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La pereza nos junta el desyuno con la comida en un típico e improvisado brunch dominical, todavía bajo el aguacero que no cesa.

En la Polonia rural, del terruño, en las entradas de infinidad de pueblos hay una cruz iluminada de candelas, floreada, venerada por pías mujeres. Unas son sencillas, otras barrocas hasta el paroxismo; unas abiertamente kitsch y de proporciones humanas, otras inmensas, descomunales, geométricas, como ésta de Wilczy Las, que conmemora el último año jubilar:



En alguna travesía de las primeras localidades vemos a la que aquí se llama Policja recetando medicamentos de bolsillo o cotejando bastidores a los numerosos agentes de compraventa de coches alemanes que, provistos de su permiso C+E, llevan y traen en remolques turismos sin matricular para su reventa en Polonia, donde, por cierto, ser pillado con más de 0.0 mg/l de alcohol en sangre es un delito penal que comporta la inmediata detención y la puesta a disposición judicial. No se andan con bromas.

Comprarse un Ibiza es pan comido. Ahí lo veis: setenta euros al mes tienen la culpa...



Los quioscos de prensa tienen en muchos casos fijada en el techo una mano enorme, como si fuera un guante de látex inflado, en color rojo vivo. Y los puestos de helados con el logo de nuestros Frigo, aquí se llaman Algida, igual que en Portugal se llaman Olá.

La autopista transilesiana fue construida, igual que la de Pomerania, al noroeste, en época del Tercer Reich. Ya sabéis que una de las obsesiones del nazismo era ampliar el espacio vital que Alemania necesitaba para realizarse como nación: lo que se denomina Pangermanismo. Polonia estaba entre estos planes de anexión, igual que pasó en el Sarre, en los Sudetes checos o en Austria.



Por eso esta vía era un eje vertebrador para el desarrollo y explotación de Silesia, que forma una especie de polígono escaleno imaginario llamado el triángulo sulfúrico, comarca con alta contaminación ambiental por la explotación de mineral de carbón y los vertidos de la industria pesada colateral. La minoría alemana de estas comunidades está presionando bastante para que los principios ecológicos se respeten también aquí.

Todavía pueden verse no sólo el trazado original de las calzadas sino también imponentes obras de fábrica de hormigón de estilo rectilíneo, decoración a casetones y formas puras que suele empapar las construcciones de los regímenes totalitarios. Además, van pintadas ahora en el color nacional: el verde clarito.

Ya sabéis que cada país tiene un color nacional oficioso. No está escrito en ninguna parte, pero se sabe que es el color nacional. A ver: ¿de qué color es siempre la lona que envuelve los variopintos bultos que los marroquíes llevan en las bacas cuando atraviesan la península ibérica? Pues azul claro. Siempre. ¿Y las furgonetas de carga en Portugal? Pues beige. Siempre beige. ¿Y muchísimos de los utilitarios y vehículos oficiales en Francia? Pues azul eléctrico chillón.

Bueno, pues en Polonia es el verde agua, de tono pastel. Si exceptuamos el color de lo que aquí se denomina Otoño Dorado Polaco, que es de antología:



Lo malo de esta autopista, como de casi toda la red viaria polaca es que no existen los arcenes en la plataforma. A cambio, en las mejores carreteras, como ésta, hay un ensanchamiento de emergencia cada kilómetro y medio.



Lo llamamos autopista por utilizar una palabra convenida, pero lo mismo te aparecen puestos de venta de setas a la derecha que un inesperado semáforo o señal de STOP sin preavisar. En las carreteras convencionales hay carros, tractores sin pirulo giratorio amarillo–auto... en fin, una locura para el que va por primera vez.

Tanto en las calles de las ciudades como en las gasolineras, hay cabinas prefabricadas de WC en el color nacional. Apestan al entrar porque la ventilación es sólo por convección natural a rejillas, y el agujero de la letrina, sin tapa, deja ver cual registro de la propiedad, todas las cargas infectas sin las que sus titulares salieron más aliviados en veces anteriores. Un asco.

La puerta de la que hay en la estación de servicio antes de entrar a Wroclaw (antigua Breslau), seguramente con el pestillo mal cerrado, fue abierta por un camionero que sorprendía así, entrando a matar, a una avergonzada señora mayor. Las disculpas que le pidió después no fueron suficientes para que, a la vista de toda la numerosa concurrencia que allí estábamos, la pobre mujer se fuera corrida y cabizbaja de vuelta hacia su coche...

Para entrar a la ciudad había unos tres km de atasco que con paciencia fuimos sobrellevando. En estos casos de ciudades desconocidas, hasta viene bien porque vas repasando el mapa y no te saltas ninguna intersección.

Llegando a los primeros semáforos de las avenidas vimos el importante cementerio de militares polacos caídos en la guerra 1939–1945 defendiendo su independencia. Y allí nos paramos: La ocasión la pintan calva.



Hay fortuna y el primer aparcamiento subterráneo céntrico que se nos cruza es bueno, bonito y barato. Está en la calle Antoniego. Dos metros de gálibo, a dos pasos de la plaza mayor, dos gorilas a la puerta y 0.80 € la hora. ¿Alguien da más?

Por toda la ciudad se exhibe estas semanas el último éxito de mi paisano. Somos nacidos casi en el mismo pueblo.



Y por los suelos, en inesperados rincones de las calles aparecen pequeños gnomos de bronce recostados dando una atmósfera de hadas madrinas.



Muy interesante el ambiente de su antigua universidad, pero también muy acusada la religiosidad de la juventud: nada más salir del parking nos topamos con una iglesia, a la que entramos asomando tímidamente la patita, en el crítico instante en que salía el cura al presbiterio. Es rarísimo cómo suena en polaco lo de En el nombre del Padre..., y más raro, o quizá más integrista, es verlo de espaldas a los fieles, como antes del Concilio Vaticano II. La feligresía, lejos de ser beatas a punto de entregar sus almas por la edad, es tremendamente joven y no ahorra en devoción ni en genuflexiones por todas partes.

Decididamente, Polonia goza de una excelente salud religiosa. Mientras que el que gozaría en Wroclaw sería el mismísimo Gallardón: las calles están abiertas en canal para la extensión de la red de tranvía de piso bajo de última generación y la urbanización de muchas arterias.

Pero ello no desmerece: el sitio es una lección de ¡cien puentes! sobre innumerables islotes y penínsulas



y bellos espacios medievales.

Desahogamos los bajos instintos en uno de esos Pizza Hut que no son como los españoles normales, sino que se parecen más bien a los VIPS o a los GINOS, con mesa, mantel y alargada hora de cierre.

Una pareja enamorada comienza también sus copas en la mesa de al lado con una rosa roja de por medio y gestos de complicidad.

Ella, al rato, comienza un largo discurso en esa críptica fonética que seguramente no descifraremos jamás, pero con un tono que sí es común al de todas las lenguas: el de contar algo importante.

En ese instante él saca los ojos de las órbitas como interrogando y se pone las manos tapando la cara. Los codos transmiten a la mesa toda su pesadumbre.

La escena es tensa. Muy tensa durante inacabables minutos por los que las pizzas y platos de pasta de la mesa continuan su lento devenir hacia nuestros interiores. Hay malas caras, reproches. Luego la cosa se apacigua, se unen las manos, se enternecen las miradas.

Por un momento él queda solo, con la mirada perdida. Y es que, claro, en Polonia el cuarto supuesto de interrupción voluntaria no es legal.

El estado es demasiado católico todavía. De ello se quejan los diputados laicos en el parlamento.

Bueno, a lo mejor no era así y le estaba contando ella que el injerto del naranjo con la sanguina no había salido bien después de tanto esfuerzo... ¿Quién sabe?

El barrio de la universidad, la península de la catedral, los puentes colgantes sobre el río Oder, que aquí se llama Odra,





y un ameno recorrido por el centro nos dejó de nuevo en el punto de partida.

De allí nos marchamos por la A4 adelante hasta donde pudimos. El tranquilo y pequeño aparcamiento de un centro de bricolaje en Gogolin, un poco más hacia el sureste, soportó el último giro del día de nuestros neumáticos.

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