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La compra fue en el ALDI de Offenburg. A punto estuve de quedarme una cizalla de despacho de las que no sólo cortan papel en recto, sino que también hacen esos taladros discontínuos como para que una hoja pueda arrancarse después a mano, como en los talonarios de cheques o en las libretas de facturas.
Y la comida en un área de la A5 con vistas al maletero de un matrimonio cuya esposa, toda empingorotada y con tacones, sucumbía a un envidiable bocata sentada en el umbral del maletero. Y además me recordaba a una catedrática de bachillerato que fue compañera in illo tempore.
En la frontera suiza, como había cola, nos cambiamos conductor y copiloto casi en marcha sin darnos cuenta de que los coches de delante habían avanzado, vete tú a saber por qué, rápidamente. Con lo que nos quedamos pillados en pelotas. Es decir: sin cinturón, con las botas desabrochadas y todo eso.
Remediado como pudimos, los ojos de seis policías de aduanas ya estaban fijos en nosotros y tocó otra vez interrogatorio sobre si llevávamos mercancías. Usada la varita mágica de nuevo, no hubo registro.
Lo que sí hubo fue conato de avería en el cierre centralizado de la puerta corredera.
Los que tenéis esta furgo sabéis que si, pulsado el mando a distancia, no se abre ninguna puerta en unos 40 segundos, todo se vuelve a bloquear de nuevo. Pues bien, cuando cerrábamos las puertas con el mando no había problema, pero si lo cerrábamos desde la consola, el motor de cierre de la puerta lateral hacía ese ruido como de quererse cerrar de nuevo cuando ya está bien cerrado. Y lo hacía cíclicamente cada medio minuto.
Puestos a cavilar, limpié todos los contactos múltiples que hay en el canto de la puerta y sus correspondientes del marco, donde se ajustan. Y dejó de suceder. Por lo que pienso, y os prevengo a los demás, que la suciedad acumulada puede hacer que el sistema entienda que la puerta no está cerrada del todo o algo así. Y por eso falle. Digo yo...
Un poco de relajación en Basilea, donde aparcamos (aquí no hay casi delincuencia) en la calle Chrischona, a orillas del río Rhin, siempre tan majestuoso, frontera norte del Imperio Romano, y en seguida avanzar hacia Ginebra, que se nos acaban los días.
Para el que no lo sepa, hay que decir que los suizos tienen un exagerado concepto de lo que aquí en España el gobierno llama la colaboración ciudadana. O sea, chivarse de cosas que uno ve a la policía.
No es la primera vez que oímos que un conductor que ve a otro por la autopista demasiado deprisa, le toma la matrícula, lo denuncia y van a juicio. Esto también lo prevé la ley en nuestro país, pero poca gente lo pone en práctica salvo que te toque algún interés particular.
Los suizos no. Los suizos miran también por el interés público, por el bien común. Es una sociedad avanzada.
En unas cosas, porque en otras también tiene sus fallos. Por ejemplo, al repostar a las tres de la mañana en la gasolinera BP de la localidad de Perly, junto a la frontera francohelvética, el lector de billetes que usé para repostar (el de tarjetas lo tenían jodido), se tragó mis ¡20 francos! sin darme una gota de gasolina.
Pensé que había hecho algo mal, pero cuando fui a dejar una nota por debajo de la puerta para que la vieran al día siguiente, había otra de una señora a la que le habían trincado otros ¡40 CHF!
Imagináos la escena: una furgo toda negra, no suiza, con un tío trasteando en el lector de billetes y en los botones a ver si funcionaba de una vez, sin otros coches al lado, de madrugada, escribiendo apoyado en la puerta de la gasolinera... No tardó ni minuto y medio en llegar la policía derrapando a nuestro lado y saliendo en plan Hombres de Harrison con micrófonos de los que vienen de la oreja...
¿Son unos chivatos, o no?
Al final la poli se portó bien cuando mi torpe francés les aclaró que era yo el que había sido atracado por una multinacional. Fueron majos y nos indicaron un aparcamiento tranquilo en el Chemin de Rouet para dormir hasta la mañana siguiente, momento en que intentaríamos reclamar lo nuestro. Ventajas de viajar en autocaravana.
Luego los vimos pasar, seguramente para cerciorarse de que éramos turistas de verdad y que ya estábamos dormidos.
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