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Pasar por Vizcaya siempre merece la pena. Así es que madrugamos para ir de librerías por el casco viejo de Bilbao, comprar algo de lotería de navidad por si acaso en la administración número dos del 19 de la calle Tendería. Allí hay una curiosa colección de décimos capicúas integrales de los años ochenta pasados.



Con alguna compra más y una rápida pasada para ver cómo están reformando el mercado de La Ribera se nos llegó la hora de comer; o, mejor dicho, la de hacer la comida donde la anfitriona, porque me tuve que currar la paella que, como pasa siempre, pudo haber salido mejor...

Al volver en el metro nos asalta la anécdota del día: un marido pasea por la Gran Vía con el teléfono de una mano

–No, cariño, estoy aquí en Bilbao, aburrido...

y bien agarradita de la otra a una voluptuosa rubia recién entrada en nómina.

La escena, a las puertas del ascensor del metro, es seguida con todo el interés por una ancianita no por provecta menos espabilada que nada más entrar en el cajón soltó en voz alta en ese entrañable acento bilbaíno:

–Los móviles ya son una alcahuetería.

Todos nos reímos con ganas. Es así la vida.

Cumplimentada la familia y repostado y lavado el coche en el Alcampo de Irún, en la AP8, una voluntariosa comercial se nos acerca al coche antes de pasar por las cajas. Nos lo hizo tan bien que consiguió que nos apuntáramos a la tarjeta del hiper, esa de los descuentos. Total, nos viene bien para todas las veces que solemos subir de fiesta a Biarritz.

Adonde llegamos una media hora después. En el paso fronterizo, como casi siempre desde hace meses, la famosa huelga encubierta por la que las policías hacen bastante la vista gorda a todo lo que pasa, justo lo contario de cómo se portan en La Jonquera, a la otra punta de la cordillera.

Los acordes de La Marsellesa, tal vez el himno más bonito de los nacionales, inunda el habitáculo durante 20 segundos. ¡Ah! Se me olvidaba decir que en los viajes internacionales llevamos descargados en MP3 los de los países a visitar y, en el crítico momento de atravesar la frontera, escuchamos el del país que nos recibe.

Es un poco horterada, pero hace bonito. Diferente. Es incluso emocionante alguna vez, sobre todo al volver a España después de miles de kilómetros fuera.

Biarritz es un destino algo subidito de precios y siempre glamuroso en condiciones normales. De las que no gozaba en absoluto un pobre conductor ya de cierta edad que se había despistado en el peaje y estaba a punto de ocasionar una carnicería.

Veamos la situación: Éste es el plano del enlace suroeste 4 de Biarritz sobre la autopista A63. En el eje horizontal se ven las calzadas principales de San Sebastián a Burdeos. Esta salida es la típica que tiene una barrera para los vehículos que circulan en tránsito, y otra específica para los que salen y entran en ese punto a la ciudad.



Pues bien, por las apreciaciones que creimos entender, el suceso debió de suceder así: un vehículo procedente del lado San Sebastián, tras abonar el peaje de tránsito, decidió o bien pararse a descansar en lo que creyó acceso a un área, o bien entrar en Biarritz pensando que le bastaba girar a la derecha en la primera ocasión posible. Y lo que hizo en realidad es acceder en dirección prohibida por un bucle que sirve para que los vehículos que acaban de entrar por el peaje de la ciudad accedan a la calzada sentido Burdeos.



Por los restos de cristales que había en el suelo y la posición en la que estaba el coche siniestrado, parcialmente colisionado contra la mediana de hormigón por la aleta delantera derecha, en su inocente avance por dirección prohibida debió de encontrarse con alguno de los coches que por su carril avanzaban correctamente. Y trató de esquivarlo arrimándose lo más posible a su derecha. El otro conductor, en plena aceleración y en curva cerrada, como mucho, debió de pararse una vez alcanzada la calzada principal y no en ese peligroso punto.



Pasados unos instantes de esta hipótesis de trabajo, llegamos nosotros procedentes de San Sebastián y tomamos la salida que nos conducía al peaje de entrada en Biarritz, puesto que no deseábamos usar el de tránsito hacia Burdeos. Allí, al otro lado del parapeto en curva vimos la situación



y no pudimos más que avisar continuamente con el alumbrado de carretera a unos cinco o seis vehículos que entraban por el peaje y se dirigían deprisa y fatalmente contra el pastel, que casi obstruía la calzada entera.



Antes de pagar, con excitación, avisamos en nuestro francés de instituto a la operadora para que cerrara las barreras y diese la alarma, cosa que hizo en el acto. Ignoramos ya la suerte del encontronazo de todos los que iban hacia la curva, pero horas después, cuando abandonamos este bello enclave de la costa vascofrancesa, nos dijeron simplemente que ya estaba todo arreglado, aunque quedaban restos de la batalla por el asfalto.

Cosas que pasan... Y menos mal que casi no había tráfico...

¿Qué decir de una playa de aristocráticos palacetes, farallones rocosos que iluminan cada noche la negrura del Cantábrico sobre la que destaca ese Casino mítico rodeado de hoteles de película romántica?



Y de sus olas... no creo que haya surferos que no se hayan acercado alguna vez al otro lado del imponente faro blanco, en la playa de La Chambre d’Amour, en Anglet.

Allí hay furgos preparadas de todos los gustos llenas de tablas y neoprenos.

Nos gusta venir más o menos todos los trimestres a comer por aquí. Inexcusable siempre también una visita a la confitería Mandion, que es sublime en todos los aspectos.

Ya he explicado en privado a varios foreros un lugar furgoperfecto al que siempre volvemos y del que nunca nos cansaremos, sobre un acantilado, rodeado de paz, sin prohibiciones y con unas vistas sobre las aguas de las que no se olvidan.

En él dimos cuenta de la cena mientras la lluvia se empeñaba en atormentar la fibra de vidrio de nuestro techo.

Vueltos a la ruta, a la altura del área de descanso de Lacq–Audejos, en la A64, el sueño nos vence. Comienza nuestra pernocta número 208ª en la Marco Polo.

Estamos solos en el aparcamiento. Claro: es lunes. La autopista suena muy a lo lejos con un rumor de tarde en tarde. Al fondo, la cumbre del Pic du Midi. Buenas noches...

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