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Lo primero que solemos hacer por las mañanas para desayunar es un buen zumo natural de naranjas o pomelos. Con un exprimidor normal de los de casa (220 V 150 W) conectado al pequeño inversor de 200 W de onda cuadrada (la más cutre), con toma para mechero o pinzas, que compramos en Norauto por siete mil pelillas.



Para operar cómodamente, tenemos situado un office, a modo de cocina, en el compartimento motor, al lado del horno y de la secadora de ropa que tiene encima. La parte más plana y funcional para no inclinar mucho la espalda está justo sobre nuestras dos baterías conectadas en paralelo (75 + 55 Ah = 130 Ah). Es una simple tabla contrachapada y esmaltada en negro que hace a la vez de tapa de las baterías y de encimera para trabajar con los alimentos que salen del horno.



Pues sobre ella solemos hacer los zumos con el exprimidor.

Alguna vez nos hemos hecho uno con dos cariacontecidos números de la Guardia Civil delante. No se me olvida: fue en la playa de Punta Prima, frente a la Illa de l’Aire, muy cerca de Sant Lluis de Menorca.

Una vez aseados, nos metimos en el Carrefour de L’Isle Adam y a continuación nos comimos la compra en una de las siguientes áreas de la autopista.

Por la que seguimos, circunvalando Amiens, hasta que nos plantamos en Lille, la ciudad donde el arquitecto militar Vauban construyó su obra maestra, paradigma de tantas y tantas fortificaciones clásicas: la Ciudadela pentagonal. Vamos: que lo del Pentágono yankee es una simple copia, para entendernos. No hay nada nuevo bajo el sol, solían decir los pensadores antiguos. O, como sostenía Jorge de Burgos, el monje ciego (y asesino) de El nombre de la Rosa: Todo es una continua y sublime recapitulación.



Esta urbe norteña y lluviosa, con ese tono gris parduzco que tuvo la ría de Bilbao en las décadas centrales del siglo pasado, antes de su actual esplendor, tiene mucha necesidad de inversiones. Hay un elevado índice de desempleo y en la expresión de mucha gente se ve el desencanto y la apatía. Es como cruzarse las miradas en una comarca minera atenazada por los cierres de pozos o la reconversión industrial salvaje.

A sólo quince kilómetros está Roubaix, la localidad con más personas en términos relativos, según las estadísticas sanitarias francesas, con peor alimentación y sobrepeso. Además, está lleno de hamburgueserías baratas. ¿Será casual o causal?

Sin embargo, el viejo Lille, fuera de los barrios, bulle de vida por la noche. Las bicis nos aliviaron el esfuerzo de patearlo todo. Es increíble lo práctico que es verse lo principal de una plaza nueva en varias horas a base de pedal. Bueno, y a base de crêpes de espinacas y pollo, o de salmón que nos entonaron lo suficiente para alcanzar la frontera Belga, que está casi al lado, y comprobar con nuestros propios ojos eso que dicen de que las autopistas belgas, iluminadas en toda su extensión las 24 horas (por las nieblas, etc), son la principal fuente luminosa del planeta que se aprecia a simple vista desde las naves en órbita.

Tras sopesar la que menos intranquila nos pareció, al final pusimos el huevo en el aparcamiento del área de Halle, antes de llegar a Bruselas.