18. Calnon (F) – París (F)

Nos despierta a media mañana el rumor monótono de unas máquinas segadoras. En el norte ya es tiempo de cosecha.

Cuando alcanzamos la puertas de Rouen, la capital de la Alta Normandía, tras reponer gasolina, víveres y mapas actualizados en E.Leclerc, notamos que hay un jaleo especial. Demasiado público para ser normal. Todos los bajos de los viaductos (sombras muy anchas en verano) por los que la autopista entra en la ciudad están llenos de caravanas, furgos, muchos coches familiares... Aquí hay tomate.

Era nuestra segunda vez en Rouen y la última también estaban en fiestas. ¡Vaya lugar más animado!

Y es que resulta que se celebraba la cuarta edición de una exhibición de veleros de la Armada Francesa por el Sena, perfectamente navegable desde La Mancha, que se denomina Rassemblement de grands Voiliers, y que según la prensa francesa reunió en total durante los días 28 de junio al 6 de julio (nosotros aparecimos el 3 de julio) a siete millones de visitantes.





La gente iba vestida de época y hacían bailes... estaba todo muy ambientado.



Después de sacar otros provechos a la ciudad y ver alguna cosa más con las bicis, como la Abacial de Saint-Ouen,



hicimos mutis por el foro hacia las afueras porque no nos van nada las aglomeraciones de ninguna clase. Nos gusta la tranquilidad, las compañías escasas pero de calidad.

Como la que nos hizo una amable panadera-pastelera, cuyos productos consumimos encantados durante la escasa espera del transbordador-barcaza (nuestro cuarto y último ferry en este viaje) que cruza el Sena entre Duclair y Anneville.



En una de las rotondas para tomar la autopista hacia París, un coche con una familia nos dice a voces:

Dégonflé, dégonflé!– señalando a una de nuestras ruedas delanteras.

Como no tenía pinta de ser el viejo truco para atracarte cuando te paras y la dirección, efectivamente, estaba un poco pesada, paré y había perdido bastante aire.

En una gasolinera, que estaba a tiro de piedra, saqué el spray reparapinchazos y en sólo cinco minutos estuvimos como si no hubiera pasado nada. Además, aguantamos todo el resto del viaje sin parchear la cubierta tubeless. Desde luego, llevar esos productos en el maletero siempre viene bien.

Una cena en una tranquila área de la A13 y alcanzamos París, entrando por los túneles de La Défense, en plena madrugada.

Como siempre que visitamos la capital más bella del mundo, nuestro sitio en plenos Campos Elíseos estaba allí esperándonos.



Un paseo relajante por los alrededores y a dormir en paz y gratis. En el hotel que está justo enfrente, De Crillon, costaba ese año casi 900 € la noche en habitación doble estándar. Glups.



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