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Hoy toca rellenar las bodegas. De forma que el cercano centro comercial Elster Park, en Plauen, nos viene al pelo. El hall es como cualquier otro, pero las enormes salchichas blancas braseadas hacen de actores protagonistas en un puestecillo atendido por dos bravas bárbaras bávaras.

Así es que nos ahorramos hacer la comida con esos bocados chorreantes de salsiki y otros cócteles especiados.

De lo que no nos libramos es de buscar una esquina apartada en el aparcamiento, dotada de sumidero, para evacuar el agua de la que en quince minutos pasó a ser la primera colada del recorrido.

De esa forma íbamos a aprovechar la longitud de la etapa de hoy para tender la ropa en la barra interior. El aire forzado entre las ventanillas traseras y la velocidad harían el resto.



En la gasolinera de Chemnitz nos rechazan por primera vez la tarjeta MasterCard. Suerte que salió al quite, airosa, la VISA: Siempre hay que llevar rueda de repuesto.

El imponente busto de Carlos Marx hecho en 1971 por Lew Kerbel en granito de Ucrania (la ciudad se llamó entre 1953 y 1990 Karl–Marx–Stadt) de casi 13 metros de altura nos recibe en el más céntrico de sus bulevares con la celebérrima última frase del Manifiesto Comunista: ¡Proletarios del mundo, uníos! escrita en varias lenguas (en castellano, no).



Es una ciudad típicamente del racionalismo socialista del Este: grandes colmenas de edificios comunitarios a lo largo de anchas avenidas, corte industrial, apabullante transporte público, nada de atascos y escasa vida en la calle.

Un poco de comida rápida y mala nos ameniza la estancia. La frontera polaca ya está cerca, a la vuelta de la autopista que en unos minutos nos deja en el paso de Görlitz, con algo de colas.



El oficial de aduanas nos dirige un escueto bisílabo extendiendo una mano con el índice vendado:

–Passport!

Y aprendemos la lección del día: ¿A que no os imagináis para qué son en la parte trasera inferior del DNI todos esos angulitos que hay junto a la expresión ID ESP?

Pues muy fácil: al pasarlo como si fuera una 4B por un lector de tarjetas, a los polis les aparece toda nuestra ficha en la pantalla y ven en un periquete si tenemos alguna cuenta pendiente, en letras blancas sobre fondo oscuro. Se deja de dormir esa noche en la furgo si se tiene la mala suerte de que un juzgado nos haya dictado una orden de búsqueda y captura internacional.

A continuación la tirita hizo desde dentro de la garita un barrido imaginario que comprendía toda la longitud del vehículo: Inequívocamente el pavo pedía el permiso de circulación. Cuya matrícula tecleó. Tensa espera. Más tensa aún cuando un congénere nos indica que nos apartemos de la cola y nos situemos en diagonal un poco más adelante.

El suspense acabó rápidamente cuando el botones se acercó a devolver todos los papeles juntos y apartó una valla. La mirada lo dijo todo: podéis entrar en Polonia.

Un precioso himno nos llenó el pecho de alegría.

Aunque tienen previsto acabarla, desde la frontera hasta la autopista transilesiana se acaba la vía de alta capacidad. Una infernal carretera abarrotada de madrugada (imaginaos a media mañana) era todo lo que se ofrecía. Cinco metros de calzada sin arcén, baches como simas y camioneros con prisa chisporroteando en el retrovisor.

Si las carreteras checas están salpicadas de pequeñas casitas de madera acristaladas ofreciendo vulvas receptivas a precio convenido, las polacas lo que tienen son restaurantes de cocina casera abiertos –atención– ¡24 horas!

Habéis leido bien: empanadillas de la abuela (pierogi) y sopas de harina ácida (zúrek) non–stop. De humildes chozos con dos coches a la puerta y manteles de cuadritos a desarrollados holdings abarrotados de trailers. Hay de todo. De aparcamientos de barro a esmerados asfaltos rotulados para minusválidos.

En uno de los primeros entramos a dormir con ese recelo de novatos en las peligrosas áreas fronterizas.

El soniquete de la lluvia, irregular, llenaba de gotas juguetonas el techo solar.



No había mafias a la vista. Sólo el tintineo de cientos de velas encendidas en el cercano cementerio de Czerna.

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