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Un escatológico sucedido a punto estuvo de hacernos tomar una visión equivocada del país.

Ya se ha hablado en el Foro en los hilos dedicados al WC químico que muchos de nosotros utilizamos la doble bolsa del super acoplada a la forma de la taza para recibir los regalitos menos líquidos de la mañana.

Como parece natural y hasta el momento de depositarla en el contenedor, muchas veces ponemos la bolsa, ya sellada, fuera de la furgo, junto a una rueda.

Pues, he aquí que en esa inmensa explanada llena de camiones, y por tanto con papeleras rebosantes de restos de comida y bebida, entre otros objetos semiaprovechables, una pareja de homeless de unos cincuenta y cinco años mal llevados, seriamente tocados por el drinking de a diario, se apoltronaron en el bordillo de junto a nuestra discreta esquina. Allí bulleron un buen rato de la media mañana rebuscando entre bolsas recién recolectadas cuyos exiguos contenidos fueron libando. Ella, de complexión hombruna y tocada con gorro, parecía recién naufragada en una remota isla. Él, ojo avizor, divisaba nuevas presas en derredor... Hasta que su sonar se topó con nuestra bolsa. Que con mal estudiado disimulo rescató de junto a la furgo ante nuestra silenciosa, anónima para ellos y horrorizada expectativa. A cincuenta metros hacia el sembrado la lanzó como por resorte apenas el detonador le ahogó la nariz y con ella el gesto entero...

Mirad cómo se dice en lituano que el tabaco hace pupa a la salud:



Dicho así parece la cosa más grave, ¿verdad?

En este nuevo país, que tiene algo menos de población que la Comunidad de Madrid y algo más de superficie que el doble de Cataluña, estamos desprovistos de todo apoyo cartográfico, pero enseguida en la tienda de la gasolinera, para estrenar las litas, vemos un buen tomo en escala 1:200000 con precisos planos también de las zonas urbanas. Perfecto.

Litas también nos gastamos en el supermercado de Kaunas, la segunda aglomeración lituana a orillas del lago Kauno Marios. Doy fe de que se puede comprar de todo en una tienda de un país desconocido sin saber ni decir hola, ni cuánto cuesta, ni adiós. Así es que la gente ¡que se anime!, que no pasa nada. Ni mafias ni delincuencia ni ná de ná. Los manguis están aquí en España. Por allí no atan ni las bicis de noche...

En las carreteras lituanas se conduce a la sueca. Me explico:

Las líneas longitudinales del borde de la calzada (las de los arcenes) son discontínuas todo el rato. Ello quiere decir que si notas que el coche que te sigue se te pega mucho al culo con intención de adelantarte, tú tienes que meterte un poco en el arcén y facilitar. Si viene uno de frente, no importa. También tiene que apartarse a su otro arcén.

No saber esta peculiar costumbre, que se practica continuamente, como digo, en Suecia, puede traer algún encontronazo.

Antes de llegar a la capital del estado, vaciamos el WC en la alcantarilla de un área de descanso y merendamos frente al bosque, a los que hacen una explotación muy racional para la obtención de madera, que luego reforestan.

Como toda ciudad pequeña pero con una importancia administrativa notable, Vilna tiene un aspecto futurista



y una considerable densidad de edificios oficiales (éste es el modesto palacio del jefe del estado),



representaciones diplomáticas, universidades, tiendas de diseño para vestirse y amueblarse, y, desde luego, goza de una gran animación, maxime esa noche, que era sábado, con los abrevaderos a rebosar excretando decibelios y absorbiendo hordas, todo mezclado.

Como o no llegan a dos metros o están muy lejos del centro, vamos descartando aparcamientos hasta tirar la toalla:

–Aparcamos a pelo– convinimos.

Nos metemos por error en una calle de esas que tienen su mitad más céntrica peatonal y el resto para coches de residentes. Así es que, al ser sin salida, allí estaba nuestro hueco, junto a los bolardos del final, en cuanto cambiamos el sentido, vigilado gratuitamente por la gente de las cercanas y pobladas terrazas y a un paso de todo, como de esta original catedral blanca.



De allí nos recorrimos con agrado toda la parte antigua, nos cruzamos con una larga limousine (la nueva clase millonaria rusa anda suelta...) que llegaba a un hotel selecto, y cenamos por 14 € ¡los dos! (colegas: no lo dejéis más tiempo, el sueldo os rinde en el Este más del doble...).

La chica del restaurante St Valentino (Traku 18) se llama Greta y es la única que nos entiende en inglés. Es enrollada y nos consigue buena parte de las monedas lituanas para coleccionar. Tengo una hermana a la que le encanta que le lleve las series de los países que visitamos.

La comida es rica, pero nos llama la atención que, siendo las once menos cinco de la noche y teniendo puesto en la puerta que cierran a las doce, la gente ande con tanta prisa, como recogiendo. Nos dan el café y nos traen la cuenta.

¡Qué atrevida es la ignorancia! Es que resulta que Lituania tiene el huso horario GMT+2, o sea, una hora más que en Europa Occidental, donde tenemos GMT+1 (menos P, IRL y UK, que es GMT, hora de Greenwich). Y, claro, ¡ya eran casi las doce! Aclarado el malentendido nos fuimos tan contentos por lo bien que nos habian tratado.

Con los bonitos espacios verdes de Kalny y Vingio, pasamos el ecuador del viaje, el punto de inflexión triste a partir del cual uno empieza a volver hacia casa. Los días mandan y si nos entretenemos más no llegaremos a tiempo. Es la tensión del montañero que, al hollar la cumbre, casi no disfruta de ella por la ventisca y la falta de oxígeno y además tiene por delante lo más duro: el descenso. Snif.

Empero este repliegue tiene todavía un poderoso aliciente: intentar llegar hasta Rusia. El día D ya había llegado. La hora H la fijamos hacia las 3 de la madrugada. Sería nuestro país número 32º (E, P, GBZ, F, AND, UK, MC, I, CH, FL, A, D, B, NL, DK, S, N, PL, L, MA, V, RSM, SLO, HR, IRL, SGP, AUS, H, SK, CZ, LT y RUS, por ese orden).

Un poco antes ya alcanzamos de nuevo Kaunas y Marijampolé por la misma carretera de la ida. En Kalvarija tomamos la comarcal 200, muy secundaria pero en buen estado, hacia la frontera rusa de Vistytis, que es el punto donde más perfectamente se acercan las tres fronteras (rusa, polaca y lituana) y más fáciles de desarrollar son los planes.



El plan A consiste en llegar hasta el puesto fronterizo lituanorruso y aducir que sólo queremos pasar a Zytkiejmy, en Polonia. Total son sólo 12 km bordeando la ribera oeste del lago Vistytis. Si los rusos se enrollan, a lo mejor nos dejan. Nos ahorraríamos unos 300 € de visados, molestias y papeleo interminable y habremos podido visitar algún pueblo y ver el entorno.



Si el puesto fronterizo ya no está abierto por la hora, o los rusos se ponen estrictos, o simplemente está cortado, entraría en funcionamiento el plan B: entrar a Rusia de todos modos, pero haciéndonos los despistados: todo el mundo sabe que se llega más lejos en la vida así que yendo de listillo averiguao. Fingiríamos ser unos pobres turistas medio perdidos en la noche con toda su parafernalia: gafitas de atrezzo, mapa abierto por la página, cámara y cara de buenos. Para cuando nos pillaran, que seguro que nos pillarían, ya estarían las fotos en la tarjeta y todo sería fingir un rato. Luego retrocederíamos hasta Kalvarija y continuaríamos normalmente hasta Polonia.

El objetivo está cerca. Nos cruzamos por primera vez con un coche desde la carretera general. Enseguida con otros tres, esta vez rusos. Luego nadie hasta la pequeña aldea lacustre de Vistytis, donde si te metes en el agua ya estás en Rusia porque la frontera es la ribera norte y este. Todo coincide como habíamos visto en el mapa en la fase de gabinete:



una travesía con dos iglesias. En la segunda hay una curva de 90º hacia el norte y allí precísamente debe salir un ramal de unos 600 m hacia el puesto ruso, al oeste.

Rebuscamos un poco dandole la vuelta al templo y una calle desguazada, que tiene pinta de ser la que nos interesa, en completo silencio y soledad, exhibe la señal oxidada de sin salida.



Como ello no implica prohibición alguna, somos ciudadanos comunitarios con derecho a la libre circulación de personas y estamos en la Unión Europea, allí nos metimos, no obstante, con el corazón a mil. Hasta el punto verde gordo.



Ya sabemos, por tanto, que por ahí no va a haber frontera abierta. Luego ponemos inmediatamente en marcha el plan B con sus aditamentos. No hay tiempo que perder.

A la derecha del pueblo se ven instalaciones militares con algunos jeeps aparcados a la puerta. Muchos focos y centenares de metros de vallas de espino de unos dos metros y medio de altura.

A pesar del silencioso funcionamiento de nuestro V6 y del tono pardo de la carrocería, ladra a lo lejos un perro y empieza a llover un poco. Sopesamos en un instante la posibilidad de avanzar con el alumbrado de posición para ser menos vistos y disponer de más margen hasta que nos trinquen. Pero eso arruinaría la teoría del frágil turista perdido en la maraña viaria. Así es que optamos por ir bien a las claras: con el de carretera, que se nos vea bien y, además, veamos bien el escenario.

Pasamos unas arrumbadas garitas y una barrera metálica levantada, entramos en la franja neutral y un cartel que vemos por el retrovisor con la leyenda

LIETUVOS RESPUBLIKA

Vistytis



nos indica claramente que no rodamos por Lituania: Prueba superada: ¡Estamos en Rusia y sin pagar un duro! Y además, casi en el aniversario de la revolución bolchevique de octubre de 1917.

Por si luego nos entran remordimientos de no haber hecho la merced completa, nos acercamos hasta las alambradas que impiden el tránsito hacia la abandonada continuación de la carretera



que nos aparece de frente. Descendemos de la furgo



y nos lanzamos a por las pruebas. ¿De qué le sirve a un español poner unos cuernos si luego no lo cuenta en el bar?

Los segundos mismos corren en nuestra contra. A estas alturas ya habrán saltado todas las alarmas en la base. Iluminadas bien las alambradas, que, a diferencia de Auschwitz, no están electrificadas, ponemos las manos en la patria de Putin. Nos pasamos la burocracia por debajo de un capote rosa y albero. La tierra rusa está fría y húmeda. Apenas unos disparos con la cámara. No da tiempo a más...



La alegría nos dura poco porque un rumor de motor suena a nuestras espaldas. Por si acaso, con el corazón fuera de su sitio, temblando de miedo, nos tiramos a la furgo, la cerramos y damos la vuelta en un entrante visto al llegar para encarar la salida. Aparecen unas luces hacia nosotros a toda velocidad. ¿Serán los buenos o los malos? ¿Una mafia que viene a por los siguientes pardillos o unos furibundos policías a darnos unas hostias por listos?

El jeep militar lituano se detiene en su puesto fronterizo y espera a que nos acerquemos nosotros. Luego sacan una paletina con un punto rojo muy gordo apuntando hacia nosotros y a su altura nos detenemos con normalidad.

Como en el cole no dimos lituano como segunda lengua, no entendemos nada de lo que nos dicen. No parecen enfadados sino más bien que les hemos jodido alguna partida de algo y que van a tener que rellenar algún parte de incidencias esta noche. O sea, trabajar.

En ejecución del plan previsto, sacamos un mapa de la zona y apuntamos con un dedo tembloroso a la localidad polaca que, atravesando Rusia, queda ahí al lado. Niegan con la cabeza. Piden la documentación. El que se bajó del coche le pregunta al otro algo así como si España es comunitaria. El de dentro gruñe algo como que sí. Nos devuelven los papeles y nos señalan medio en inglés medio por señas que debemos rodear por donde ya sabemos: por la aduana de Budzisko: No veáis qué alivio.

La escena sería exactamente la misma con dos lituanos y dos guardias civiles, pero en la valla de Melilla.

Antes de que pudieran arrepentirse, casi sin disfrutar de la presa, pusimos las de Villadiego sin mirar para atrás.

Son esos ratitos por los que merece la pena vivir.

Con todo el subidón encima nos gastamos íntegramente las litas en gasolina barata (en Polonia es algo más cara) en la última Statoil antes de la frontera, en Trakenai. Nos dimos prisa en salir del país por si las moscas.

Esta vez la pantalla del aduanero está un poco girada de más hacia la ventanilla y vemos a la perfección nuestras fichas policiales al pasar la banda del DNI: ningún problema.

Como lo que toca ahora es recorrer toda la costa norte de la Polska Republika, Polen para los alemanes, nos llega el resuello por ir avanzando hasta la pequeña gasolinera, cerrada, de Kalinowo por la que sólo sobre el papel son las carreteras de primer orden 8 y 16.



Uno de esos WC de plástico verde clarito, que nos persiguen durante todo el viaje, nos hace compañía en la quietud de la noche.

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