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Una llamada de teléfono nos entristece: la lista de espera para cenar en lo alto de la Fernsehturm de Berlín (la torre de la televisión)



llega ya a los dos meses. Mala suerte. Otra vez será.

En la tienda de la gasolinera Aral compramos por un euro unos prácticos bolsillos autoadhesivos para los asientos de la furgo, aprovechando que son exactamente de nuestro tono gris orión. Los estantes de otros países son siempre un pozo sin fondo de sorpresas.

En el berlinés barrio de Pankow, un LIDL nos vende la comida del día y nos la ajustamos al cuerpo en un recodo forrado de hiedras. Los aparcamientos aquí cuidan mucho sus detalles.

La entrada a la que llaman la nueva capital de Europa la hacemos por Greifswalderstrasse. A la altura del 225 nos aparece una lavandería en autoservicio de monedas (waschsalon). Justo lo que necesitamos para lavar cosas grandes que no caben bien en nuestra lavadora (fundas nórdicas, vaqueros, chupas...) o cuesta mucho que se sequen.

Si una vez conseguimos (en la novena etapa de este viaje) hacer la colada en una de Odense (DK) con todo escrito en danés, el alemán se convierte en una lengua intuitiva.

En serio: es muy sencillo porque basta meter saldo en la caja central del local



y a continuación seleccionar todas las cosas que uno desea hacer (coger detergente o suavizante, arrancar la lavadora o secadora número tal, etc).

Después se introduce la ropa en la máquina deseada, se espera a que lave y centrifugue (media hora)



y finalmente se cambia de aparato mediante unas cestas con ruedas para llevarla a la secadora (otra media hora).



Acabado todo, se dobla la ropa ya seca en unas generosas encimeras y a correr.

Tuvimos además la fortuna de que justo en un solar de la finca de al lado tuvieran habilitado un pequeño aparcamiento para clientes de las tiendas de alrededor. Como ya era anochecido, pues sin problemas para estacionar.

Además, estas lavanderías suelen tener horarios enormes (no todas abren de madrugada, pero sí de 7 a 23 o cosa así) y en las horas menos punta son más económicas todavía: Así regulan el aforo.

El funcionamiento de los botones y los cajetines para echar los productos en la lavadora son como en casa. Y pueden estar cuatro o cinco personas más o menos a la vez haciendo sus faenas. Hay videovigilancia y el encargado sólo va un rato una vez al día a por la recaudación.

Unas duchas y un estacionamiento en el céntrico aparcamiento cubierto del Zoo, en Budapesterstrasse, fueron los responsables de que nos relajáramos de compras por los distintos ambientes de la ciudad.

Este aparcamiento es de 1.90, pero, como se veía que tenía algo de margen, en torno a 1.95, nos aventuramos bajando la suspensión neumática al extremo. Así la Marco Polo se convierte en una furgo de 1.94. La encargada del parking, una verdadera señorita Rottenmeier, la de Heidi, al principio no quería. Pero luego llegaron los dos vigilantes jurados y uno me hizo un gesto de complicidad para que lo metiéramos en una de las decenas de plazas vacías para minusválidos de la planta a nivel de la calle. No era alemán, seguro.

Al salir, ¡menos mal que llevo las gomas autoadhesivas en las cuatro esquinas de los paragolpes!, porque me comí una viga de hierro de esas que protegen a la máquina de los tickets. Y quedó en un simple susto. Ni se nota. Ni parktronic ni leches... como tengas mala pata, le pegas igual aunque te esté pitando.

Cenamos a dos metros del Muro de Berlín, que tocamos con nuestras propias manos (la última vez no lo habíamos visto), lo que se conoce como East Side Gallery, un fragmento de unos 1500 m que han dejado como museo.





Y nos costó encontrarlo porque en un primer momento la Jenny nos llevó a una calle que se llamaba igual pero ¡a 9 km! de allí. Es el nombre cariñoso que le damos a la sintética voz femenina que sale del navegador.



La pared es muchísimo más bajita de lo que parece en las fotos y en la tele. Casi que se la salta un gitano... o un torero.

Dejados atrás la puerta de Brandenburgo



y el inmenso Tiergarten, nos fuimos a dormir a la plaza de aparcamiento que más nos gustó en el del Palacio de Charlotenburgo frente al cual al día siguiente queríamos visitar



el busto egipcio de la reina Nefertiti.

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