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Conscientes de que aqu’, en Mastrique, a orillas del Mosa, se firm— el 7 de febrero de 1992 el Tratado de la Uni—n Europea por el que se consagra la unidad pol’tica del continente, nos imbuimos de ese esp’ritu de ciudadan’a comśn y nos lanzamos a sus calles, dejado el coche en la plaza del mercado.



Aunque en la oficina de turismo cobran por los folletos normales, en la tiendas son agradables y compramos un mont—n de cosas de comer y de vestir.



En el bufŽ de los grandes almacenes Grote Staat nos ponemos finos y Đcraso errorĐ tomamos una A25 atascada hasta las trancas. Aunque al final conseguimos llegar a la localidad belga de Lieja, en cuya calle Sur la Fontaine hacemos una gran colada en la lavander’a (con un yonqui tirado a la puerta) de enfrente del aparcamiento vigilado tipo silo, todav’a bajo los c—micos efectos del baile por soleares que se marc— el de la garita en cuanto supo nuestra nacionalidad. Es incre’ble cu‡nto identifican Espa–a con Andaluc’a fuera de nuestras lindes. De todas formas el tipo ten’a pinta de no tomar las comidas con agua.

DespuŽs de ver por fuera, en la misma clave institucionalista, la Comisi—n Europea de Bruselas, nos relajamos por la inmensa capital que desde la śltima vez hemos encontrado m‡s limpia y con grandes obras terminadas.

Aparcar es jodido. As’ es que optamos por el parking del hotel Bedford, no muy retirado de la Grande Place, especialmente bonita esa noche de fr’o y neblina.



En el escaparate de esta librer’a de viejo, como reclamo, lomos de volśmenes ensartados con tornillos y tuercas.



El śnico kebab (aqu’ hay much’simos) que hab’a abierto por las callejuelas de la parte antigua, cerca de la estatua del ni–o meando (Manneken Pis),



nos dio de cenar antes de ver quŽ tal hab’a quedado la anunciada reforma en profundidad del s’mbolo de la ciudad: el Atomium.



Pasados a Francia, antes de llegar a Valenciennes, levantamos el techo en un ‡rea y nos dimos las buenas noches.