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Un abrupto despertar por una llamada telefónica para una cosa sin importancia del trabajo nos devuelve a la vida. Nos integran todavía más en ella unos cafés con leche y donuts® en el área de servicio de Sobradiel donde rellenamos el agua y la gasolina gastadas.

La chica de la estación –cosas de los coches cuando están muy nuevos– se encaprichó con que le enseñáramos un poco en detalle el camper. Era una forofa de este tipo de vida.

El día de hoy y el de mañana van a ser un poco densos: tenemos por delante lo que podíamos llamar unas jornadas gastronómicas que comenzamos almorzando con una rica degustación en Calldetenes, adonde llegamos por las AP2 y C25, Eix Transversal de Cataluña, in extremis, a las tres y cuarto de la tarde:



Lo que más nos gustó de este chef fue el Canelón de pollo y un postre impresionante llamado Chocolate con chocolate.

Cumpliendo con la cita previa que teníamos, nos pasamos por nuestra casa madre, Autosuministres Motor SA, el concesionario de Mercedes-Benz de Vic, donde habíamos comprado la furgo meses atrás.

Allí recogemos un montón de accesorios de Westfalia que teníamos todavía pendientes de instalar (mosquiteras, barras interiores, disco del navegador de ese año...) y, con la ilusión de un niño con zapatos nuevos, los vamos acoplando camino de Barcelona.

Tomamos como base de operaciones el aparcamiento subterráneo del número 1 de la calle Casanova, en el Ensanche, y nos dedicamos a sacarle el jugo a la ciudad, como tantas otras veces. Barcelona siempre es Barcelona. Para nosotros, probablemente, una de las mejores plazas para vivir.

En un escondido espacio sin prohibiciones junto al cuartel de la Guàrdia Urbana que hay en Montjuïc, con la tranquilidad de ver pasar cada pocos minutos un coche patrulla, nos dormimos sin sospechar siquiera lo que nos iba a pasar al día siguiente.