7



En el recorrido que media desde allí hasta Zurich aprovechamos al final de la mañana para atender nuestras necesidades de agua y gasolina. En la ciudad, es una buena opción el aparcamiento de varios sótanos de la calle Beethovenstrasse, abierto 24 horas y con gálibo suficiente, aunque pasan de hablar inglés. Cada día veo más necesario tomarme en serio esos cursos de alemán con cintas de casette (¡qué antiguo suena!) que andan abandonados por los estantes de casa. Hablar de filosofía es jodido, pero las cien expresiones más útiles al turista, creo que sí las podemos aprender poco a poco...

Se portaron muy simpáticamente las de la pastelería del comienzo de Badenerstrasse, donde recargamos la mochila de bombones más de lo que la OMS fija como dosis diaria recomendada. En la acera de enfrente hay una curiosa joyería que luce en el centro una imagen en plata de ¡ la Pilarica ! Parece que la emigración de los pasados años sesenta dejó algún poso aragonés.

Allí al lado, en la Langstrasse, hay un restaurante chino al que hemos ido otras veces. Nos gusta el trato y la comida. No tiene molduras-barrocas-multicolores-con-escenas-de-dragones,-lagos-fantásticos-y-tejados-cóncavos. No parece un chino. Además tiene horario non-stop y eso nos conviene a los que vivimos a nuestro ritmo en tierras lejanas. Pues allí que nos metimos a hacer comida-merienda.

Desde las cuatro de la tarde en Suiza ya es de noche. El día es muy frío. Así es que apetece meterse en nuestros ires y venires por la ciudad y sus deleites en uno de esos clónicos pero sin embargo acogedores Starbucks Coffee. Ricos cafés de cualquier variedad exótica y mejores tartas de queso o de chocolate.

En el parque Arboretum, a orillas del lago de Zurich, nos despedimos de la extensa y adinerada capital financiera del país para dirigirnos a la frontera de otro por el paso de Listenau adonde arribamos a medianoche. Pero, aunque compramos la pegatina de la vignette austriaca en la gasolinera Agip (los carburantes más caros en cualquier parte de Europa, confirmado), la estancia duró apenas quince minutos en cuanto traspasamos la desierta raya alemana de Bregenz para acabar durmiendo en el primer aparcamiento de la A96 en Wangen.