6. Viareggio (I) – Colonna di Grillo (I)

El tráfico ferroviario (pesados convoyes de mercancías, sobre todo) que pasaba muy cerca de nosotros, entre la calle de las putas y la Via Aurelia, célebre calzada romana que unía Roma con la región de Liguria, o sea, más o menos el itinerario por el que venimos, nos fue despertando. Después de desayunar seguíamos afectados, pero algo recuperados. Así es que se nos renovó de luz todo lo que por la noche veíamos tan negro.

Va a ser verdad lo de que la glándula pineal regula el estado de ánimo.

Un tranquilo barrio a la entrada de Pisa, cerca de la estación de San Rossore nos dio confianza suficiente para aparcar. Por allí sólo había apacibles señoras haciendo las compras del jueves. Así es que bajamos las bicis, memorizamos que nos posábamos en Vía Po e, increíblemente cerca, allende un paso a nivel con barreras, estaba la torre inclinada y todo lo demás: el cementerio, el baptisterio, la catedral... como lo conocemos por los libros,



y las pintorescas riberas del río Arno, el mismo que baña los puentes de Florencia.



El tiempo empezaba a cambiar. Más al sur, más sol, mejor temperatura.

De allí nos fuimos a comer a una ciudad tan desconocida como bella. Amurallada, accesible, muy viva... Se llama Lucca. Tras sus alrededores contemporáneos, en algunos de cuyos edificios se reflejaba nuestra silueta,



se esconden bellos rincones como esta plaza de lados irregulares (no olvidaremos el pan que nos despacharon unas simpáticas empleadas de tahona),



o la casa donde vivió el gran violinista genovés Paganini.



Con las bicis se avanza muchísimo, se ve todo panorámicamente.



Ésa es una de las últimas fotos de una cómoda doble suspensión que un amigo de lo ajeno me robó (cadena incluída) en una calle del ensanche de Barcelona, meses después.

Los palacios que pueden divisarse desde las murallas,



alguno de los cuales sólo emplean la parte plana de las tejas romanas (tegulae) montadas en las dos posiciones (canal y cobija), cosa curiosísima que sólo hemos visto allí.



El el tejado de más arriba pueden verse en la disposición normal: las tegulae (parte plana) haciendo de canales y los imbrices (parte curva) haciendo de cobijas.

Cuando la luz empezó a bajar pusimos proa a Florencia y dejamos el coche no en el abarrotado aparcamiento municipal de la Fortezza (la ciudadela) que no nos inspiraba cosas muy buenas, sino en una tranquila calle al estilo amstelodamés, junto a un canal, la via 20 Settembre. Estaba unos 300 m más lejos del centro. Pero ¿a quién le importa llevando bicis?



No nos podemos entretener demasiado en la Toscana porque las fechas mandan. Hubiera estado muy bien esperar hasta la mañana para ver el David de Miguel Ángel Buonarroti en la Academia o pasar a los Uffizi a ver cómo nacía Venus de la espuma del mar, pero seguro que dentro de unos años, ya viejitos, podremos cogernos un vuelo con tres noches y ponernos las botas a ver cuadros. Ese día nos maravilló la arquitectura del exterior de la galleria, por ejemplo,



tanto como la intensa vida estudiantil, turística y de ocio con que palpitó la ciudad toda la tarde.

Una farmacia donde comprar algo que contuviera Acetilcisteína para expectorar nos confirmó que lo importante no es saber cómo se llama el medicamento que tomas en España sino qué principio activo debes nombrar en el extranjero para que te atiendan porque fuera se presentan bajo otras marcas.

Largos paseos por el Duomo, la plaza de la Signoria, el Ponte Vecchio y sus joyerías y sus candados cerrados puestos por enamorados... (único respetado por las bombas de la II Guerra Mundial), el palacio Pitti o el corredor Vasariano fueron completando las piezas imprescindibles de cualquier visita panorámica a la joya del Renacimiento. Por ser un poco fanfarrones, podríamos decir que Florencia es como Salamanca, pero un poco más grande.

Con los últimos bocados a dos carrillos en una conocida hamburguesería de Via Cavour nos encaramamos, ya con el coche, al mirador donde la gente suele ir a follar con vistas en los suyos. Haced memoria y veréis que pasa en todos los miradores del mundo. Y es que no es para menos el espectáculo de la Passeggiata ai Colli:



La humedad del Arno empezó a convertirse en neblina gélida, la temperatura se precipitaba por un abismo... y nosotros nos desplazamos hasta la cercana Siena a cuyas puertas aparcamos llenos de bufandas, guantes y abrigos. Creo que nunca hemos visitado una ciudad con más frío. Suerte que es un casco histórico tan pequeño como encantador donde creo que la helada no nos dejó apreciar lo suficiente los escaparates con libros antiguos de anatomía,



la plaza del Campo donde cada verano se celebran al menos los dos campeonatos de Palio,



y su intrincada, oscura y enigmática red de callejuelas medievales ideales para rodar cualquier película de suspense o gore del duro.



Las fuerzas no nos dieron más que para llegar a la pequeña localidad, camino de la autopista de Roma, llamada Colonna di Grillo. En el cruce de entrada una cálida trattoria en un caserón solitario con aparcamiento iluminado y muy pocos coches...

– Nos haremos clientes suyos por la mañana. Ahora toca dormir.

Y así fue.



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