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En el centro había algunas horteradas como ésta,



de la que salían turistas ávidos de experimentar sentirse Gerente de Urbanismo de Marbella por unos minutos.

Nosotros habíamos guardado el buga en el aparcamiento de Goethestrasse para estar a tiro de piedra de todo.

La visita se articuló con dos comidas: la del mediodía en el enésimo Nordsee; y la de la noche en un chino con las servilletas dobladas con escrupulosos pliegues de papiroflexia. Entre medias, a disfrutar de lo que se daba.

Hasta que tuvimos que abrirnos paso rumbo a las afueras de Münster, la modélica capital histórica de la región de Westfalia que da nombre, entre otras muchas cosas, a los brillantes carroceros de nuestros campers.

El nuestro pernoctó sin nadie que le hiciera compañía, con la luna casi llena, inundado de luz blanquecina, en un pelado bosque de robles de formas inquietantes. Al fondo, el fragor apagado de la autopista A1.