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Un camionero rumano, obnubilado por el sueño, se estaciona delante de nuestra furgo que, recordemos, estaba encajonada entre dos remolques. Y nos cierra el paso. Cuando nos despertamos hubo suerte de no tener prisa porque nos costó veinte minutos localizar a la policía que casi sólo hablaba ese sencillo idioma checo y explicarle lo que pasaba. ¿Quién podría olvidarse de la cara ojerosa y despeinada de aquel hombre cambiándose con desgana de sitio?

Repuesta el agua gastada del depósito, Slakov n Brna nos espera. En su término municipal y durante nueve terribles y, como hoy, gélidas horas



del 2 de diciembre de 1805, el emperador francés Napoleón Bonaparte ganó la más brillante, táctica y decisiva ocasión de su carrera militar contra la coalición austrorrusa comandada por el Zar Alejandro I: la Batalla de Austerlitz. El bonito monumento a la paz recuerda hoy ese episodio de nuestra historia reciente.

El frío no nos arredra porque en el pueblo hemos completado el estómago con una pizza al modo de Moravia o un Steak Samaritana en un simpático negocio familiar de los que atienden casi a cualquier hora.

Del campo de operaciones pasamos a Brno, la capital regional, que hace gala de inmensas barriadas de torres de estética de proletariado socialista donde las calles no tienen nombre.

Lo aclaro: son una especie de edificios altos con planta en forma de ele o de ce o de u, más o menos cerrados sobre sí mismos abrazando patios semiinteriores a veces ajardinados pero muy descuidados y comunitarios. El primer miembro de una dirección postal es el nombre de ese complejo de viviendas, y el segundo miembro, lo que sería el número de la calle, es en realidad el número de portal de ese grupo de edificios. ¿Me explico? Sin embargo, las calles que rodean esos bloques, y que los separan de los de alrededor, carecen de nombre. Es curioso y desconcertante cuando uno busca un negocio o una casa particular.

Luego en el centro de la ciudad ya todo se vuelve más normal.



Incluso los Mc Donald’s exiben originalidades, que a esa fecha no habían llegado a España, como los chicken-roll, de pollo y verduras mitad rollo kebab, mitad mejicano.

Dos policías jovencitos recién salidos de la academia coquetean ajenos a su servicio en un oscuro entrante junto a la catedral, como adolescentes con calentón, con dos rubias más aligeradas de prendas de lo que la noche de marzo aconseja en un clima tan continental.

Los escaparates exhiben ya sin pudor lo más granado de la artesanía del cristal de Bohemia,



o preciosos sillones de madera tallada como éste:



Vueltos a la furgo, que habíamos aparcado en una plaza del centro, repostamos gasolina y empezamos a buscar un sitio adecuado para dormir.

Acertamos a la segunda, porque la explanada arbolada que elegimos en primer lugar, resultó ser la parte de enfrente de un cuartel a juzgar por la visita que nos hizo un soldado con intercomunicadores colgando a escasos instantes de posarnos.

El sitio finalmente elegido fue el área de descanso de Chocerady en la autopista que lleva a Praga.

La llamada de un amigo de Salamanca, que no sabía que estábamos tan lejos, enrabieta el ambiente: nos ofrecía un vuelo gratuito en globo aerostático para el día siguiente porque dos plazas habían anulado su reserva. ¡Qué pena más grande! En fin… todo no puede ser…