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Gyór es una tranquila población del Poniente húngaro que habíamos pasado por alto en el camino a Budapest. Ahora toca parar en ella. El patio interior, con piso de arena, de una manzana céntrica, junto a un pequeño centro comercial, es usado por todo el mundo para aparcar en el centro. Así es que nosotros hacemos lo mismo. No tiene vigilancia, pero parece un lugar apacible. Hay ambiente relajado de domingo por la tarde. Las familias pasean con pereza por las calles peatonales arriba y abajo. Si no fuera por las cúpulas de las iglesias con forma de cebolla, podría ser una ciudad provinciana de Castilla.



Más tarde hubo que cenar. Nunca antes en un restaurante habíamos elegido tan a ciegas el menú. Igual que si estuviera en caracteres cirílicos o japoneses, así jugamos a la ruleta con la carta: esto, esto y eso. Y esto para beber. No entendíamos absolutamente nada. Ni al camarero, ni la televisión, ni lo que estaba escrito: Nada.

Al final vinieron un estofado con croquetas, un turco a la bruselesa con queso ahumado y calamares rebozados. Todo rico, abundante y a precio de risa. Dimos las gracias leyendo nuestra chuleta de húngaro y nos marchamos felices hacia un local que nos había seducido horas antes en la calle mayor: una pastelería-salón de té llena de señoras poniéndose tibias sin dejar de hablar... el ambiente era decimonónico, con camareros impecables y diligentes, con lámparas articulando las escaleras,



y con una auténtica piel de león decorando la bajada a los servicios.



Hungría es un paraíso por descubrir. Definitivamente.

Los últimos forints nos los gastamos en la gasolinera previa a la frontera eslovaca de la carretera nacional 1. Allí, aparte de gasolina y bombones, nos compramos esta práctica manguera para aspirar líquidos por vasos comunicantes con purgador de canica:



O sea: uno mete la parte metálica en el líquido a trasvasar, aspira con la boca por el extremo libre, el líquido va llenando la manguera, y además no puede retroceder porque su peso obliga a la canica a cerrar la válvula. Así, siempre purgada, la podemos dirigir hacia donde nos interese con un dedo tapando el extremo libre, con tal de que esté un poco más bajo del nivel del recipiente de origen. Un invento sencillo y muy práctico.

Una fugacísima visita a Eslovaquia de apenas tres horas es lo siguiente que hicimos, casi sin ningún trámite: saludar en la frontera, pegar la matrica de las autopistas (abonada con tarjeta, porque no habíamos comprado divisas), repostar, aparcar en el centro de Bratislava, que es un lugar bastante cuidado con vistas preciosas (que en absoluto parece una capital de estado),







y continuar hacia la República Checa, casi sin fuerzas.

Vuelta a saludar en la frontera, vuelta a comprar la matrica checa y, puesta la cuña niveladora en el aparcamiento del área de servicio de Lanzhot, allí dijimos adiós a la vida entre dos remolques de trailer.