parque rodeados de muchos mosquitos.

Fue gracioso porque, como no sabíamos a ciencia cierta el nombre del lugar, le enseñamos al agente la imagen de la cámara digital con la primera foto que habíamos hecho a una iglesia justo al lado del coche. Ésa fue nuestra salvación: una imagen. Enseguida nos dijeron por dónde y era en un sitio completamente distinto a los que anduvimos merodeando.

Aún hubo fuerzas para comer algo en el parque Kelvingrove, bajo el famoso museo, y alejarnos de la ciudad hasta una tranquila área de descanso en Dumbarton, al lado de una oficina de turismo de ésas que te dan la bienvenida a las ciudades.





10. Dumbarton (UK) – Nairn (UK)

En esa oficina, a media mañana, una simpática ancianita de moral victoriana, como salida de aquellas series de televisión grabadas en tonos pastel, nos informó correctísimamente sobre los atractivos de las Highlands que ahora enfilábamos, nos aconsejó castillos, horarios, curiosidades... Allí también nos hacemos con el mapa de Michelin actualizado de IRL y UK. Así da gusto.

Camino de ellas, paramos a comer en una agradable zona de descanso rodeada de cascaditas de ensueño. Hay que decir ya, de entrada, que todo el norte de Escocia es furgoperfecto.

Al fondo, ya aparece la majestuosa silueta del Ben Nevis (1344 m)



que nos da paso a la famosa falla geológica del Glen More (la zona sombreada de amarillo), un hundimiento en anticlinal que conecta la costa noreste por Inverness con la suroeste por Fort William y que está surcada por seis lagos muy alargados y dos ríos. Como sus separaciones son pequeñas, se aprovechó en 1822 para construir el Canal de Caledonia y conectar ambos mares.





Uno de los puntos neurálgicos de la región es, por tanto, Fort William, al sur, que junto a sus colegas Fort Augustus, en el centro, y Fort George, al norte, eran plazas defensivas del canal que operaron muy bien durante las revueltas jacobitas del siglo XVIII.

Bueno, pues allí, en Fort William, pasamos a comprar al Safeway local un cargamento de chocolates y le dimos de beber su 97 octanos a nuestra sedienta máquina. Luego vinieron unos agradables paseos por las dársenas y esclusas finales del canal



donde nos cruzamos con uno de los trenes que hacen el recorrido desde allí hasta Mallaig.



A nosotros ya no nos daba tiempo según el cálculo de días que llevábamos hilvanado, pero hubiera estado interesante usar el tren turístico (llamado West Highlands Steam Train) que hace el mismo recorrido, porque es un verdadero almacén de récords.



Para abrir boca, Mallaig (1) es el mayor puerto pesquero de Escocia y tiene al lado el lago Nevis, el de menos altitud de Europa; Arisaig (2) es la estación ferroviaria más occidental de UK; el lago Morar (3) es el más profundo de Gran Bretaña y su río homónimo es también el más corto de la isla; los 21 arcos del viaducto en curva de Glenfinnan (4) lo hacen el mayor del mundo hecho en hormigón y además lo recordarán los aficionados a las pelis de Harry Potter; y el Ben Nevis (5) es la cumbre situada a mayor altitud del Reino Unido. ¿Alguien da más en sólo 84 millas?

Un poco más adelante, en el memorial de Spean Brigde, paramos a merendar. Ahí abajo se ve pequeñito el Renault 21.



Y, por fin, la leyenda nos viene al encuentro: el lago Ness. Que es una cosa como el de Sanabria, pero mucho más alargado (37 km). Decepciona un poco porque allí no hay monstruo ni nada similar, sino un peaso negocio en torno a él de quitar el hipo. Eso sí: tiene más agua dulce que todos los lagos de Gales e Inglaterra juntos y además son extraordinariamente opacas para el buceo por los arrastres que hace de las turbas cercanas.



Un último empujoncito por los tramos finales del canal



y alcanzamos el destino final del viaje: la capital de las Tierras Altas, Inverness. La Escocia en estado puro, los escaparates llenos de faldas kilt...



Está en un hermoso lugar lleno de sabor



(justo frente al castillo aparcamos),



del que carecía este supuesto bar español, especializado en ¿tapas?, y donde, haciendo honor al nombre del local, La Tortilla Asesina [sic], nos dieron una comida horrible pese a la simpatía de Juan Raúl, un apuesto camarero sudafricano que nos atendió muy bien.

Y eso que a nosotros nos gusta casi todo...

Lo único que tenían de ibérico era el horario. Todos los demás comederos de la ciudad ya habían echado el cierre a esas alturas.



En el centro, mientras las gaviotas del cercano Mar del Norte se dejaban casi tocar entre las bicis, nos llegó la pena de emprender el regreso a casa. Habíamos llegado al punto de inflexión.

No nos fue sencillo encontrar un lugar adecuado para dormir hasta que, no lejos del aeropuerto, un poco antes de Nairn, milagrosamente apareció un gran ensanchamiento, rodeado de jardines, sin casas cercanas, discreto, silencioso... parecía el fondo de un área de descanso de autopista francesa. Para no molestar en el camino de gravilla, nos colocamos un poco entre la hierba y nos entregamos al sueño. Era el sitio perfecto... pensamos.





11. Nairn (UK) – Thorntonloch (UK)

Hasta que los pitidos incesantes de un coche de la empresa nos sacó de la fase REM a primera hora de la mañana. Por la rejila mosquitera



podíamos ver a un señor muy enfadado, seguramente responsable del hotel en cuyo jardín nos habíamos metido a dormir. Decía constantemente en voz agria y destemplada:

– Do you normally sleep at people's gardens?

Una de nuestras cabezas desorientadas salió por la ventanilla para confirmarle que enseguida nos íbamos, todo ello entreverado de distintos matices de la palabra sorry. El tipo se marchó refunfuñando y nosotros hicimos que nos tragara la tierra en escasos instantes.

¿Nunca os ha pillado el novio de vuestro último ligue al amanecer en la cama? Pues debe de ser lo más parecido... a lo que los andaluces llaman entrarle a uno la fatiga. Fue muy fuerte.

Desde ese día recibimos ayuda psicológica...

Tras el abrupto despertar, alcanzamos el punto más septentrional del recorrido, en la localidad de Elgin, donde duchamos al coche y a las bicis, todo junto, y completamos nuestros vacíos comestibles y carburantes.

Antes de llegar a Aberdeen,



nos servimos el lunch en un área de descanso donde no tuvimos la menor duda de dónde se encontraba la salida de nuevo a la carretera.



En la ciudad, que no es nada del otro mundo, hicimos unas vistas panorámicas, unas compras en el LIDL, unos paseos por la playa, e incluso nos dio tiempo a equivocarnos en una avenida y meternos por la calzada contraria. O sea, por nuestra derecha. No hubo heridos.

La autopista que conduce a Edimburgo nos pasó paralelos al segundo mayor puente del mundo construido por el sistema de ménsulas, el Forth Bridge, sobre el estuario del mismo nombre.



En una zona elegante de la capital de Escocia en plan barrio de embajadas aparcamos sin mayor problema y bajamos las bicis. Esta foto reproduce el lugar, pero al final de la tarde, cuando volvimos a subirlas a la baca.



Nos pareció un sitio bonito, animado,



con avenidas preciosas como la sucesión de calles del centro llamada Royal Mile.





El Castillo también nos pareció precioso, muy escocés, con estampa igual de bella a cualquier hora,





en el que andaban preparando los graderíos para alguno de los festivales que se celebran durante todo el verano.



Gracias a ir en bici y no en coche, pudimos meter las narices hasta el fondo del asunto sin que nos dijeran nada.

Todo está salpicado de pubs que compiten en decoración



y un montón de lugares simpáticos donde pasamos una buena tarde. Que terminó con unas raciones de espirales y pizza en un Hut diferente a los que solemos tener por España: son más bien restaurantes de mesa y mantel, tipo Vips, más que pizzerías de mesitas tipo Mc Donald's y pedido en barra. En Polonia se estilan igual.

Cuando anocheció del todo, pasamos a la montaña de Calton Hill (aparcamos en la Royal Terrace) para disfrutar del espectáculo iluminado.



Enseguida nos retiramos a dormir, en un punto de la A1, paralelos al ferrocarril, en un área de descanso junto a la enorme central termonuclear de Thorntonloch cuyo circuito terciario se refrigera con el inmediato mar del Norte. Es una disposición prácticamente idéntica a la de Vandellós II, en Tarragona.



Como no solemos llevar en el coche contador Geiger, dorminos muy tranquilos.





12. Thorntonloch (UK) – Heddon (UK)

Jornada de transición, fastidiada por una lluvia pertinaz, muy de vida interior y de kilómetros feos. Una toilette rápida nos despide del punto donde habíamos dormido y nos lleva hasta el centro comercial Safeway de Newcastle, pero pasando antes por el punto exacto donde se encuentra la frontera entre Escocia (a la derecha) e Inglaterra (a la izquierda).



Lo que más nos gustó de la que oficialmente se llama Newcastle upon Tyne fue el precioso puente sobre el río Tyne, que ahora en 2008 cumple su octogésimo aniversario. Es lo más parecido al de Sydney.

En uno de los amarres de sus bajos, se celebraba a la sazón una Carlsberg party superanimada llena de gente poco sobria



y por allí estuvimos pasando el rato. ¡Huy! Se nos ve en la aleta trasera el porrazo que le dimos a la chapa con una papelera de la plaza de Oriente, en Madrid...



Vimos también la pasarela de colores cambiantes (pasa por muchos diferentes) que centenares de metros más adelante reproduce la curvatura del arco principal del Tyne Bridge.





Como habíamos decidido conocer el Muro de Adriano, al día siguiente, y seguía lloviendo a mares, nos refugiamos en los bajos de un ancho puente de hormigón dotado de berma bajo la A69, muy cerca de Heddon-On-The-Wall, así con todos los guiones, donde cenamos tranquilos y secos en la zona del maletero y muy cerca de donde nos retiraríamos definitivamente de la circulación en un área cercana.





13. Heddon (UK) – Liverpool (UK)

En el área donde habíamos dormido, junto a una tranquila laguna, fue donde dimos los primeros pasos de la rutina de cada día. Por allí nos perdimos (literalmente) antes de alcanzar los distintos fuertes y fortines, en uno de los que comimos, de la Muralla que en el siglo II hizo construir uno de los emperadores romanos nacidos en lo que hoy es España: Adriano.

Se trata de un muro de unos cuatro metros de alto por tres de grueso que delimitaba el imperio por el norte de la isla de Gran Bretaña. Lo que veis a la derecha de la fortificación ya no era de Roma. La parte de arriba de la imagen es uno de los fuertes mejor conservados: Househeads, donde nos hicimos con unas cuantas postales para mandar a los colegas.



Antes de que se marchara del todo la luz, nos acercamos hasta Blackpool, el centro de ocio masivo de la costa Oeste. Parece un parque temático de la fiesta. Digamos que es como Lloret de Mar, Benidorm, Torremolinos o Playa del Inglés.

La gente, básicamente, pasa por allí para beber, bailar y follar con guiris, por ese orden de probabilidades. Se masca en el ambiente. Y más un sábado por la tarde...



Nada más acabar de merendar en el casi vacío aparcamiento de un centro comercial cerrado, con algunos botellones desperdigados, se nos acercaron dos rubias bastante desinhibidas. La diferencia era que allí los guiris, los exóticos, la novedad, éramos nosotros.

Cuando terminamos de montar todo lo que quisimos, subimos las bicis y nos retiramos exhaustos a un rincón de la gasolinera del enlace 23 de la autopista (M = Motorway) M6, al lado de Liverpool. Por allí ya no hay campo: está todo en conurbación. Estamos en el meollo de la Revolución Industrial, la cuna del primer ferrocarril moderno, la patria chica de los Beatles...





14. Liverpool (UK) – Newcastle-Under-Lyme (UK)

En el discreto rincón que hacían dos edificios semi-industriales de un barrio a la entrada de Liverpool con los bajos de un taller mecánico cerrado, con sumidero a la puerta, nos hicimos el aseo de la mañana.

Como había parquímetros también en domingo, retrocedimos unas cuantas calles hacia una zona de chalés unifamiliares. Una madre y un hijo de mediada la veintena observaban cómo aparcábamos cerca de su puerta y bajábamos las bicis mientras preparaban los prolegómenos de una barbacoa.

Fueron ellos mismos los que nos saludaron y nos dijeron:

– Dejad el coche justo en nuestra puerta y así pensarán que sois familiares nuestros.

Hay gente amable por todas partes.

Visitamos la oficina de turismo, que estaba dentro de la estación,



donde el 1830 comenzó el primer servicio ferroviario de pasajeros de la Historia con destino a Manchester. Muy poco después, en 1837, se inaugurarían el primer ferrocarril español (La Habana – Bejucal) y en 1848 el primero peninsular (Barcelona – Mataró).

Cada una en su estilo, las catedrales son muy hermosas (una católica y otra protestante).





Y las calles, donde se ve que nos aprecian,



tienen una modernidad viva y muy populosa. Con todo reconstruido después de los terribles bombardeos nazis del verano de 1940.



En un restaurante chino de trato muy familiar a la entrada de su barrio repusimos fuerzas



antes de volver a ver a nuestros vigilantes gratuitos, con la barbacoa ya terminada, a quienes agradecimos tanta amabilidad.

En las proximidades de la estación de destino de aquel primer tren, Picadilly Station, aparcamos sin buscar demasiado. Y nos pusimos a disfrutar de todo lo que ofrece la ciudad.

Acabamos con las bicis, por casualidad, en un bufé italiano gratuito que ese día estaba de promoción. En el local, que tenía hasta internet, un simpático loro hacía reir a la concurrencia.

Otros bombardeos, los que cayeron también aquí en los mismos días, pero con más virulencia si cabe, han dejado el centro sin rastro de antigüedades. Casi todo es moderno,



a excepción de algunas construcciones notables como el Town Hall.



Mientras nos comemos unos Magnum de almendras (dichosa globalización...) por un carril-bici, alguien –no nos preguntéis por qué– nos tira desde un coche en movimiento una hamburguesa mordida que no nos hizo daño.

Visto lo más importante, nos salimos a la autopista M62 en una de cuyas áreas, dotada de contenedores adecuados, le renuevo su 20W50 por otros 4000 km más a nuestro camper; y a continuación enfilamos la M6 hacia el sur, donde todas las áreas de descanso ¡tienen parquímetros!

Huyendo de meter peniques donde no queremos y huyendo también de la lluvia, paramos bajo un puente en el enlace de Newcastle-Under-Lyme (para distinguirlo del del norte). Allí ponemos el cubículo en posición noche y, salidos a un discreto ramal sin salida, ya en carretera convencional, nos posamos al abrigo de unos frondosos robles, y tomamos la horizontal por unas horas.





15. Newcastle-UL (UK) – Oxford (UK)

Un grandísimo atasco bajo la lluvia nos acompañó entre el lugar donde habíamos pernoctado y los enlaces de la circunvalación de Birmingham, la segunda aglomeración del Reino Unido. Y como no hay mal que por bien no venga, pudimos ver en todo su esplendor a baja velocidad el célebre enlace de autopistas de la salida 6 de la M6, que los locales conocen como Spaghetti Junction por razones obvias.





El que quiera navegar un rato por esta maraña, sólo tiene que pulsar aquí.

Así es que nos salimos un rato a comer en el área de Corley mientras se disipaba el tráfico y pusimos proa a la pequeña localidad de Althorp, donde reposan en una pequeña isla los restos de la desventurada Diana F. Spencer, que fue princesa de Gales y protagonista de un cuento de hadas que no acabó nada bien.



Repostamos comida en un súper y gasolina también súper en una estación de servicio de Kettering. Luego, como alumnos que fuimos de la Universidad de Salamanca, y habiendo ya visitado la Sorbona de París y la de Bolonia, vemos que es nuestra obligación completar el elenco de las más antiguas de Europa paseando por las de Oxford y Cambridge.

En esta última cumplimos el encargo de un amigo de llevar publicidad de su centro de enseñanza de español para extranjeros por distintos College de la ciudad.

Es un sitio donde dan ganas de estudiar nada más entrar.





En nuestro rodar por la localidad entablamos casualmente conversación con dos chavales de ¡Salamanca! y de Palma. El mundo es un pañuelo.



Luego salimos hacia Oxford y, tras equivocarnos sonadamente en un enlace de autopistas cerca de Northampton, tuvimos que rehacer kilómetros para acabar cenando ya muy tarde a las puertas de la ciudad.

En un acomodado barrio residencial, bajo un árbol muy frondoso, cerramos por fin los ojos.





16. Oxford (UK) – Londres (UK)

No nos pareció tan encantadora como Cambridge, pero Oxford es un sitio con clase. Bueno... y con clases. Muchísimas. Hay muchos estudiantes y los servicios que se asocian a ellos. El que más nos interesaba en ese momento era una lavandería de monedas. Así es que, después de ver el centro en bici,







y comprobar la afición por el remo y las regatas,



volvemos a por la ropa al coche y la dejamos perfecta en un local de un barrio bastante animado que estaba, suponemos que no por casualidad, frente a un Kentucky Fried Chicken donde estuvimos malcomiendo mientras la colada progresaba.

Gracias a ser suscriptor de la revista de la Dirección General de Tráfico que entonces se llamaba Tráfico y que ahora se distribuye bajo el epígrafe Seguridad Vial, nos enteramos de que muy cerca de allí, en la pequeña ciudad de Swindon estaba construido desde el año 1972 un experimento viario que se ha dado en denominar La Glorieta Mágica,

> Verla en Google



que está debidamente señalizada como tal.





Vamos a ver: se trata de una glorieta normal situada en una intersección de cinco grandes vías, varias de ellas de dos calzadas. Hasta aquí, todo normal.

Lo gracioso de ella es que, de modo previo a entrar, hay tantas subglorietas pequeñas como accesos. En este caso, cinco.

Para rizar el rizo, las rotondas pequeñas, como estamos en el Reino Unido, se hacen en sentido horario, como todas las demás por esos lares. Pero la central, mira tú por dónde, se hace como en la mayoría del resto de Europa, en sentido antihorario. Y para acabar de fastidiar el invento, en la central hay que ceder el paso en cada tramo en lugar de llevar la preferencia si se está girando. O sea, esto:



La cosa tiene un par de ventajas:

1. Que no hay que usar la rotonda central si simplemente se desea cambiar de sentido en una avenida de dos calzadas, como para ir de A a B.



2. Que tampoco hay que usarla si se pretende salir por la avenida situada inmediatamente a la derecha de por la que entramos. Como si vamos de A a D.



Lo complejo viene cuando queremos salir por la situada inmediatamente a la izquierda, porque entonces entran en concurso nada menos que tres glorietas seguidas y en giros alternos, como cuando vamos de A a C.



Entonces nosotros, como somos así de atrevidos, le echamos valor y decidimos que de allí no nos íbamos sin probarlas todas a la vez. Y, dicho y hecho, hicimos exactamente este recorrido después de tomar aire y tocar un trocito de madera...



¡Uf! Fue un mareo que ni las curvas para bajar a Sa Calobra, en Mallorca...

En un brazo de esa rotonda hay un aparcamiento de clientes de la cadena Little Chef y en otro una gasolinera de Texaco. En el primer lugar cambiamos toda la ropa de cama del coche que venía recién limpita de la secadora de la lavandería y en el segundo repostamos una vez más para poder alcanzar el siguiente objetivo: Windsor, en la periferia de Londres.

Allí aparcamos junto a la pequeña estación



y vimos el castillo más conocido de la familia real inglesa, ya reconstruido tras el incendio que lo asoló parcialmente en 1992. Un pueblo muy agradable de pasear.



Alguna equivocación más al incorporarnos a la autopista M4, una larga circunvalación de Londres (la M25) para entrar a la ciudad por el norte... y ya estábamos dentro...

Como sólo se vive una vez, pues nos liamos tanto a disfrutar de la noche británica, que se nos pasó lo de dormir: Un fallo tonto. Así es que empalmamos con el día, unos minutos antes de que comenzara la hora exacta a la que para entrar al centro hay que pagar el nuevo peaje.



Una vez rebasada la señal, ya no hay nada que temer.





17. Londres (UK) – Calnon (F)

No hay cosa más bonita que ver despertar a un gigante de su letargo. Cuando la megalópolis de catorce millones de habitantes, casi tres Madrid juntos, comienza a desperezarse, éste es el aspecto:



Aprovechando la soltura que nos daba haber estado unos días alojados por allí en el año 2000, recorrimos en plan panorámico el sector de la City en obras (al fondo, San Pablo, el segundo templo de la Cristiandad)



con la Torre Swiss Re (Vulgo Pepinillo) entonces ya a punto de caramelo.



Finalmente, dimos unas vueltas por la Torre y por su puente



para acabar saliendo de la ciudad (el tráfico estaba espesándose) por los distritos de Kensington, Westminster y el Sur.



Hecha la salida por las M25 y M23, nos zampamos un opíparo desayuno inglés en el área de servicio de Crawley, donde también lavamos algo de ropa para no acumular demasiada sucia.

Y, de repente, allí apareció Brighton, la playa de Londres.

Como llovía, nos acomodamos a sestear un rato, que falta nos hacía, en este pintoresco barrio costero, con vocación de Pantone, que bien podría estar en el Boca bonaerense.





También visitamos por dentro el Royal Pavillon, que parece salir de Las Mil y Una Noches,



en una de cuyas secciones tenían una exposición temporal sobre mobiliario bastante interesante.



Pasamos una divertida jornada por esta ciudad de veraneo, a pesar de lo plomizo del cielo, y acabamos haciendo una pequeña excursión para ver los acantilados blancos que se extienden desde Dover hasta el cabo de Beachy Head, a esas horas en bajamar, donde la farera no nos dejó acercarnos demasiado a sus dominios.



La compañía de ferries Transmanche tenía un ofertón de ésos en los que el billete de ida y vuelta era más barato que la ida sencilla en tarifa general. Así es que, por 75 libras esterlinas (unos 98 €), nos expendieron el pasaje turismo+2 personas con destino a Dieppe (F) que utilizamos horas después



cuando hubimos cenado en el McAuto de Newhaven, localidad donde se encuentra el puerto.

Al desembarcar antes del alba, un poli francés mulatito, al ver que éramos españoles, nos suelta un rollo que no entendimos sobre el tenista Juan Carlos Ferrero que –nos enteramos después por la prensa– acababa de ganar la prueba de individual masculino del torneo de ese año en Roland Garros.

Alejados de la zona portuaria, conduciendo por la derecha, ya en la autovía N27 que lleva a Rouen, nos acostamos en el área de descanso de Calnon.





18. Calnon (F) – París (F)

Nos despierta a media mañana el rumor monótono de unas máquinas segadoras. En el norte ya es tiempo de cosecha.

Cuando alcanzamos la puertas de Rouen, la capital de la Alta Normandía, tras reponer gasolina, víveres y mapas actualizados en E.Leclerc, notamos que hay un jaleo especial. Demasiado público para ser normal. Todos los bajos de los viaductos (sombras muy anchas en verano) por los que la autopista entra en la ciudad están llenos de caravanas, furgos, muchos coches familiares... Aquí hay tomate.

Era nuestra segunda vez en Rouen y la última también estaban en fiestas. ¡Vaya lugar más animado!

Y es que resulta que se celebraba la cuarta edición de una exhibición de veleros de la Armada Francesa por el Sena, perfectamente navegable desde La Mancha, que se denomina Rassemblement de grands Voiliers, y que según la prensa francesa reunió en total durante los días 28 de junio al 6 de julio (nosotros aparecimos el 3 de julio) a siete millones de visitantes.





La gente iba vestida de época y hacían bailes... estaba todo muy ambientado.



Después de sacar otros provechos a la ciudad y ver alguna cosa más con las bicis, como la Abacial de Saint-Ouen,



hicimos mutis por el foro hacia las afueras porque no nos van nada las aglomeraciones de ninguna clase. Nos gusta la tranquilidad, las compañías escasas pero de calidad.

Como la que nos hizo una amable panadera-pastelera, cuyos productos consumimos encantados durante la escasa espera del transbordador-barcaza (nuestro cuarto y último ferry en este viaje) que cruza el Sena entre Duclair y Anneville.



En una de las rotondas para tomar la autopista hacia París, un coche con una familia nos dice a voces:

Dégonflé, dégonflé!– señalando a una de nuestras ruedas delanteras.

Como no tenía pinta de ser el viejo truco para atracarte cuando te paras y la dirección, efectivamente, estaba un poco pesada, paré y había perdido bastante aire.

En una gasolinera, que estaba a tiro de piedra, saqué el spray reparapinchazos y en sólo cinco minutos estuvimos como si no hubiera pasado nada. Además, aguantamos todo el resto del viaje sin parchear la cubierta tubeless. Desde luego, llevar esos productos en el maletero siempre viene bien.

Una cena en una tranquila área de la A13 y alcanzamos París, entrando por los túneles de La Défense, en plena madrugada.

Como siempre que visitamos la capital más bella del mundo, nuestro sitio en plenos Campos Elíseos estaba allí esperándonos.



Un paseo relajante por los alrededores y a dormir en paz y gratis. En el hotel que está justo enfrente, De Crillon, costaba ese año casi 900 € la noche en habitación doble estándar. Glups.





19. París (F) – Chalmont (F)





Aseados discretamente en plenos Campos Elíseos en nuestro rinconcito preferido, desde donde casi se ve lo más emblemático, lo primero que hacemos es cumplir otro encargo.

En la localiad donde vivimos hay una crepería de la que somos clientes hace muchos años. El típico sitio escondido, muy económico, rico-rico y de trato familiar. Pues la dueña pasó su infancia en un caserón de la rue Mérimée y quería ver fotos actualizadas de aquel lugar. Y allí nos plantamos.

Nuestro principal vicio, aparte del otro, son los dulces. Y en una esquina de la avenida de Victor Hugo a la altura de la plaza Jean Monnet encontramos unas milhojas de crema de infarto.

Un buen rato en bici por Trocadero, donde vimos otra limousine más, esta vez de boda,



y luego, sorteando atascos unas veces, por carril-bici otras,



nos perdemos unas horas por el barrio del Marais y por las Tullerías. Viviendo la ciudad, como si fuésemos vecinos normales.





¿Sabéis qué tipo de calles nos gustan en París? Las que son normalitas, pero muy a lo lejos se ve la silueta... De ésas hay muchas.



Cuando volvimos al coche, toda la jornada a la sombra, estaba en orden.



Dejamos atrás l'Étoile, Bois de Boulogne y el boulevard Périphérique hasta alcanzar la A6 en dirección a Fontainebleau. Por los alrededores de la ciudad en donde indirectamente se desencadenó nuestra Guerra de la Independencia hace ahora dos siglos justos anduvimos cenando hasta que nos acostamos en el área de Chalmont.





20. Chalmont (F) – Auberives (F)

Una alarma de la agenda nos recuerda que hoy toca felicitar el aniversario de bodas de nuestros –seguramente– mejores vecinos, que son, en la práctica, ama de llaves, regadera en la ausencia y personas de confianza plena.

En el mismo área donde se nos abre la boca pidiendo el desayuno, lavamos algo de ropa por la conocida técnica de la bolsa de basura en cuatro pasos:

1. Extender bien una bolsa de basura muy grande (las de jardín) en el seno de un lavabo de área de descanso, por muy sucio que esté, dejando la abertura hacia arriba.

2. Poner en el fondo el detergente en polvo o, mejor, líquido especial para lavados rápidos en frío tipo Woolite, Perlan, Norit... y llenar el seno.

3. Meter la ropa sucia y remover suavemente de vez en cuando durante cinco minutos. Llevar guantes de cocina viene bien.

4. Agujerear levemente el fondo de la bolsa justo donde está el sumidero del seno y aclarar dejando lo aclarado y escurrido en otra bolsa tipo Carrefour al lado para llevarla a la secadora del motor o a esa cuerda de tender al sol junto a la furgo si vamos a estar un buen rato estacionados. La de basura a continuación nos servirá para los desperdicios de la jornada dada la vuelta como un calcetín para no llevar toda la porquería de un lavabo público a ningún sitio de nuestro vehículo.

Hecho esto, repostamos en la siguiente gasolinera de la A38 y comemos ya a las puertas de Dijon, la cuna de la mostaza que raramente falta de ningún escaparate de la ciudad borgoñona. Por cierto, no nos gusta mucho este condimento: es muy fuerte y creo que oculta a sabores más delicados.





Vistas en bici las cosas más imprescindibles, según las guías, como St Michel



o el Palacio de los Duques, proseguimos el camino del Sur hasta un área de descanso



donde hicimos merienda-cena con un chavalín de Valencia que acababa de hacer lo mismo al pie de su trailer de tres ejes, y empezaba el cigarrito de la risa.

Unos reflejos casualmente patrióticos mecidos por el Ródano nos seducen nada más aparcar en sus riberas, en Lyon. La noche es algo fresca y tampoco insistimos mucho en repasar las novedades de una ciudad en la que muchas veces recalamos camino de Suiza o en otros viajes más largos.



Comemos algo rico junto a las pistas del Estadio Gerland y a dormir al área de descanso de Auberives, sobre la A7. Muchos de vosotros seguramente ya habréis probado este oasis de paz a orillas del Varèze. Los sitios más frescos, tranquilos y sombreados son los que están en la ribera.







21. Auberives (F) – Salses (F)

Como es domingo de verano, la autopista A7 va hasta los topes. Ya sabéis: los de París que se bajan a la Costa Azul y a España. En cuanto notamos que se nos espesaba la mahonesa, lo cortamos de raíz: nos metimos en el Autogrill de Valence y nos dimos al tapeo.

Más adelante y más kilómetros feos... pasando por ese niño en la torre de condensación de la central termonuclear de Cruas, refrigerada por el Ródano. ¿Será un mensaje subliminal para hacernos creer que es una energía más limpia?



Y al fin llegamos a Nîmes. Allí es muy agradable pasear en bici las antigüedades romanas, sobre todo las más desconocidas y menos céntricas como el depósito de aguas que abastecía las canalizaciones de la ciudad (el Castellum Aquae), en la apartada rue Lampèze.



Muy agradable tarde de disfrute rematada con una cena ligera en la desenfadada terraza de L'Aventure, en la plaza del Mercado. En otra, la del Reloj, vimos cómo iba cambiando por momentos su iluminación... muy bonito.



En los soportales del anfiteatro nos hicimos amigos de un gato negro de pelo sedoso que se dejaba querer por cualquiera.



Y, cómo no: allí estaba uno de los templos romanos mejor consevados del Imperio: la Maison Carrée, frente a frente con un postmoderno centro de arte. Nos costó un ratito esperar a que pasara el coche adecuado...



Un poco de descanso en el área de St Aunès, sobre la A9, y, cuando ya no podíamos más, a dormir en la del Chatêau de Salses.





22. Salses (F) – Vic (E)

La localidad de Salses y su castillo son un punto singular de lo que históricamente conocemos como Catalanidad. Es el punto más septentrional de los Països Catalans (Guardamar del Segura es el más meridional), es decir, el conjunto de territorios y comarcas en las que está presente la lengua catalana.



Mientras la Pamplona que dejamos atrás en este viaje se centra en sus encierros, hoy, día de San Fermín, nosotros avanzamos hasta el E.Leclerc de Banyuls-sur-Mer por la carretera de la costa para evitar las colas en el paso fronterizo de La Jonquera. Allí estamos un ratito a la sombra de los árboles de una degustación de vinos cerrada. Pero en cuanto llega su propietario nos explica claramente que justo donde estábamos puestos era la sombra que él usa para su coche. Que nos podíamos quedar, pero no en esa sombra, vaya.

Donde hay patrón, no manda marinero.

La temperatura del motor en plena canícula con el aire acondicionado a tope nos llega hasta límites no tolerables y tenemos que pararnos otro rato en medio de la ascensión hacia Port Bou.



En una terracita de Figueres nos refrescamos antes de dar una vuelta por el incomparable Museo Dalí,





donde seguramente lo que más nos gustó fue la joya que representa a un corazón cuyo interior de rubíes palpita realmente... una cosa admirable.



En el camino hacia Barcelona, comemos algo en uno de los aparcamientos de la actual AP7 a la altura de la Sierra del Montseny junto a esta furgoneta que seguramente había sido incendiada para borrar algún tipo de huellas de un pasado reciente poco legal.



Pena de camper chulo que hubiera salido de ahí...

Como es natural, dedicamos toda la noche a divertirnos por la que, a nuestro parecer, es una de las mejores ciudades del mundo.

Acabamos al amanecer dormidos en las cercanías de Vic, en un ramal de la C17, justo al otro lado de la misma sierra, en lo que a media mañana sabríamos que era un camino particular.





23. Vic (E) – Barcelona (E)

Unas voces nos devuelven a la realidad:

– ¡Eeeeh, eeeeh!

Un tipo con una manguera en la mano nos aparece a lo lejos en la puerta de su finca diciéndonos que el camino en el que estábamos discretamente estacionados era un lugar privado, que no era del dominio público y que no podíamos estar allí sin autorización.

Así es que nos cambiamos a un descampado muy cercano donde ya nadie nos volvió a importunar. Aunque no tardamos en levantarnos porque ese día fue uno de los más importantes de nuestras vidas en dos categorías: en la de los campers y en la de la gastronomía.

Nos esperaban en un concesionario de Mercedes-Benz que desde hacía meses nos sonaba como referente de calidad en el mundo de las furgonetas y autocaravanas: Autosuministres Motor SA. A la hora convenida, un brioso comercial, resuelto y con extensos conocimientos nos estrechó la mano con decisión y simpatía. Ninguno de los tres lo sabíamos, pero él acababa de ganar un montón de euros a su cuenta de facturación.



Probamos una Vito Marco Polo automática, con la carrocería corta anterior a 2004. Era la primera vez que conducía un coche con esa caja... Vimos catálogos, mil detalles, nos emplazamos para visitar la próxima feria del Caravanning en el otoño siguiente porque ya se presentaría la Viano Marco Polo y la podríamos ver in situ...

Hasta junio del año siguiente no encargaríamos la nuestra, pero ese día se formó el zigoto.

Ese día, precísamente, era martes. Y en la plaza mayor había mercado. Así es que por allí anduvimos tapeando y de compras.



Y viendo los restos del templo romano.



En un área del Eix Transversal de Catalunya, la C25, comimos más en serio y vimos un cartel de direcciones que nos recordó lo más reciente de la crónica de la España Negra: el secuestro de la farmacéutica y el triple crimen de Alcàsser.



Avanzamos de nuevo hasta Figueres por cuyo centro comercial Champion hicimos algunas compras y otras visitas antes de alcanzar Roses. En la playa, momento de la foto, nos pusimos un poco menos hawaiianos para quedar simplemente vestidos informales. Esa noche teníamos mesa reservada desde hacía ocho meses en Cala Montjoi, en El Bulli.



No os creáis que fue tan fácil porque primero nos perdimos por una urbanización antes de dar con el desvío correcto hacia el precioso lugar en el que está este restaurante. Al entrar, ya oscurecido, un letrero apenas iluminado da paso a un aparcamiento-jardín zen.



Tomamos veintisiete platos cada uno. Inolvidables. Fue un espectáculo. Te sorprendía todo, era otra dimensión. Completamente distinto al resto de establecimientos con estrellas. Decir creativo es poco: era sublime. Y, por supuesto, el mito de que te quedas con hambre lo pierdes a partir del plato decimoquinto... que, en muchos casos, están hechos con placas de pizarra fresada.



Al final tuvimos la fortuna de hablar con el mismísimo Ferran Adrià en y sobre su cocina y nos dedicó a cada uno el menú que habíamos tomado. Aquel año ofrecían uno distinto cada día. Después de probar tales bocados, uno se puede morir tranquilo.

Es un tío accesible, verdaderamente. Porque si con nosotros, que somos los últimos pringaos, estuvo tres o cuatro minutos charlando, ¿qué será con los peces gordos?

¿Qué sensación tiene un ravioli que te explota dentro de la boca? ¿Habéis visto alguna vez un café capuccino ya servido en una taza boca abajo? ¿Cómo comer unos spaghetti de dos metros de largo y de una sola vez? ¿Cómo pueden saber rabiosamente diferentes cuatro almendras crudas puestas consecutivamente?

Bueno... es mejor ver la película...

¿El precio? Pues el mismo que ir dos o tres días seguidos a restaurantes más corrientes. Merece la pena 100%.

Aquella noche falló una mesa y llamaron por teléfono a alguien de la lista de espera y se presentaron desde muy lejos, cerca de la hora del cierre, estresados pero felices.

Al acabar de cenar dimos un paseo por la solitaria cala, a orillas del mar, y por la ciudad de vacaciones contigua y nos volvimos a Barcelona a celebrarlo hasta tarde. Las sombras del jardín de la parte alta de la calle Lleida, junto a una fuente, nos dieron cobijo cerca del amanecer.





24. Barcelona (E) – Martorell (E)

Penúltimo día: La fuente que teníamos al lado nos vino muy bien para rellenar el agua gastada. Cuando nos despertamos ya no estaba el coche en el que habíamos visto acostarse a dos chavales de aspecto magrebí utilizando los asientos delanteros reclinados.

Dejamos todo por allí y nos alejamos con las bicicletas para visitar las estaciones marítimas del puerto y el centro de ocio Maremagnum donde nos ajustamos unos bocatas del Pan's & Company. Por la tarde volvimos a las zonas más altas de Montjuïc a disfrutar del entorno y de las vistas.



El día lo terminamos con dos menús-degustación en otro templo de la ciudad, ahora venido a menos, Neichel, donde con algunos tintes creativos tomamos platos muy franceses.

De nuevo regresamos a la calle Lleida y de allí pasamos a dar unas vueltas para conocer Sant Boi de Llobregat. Finalmente, nos acostamos en el área de descanso de Martorell en la entonces A7.





25. Martorell (E) – Salamanca (E)

Un café bien rico en el área de servicio del Penedés nos revitalizó para hacer casi sin entretenernos la distancia que la separa de Tarazona, usando las entonces A2 y A68.

En una sombreada parada de la N122, en el mismo pueblo, estuvimos comiendo antes de, pasado Soria, subir hasta la Laguna Negra, donde nos dimos una caminata de cuatro kilómetros.

El sitio es encantador y su soledad y el misterio literario de esas aguas donde Alvargonzález fue enterrado por sus malvados hijos se masca por la atmosfera del pinar inmenso y las rocas desnudas...



En el camino hacia poniente por la carretera de Burgos, la N234, al coronar un cambio de rasante, vemos un crepúsculo tan subyugador que uno de nosotros se apea mientras el otro cambia de sentido unos centenares de metros más allá para hacernos esta fotografía de fin de viaje antes de rectificar la marcha de nuevo.



Haciendo un poco de conducción imprudente por las tortuosas revueltas del camino que nos une con Lerma por Salas de los Infantes y Covarrubias (ahora nos damos cuenta de que por llevar una prisa tonta puedes perder la vida), alcanzamos el recién inaugurado Parador Nacional



donde una cena a las ¡22:45!, densamente castellana, pone punto y final al goce de este periplo.

Sólo nos quedó pasear la digestión por el pueblo y llegar a Salamanca ya entrada la madrugada.



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