23. Vic (E) – Barcelona (E)

Unas voces nos devuelven a la realidad:

– ¡Eeeeh, eeeeh!

Un tipo con una manguera en la mano nos aparece a lo lejos en la puerta de su finca diciéndonos que el camino en el que estábamos discretamente estacionados era un lugar privado, que no era del dominio público y que no podíamos estar allí sin autorización.

Así es que nos cambiamos a un descampado muy cercano donde ya nadie nos volvió a importunar. Aunque no tardamos en levantarnos porque ese día fue uno de los más importantes de nuestras vidas en dos categorías: en la de los campers y en la de la gastronomía.

Nos esperaban en un concesionario de Mercedes-Benz que desde hacía meses nos sonaba como referente de calidad en el mundo de las furgonetas y autocaravanas: Autosuministres Motor SA. A la hora convenida, un brioso comercial, resuelto y con extensos conocimientos nos estrechó la mano con decisión y simpatía. Ninguno de los tres lo sabíamos, pero él acababa de ganar un montón de euros a su cuenta de facturación.



Probamos una Vito Marco Polo automática, con la carrocería corta anterior a 2004. Era la primera vez que conducía un coche con esa caja... Vimos catálogos, mil detalles, nos emplazamos para visitar la próxima feria del Caravanning en el otoño siguiente porque ya se presentaría la Viano Marco Polo y la podríamos ver in situ...

Hasta junio del año siguiente no encargaríamos la nuestra, pero ese día se formó el zigoto.

Ese día, precísamente, era martes. Y en la plaza mayor había mercado. Así es que por allí anduvimos tapeando y de compras.



Y viendo los restos del templo romano.



En un área del Eix Transversal de Catalunya, la C25, comimos más en serio y vimos un cartel de direcciones que nos recordó lo más reciente de la crónica de la España Negra: el secuestro de la farmacéutica y el triple crimen de Alcàsser.



Avanzamos de nuevo hasta Figueres por cuyo centro comercial Champion hicimos algunas compras y otras visitas antes de alcanzar Roses. En la playa, momento de la foto, nos pusimos un poco menos hawaiianos para quedar simplemente vestidos informales. Esa noche teníamos mesa reservada desde hacía ocho meses en Cala Montjoi, en El Bulli.



No os creáis que fue tan fácil porque primero nos perdimos por una urbanización antes de dar con el desvío correcto hacia el precioso lugar en el que está este restaurante. Al entrar, ya oscurecido, un letrero apenas iluminado da paso a un aparcamiento-jardín zen.



Tomamos veintisiete platos cada uno. Inolvidables. Fue un espectáculo. Te sorprendía todo, era otra dimensión. Completamente distinto al resto de establecimientos con estrellas. Decir creativo es poco: era sublime. Y, por supuesto, el mito de que te quedas con hambre lo pierdes a partir del plato decimoquinto... que, en muchos casos, están hechos con placas de pizarra fresada.



Al final tuvimos la fortuna de hablar con el mismísimo Ferran Adrià en y sobre su cocina y nos dedicó a cada uno el menú que habíamos tomado. Aquel año ofrecían uno distinto cada día. Después de probar tales bocados, uno se puede morir tranquilo.

Es un tío accesible, verdaderamente. Porque si con nosotros, que somos los últimos pringaos, estuvo tres o cuatro minutos charlando, ¿qué será con los peces gordos?

¿Qué sensación tiene un ravioli que te explota dentro de la boca? ¿Habéis visto alguna vez un café capuccino ya servido en una taza boca abajo? ¿Cómo comer unos spaghetti de dos metros de largo y de una sola vez? ¿Cómo pueden saber rabiosamente diferentes cuatro almendras crudas puestas consecutivamente?

Bueno... es mejor ver la película...

¿El precio? Pues el mismo que ir dos o tres días seguidos a restaurantes más corrientes. Merece la pena 100%.

Aquella noche falló una mesa y llamaron por teléfono a alguien de la lista de espera y se presentaron desde muy lejos, cerca de la hora del cierre, estresados pero felices.

Al acabar de cenar dimos un paseo por la solitaria cala, a orillas del mar, y por la ciudad de vacaciones contigua y nos volvimos a Barcelona a celebrarlo hasta tarde. Las sombras del jardín de la parte alta de la calle Lleida, junto a una fuente, nos dieron cobijo cerca del amanecer.



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