Ir a la etapa número: 1| 2| 3| 4| 5| 6| 7| 8| 9| 10| 11| 12| 13| 14| 15| 16| 17| 18| 19| 20| 21| 22| 23| 24| 25| 26| 27



12



Esta fugaz excursión, monográfica de fiordos, transcurrió por paisajes indescriptibles. Es donde más fotografías tomamos de todo el recorrido.

El campo al principio constaba de bonitos bosques y praderas, muchas veces cubiertas de flores,



áreas de descanso (comimos en una de ellas) con techitos de cuento,



e iglesias de madera,



alguna de las cuales, como ésta del siglo XII en Borgund, son verdaderas joyas arquitectónicas.



Por el camino, jalonado de pretiles bionda con mástiles también de madera



que superan nuestras viejas discusiones sobre lesiones a motoristas entre el perfil metálico en I o en C, una sucesión de estampas inolvidables como este embarcadero con el techo de hierba





o cascadas de todos los tamaños.





Como si fuera un paisaje lacustre escocés.



Detrás de cada túnel, en alguno de los cuales nos metimos destrangis



con las bicis para hacerle fotos a los escasos coches, aparecía un universo cada vez mejor, con cruceros de turistas (se ve uno ahí al fondo) por profundos valles hundidos llenos de agua del mar, a veces adentrados hasta ¡200 km! desde la costa.



En algunas casas, como objeto decorativo de los jardines, se ponen muñecos de tamaño humano que desde lejos parecen gente normal,



y en las ventanas de muchas viviendas hay siempre (aunque no sea navidad) una pequeña lucecita o vela encendida tras los cristales. Es una gozada de detalles…

Ésta es la foto más septentrional que hemos hecho nunca. La tomé en el Fiordo Sogne (de Los Sueños, literal y justamente):



En este preciso momento llegamos al ecuador del viaje con esa pena de empezar a volver… Nos abrazamos (la foto que nos hicimos con el automático no la pongo, que es un poco empalagosa), tomamos una pequeña piedra del camino por el que nos habíamos alejado con las bicis… y hoy la tenemos en un sitio destacado en casa, como recuerdo de aquel lugar mágico.

Y mágico también iba a ser el tránsito de veinticuatro kilómetros y medio por el Laerdalstunnelen, también recién acabado el año anterior, por el que reemprendimos el descenso de nuevo hacia Oslo. De repente, sin sospecharlo, nos habíamos metido nosotros solos (ni un solo coche pasó a esas horas en ninguno de los dos sentidos) nada menos que en el tubo carretero más largo del mundo.



La sensación no es de agobio, sino de terror. Contribuyen a ello los numerosos carteles que te indican: le quedan 23 km para la salida… le quedan 22 km… le quedan 21…

A 5 km de cada boca, y también en el centro (foto superior), hay sendas cámaras de inversión de giro, abovedadas en la roca, para que en caso de problemas puedan maniobrar los vehículos pesados.

Y claro, cuando no lo sabes, como en nuestro caso, esa luz azulada te parece lo más raro que has visto nunca acercarse cada vez más en el interior de un túnel. Y sucede tres veces…



> Ver video

Para haceros una idea más plástica, imaginad el túnel de Viella (5173 m), estrecho y claustrofóbico… pues sólo un poco mejor es el de Laerdal. Y además, tras recorrer esa distancia sólo habríamos llegado a la primera de las cámaras, nos quedaría entonces más del doble para llegar apenas a la mitad del recorrido… no es apto para todos los públicos.

Cuando acabamos de pasarlo sería la una de la madrugada. Pero mirad qué luz había en el cielo. Eso es el alba de medianoche que dijimos antes…



Cenamos a esas horas intempestivas, cambiamos el aceite mineral al coche cerca de Gol, en una gasolinera provista de contenedores ecológicos (lo solía hacer cada 4500 km) porque ya le tocaba desde que salimos de casa, y allí mismo nos acostamos pesarosos de no haber aprovechado este inventito



que habíamos visto por la tarde hacía unos 100 km, cerca de una de las cascadas que se han mostrado antes. Pero, aunque estaba en una finca medio abandonada y abierta, no nos quisimos exponer a algún problema legal si nos pillaban metidos en harina en un sitio privado. Preferí tirarme debajo del coche, pero en un sitio permitido. Que las leyes noruegas son como las suizas: Te pueden joder las vacaciones en un segundo.