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No sé por qué, pero dormimos como nunca esa noche. Con mucha paz, sin calor por la mañana, sin sobresaltos…

En el hipermercado Cora de Verdun, cadena que pasa por ser probablemente la de mejor relación calidad-precio de Francia, hicimos la compra grande de la que descontamos la comida en la siguiente zona de descanso de la autopista A4 que se dirige hacia el Oeste en dirección a Reims, antes de llegar a la cual cumplimos con el rito de la siesta.

Paseamos en bici los alrededores de su catedral, una de las de más académico estilo gótico francés.



Hacía mucho calor y las calles lucían desiertas, para ser un foco turístico de primer orden. Pero el templo es realmente muy bello. A sus pies escribimos alguna postal más a los amigos…

Al filo de la noche, entramos en París y nos duchamos gratuitamente en uno de sus cinco albergues de juventud (el D’Artagnan, en el 80 de la rue Vitruve) utilizando una picaresca muy habitual: entrar directamente en las duchas colectivas de cualquier planta del establecimiento, que estaba saturado de clientes. No te pillan nunca. Es imposible con tanta gente mochilera entrando y saliendo a todas horas, en habitaciones múltiples y de tantas nacionalidades y edades… pero si te dijeran algo, basta enseñar tu carné de alberguista (nosotros lo llevábamos por si acaso) y registrarte.

Tampoco les haces mucho trastorno… por dos duchas más entre las dos mil o más que se celebran cada día en un establecimiento tan enorme, no supone mucho…

Están perfectamente preparadas para esta técnica. Pasas al área de duchas y ves que cada cabina individual tiene una puerta de acceso, que cierras tras de ti. Una vez allí es como un compartimento doble: La mitad más cercana a la puerta es la zona seca, donde dejas tu mochila y toalla y te cambias de ropa y calzado. La otra mitad es el plato de ducha propiamente dicho. La discreción es absoluta.

Como en esa calle aparcar bien es un fenómeno paranormal, pues hicimos la cosa en dos fases. Primero uno se ducha mientras otro guarda el coche. Y luego la segunda parte al revés.

Así es que aseados como pinceles nuevos, con un montón de hormonas de la felicidad segregadas de forma natural en el torrente sanguíneo, aparcamos junto al céntrico Pont Marie sobre el Sena. En lunes es una cosa facilísima. Y las bicis a echar humo por la Ciudad de la Luz

Hicimos un montón de cosas. En París hay mucho que hacer en todos los órdenes… Pero una de las menos corrientes fue irnos a la puerta trasera del Hotel Ritz, la que sale a la rue Cambon en lugar de a la place Vendôme, y hacer con las bicis exactamente el mismo y fatal recorrido que realizaron en su Mercedes-Benz S500 aquella noche del 31 de agosto de 1997 la princesa Diana de Gales, su novio Dodi Al-Fayed y los dos guardaespaldas. Como no íbamos a doscientos km/h por los bulevares ni éramos seguidos por paparazzo alguno, tardamos unos quince minutos en llegar hasta el túnel que pasa por debajo de la place d’Alma, casi al lado de la Torre Eiffel. Allí continuaban los desconchados del pilar número 13 donde perdieron la vida tres de ellos.



Sobre la escultura de la plaza que reproduce la llama de la estatua de la libertad de Nueva York –cuyo original está también en París– centenares, miles de papeles con oraciones, velas, recuerdos emocionados, poesías a la figura amable tan querida por muchos…

Y, como pasa algunas veces, los españoles somos los que damos la nota discordante: en una barandilla del puente, justo donde una señal prohibe el paso a peatones por el interior del túnel, una frase poco afortunada escrita con tipp-ex blanco decía: Diana, puta, cómeme el rabo.

De vuelta por los Campos Elíseos, donde en muchos viajes que hacemos a esta ciudad solemos pernoctar en este lugar furgoperfecto,



vimos unos minutos los preparativos que estaban haciendo para los fastos conmemorativos del cercano día 14 de Julio, fiesta nacional de Francia, colocando graderíos, perímetros de seguridad y estudiando los recorridos de la parada militar. Todo grandilocuente, con las grandes perspectivas que existen entre el Arco del Triunfo y la plaza de La Concordia.

Debido a esos cortes de tráfico no pudimos acceder a nuestro nidito habitual en los jardines y nos tuvimos que marchar al no lejano Bois de Boulogne, que es como la Casa de Campo de Madrid, pero en bosque atlántico. Eludimos la zona donde hay más prostitución, para evitar el jaleo de coches y las broncas y nos quedamos en un rincón agradable en cuanto una señora mayor le dio de comer a… qué se yo… unos cincuenta gatitos… su cena del día.