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Hasta Asia en Marco Polo... con un pie en la cárcel:
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Os presentamos el recorrido más apasionante, extraño, accidentado y lleno de cosas raras que hemos hecho nunca. Y mira que van ya historias por cuarenta y dos países.
Pasen y vean:
Estadísticas generales:
– Alfabetos empleados: 3 (latino, cirílico y griego)
– Enlaces en hipervínculo a temas de interés: 1 088
– Fotografías insertadas: 698
– Videos: 28
– Mares visitados: 8 (Cantábrico, Mediterráneo, de Liguria, Adriático, Negro, de Mármara, de Tracia y Jónico)
– Divisas usadas: 6 (€ euros, HRK kunas croatas, RSD dinares serbios, RON lei rumanos, BGN leva búlgaros, TRY liras turcas)
– Distancia recorrida: 9 191 km (8 348 km por tierra + 110 km remolcados en grúa + 396 nmi por mar, es decir 733 km)
– Días empleados: 30
– Consumo medio de carburante: 14,2 l/100 km (tomando 1,40 €/l como precio medio en los surtidores)
– Países transitados: 12 (E, F, MC, I, SLO, HR, BIH, SRB, RO, BG, TR y GR), y van 42
– Ciudades visitadas: 71
– Vehículo: Mercedes-Benz Viano Marco Polo 3.2 V6, versión 2004
– Pernoctas acumuladas en esta furgo: 523 (en 6 años de antigüedad).
Con un sencillo cuadrante de Excel, ha sido muy cómodo tomar los datos de los gastos en el iPhone según se han ido produciendo y desglosarlos después:
Gasto total: 4 545,15 €, de los cuales son de…
– Gasolina de 98 octanos: 1 668,75 €
– Peajes: 310,35 €
– Aparcamientos vigilados: 46,70 €
– Comidas: 1 250,65 €
– Alojamientos: 213,75 €
– Averías: 336,85 €
– Multas: 41,40 €
– Pasajes de ferry: 224,00 €
– Varios: 452,70 €
Ya hacía un año que teníamos en mente el acercarnos hasta el mar Negro en invierno, cuando las hordas rumanas, turcas, búlgaras y ucranianas, manadas enteras de belenesestébanes benidorianas no acaparan aún las cálidas arenas de aquellas playas de oleaje tímido. Es el encanto de un mar interior.
El objetivo también tenía su guinda: nunca habíamos estado legalmente caminando ni rodando en suelo asiático porque un par de escalas en la zona de tránsito aéreo internacional de Singapur no eran en puridad estar en Asia.
En aquel diciembre de 2009 se nos había cruzado un ofertón irresistible e irrechazable que nos retuvo una quincena de las de no olvidar alojados en una planta 30ª con vistas al Chrysler en la calle 42 de la Midtown neoyorquina (> exactamente aquí). Así es que la cosa había que irla despachando: no se pueden tener los países benjamines de la Unión, como Rumanía o Bulgaria, a tiro de deneí y con los precios por los suelos y estar en casa engordando con turrón del Mercadona viendo absurdos informativos donde nos cuentan que el tiempo está fatal por Centroeuropa.
Que lo estaba, pero bueno, no importa. Croacia, por ejemplo, tenía declarado el estado de alarma, en vez de por los controladores aéreos como en España, por las gravísimas inundaciones de grandes ríos como el Sava. Y la región del Véneto, en el noreste italiano, no recordaba en cien años desbordamientos iguales.
Así es que descartamos la opción B, que era pasar un mes recogiendo en trescientos tubos de ensayo un poco de arena de las principales playas de las costas de E, GBZ y P desde Portbou a Hondarribia, el gran perímetro, y nos lanzamos al Ponto Euxino. Porque sólo se vive una vez.
Además queríamos introducir una novedad que no habíamos hecho nunca en una ruta tan larga: salpicar de tanto en tanto las pernoctas en la furgo con noches de hoteles reservadas on-line a bajísimo coste unas horas antes desde el teléfono móvil con la aplicación booking.com, que os queremos recomendar de verdad por su agilidad, sencillez y fiabilidad. Te desvela megaocasiones con descuentos de hasta el 70%. Eso nos daría algunas ventajas para lavar la ropa, ducharnos a mayor confort en días muy fríos y darle mejor repuesto a cuerpos abatidos por etapas muy largas.
Igualmente sentíamos una irresistible curiosidad por ver de cerca sin el socorrido trasplante traumático del avión cómo se iban convirtiendo al Islam los lineales de los supermercados, las mesas a las que nos sentásemos y todo lo demás de las sociedades. Pero poco a poco: hoy con una salsa de yogur o unos dulces combinando miel, hojaldre y pistachos; mañana con una taza de retrete ya provista de chorrito interior; otro día con la fragancia del comino inundando un plato...
Sin apenas preparación ni documentación previa tomamos la decisión, nos hicimos con las cábalas para disponer de los días necesarios y pusimos el cerebro en modo esponja para aprender como niños que salen de excursión por primera vez.
En los medios nos dicen que Bosnia es un país destrozado por la guerra; que los serbios odian a los españoles porque Solana los mandó bombardear; que la Rumanía tras la era de Ceauşescu es un país complejo lleno de peligrosos gitanos; que terribles bandas de albano-kosovares organizados en mafias paramilitares te robarán la furgo en cualquier gasolinera... Pues casi nada de eso. No hay que creérselo todo. Recordad que son los mismos que sostienen que, por poner un ejemplo cercano, Euskal Herria es un país ofuscado, peligroso y agreste donde casi es imposible vivir.
Cuando decía Pío Baroja que el nacionalismo se curaba viajando no pudo dar a la humanidad mejor baño de luz antiprejuicios.
Y además, como el coleccionismo estimula las iniciativas, se nos ocurrió que una buena idea viajera podría ser proponerse conocer siempre al menos tantas naciones como años de vida se tengan: un país nuevo al año no hace daño, ya lo dice el refrán. Como uno de nosotros ya peina 43, pues andábamos con retraso: urgía hincar el diente a BIH, SRB, RO, BG y TR porque sólo habíamos estado en 37.
Como novedad en este relato, adjuntamos 408 puntos geolocalizados para los amantes del dato. Así en todo momento con un solo gesto podéis, pulsando enlaces como éste, (> exactamente aquí) llegar al lugar sobre el que se está hablando, recorrerlo, acercaros, alejaros, ver lo que hay alrededor, comprobar las carreteras… Y en todas las poblaciones donde está ya disponible podéis arrastrar el muñequito de StreetView para ver a pie de calle cómo es la vida en 3D.
La fotos, por motivos de peso, van en escasa resolución. Si a alguno le gusta especialmente alguna y la desea en gran calidad, que nos escriba pulsando aquí y se la mandamos sin problema.
Trataremos de ser extremadamente minuciosos con dos fines: para que el que quiera pasar por sitios parecidos tenga datos actualizados y para que si os lo leéis del tirón consigáis recrear la misma atmósfera y hagáis virtualmente con nosotros el mismo recorrido.
Bueno, vamos al grano. Así ha sido la experiencia. No olvidéis que únicamente es la manera de cómo hemos visto nosotros la realidad. Pero hay mil ópticas diferentes. Ésta es la nuestra, que seguramente ni es la más acertada ni desde luego tiene vocación de serlo:
Etapa 1: lunes 6 de diciembre de 2010
Salamanca (E) – Donostia (E)
El reloj de la furgo marcaba exactamente las 17:06. En el balcón del primer piso, asomada con su hijo, la vecina más querida del bloque nos desea una feliz singladura y cuidadito con los rumanos.
Ignoraba como nosotros que habría de ser con mucho el mejor país del recorrido.
Antes de abandonar la ciudad llenamos el tanque de gasolina en el económico E.Leclerc y allí mismo la pasamos por el autolavado (> exactamente aquí).
Una de las exiguas desventajas que conlleva vivir en Salamanca es que estamos un poco arrinconados para todo lo que no sea viajar por Portugal y España, y toca chuparse con resignación la soporífera A62 hasta el pirineo si quiere uno moverse por Europa. A mitad de ella, en el área de servicio de Villagonzalo, puerta de Burgos, nos damos el relevo (> exactamente aquí).
Conducir mucho es como trabajar cara al público: no te vas a la cama ningún día sin nada que contar. La primera sorpresita nos aguarda en la incorporación de la NI sobre la AP1 en el término de Ameyugo (BU): la placa V20 de algún camión yace bastante desmejorada sobre la calzada justo encima de las marcas longitudinales que separan el carril derecho del central y da la sensación de ser algún balizamiento de obras (> exactamente aquí). Si llegamos a ir a 120 km/h nos la comemos con pimientos y de postre llevamos el morro al chapista.
Pero el menú fue otro –no creáis que mucho mejor– más adelante, ya pasadas Gasteiz y las diez de la noche, en el San Román de la salida de Araia (> exactamente aquí). De los pocos lugares que desmienten aquella gran verdad de que en Euskadi se come bien en cualquier sitio: pintxos malos de tortilla de patatas, por ejemplo.
La que sirven aquí la podéis hacer en casa cuando queráis que algún conocido no os vuelva a visitar: cocéis unas patatas y las echáis a la sartén mientras cuajáis una francesa. Queda tan deliciosa como los horribles pastelitos marca Búlgaros (¿puede haber mejor premonición al comenzar un viaje a Bulgaria?) que compramos en la tienda al salir. ¡Ah!, también pillamos un poco de lotería de navidad con los dos eurillos de recargo habituales por acercarte (acaso) la suerte al sitio por el que uno pasa.
Al tomar la curva de entrada de la NI en Olaberría (> exactamente aquí) nos percatamos de lo global que está desenvolviéndose el fenómeno de los megabazares maxi chinos: sólo queda ya abrir uno dentro de La Alhambra.
Al llegar a Donostia nos apercibimos de un error de bulto: nos hemos olvidado de pedir a la chavala de la aseguradora del coche que nos mande la carta verde relativa al recibo de este ejercicio de la prima. Y sin ella, a los ojos de cualquier poli allende el Bidasoa, el recibo de la guantera vale lo mismo que una etiqueta de anís del Mono y seremos una caja metálica circulando sin seguro.
Así es que ponemos el huevo en el paseo de Miramón,
en la tranquila soledad del aparcamiento de la plaza de toros (> exactamente aquí) y escribimos un mail a la susodicha pidiendo al mismo tiempo al dios de las bandejas de entrada que lo lea prontito en cuanto abra la oficina por la mañana.
Con ese deseo nos dormimos tras disfrutar de unas últimas horas de cena y hogar, y de un garbeo por el barrio.
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Etapa 2: martes 7 de diciembre de 2010
Donostia (E) – Ayguesvives (F)
Como los olvidos nunca vienen solos, además de fumarnos la carta verde, nos hemos dejado en el tintero las tarjetas sanitarias europeas. O, mejor dicho, los documentos provisionales que las sustituyen hasta que nos las entreguen. Y para más INRI son de marcas distintas: una, por pertenecer a una mutualidad de funcionarios, es de una clase y la otra, del régimen general, es diferente.
Así es que nos hacemos hacendosos vecinos del barrio de Amara por unas horas y, como si fuera un día normal de papeleos en nuestra ciudad, nos armamos de optimismo y nos proponemos con Larra que nos digan lo menos posible vuelva usted mañana.
Cuando bajamos de la plaza de toros, como si una siniestra pitonisa Lola supiese adónde dirigimos los pasos, nos impacta otra premonición escrita en caracteres enormes gritando desde un muro: RUMANOS GO HOME (> exactamente aquí). ¡Vaya!: parece que los malos se han venido todos para acá.
La cosa empieza bien cuando Blanca, nuestra aplicada agente de seguros, al otro lado del auricular nos confirma haber hecho ya los deberes: no sólo a estas alturas se había leído el correo de anoche sino que ya estaba a un clic de enviarnos el documento en un PDF a nuestra cuenta. Así da gusto: calidad y eficiencia teutona por el mismo precio.
Otro tanto nos ocurre en la delegación provincial de MUFACE de la calle Catalina de Erauso (> exactamente aquí): dos funcionarias simpáticas –valga la paradoja– en dos meneos de teclas nos entregan un talonario de recetas y el famoso CPS, el documento que en unos meses saldrá de su crisálida feota de DIN A4 y tomará la grácil forma del tamaño crédito para acomodarse en las carteras del españolito viajero.
A partir de ese momento toca echar monedas para la TAO, que es como se llama a la ORA en euskara, aparcar bien la casita con ruedas y olvidarnos de la doble fila. Así aprovechamos para darle a la tortilla de patatas (esta vez cojonuda) y a los cafés con bizcochos de casa. De casa Maskato,
en el 39 de José María Salaberria (> exactamente aquí). En la administración de al lado otro décimo para el día 22 por si acaso.
Luego a repartirnos el curro: mientras uno se va a la plaza de Pío XII (> exactamente aquí) a conocer a la otra remesa de funcionarias de la peña del INSS, otro se las ingenia para que la carta verde tenga el aspecto verde que se espera de ella.
En la oficina de MUFACE fueron encantadores y se ofrecieron a imprimir el documento si fuera necesario, pero, aunque finalmente lo hicieron y se lo agradecimos, realmente no hizo falta porque la encargada de la librería Ulises
–de nuevo otra metáfora premonitoria de nuestra Odisea de treinta días– (Amezketa 7) (> exactamente aquí) nos hizo la vida muy fácil vendiéndonos los folios de color verde y dejándonos su propio ordenador de la trastienda y su fotocopiadora para abrir e imprimir el correo de la aseguradora. Y allí dejó solo a un perfecto desconocido rodeado de los paquetes de monedas para los cambios mientras ella seguía atendiendo al público. Con total confianza y amabilidad. Así da gusto.
Hecho todo ello, nos adentramos en el atasco navideño-compulsivo que tocaba con su varita incluso a los accesos al aparcamiento subterráneo del Boulevard (> exactamente aquí). Allí entraba un coche
cada vez que la boca contraria vomitaba otro lleno de pedidos de Papá Noel. Y allí la acomodamos donde apareció un huequito.
Algunos metros por encima, el mercado de la Bretxa tenía todo a punto
para la mejor quincena de ventas del año. Nosotros sacamos algunas fotos y compramos galletas de vainilla para matar al gusano que siempre renace de sus cenizas.
El lema cambiante de la fachada del Kursaal venía a decir aquel día más o menos que todos a una con el euskara
mientras echábamos un vistazo a los destrozos del último temporal en fachadas
y en el propio paseo Nuevo (> exactamente aquí).
Es un poco para turistas, pero era la tercera vez que lo intentábamos. Unas veces porque estaba petao de gente, otras porque estaba cerrado... El caso es que nos apetecía poteo por la parte vieja
en A fuego negro en el 31 de 31 de agosto (> exactamente aquí). Así es que aprovechando que aún se podía uno arrimar a la barra fueron desfilando por ella las bolitas que veis de regaliz, txangurro y aguacate;
mini hamburguesa MacKobe; merluza a la romana y tortillas de toda la vida; y la creativa tosta de la imagen hecha de merengue de cereza con chicharro y queso de oveja. El precio lo peor.
En el paseo descubrimos alguna atrevida chimenea (desde la calle Kanpartegi),
reivindicaciones de que se emplee bien el dinero de todos
y también un bonito Chillida
(precioso como el resto de la obra que habíamos visto este verano en el recién clausurado Leku) dentro de la iglesia de Santa María,
que ya andaba cerrando, y luego bajamos el tapeo subiendo por primera vez al castillo
del Urgull (> exactamente aquí).
Allí hablamos un rato con un buen amiguete donostiarra, forero de esta casa, al que por falta de tiempo no pudimos cumplimentar como es debido.
A unas caseras de Hernani les hicimos la compra de frutas
y verduras (> exactamente aquí) entre las que destacaban por su frescura estas vainas ya despuntadas y deshilachadas
que resultaron tiernas de verdad horas después al salteado.
En el rincón furgoperfecto del Araso Industrialdea de Irún
nos dimos una ducha confortable al pie, como veis, del monte Jaizkibel
antes de un buen rato de relax (> exactamente aquí). Éstos sí que son polígonos industriales integrados en el entorno.
Luego el repostar baratito en el Alcampo (> exactamente aquí), el reponer agua
y niveles de aire en los neumáticos y un poco del socorrido McAuto (que nos comimos de nuevo en Araso ante un poco de mosqueo del vigilante) nos despidieron de España por las A63 y A64, donde un camión iba meciendo su V20 de la simpática manera que se ve en el video:
En el área de descanso de Haut de Départ, en el término de Orthez (> exactamente aquí) nos echamos un buen rato en la cama y luego mientras uno conduce un montón de kilómetros hasta el peaje de Lestelle, el otro va redactando un artículo para el periódico de la asociación de antiguos alumnos de bachillerato a propósito del encuentro que habíamos tenido días atrás para celebrar los XXV años de haber terminado COU en 1985. Era una petición urgente de un buen amigo y había que darse prisa.
Bendita internet que facilita tanto las cosas.
La niebla y sus faros del sentido contrario nos putean de lo lindo entre Tarbes y Toulouse pero, oiga, con las gafas amarillas de REVEX se sobrelleva mucho mejor.
En el complejo comercial de Muret-Toulouse (> exactamente aquí) no conseguimos chupar de la tetina de la WiFi del McDonald's ni tampoco pagar la gasolina con una de las tarjetas de crédito, la platino del banco MBNA, que no sólo es gratuita sino que te pasa las compras sin intereses ¡al mes y medio!, un lujazo en estos tiempos. Al final, la VISA de ING Direct consigue doblegar a la maquinita 24 horas del surtidor, porque en cuanto sales de España cuesta horrores ver una gasolinera de noche donde lata algo de vida.
Tras un paseo panorámico para ver las novedades de la capital del Mediodía, como este futurista centro de investigación oncológica,
el Cancéropôle, levantado (> exactamente aquí) sobre parte de la zona cero de AZF, al lado del gran cráter originado por la explosión,
y sin encontrar ninguna conexión abierta por el barrio de Empalot, nos retiramos en la A61 en un rincón (> exactamente aquí) cerca de los baños en el área de Ayguesvives (así amaneceríamos)
a la vera del canal insignia del país.
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Etapa 3: miércoles 8 de diciembre de 2010
Ayguesvives (F) – Roudaï (F)
La vida suele latir por las mañanas y esto incluye en las áreas de descanso un ejército de hormiguitas al mando de sus maquinarias limpiaváteres, vaciacontenedores y cortacésped. Cuando terminaron, todo quedó de nuevo en soledad. En limpia soledad. Es genial evitar el verano.
Pero bueno, la parte más positiva resultó ser tener el WC de minusválidos (con sumidero de suelo) perfectamente limpio para la ducha caliente colgante
que ya conocéis por este brico.
Luego un cappuccino caliente (de Nescafé) y algo de lectura en la furgo nos aúpan a la realidad de un bellísimo y otoñal canal de Midi frío y húmedo que no impedía sin embargo que este Sandokán local sin camiseta
se curtiera la piel dando gritos sorpresivos a la gente que se cruzaba por el camino de sirga a 9ºC.
El paseo consistió en llegarnos hasta la doble esclusa
de Sanglier (> exactamente aquí), que ha sido restaurada y mecanizada de nuevo siguiendo un escrupuloso plan de cantería para reproducir el original dañado manteniendo la apariencia diferencial
que marcan las leyes de Patrimonio. Vimos pescadores, caminantes, ciclistas sin fin y estos bonitos efectos de un otoño
que arrinconaba ya los últimos estertores de su existencia.
Un poco del making of de la foto
antes de volver a la sosegada y bien dotada área
y a la tranquila autopista que nos puso en un rato en el área Belvedere de la Cité (> exactamente aquí), la que ofrece amplias panorámicas de Carcassonne,
ese Exin castillos hecho ciudad.
Un rico arroz con vainas y café con galletas,
y otro empujón al itinerario hasta el área de Vinassan, en Narbonne, donde el que gusta más de tragar millas por autopista tira la toalla y cambiamos de chófer.
Mucho tráfico implacable de frente, molesto incluso con los filtros, nos obliga a hacer pequeños altos en el camino. Alguna desventaja tenía que tener nuestra costumbre de dormir más o menos de 3 a 12 y conducir de tarde y, sobre todo, de noche.
En el aparcamiento del área de Loupian una furgo pescadería-freiduría (> exactamente aquí)
pone la nota mediterránea; en la de Gigean (> exactamente aquí) algo de relax y un poco de melancolía viendo languidecer ya casi sin uso las viejas cabinas,
mientras suena en la radio la canción más oportuna posible: aquello de que el video mató a la estrella de la radio... En este caso, el asesino fue el móvil.
En la estacón de peaje Montpellier II (> exactamente aquí) les cortaban el rollo con un control de los guías caninos de la Gendarmería a los automovilistas que circulaban veloces por las entradas reservadas al sistema viaT. Nosotros, que íbamos por la calle con colectores automáticos de monedas, no fuimos elegidos y pasamos de largo camino del aparcamiento del McDonald´s del enlace sur (> exactamente aquí). Allí cenamos un poco usando por primera vez el sistema de autopedidos Easy Order que ahorra colas, evita malentendidos y agiliza el servicio. Mirad en el video qué maña tenemos ya:
La WiFi del local alargó la sobremesa que hilvanamos con una visita al centro comercial Géant de enfrente y otra a la cercana localidad costera de Carnon donde nos desconectamos del agobio rutero por la zona de Vieux Village y dimos un paseo por el borde del Mediterráneo (> exactamente aquí) escuchando la inolvidable melodía de Mondo Cane que los más viejos recordaréis también como primera sintonía de aquel Sábado Cine de TVE.
Al retomar la autopista A9 repostamos barato de nuevo en el hipermercado Géant (> exactamente aquí) y condujimos hasta el área de descanso de Roudaï en Flassans sur Issole (> exactamente aquí) picoteando en marcha de lo que había por la nevera.
Lo bueno de ellas es que no son nada peligrosas en invierno porque están muy poco frecuentadas y se respira mucha paz en la parte más boscosa. En la que nos apartamos avanzada la madrugada.
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Etapa 4: jueves 9 de diciembre de 2010
Roudaï (F) – Piacenza (I)
La ducha colgante calentita de la mañana no pudo ser en WC de minusválidos porque en esta área de Roudaï lo único que había eran cabinas con taza turca (de nuevo otra premonición sobre nuestro destino final), pero fue igualmente placentera tras exprimirse en la furgo unas cuantas naranjas al momento y reactivarse con los cafés, a los que siguieron inevitables trabajos de intendencia preparando la próxima lista de compras y dando un buen aseo a alfombrillas, escalones y moqueta que ya pasaban del límite de hojas y barrillo.
La pausa siguiente, aprovechando las bonitas panorámicas de Cannes que se divisan desde la zona aterrazada (> exactamente aquí), la hicimos en la espaciosa área de descanso de la A8 en Piccolaret, en la que se nos advierte de estar alerta contra los robos porque una parte de la culpa siempre la pone uno mismo,
y un poco más tarde ahorramos unos céntimos por litro repostando en el E.Leclerc de la avenida Gustave Eiffel (> exactamente aquí), donde además tuvimos que hacer un poco de cola para lavar la carrocería con vergüenza ante tantísimo Maserati, Lamborghini y Porsche a los que ya nadie daba cera porque brillaban más que el sol.
Impresionante el cuidado con el que miman sus juguetes estos adinerados ciudadanos de la Costa Azul. Mientras esperamos, suena en la radio esta graciosísima versión en francés del Soy un truhán de Julio Iglesias que nos arranca una sonrisa retrotraída a los festivaleros setenta.
La llegada al Principado de Mónaco, adonde acudíamos por cuarta vez, fue de todo menos tranquila porque con lo que te obliga la fuerte pendiente y la luz cegadora del sol al salir de los túneles, nos saltamos el primer semáforo en rojo en el cruce con la carretera de La Turbie (> exactamente aquí). Ya sabéis: de esas veces que si frenas en seco es peor porque te quedas clavado en mitad de la intersección y encima da lo mismo porque ya te lo has saltado igualmente.
Nos vamos derechitos al aparcamiento del Museo Oceanográfico (> exactamente aquí) porque resulta más cómodo que andar volviendo cada dos horas a reponer monedas a la máquina, pero no nos dejan entrar en el de autobuses (no sabemos por qué, porque estaba casi vacío) ni tampoco podemos meternos en el de turismos porque tiene el gálibo limitado a 1,85 m. Así es que toca dar peligrosamente la vuelta e intentar la zona azul a pelo en la calle más tranquila que conocemos que es donde hemos dormido alguna vez: junto al último edificio de la avenida de la Quarantaine (> exactamente aquí), unos metros antes del túnel, frente a la escuela primaria, justo donde arranca el acceso al gran muelle flotante construido en Cádiz.
Como pasan unos instantes de las cuatro de la tarde, a las puerta del cole megaprivado una legión de todoterrenos y crossovers de alta gama (ideales de la muerte para la red de caminos de tierra que pueblan el diminuto país) forman una selecta doble fila, pero doble fila al fin y al cabo. Así es que uno se apea, le echa morro y toca la ventanilla de cristal doble de uno de esos ejecutivos trajeados en funciones de padre sobre claras tapicerías de vacuno y le dice que nos gustaría estacionar correctamente en el sitio de la ORA que aristocráticamente nos está taponando.
De mala gana se aparta un poco aprovechando que la enjoyada madre de delante deja la doble fila con unas niñas aprendices de Carmen Lomana camino de algún selecto chalé para hacer los deberes.
Cuando terminamos de maniobrar, recoger nuestras cosas y vamos a dar de comer al voraz parquímetro, ya no queda ni rastro de la escena anterior y las últimas aulas del colegio apagan sus luces poco a poco.
Pues eso: como hay hambre, nos subimos las cuestas arboladas
hacia el promontorio, bien abrigados porque, como dicen los canarios, la ralentá empieza a caer; comprobamos que puede decirse con toda propiedad que Mónaco está en un marco incomparable…
y pedimos un plano callejero en el cuerpo de guardia
de lo que en cualquier pueblo sería el despachito de la policía municipal del ayuntamiento y aquí tiene el grandilocuente nombre de Ministerio de Estado y no falta ni la foto del jefe por todas partes (> exactamente aquí). Lo que arman para no llegar ni a dos kilómetros cuadrados de finca.
Como parece ser que por su profesión debe de gustarle ya oficialmente la carne y el pescado, el anunciado bodorrio con la señorita zimbauense Charlene Lynette Wittstock, a la que aupará al estatus de Alteza Serenísima, previsto para este próximo nueve de julio, puebla por todas partes escaparates y vitrales.
En algún garaje, quizá para evitar que vuelvan a chocarse al bajar la rampa, o para prevenir robos… este vecino ha hecho en su parcela una curiosa fusión entre plaza abierta y cerrada.
Al pasar por las tiendas, los muñecos se animan por sensores de proximidad y provocan una sonrisa:
A esas horas, a falta de comederos decentes donde plantarse, tras unas compras de recuerdos (esos imanes que acaban por las neveras de la familia) nos sentamos en el desierto Snack Gaetano, decorado con los dos colores nacionales,
en el 27 de Comte Felix Gastaldi (> exactamente aquí), regentado por un simpático siciliano casado con una rumana, quien nos asegura que son tales las carreteras dacias que él cada vez que va tiene que cambiar alguna rueda. Y nos advierte de lo peligroso que es circular de noche porque como el alumbrado de cruce es tan corto no puede uno ver a tiempo los socavones que se le vienen encima.
Vamos digiriendo estas advertencias con el pollo empanado recalentado que nos sirve y pegamos la hebra un rato con él. Un buen tipo. Trabajador y limpio. Mientras almorzamos, cae el ocaso.
Un largo paseo por Palacio
y las preciosas vistas del puerto con su enorme noria, que de canto parece una langosta surgida del mar,
nos avivan las ganas de perdernos por el puerto (> exactamente aquí), salpicado de decoraciones cursis protegidas de las inclemencias y del vandalismo por ampollas hinchables.
Así es que volvemos un momento a la Marco Polo a poner ticket hasta la hora límite (las 19.00) y a patear el mercadillo de navidad, donde había instalada una pista de patinaje municipal
y un stand con esta joya clásica:
Y no sólo a patear sino a comprobar lo empalagoso que puede resultar, a pesar de lo rica que está la Nutella, tomarse un vasito de ella en caliente, como la que manaba de la fuente que veis en este video, con churros azucarados. Una bomba para el estómago.
Los soportales de la ciudad-estado lucen desde preciosos Lotus hasta sofisticados escaparatismos (el del centro son ¡todo perlas!).
Nunca habíamos entrado en la caverna subterránea de la estación central,
que une a los monegascos con Cannes-La Bocca y Ventimiglia cada quince minutos. Con un transporte público de esa calidad no merece la pena tener coche particular. Los ascensores nos subieron hasta la avenida de la princesa Charlotte y a la altura del 35, con un frío negro, nos paramos un rato a despachar cosas pendientes en internet (> exactamente aquí). Luego un baño de la más selecta decoración navideña del planeta, verdaderamente subyugante. En serio. El árbol de navidad central tenía iluminación cambiante y sus proyectores también estaban resguardados de las inclemencias con burbujas ventiladas.
Por allí, frente al Casino, aparte de gentiles aparcacoches colocando automóviles de gama alta,
andaban también, por ejemplo, el camión ganador de Antonio Albacete con CEPSA/MAN.
Los triunfos deportivos españoles no nos dejarían en paz en todo el viaje.
En las oficinas de las multinacionales, también los empleados meten una lechuga entre col y col. Estos dos estaban jugando con una aplicación del iPad encima de la mesa.
Cuando por fin recuperamos calorías con la calefacción de la furgo, que había quedado ya en soledad,
pero bien céntrica, junto a la curva de La Rascasse (> exactamente aquí), donde se honra la memoria de tantos pilotos,
dimos un garbeo panorámico por la ciudad; pasamos por la linea de meta en el puerto, ya casi borrada (> exactamente aquí);
paramos unos minutos de nuevo en la WiFi de antes y, ya puestos con el tema, grabamos este video de la curva Hairpin (> exactamente aquí)
del circuito de velocidad:
Abandonamos el principado por el acceso norte y paramos un segundo (> exactamente aquí) a comprobar un problema con el agua congelada en la zona de los lavafaros, y uno de nosotros se da el palizón a conducir desde los primeros túneles de la autopista Dei Fiori hasta la entrada de la ciudad italiana de Piacenza.
Aquí el video del crítico instante de entrar en Italia entre dos túneles de la Autostrada dei Fiori:
En la frontera de Ventimiglia (> exactamente aquí), nada más subirse la barrera del peaje, hay un control de los carabinieri,
pero están a sus cosas, pasamos el peaje y no se fijan en nosotros.
En un principio, la idea era pernoctar en el aparcamiento del Auchan, pero el puente sobre el caudaloso Po está cortado por obras (> exactamente aquí) y es imposible atravesarlo sin dar una vuelta de órdago. Nos cruzamos con un gato pardo por la izquierda. Los desiertos barrios que vamos probando, entre ellos el de Santa María di Campagna,
tienen regulado el estacionamiento y eso no sería nada cómodo para por la mañana. Total: que acabamos en el moderno polígono industrial de la carretera de Gragnana (> exactamente aquí) donde se cruza con la circunvalación, la Tangenziale Sud. Justo al lado del bar de diseño Piccola Cucina, junto a un edificio en obras que parece abandonado.
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Etapa 5: viernes 10 de diciembre de 2010
Piacenza (I) – Lido di Jesolo (I)
Lo ideal para las duchas es encontrar una zona preferentemente en configuración, como dicen los franceses, cul-de-sac, en callejón sin salida y, si es posible, con un sumidero en ese fondo. Así, al ducharse en la zona de la puerta lateral, la propia furgo nos sirve de escudo para ser discretos y no se llama la atención con el agua caída en el suelo.
Pues esas virtudes estaban bien representadas en la zona donde habíamos dormido
con la ventaja de que un tibio sol había hecho previamente el delicioso efecto invernadero (tan desagradable sin embargo en los amaneceres de verano) para poder desayunar bien entonados los zumos y cafés y un poco de muesli, ese saludable invento que contrarresta perfectamente el desagradable síndrome del estreñimiento del viajero.
Mientras nos relajamos un poco entre los sacos antes de reanudar la marcha, en la calle de enfrente un utilitario de color blanco hace unos sonoros frenazos y derrapes, confirmando una vez más que el genoma humano y el de la mosca del vinagre, efectivamente, se parecen un montón.
Un paisano nos informa de que el centro comercial más apañao de la zona es el Carrefour Farnese (> exactamente aquí) y por allí nos dejamos caer
para rellenar alacenas. Encima resultó ser un sitio bastante seguro porque al volver nos dimos cuenta de que había quedado una ventanilla abierta y por allí estaba todo en orden.
En el aparcamiento pudimos comprobar cómo un utilitario puede ser perfectamente coche de currar de cualquier electricista o fontanero si se instala en la baca un tubo contenedor con tapa y cerradura.
En el lineal de los champús nos fijamos en el precio de los Fructis con una sonrisita malévola
acordándonos de los relatos de viajes (> Quimcrisviatges) de una amiga catalana (un petó molt gran, Cristina) que tuvo la ocurrencia de comparar los niveles de precios de las distintas regiones que visitaba con su chico basándose como patrón universal en el de ese botecito verde jardín.
Esa mañana todo nos hace gracia. Desde que la costumbre sea ir pasando los huevos al sistema métrico decimal,
o las nuevas latas de Coca Cola altas y estrechas,
hasta la manera de llamar a los probadores en las tiendas de ropa:
Cuando nos disponemos a reponer el agua del depósito vemos con estupor que en las gasolineras hay máquinas de monedas llamadas Aqua Camper. Vamos, que nos tienen en el punto de mira del negocio hasta para usar la manguera.
Lo que sí nos gusta –y en eso estaría bien que aprendiéramos en España– es que cuando las estaciones de servicio están cerradas a mediodía o de noche, el precio del carburante baja un 8% por el mero hecho de pasar al modo autoservicio. El indicador del monolito ponía que nos iban a cobrar a 1,51 € el litro de sin plomo de 98, y al empezar a echar se cambió el display del surtidor a 1,40 €/l: genial.
Y muchas tienen además de ranura para tarjetas de crédito otra para leer billetes de banco, como la Agip que usamos (> exactamente aquí) en via Emilia Pavese frente al hotel Idea.
Con la compra colocada, incluyendo ricos panettone que hoy engrosan ya nuestro panículo adiposo, nos decidimos a conocer el centro de la ciudad por cuya variante habíamos pasado unas cuantas veces en otros viajes.
Paramos unos minutos en Porta Borghetto, uno de los lienzos de muralla mejor conservados,
y, a falta de aparcamientos subterráneos modernos con sus tickets, barreras, suelos pulidos y números de colores diferentes según sectores, nos toca aparcar simplemente en la zona azul de viale Risorgimento
frente al imponente Palazzo Farnese (> exactamente aquí), que alberga un museo y un archivo estatales.
El paseo por Camillo Cavour es un relajado ambiente de viernes a mediodía que desemboca
en piazza Cavalli, el centro neurálgico donde hay instalado un provinciano mercadillo navideño (> exactamente aquí) bajo los curiosos relojes astronómicos.
Allí hicimos de todo un poco: desde comprar un mechero tamaño festival,
hasta entrar en la librería la Feltrinelli
o en la basílica de San Francesco donde se votaron los primeros acuerdos que dieron lugar en 1847 a la anexión del Piamonte, que culminaría en 1870 con la unificación de toda Italia tal y como la conocemos hoy.
El callejero de la ciudad es toda una lección de historia contemporánea porque, aparte de la que se ha citado referida al gran artífice Cavour, esta basílica está unida con la catedral, que encontramos cerrada,
por la calle 20 de Settembre, donde estuvimos un rato conectados a internet, fecha mítica de la conquista de Roma que culminó el proceso de creación de la Italia moderna.
Para más recochineo antitético de destilados de quintaesencias nacionalistas uersus glorias unificadoras, por las calles se distribuye gratuitamente el diario Corriere Padano,
un bonito guiño a las reivindicaciones separatistas de la Liga Norte. A este país no hay quien lo entienda.
Como ocurre en todo el norte, la bicicleta está bien integrada como sistema sostenible de transporte a cualquier edad.
Cuando volvemos a conducir camino de la autopista nos sorprende un atasco en la zona de la estación de ferrocarril (> exactamente aquí), así es que en el primer resquicio cambiamos de sentido y alcanzamos la salida hacia la A4 por otro camino un poco más largo pero con circulación fluida.
En el área de descanso de Nure sud (> exactamente aquí) nos paramos a almorzar en la furgo. Seguimos otro poco más y nos tomamos los cafés en el Autogrill de la de Cremona Sud (> exactamente aquí). El caso es tener una excusa para descansar y hacerle caso a la DGT.
Una vez en Verona adonde accedimos por el enlace oeste, aparcamos en la tranquila Nicolò Giolfino, junto a la estación ferroviaria de mercancías (> exactamente aquí), nos afeitamos tranquilamente e hicimos un poco de vida probando lo bueno que ofrece la ciudad.
A la salida, sin más imaginación que la que ponen en Bizkaia los de El Corte Chino del centro comercial Artea, vemos la versión veneciana
de El Corte Inglés (> exactamente aquí).
De vuelta en la autostrada, paramos en el área de servicio de Torre de Quartesolo (> exactamente aquí) a hacernos con la guía roja de Italia y el mapa actualizado de Europa,
ambos de ediciones de viaje Michelin, por ir aquilatando recorridos por los países que todavía no nos aparecen en los DVDs del navegador, como Rumanía, Bulgaria y Turquía. En la negrura de la noche vemos por primera vez un camión serbio.
Como ya pasaban unos minutos de la medianoche, telefoneamos a un buen amigo a Salamanca para desearle feliz cumpleaños y conseguimos desbancar en el ranking a la novia, adelantándola impunemente.
La bella y serenísima Venecia dispone de una burda, grisácea y sucia antesala llamada Mestre, la peor tarjeta de visita que puede tener uno de los destinos más apetecidos del orbe. Por allí nos equivocamos de glorietas e hicimos un indeseado pero curioso recorrido por el fétido polo industrial que refina lo negro en negrísimo y vierte sus infectas cloacas a la laguna.
Como el ser humano es un animal de costumbres fijas, y más vale lo malo conocido, en la intersección de via delle Industrie con Antonio Pacinotti (> exactamente aquí), en el mismo sitio donde años atrás habíamos estacionado por la noche nuestro viejo Renault 21 para visitar la magia de los canales con las bicis, nos pusimos el último capítulo de Aída para reírnos un rato mientras cenábamos en la furgo.
En los viajes largos, sobre todo si no eres millonario y tienes los días contados, se presenta siempre un eterno dilema: por un lado te revolotea un angelito blanco que te dice: ya que estás, aprovecha, que igual es la última vez que vienes; por el otro, un demonio con cuernos y risita pérfida asegura tajante: no te va a dar tiempo y te va a tocar volver a casa por el sistema de camas calientes.
No cabe duda de que en realidad nunca repites visita porque un lugar siempre es diferente por mil veces que lo frecuentes. Cambia la gente, la luz, la hora, las obras, las casualidades, las ocasiones… siempre ves algo nuevo. Pero cuando te apetece ver con tus ojos algo lejano, las paradas intermedias ya probadas tienen que quedar en un segundo plano.
Cuando vinimos en nuestro anterior tour por Croacia, ese decorado artificial, cazaturistas de crucero y meca del derroche sin sentido de los ricos muy ricos al que llamamos Venecia, pues nos resultó sobrecogedor. Con lo difícil que es sentarse siquiera en una terraza de la plaza de San Marcos, nosotros lo hicimos en aquella ocasión en voluntaria soledad, helando y a las cuatro de la mañana. El diálogo perfecto con la arquitectura. Hombre y obra frente a frente.
Hoy hemos avanzado por el puente della Libertà con la furgo mirando las aceras por las que rodamos entonces en bici y nos ha caído un velo de nostalgia al tiempo que lo hacía una bruma densa, congelada y húmeda, de las que se te meten por debajo de la ropa.
De ese entumecimiento salimos inmediatamente con las luces y destellos azulados
de las asistencias que señalizaban este accidente e tráfico (> exactamente aquí) en medio del estrecho cordón umbilical que nos iba acercando al piazzale Roma. Un alcance, seguramente.
En vez de ser fagocitados por los voraces y carísimos aparcamientos del Tronchetto o de la propia plaza,
como es temporada bajísima, nos pusimos directamente
donde quisimos (> exactamente aquí) junto a la estación del vaporetto.
Y, mira por dónde, ni en las más atrevidas conjunciones planetarias de nuestros sueños hubiéramos podido imaginar que en la cola de la taquilla
hubiera un tío con una vaporetta. Los guiños de la vida son así.
Pues nada: le hicimos la visita del médico a lo que más nos interesaba, la nueva y polémica pasarela de Calatrava,
que nos resultó útil de verdad para conectar esta entrada con la estación ferroviaria. Es realmente grácil, bella y minimalista: acero, mármol travertino, vidrio laminado… y un montón de sal por todas partes para que la gente no resbale con el hielo.
Descubrimos también que el no siempre querido arquitecto firma sus obras con la cruz de la orden militar de Calatrava. Como uno de nosotros tiene toda la familia en Almagro, pues la cosa nos impactó doblemente.
Al lado mismo del canal Grande hay también rincones sórdidos, llenos de suciedad…
El frío es intenso, como atestigua el vehículo que nos precede
que vimos al pasar (> exactamente aquí).
De vuelta hacia tierra firme somos adelantados por un vehículo a gran velocidad. A los pocos centenares de metros, el coche de las prisas se encuentra parado junto a una patrulla de carabineros, pero en actitud informal. No parecen estar siendo multados sino más bien ser compañeros en servicio de paisano en amena conversación.
En los pórticos de señalización variable (> exactamente aquí) se pide constantemente
un par de euros de colaboración para ayudar a los damnificados por las inundaciones que habían asolado la región del Véneto el mes anterior. El sistema es muy cómodo: sólo hay que mandar un SMS, aunque no dicen si se puede hacer en marcha o hay que pararse en el arcén…
Con tanto frío se nos ocurre que la mejor opción va a ser dormir en alguna playa del Adriático buscando el beneficio térmico de su vecindad, así es que, tras pasar en otro juego de palabras con la Marco Polo por el aeropuerto Marco Polo, dejamos la autopista a la altura de Noventa di Piave, donde no encontramos WiFi en el hotel homónimo pero sí una Agip automática para repostar (> exactamente aquí), y, sin darle importancia al inquietante cruce de un gato negro en San Donà di Piave, tocamos un palito de madera que llevamos ad hoc en la consola central, y nos aparcamos a las cinco y media de la madrugada en el callejón sin salida Nicolò Orsini (> exactamente aquí) del Lido di Jesolo, la playa en la que las agencias suelen acoplar los paquetes turísticos económicos que van a Venecia. O sea, como si pides un viaje a Manhattan y te alojan en Nueva Yersey.
Con una paz asombrosa, con todos los chalés de la calle completamente vacíos incluso por la mañana, sin coche alguno aparcado, nos dormimos al arrullo del oleaje y de un viento que silbaba por las cornisas.
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Etapa 6: sábado 11 de diciembre de 2010
Lido di Jesolo (I) – Jasenovac (HR)
Parece un topicazo, pero algunos rayos de luz colándose por las cortinas, los pajarillos inquietos de rama en rama y las ganas de desayunar se encargan de desperezarnos casi al mediodía.
Por la orilla del agua algún caminante solitario nos confirma que la humanidad entera no ha sucumbido a un cataclismo.
Pues nada: un buen desayuno, una ducha reconfortante sin ocultarse de nadie aprovechando el sol en esta calle
y un acercarse a tocar el mar a la altura del Chiosco La Botte
ocupan los primeros compases del día de temporada baja. Uno de nosotros se corta un poco en la mano al limpiar el parabrisas
y cometemos al abandonar la zona una pequeña imprudencia sin consecuencias al cambiar de sentido en una curva sin visibilidad por la que de repente apareció un coche a más velocidad de la esperada. Gajes del oficio de viajero. Esas cosas que por un poco más pueden convertirse en problema gordo y amargarte las vacaciones y por un poco menos ser la anécdota del día.
Incorporados de nuevo a la autopista A4 por el enlace donde han construido el nuevo centro comercial Veneto Designer Outlet de Noventa di Piave (> exactamente aquí), lleno hasta la bandera a esas horas del sábado, empezamos a ver con profusión de advertencias los radares del nuevo sistema Safety Tutor, esos que miden en dos puntos y calculan la velocidad media.
Mientras rebasamos el divertido letrero que avisa del enlace de Latisana, un camionero rumano nos adelanta con malas pulgas y el copiloto nos dirige una mirada de odio y frases ininteligibles mientras le da golpecitos con el índice derecho a la corona del reloj de la muñeca izquierda. Eso nos pasa por circular a los 90 km/h que permite la vía en ese tramo delante de gente con mucha prisa por descargar. Esto es Italia, seguramente el país donde peor se conduce de todo el recorrido.
A lo lejos, un poco al norte, las majestuosas cumbres del macizo de Antelao (3 263 msnm) muestran sus nieves perpetuas.
Son los Alpes Orientales, quebrados roquedos de blancura deslumbrante que nos despiden de Italia y, empleando el atajo de Gorizia, nos adentran en Eslovenia, el último socio que se ha apuntado al euro, por la pequeña localidad de Sempeter Pri Gorizi (> exactamente aquí).
Al entrar en la autopista eslovena H4 nos saltamos sin querer la primera gasolinera, donde venden la viñeta, que ya sabéis que es la pegatina con la que se acredita en muchos países (CH, A, SK, CZ, H, SLO, BG…) haber pagado la tasa por uso de las autopistas o las carreteras en general.
Se compran, según el país, para períodos desde varios días hasta el año completo y cuestan entre unos cinco y unos cuarenta euros a cambio de no tener que ir aflojando pasta en los peajes. Se venden en puestos fronterizos y estaciones de servicio y se validan taladrándolas generalmente en el momento de la compra y son intransferibles, porque al intentar despegarlas del interior del parabrisas se rompen irremediablemente.
Si uno elude gastarse en ellas puede encontrarse con multas del orden del billete morado o directamente no poder pasar por los reconocedores electrónicos de los peajes (cesterina, aquí en Eslovenia) cuyos poderosos escáneres delatan el menor fallo.
Pues eso: salimos inmediatamente en el primer enlace y volvimos por la vía de servicio a desembolsar quince euritos por la pegatina para una semana, y ya de paso repostamos
gasolina de cien octanos (como en Suiza y muchos lugares de Italia) y comimos por allí cerca en la furgo al arrullo de una WiFi abierta.
Los parroquianos del bar de enfrente, el Kafetino (> exactamente aquí), se salían a la calle a fumar compulsivamente mientras la helada caía de la mano de la noche.
Se ve que éstos ya tienen desde hace algún tiempo la ley antitabaco en vigor. Para rematar la colación nos metimos en el local, de buen diseño moderno y de moda para estar en un polígono industrial, con la única compañía de una camarera de curvas marcadas y bien diestra en espumar cappuccini.
Al ir a mear se nos plantea el dilema del día. ¿En cuál de estas dos puertas os meteríais vosotros con las prisas de un apretón sin haber dado esloveno de segunda lengua en el instituto?
Allí anduvimos con cartografía en plan gabinete definiendo rutas y discutiendo posibilidades.
Continuamos conduciendo después hasta el área de servicio de la A1 en Postojna (> exactamente aquí), cuya tienda uno de nosotros anduvo curioseando. Las nevadas recientes empezaban a sembrar con inquietantes centímetros de espesor los campos de labor que íbamos atravesando. Como en Salamanca nieva poco no tenemos nada de costumbre…
Ljubljana la pasamos por la circunvalación sur sin detenernos hasta el restop de Otočec sobre la A2, ya más cerca de la frontera croata. La gasolinera OMV, marca de gran calidad y atenciones, dispone de un bufé muy bien presentado, el Marché Bistro (> exactamente aquí), donde cenamos con tranquilidad, buena conexión a internet y mejor precio hasta la hora del cierre.
Dos turismos navarros se convierten en los últimos españoles que veríamos hasta varios miles de kilómetros después, ya volviendo de Grecia a Italia.
Antes de abandonar el recinto, donde algún coche todavía estaba completamente tapado por la nieve,
aprovechamos para limpiar el WC químico y para organizar la autocaravana por si tocaba registro al salir de la Unión Europea.
Pero no hubo lugar a ello. En medio de la niebla, en la frontera de Obrežje (> exactamente aquí), donde, como veis, hacen igual que en USA, una cola para miembros de la Unión y otra para el resto, el control esloveno del DNI pasa sin problemas
y aparcamos un momento a comprar algo de divisas para ir tirando. Por 100€ nos dan 725 HRK (kunas croatas) y, ya puestos, para adelantar trabajo, la chica de la oficinita de cambios nos vende 5700 RSD (dinares serbios) por 60€. Con el avance del viaje y los cálculos tras consultar on-line la cuenta bancaria nos harían ver que es mucho más conveniente sacar directamente efectivo en cantidades medias (unos 200-300 €) en cualquier cajero automático. Siempre resulta más ventajoso pagar la comisión de unos 2 € por operación que soportar las de las oficinas locales que se anuncian como no commission sin ser verdad.
Mientras nos volvemos a poner en marcha por la zona internacional, un autobús entero de disciplinados bosnios pasa una cola larguísima para validar sus pasaportes y entrar en el espacio Schengen al que nosotros no volveremos ya hasta retornar de Turquía a Grecia muchos días después. Faltan veinte minutos para la medianoche.
En el segundo control, el de pasaportes de la policía croata, se miran entre ellos con una cara entre de póquer y sonrisa difícil de explicar cuando les decimos que vamos hasta Turquía rodando. En la tercera ventanilla, casi cerrada por el intenso frío, la cabecita lejana del agente de aduanas pregunta tímidamente si tenemos algo que declarar con la certeza asumida de que vamos a decir que no, para volverla a cerrar cuanto antes. Por eso es una gran verdad aquello de que si no quieres caer en un control policial viaja siempre con lluvia intensa o cualquier otra clase de mal tiempo.
Con tan exhaustivas comprobaciones empieza a sonar el himno nacional croata por los altavoces camino de la cuarta y última ventanilla, ya abandonado el suelo esloveno, donde pagamos el primer peaje (cestarina en este caso) de la autopista y un enorme cartel avisa claramente de que si no tienes encendida la luz de cruce las veinticuatro horas te pueden caer 300 HRK de multa.
La magla, que es como llaman aquí a la niebla, es espesa en la A3, de cuchillo y tenedor. En el siguiente puesto de peaje, unos doce kilómetros antes de la primera área de descanso, que se llaman odmoriste, cometemos un fallo elemental pensando que tenemos que pagar cuando en realidad sólo teníamos que pulsar para sacar el ticket y reculamos y cambiamos de calle en plan paleto. Cerca de Rugvica fotografiamos una gasolinera
de la marca INA (> exactamente aquí) para enseñársela a una compañera de trabajo que se llama igual.
Un poco más adelante, como el sueño ya nos asalta, nos salimos en el enlace de Jasenovac y avanzamos entre terribles placas de hielo a casi diez grados bajo cero.
La carretera 47 hace su entrada en el pueblo por un lateral del mayor campo de concentración nazi de la antigua Yugoeslavia.
Allí, en el sitio donde fueron asesinadas casi setecientas mil personas bajo el régimen de Ante Pavelić
entre serbios, musulmanes bosnios, gitanos, partisanos de Tito, eslovenos, comunistas y judíos, está el memorial que pide al mundo que no se repita más (> exactamente aquí).
Compartiendo ese deseo nos ponemos a dormir con la calefacción a tope en el aparcamiento de unas naves casi abandonadas paralelos a las vías del ferrocarril (> exactamente aquí) a escasos quinientos metros del campo (¿cuál de ellos no tiene una estación al lado?).
Lo de elegir polígonos industriales o naves con amplios aparcamientos es un viejo truco que empleamos siempre que el amanecer vaya a ser en domingo. No falla.
Desconectamos desde el volante multifunción (en mala hora) el programa de encendido automático de las luces de cruce para poder estar un rato con el motor en marcha y pasar más inadvertidos en la noche.
Bosnia y Hercegovina está apenas a un kilómetro en línea recta. Pero eso lo dejamos ya para mañana.
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Etapa 7: domingo 12 de diciembre de 2010
Jasenovac (HR) – Велика Ремета (SRB)
Las labores mañaneras discurren a buen ritmo en la furgo…
una de las cercanas naves muestra todo su interior con las puertas de par en par: un tractor, sacos apilados… pero nadie aparentemente al cuidado…
Tenemos mucha emoción, incluso prisa, mezclada con incertidumbre por entrar al país europeo que más reciente tiene su posguerra, un territorio inexplorado que podemos ver ya con nuestros propios ojos y del que sólo nos separan unos centenares de metros y el desbordado curso medio del Sava, lleno de meandros, muchos de ellos estrangulados, serpenteando por la llanura que une las tres grandes capitales balcánicas: Ljubliana, Zagreb y Belgrado, donde se convierte en tributario del padre Danubio.
En un abrir y cerrar de ojos, apenas pasan las pocas casas del pueblo, se nos viene encima el puesto fronterizo croata (> exactamente aquí) al final de la prolongada bajada del viaducto sobre el río Una, que no son más que unas casetas prefabricadas situadas a la orilla de la calzada, sin barreras ni techo ni nada.
Hay como algo más de media docena de coches siendo chequeados, sobre todo provenientes de Bosnia, a los que miran sin mucho afán los maleteros. Algunos conductores por gestos y sonrisas parecen tener familiaridad con los guardias. A nosotros nos atiende un jovencísimo madero con los mismos coloretes que Pedro, el de Heidi. Tan simpático que dan ganas de matricularse en la escuela nacional de policía croata.
Las preguntas y comprobaciones que nos hace son simples. Como de trámite. Ya sabéis: de dónde y adónde y una leve comprobación de los documentos. De repente, cuando parecía que ya nos despachaba, suena de su boca el bingo del día, que al principio nos sonó al típico soborno: ¿Sabía usted que en Croacia hay que tener el alumbrado conectado 24 horas? Tiene usted que pagar ahora una multa de 300 kunas (41,40 €).
De nada sirvió explicarle que sólo habíamos olvidado encenderlas apenas medio kilómetro y que nos acabábamos de levantar. Tanta prisa teníamos y tan cerca estábamos que se nos había pasado completamente volver a programar la luz de cruce permanente, una de las infracciones más fáciles de detectar.
Sin perder la sonrisa y con el sencillo y, por otra parte, justo argumento es la ley, es mi trabajo, con este resguardito contribuimos a las arcas del estado croata de buena mañana:
La travesía del otro puente, el internacional sobre el Sava, es un tablero recto que enseguida se convierte en el báculo de un obispo para acceder a las posiciones aduaneras bosnias donde hay tres cosas que llaman la atención: el atrevido diseño de la bandera nacional,
los indicadores escritos ya en el alfabeto cirílico (en más ocasiones de las esperables sin transliterar al latino) y, sobre todo, la inexistencia de oficina de cambio para comprar marcos convertibles.
El policía bosnio (> exactamente aquí) estampa el sello de entrada en los pasaportes, nos sube el marcador a 38 países visitados, y a la pregunta sobre dónde comprar moneda dice sin más explicaciones y con prisa por cambiar de tema vosotros debéis pagar en euros, haciendo un curioso subrayado en la palabra debéis. Con el misticismo que dimana de toda burocracia desconocida interiorizamos la primera lección sin rechistar y nuestros pobres neumáticos comienzan a rodar por un estrecho carreterín que debía de llevar treinta años sin recibir atención alguna.
Todo el lado derecho son viviendas dispersas, el modelo de poblamiento habitual aquí, completamente anegadas por el cercano cauce del río y se aprecia claramente que las crecidas deben de ser regularmente esperadas porque las plantas bajas se dedican sólo al almacenaje de aperos y cosas de menos importancia, mientras que la de habitar es la alta.
Con ese desolador panorama inicial del país, bien distinto de, por ejemplo, si uno aterriza en el aeropuerto internacional de Sarajevo, llegamos sucesivamente por la 14-1 a las localidades de Драксенић (Draksenić) y Орахова (Orahova). La primera (> exactamente aquí) no es más que un cruce de carreteras lleno de humildes negocios volcados hacia la más transitada de ellas. La inmensa mayoría de las casas están aún en ladrillo bruto sin enfoscar. Huele a humo de leña, apenas hay coches. Predominan las bicicletas, carros y gente que camina por los arcenes. Es una estampa de la España rural de los cuarenta.
En la segunda (> exactamente aquí), que no deja de ser una reducida comunidad, salta a la vista el rompecabezas religioso balcánico: antes del pueblo, esta bonita iglesia ortodoxa que nos pareció encantadora
hasta que fue superada por muchas otras conforme avanzábamos por el país. En el centro del caserío, destaca una mezquita de las del montón. Con lo raro que es ver una mezquita nevada…
Nada más salir de él paramos en el entrante de una finca (> exactamente aquí) a sustituir una de las lámparas H7 de cruce
porque acababa de aparecer el error en la pantalla y en Bosnia también es obligatorio circular con ellas encendidas las 24 horas. No queremos más multas.
La carretera discurre paralela al Sava por la margen derecha, que es la ribera sur, y por tanto también a la frontera croata. La cuenca vuelve a estar inundada
casi hasta donde circulamos y ofrece estas imágenes a la altura de Гашница (Gašnica) no por bellas menos dramáticas para la delicada economía de la región.
En algunos momentos la carretera hacia Врбашка (Vrbaška) pasa por los túneles de verdura que forman los pequeños bosques de ribera a ambos lados. El viento congelado mueve los árboles y los copos endurecidos de nieve caen inmisericordemente sobre nuestro techo con un sonido entre el del granizo y directamente el de las pedradas gordas.
Algunos coches que se cruzan con nosotros nos advierten de algún peligro con las ráfagas, así es que paramos en la gasolinera que hay antes del pueblo
y no vemos de qué problema puede tratarse. Miramos a ver si es algo nuevamente con las luces, pero no.
No podemos tampoco repostar agua porque el grifo ha sucumbido a la fuerte helada de esta noche. Así es que, ya puestos, rellenamos a tope el depósito y el chaval que nos atiende al saber que nos dirigimos hasta Estambul nos explica que él ha ido hace unos años con amigos desde allí mismo ¡ con un Renault 4 ! sin ningún problema.
Nos dice también que no soportan las comisiones de las tarjetas y que los bancos les obligan a pagar hasta la llamada y que tal y como está la cosa, mucho mejor que les paguemos en efectivo y en euros.
Está encantado con ver a españoles por aquí. Nuestras fuerzas de ayuda humanitaria han hecho una inmensa labor beneficiosa en el país y se les nota contentos. Tanto, que después de estar hablando un rato, salen él y su chavala a despedirse de nosotros como si fuésemos de la familia con agitación de manos y todo. Es el encanto de la gente sencilla, de los pueblos pobres pero hospitalarios, generosos con lo poco que tienen. Te hacen sentir viajero de verdad.
Como cuando haces un recorrido muy largo en bicicleta y algún vecino de algún pueblo por el que pasas deja la tertulia a la puerta de su casa y te ofrece agua o un bocadillo para reponer fuerzas.
Cuando nos incorporamos a la carretera (> exactamente aquí), que en ese tramo está señalizada a 50 km/h a pesar de ser una larga recta casi sin construcciones, cedemos el paso a un turismo que se dirige en el mismo sentido por nuestra misma dirección. En cuanto pasa, le seguimos y comprendemos por qué nos daban las ráfagas: dos polis con gorras un poco soviéticas, escondidos en un entrante detectan con el radar manual sobre trípode su exceso de velocidad y lo mandan parar suponemos que para hincarle el diente.
Nosotros pasamos de largo. La casualidad quiso que en ese momento estuviera conectada la videocámara del teléfono para que lo veáis en directo. Bueno, en diferido:
Pasado Врбашка (Vrbaška) hay un pequeño cruce (> exactamente aquí) que da la posibilidad de volver a Croacia por el paso fronterizo de Градишка (Gradiška) siguiendo la carretera 14-1.
En él (justo donde aparcan tantos coches) florece un gran comercio al estilo de los que se pueden ver todavía en muchos pueblos pequeños de provincias muy rurales como Zamora u Orense: todo tipo de mercancías sabiamente colocadas que satisfacen tanto al que busca una azada o un neumático como al que va a por arroz o a por un barreño. La mezcla perfecta entre bazar chino, ferretería, colmado portugués y tienda de ultramarinos de barrio.
La actividad es frenética: los empleados salen y entran de la tienda y de sus pequeños almacenes anexos, al estilo de garajes con puertas de madera, y llevan de acá para allá haces de leña, botas de agua y paquetes de lo que parece café. Los paisanos aparcan sus destartalados pick-up (el modelo de coche que triunfa) y hacen los encargos. Es domingo, ya sabéis, un día laborable normal y corriente para una gran parte de la población que reza mirando a la península arábiga.
En la esquina opuesta visitamos con respeto uno de los múltiples memoriales a los muertos del pueblo durante el conflicto que siembran los arcenes cada muy pocos kilómetros.
Las heridas están recién cicatrizadas por más que en los lejanos despachos de la base aérea de Wright-Patterson, en Dayton (Ohio, USA) se firmaran los acuerdos que las empezaran a curar.
Comienza tímidamente a llover. Es la primera vez que lo hace desde que salimos de Salamanca.
Discutimos un poco sobre el itinerario en plan cónsules romanos: o unanimidad o veto. O todos de acuerdo o no se hace. Una de las grandes enseñanzas de aquel lejano inventor del derecho moderno que sin embargo no perdura nada más que en la República de San Marino, donde tienen dos jefes de estado (los capitanes regentes), que cambian cada seis meses y no toman decisiones si no es consensuadamente.
La decisión consiste al final en dirigirnos hacia Нова Топола (Nova Topola) para ganar algunos kilómetros si queremos atajar el camino para visitar la segunda ciudad del país, Бања Лука (Banja Luka), que también es la capital de la Република Српска (República Srpska), uno de los estados federados que componen Bosnia y Hercegovina, cuyas cinco consonantes seguidas os retamos a pronunciar el próximo día que un par de copas os traben la lengua.
Por la estrecha pista asfaltada volvemos a ver más memoriales en (> exactamente aquí) Елезагићи (Elezagići) y también junto a esta bonita ermita amarilla
de Нова Топола (Nova Topola), donde también están estas torres gemelas que nada más llegar al pueblo nos apresuramos a fotografiar sin darnos mucha cuenta de que el sitio donde nos metíamos era el terreno de una casa particular que no tenía valla (> exactamente aquí). Además, en el escalón de la puerta de entrada había una bonita retahíla de almadreñas de madera colocadas por tamaños para pisar la nieve cómodamente sin descalzarse. Imposible hacerles foto porque cuando estábamos haciendo ésta el dueño de la casa salió a ver quiénes eran unos tipos extranjeros con cristales tintados pisando su jardín, y sólo tuvimos tiempo para disculpas:
Cuando ya nos dirigíamos hacia el sur camino de la capital, por el rabillo del ojo nos apareció en Горњи Карајзовци (Gornji Karajzovci) el estupendo aparcamiento de una pensión-restaurante [sic] en estilo rústico moderno (> exactamente aquí), perfectamente dotada para grupos grandes, llamada Vila Aleksandar & Aleksej.
¿Os apetecen cómodamente instalados en un interior acogedor con vistas a un jardín dos pizzas familiares riquísimas y las bebidas, entre ellas una cerveza danesa Tuborg, todo por 7,70 €? (Sí, sí: estamos en diciembre de 2010).
El camino hasta Бања Лука (Banja Luka) es una especie de autovía infernal llena de obras, cambios de carril, conversiones repentinas del asfalto en tierra, y con uno de sus cruces sorpresivamente señalizado a ¡20 km/h! y con un radar de trípode cien metros más adelante. Por suerte, de nuevo, el poli ya tenía un paciente para su receta y no pasó nada.
La visita a la capital, ya al ocaso –porque se hace de noche y no te enteras– nos trasplantó a una extraña tarde dominical de una capital provinciana de la España de 1960 pero con mechas de rabiosa modernidad capitalista amalgamada con toques de economía del Este. Adolescentes formalitos paseando en grupo por las calles peatonales, como la concurrida Gospodska ulica,
familias enteras asistiendo a los oficios ortodoxos
en la iglesia de Cristo Salvador… por cierto, en el momento de entrar estaba terminando un rito para nosotros completamente desconocido del que os grabamos destrangis este pequeño fragmento en cámara oculta, de poca calidad, para no llamar la atención y ser respetuosos con las sensibilidades de esta franquicia de dios:
Si os fijáis en el mapa siguiente, podéis ver cómo la parte donde está incardinada la ciudad
es un reducto de población serbia de religión ortodoxa (más del 90%) dentro del mosaico étnico-religioso de Bosnia. Un verdadero lío que se puede simplificar muchísimo diciendo que en el país los de etnia croata son católicos romanos (azul), el grupo bosnio son musulmanes (verde) y los de raza serbia son cristianos ortodoxos (rojo), mayoría en Бања Лука (Banja Luka).
Para la masiva destrucción de edificios que se produjo en la ciudad con los terremotos consecutivos del 26 y 27 de octubre de 1969, y todos los incidentes de la guerra del 92-95, puede decirse que la plaza está muy bien recuperada y luce en muchos lugares con un aspecto perfectamente occidental, como el elegante ayuntamiento.
Nos interesamos bastante por las colecciones de piezas al aire libre que tienen en el exterior
del Museo de la República Srpska (> exactamente aquí) y por fundirnos con la animación del centro de la ciudad.
Los días previstos para la totalidad del viaje aprietan y nos es imposible desviarnos más hasta Сарајево (Sarajevo) porque el camino es largo y tortuoso por carreteras de montaña y hace muy mal tiempo. Así es que toca volver hacia el valle del Sava. Nos hubiera encantado emplear un par de días para ir y volver hasta la capital de Bosnia y Hercegovina y pasear por ejemplo el puente Latino, hoy puente Princip (> exactamente aquí), al lado del que comenzó la Primera guerra Mundial, cuando el 28 de junio de 1914 Gavrilo Princip disparó dos veces sobre el Archiduque Francisco Fernando de Austria y su esposa, la condesa Sofía Chotek (> Leer aquí la prensa española del día siguiente).
Si alguno quiere ver el coche donde ocurrió el magnicidio, se conserva (> exactamente aquí) en el Heeresgeschichtliches Museum, el Museo de Historia Militar de Viena, llamado El Arsenal.
El regreso lo emprendemos haciendo una parte de la autovía en obras por la que habíamos llegado, pero desviándonos rápidamente hacia el noreste por el viaducto de la Victoria (Мост Побједе / Most Pobjede) en Клашнице (Klašnice) (> exactamente aquí) hasta alcanzar la localidad de Дервента (Derventa) con la intención de volver a entrar en Croacia pero por el puesto de Slavonski Brod, cien kilómetros más al este del de Jasenovac, por donde la habíamos abandonado. Con esa triangulación evitábamos repetir ruta y avanzábamos un poco el camino hacia Serbia.
La carretera de noche es un sinvivir de agujeros y, sobre todo, de badenes longitudinales como los koleiny
que hemos contado en el viaje a Polonia.
Aquí se llaman kolotrazy, usando la misma raíz eslava kolein– que significa surco.
A los peligros de las obras y los defectos del firme se suman, por el modelo disperso de poblamiento que hemos comentado, muchos peatones que vuelven a sus casas alejadas de los núcleos urbanos caminando con ropa oscura y ocupando la calzada sin miedo alguno. Suponemos que es ciencia-ficción de momento lo de usar algún elemento reflectante.
Una parte importante de las travesías ni siquiera tienen el nombre, con lo que uno prácticamente se encuentra perdido dada la escasez de cartografía para navegadores en estas áreas. Además, las pocas glorietas que se ven tienen un único croquis antes de llegar y no existen después indicadores para cada una de las salidas. O las memorizas de un golpe de vista o no tienes ni idea de hacia dónde tirar cuando estás en ellas.
Se nos ocurre una solución para ir orientándonos mejor: hacer fotos con el teléfono a cualquier cosa, o directamente en negro. Así, usando el geolocalizador de fotografías por GPS del aparato, se aplica a cada una el punto donde se tomó y, abierto el modo normal de GoogleMaps, la ruta va quedando registrada.
Lo cual nos confirma con muy poco retardo si vamos bien o no por el itinerario programado. Rudimentario pero efectivo cuando no se tienen mapas o se tienen muy generales. Probadlo y veréis qué útil. Si la aviación usa las radiobalizas, nosotros hemos puesto en práctica las fotobalizas.
En la pequeña pedanía de Поље (Polje) nos paramos un poco a descansar en un arcén, junto a la entrada de una casa, sin darnos cuenta de que a escasos metros había otro control policial. Debimos de pasar por vecinos del pueblo por la decisión con la que llegamos al lugar y no nos molestaron ni durante el rato que estuvimos parados ni cuando pasamos por delante de ellos.
Un poco antes de llegar a la refinería de petróleo de Босански Брод (Bosanski Brod), aprendemos a estas alturas de la película una nueva señal de tráfico:
la que prohíbe hacer fotografías en un tramo de dos kilómetros. Como somos obedientes con la protección de las instalaciones estratégicas nacionales, no hacemos instantánea alguna de la planta, pero sí una metafoto de la señal (> exactamente aquí), porque antes de ella no rige su prohibición.
Como no era muy tarde aún, la salida de Bosnia fue un poco más lenta: había un chaval delante de nosotros
al que le registraron con cierto detalle. A nosotros también nos dieron la lata abriendo armarios, pero bueno, no más de lo normal para ser un país extracomunitario.
Nuevo sello de salida y derechitos a las aduanas (carina) croatas, y pasamos sin más trámite a la ciudad de Slavonski Brod, donde no conseguimos encontrar conexión abierta a internet en el hotel Zouco. De forma que nos reintegramos a la autopista A3 para aprovechar las delicias de la conducción nocturna y por buen firme. Mientras uno va tumbado en la cama leyendo a otro se le cruzan sucesivamente desde el lado izquierdo primero un gato negro y luego un zorro blanco. Lo comido por lo servido en tema de supersticiones.
Nos da el hambre en el área de servicio de Sredanci, unos sesenta kilómetros antes de la frontera serbia, al filo de las once, hora del cierre. Pero nos atiende este chico voluntarioso
que a la vez nos imparte unas sencillas clases de cocina croata explicándonos alguna de las cosas que cenamos, como un rico goulash de ternera.
Un poco antes de cambiar de país, en la INA de Spačva, al lado de Lipovac, que es la última localidad, nos gastamos en repostar todas las kunas que nos quedaban en efectivo sin darnos cuenta de que aún faltaba otro puesto de peaje antes de las aduanas, que nos vimos obligados (qué remedio) a pagar con tarjeta. En los tickets, aparece siempre el precio en kunas y en euros. ¿Se estarán preparando para ser como sus vecinos eslovenos?
En otros relatos de viajes habíamos leído que los trámites en la frontera serbocroata eran espantosos, que los serbios odiaban a Javier Solana y con él a todos los españoles turistas por los bombardeos de la OTAN en 1995 sobre su territorio y que el trato recibido por los policías serbios era desconsiderado.
Con ese temor nos acercamos a la ventanilla croata y una amable chica policía nos chequea por encima en un instante y nos hace pasar al lado serbio. El serbio puede decirse que ha sido el tío más simpático de todo el viaje a costa –eso sí– de caer en los tópicos más manidos de la victoria de la selección española en el último campeonato mundial de fútbol. Lo cual a nosotros nos molesta un montón, pero hay que reconocer que resulta enormemente práctico para evacuar trámites. Hay gente que no comprende que lo de ver durante una hora y media a veintidós jóvenes millonarios y tres jueces en calzones corriendo detrás de una pelota de cuero puede no gustarle a todo el mundo.
El agente de aduanas de la siguiente garita es un chaval con uniforme que hubiera encontrado igualmente trabajo como modelo de pasarela y que se da cuenta enseguida de que no somos el coche que busca inspeccionar en cuanto pronunciamos el sintagma mágico this is a camping-car.
A un lado del aparcamiento que sigue a la zona del check-point hay, como si se tratara de atracciones de feria, no menos de quince o veinte casetas de cambio de moneda (> exactamente aquí), casi todas del mismo tamaño y forma y casi todas abiertas para ser la medianoche. Al acercarnos no apreciamos criterio decisivo para optar por ninguna en particular porque no se entienden los llamativos letreros que tienen sobre ellas y en todas pone lo de siempre: que no cobran comisión. Así es que entramos en la de una chica tan rubia y aparente, e igualmente de pasarela, como funcionaria e inexpresiva que nos da 6280 RSD (dinares serbios) por 69 €.
Al reiniciar la marcha, comprobamos en el ticket que en la primera drumarina o puesto de peaje (> exactamente aquí) nos han escaneado la matrícula con un número mal leído. Ante nosotros una excelente autopista y bastante más barata de lo que habíamos averiguado por internet. Buen comienzo para rodar por vez primera por el país número XXXIX.
Paramos un poco a descansar en la segunda stanica (área de descanso) y nos reorganizamos.
Durante la escasa fase de preparación de este viaje habíamos aprendido que hay un lugar muy interesante de visitar (> exactamente aquí), Нови Сад (Novi Sad), capital de la Војводина (Voivodina) a orillas del Danubio. Así es que nos desviamos de la vía de alta capacidad en el enlace de Рума (Ruma) y accedemos, con la típica señal de cuidado que vienen baches en 10 km,
que volvía a aparecer justo antes de consumirlos para avisarte de otro tramo igual (¡vaya morro!), a un camino de cabras en toda regla, la carretera 21, por la que avanzamos hasta el parque central de la localidad de Ириг (Irig), donde nos apareció por sorpresa una conexión muy rápida para los dispositivos y además bien aparcados.
Una hora que nos vino bien para reservar el primer hotel del viaje en una de las calles más céntricas de Беoград (Belgrado), con aparcamiento vigilado a cien metros y con estupendas críticas en la Red. Y por supuesto a un precio irrepetible de última hora para ser una gran capital: 43:15 € (con internet, cabina de hidromasaje, televisor plano 40”, cafetera privada…). Además, no es necesario imprimir la reserva ni llamar: basta el PDF o el mail de confirmación en el teléfono. Con booking.com no falla.
En general, las carreteras de todos los países balcánicos tienen muchísimas gasolineras, cada muy pocos kilómetros. Llama la atención que incluso en localidades muy pequeñas hay varias.
Cuando nos marchamos de Ириг (Irig), que es un núcleo que destaca por su trazado ortogonal y por el hecho de que la inmensa mayoría de las casas son independientes y con su propia zona verde, como podéis ver en esta imagen, emprendimos la subida al puerto de Ново Хопово (Novo Hopovo), que da nombre al célebre monasterio ortodoxo homónimo,
y dimos gracias a la casualidad de atravesar esta zona montañosa en la madrugada, porque las fuertes pendientes del 8%, el tráfico de camiones y los continuos desprendimientos en la calzada nos hubieran supuesto más del doble del tiempo en horario diurno para pasar al valle del Danubio, que atravesamos finalmente entrando por los baluartes de la parte fortificada de la preciosa ciudad de Нови Сад (Novi Sad),
a la que se accede por esta ciudadela y por el puente bombardeado por la OTAN (por Solana, vamos)
y airosamente levantado de nuevo (> Leer sobre estos bombardeos).
En la calle Ilije Ognjanovica Abukazrma, a la altura del número 5 con la vigilancia gratuita de los taxis de la parada (> exactamente aquí), nos posamos con toda tranquilidad mientras un minino negro busca el calorcito de nuestro motor para tostarse la escarcha del lomo.
Como el frío y la intensa humedad aprietan, en una hora de caminata dejamos visto el centro peatonal,
seguidos de vez en cuando por el mismo gato simpático, con modales de perro fiel, que acabábamos de conocer al aparcar la furgo. La ciudad es sede nada menos que de la Ópera Nacional de Serbia
y es el más prestigioso centro cultural y universitario del país. Limpia, bien cuidada
y con buena animación callejera. Mirad un tranvía convertido en cafetería:
Buscando dónde dormir por la carretera 22.1 antigua ya en dirección a Беoград (Belgrado), una locomotora aislada, como si estuviésemos tomando un plano de gusano en una maqueta de Ibertren, avanza perezosa por la vía férrea paralela. Al final, en este entrante (> exactamente aquí) de la P130, en el término de Велика Ремета (Velika Remeta), junto a una hilera de chalés de vacaciones con zona verde de aparcamiento, a eso de las cuatro de la mañana y con los tapones puestos dijimos adiós a un día tan denso.
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Etapa 8: lunes 13 de diciembre de 2010
Велика Ремета (SRB) – Беoград (SRB)
La naturaleza es sabia y, a falta de despertadores a pilas, ya se encarga de dar la murga por la mañana con coches que pasan y perros que ladran a nuestro lado.
En ese rato nos da tiempo a leer algunas de las cosas que nos vamos descargando de internet para cuando no hay conexión, como mapas, curiosidades turísticas, artículos de enciclopedias o direcciones y enlaces de interés de la ruta de los días siguientes. Esas descargas las hacemos en el ordenador o, para más comodidad, con la utilísima aplicación gratuita Instapaper para iPhone.
Después de desayunar, asearnos y dejar preparada la mochila para subir al hotel, nos volvemos a la carretera por la que íbamos, que tiene en ocasiones agujeros permanentes
dignos de aparecer ya en los mapas topográficos, y, sobre todo, al estar hecha por secciones pequeñas de aglomerado en lugar de por colada continua, tortura la suspensión con una junta de dilatación cada diez o quince metros.
Es la misma sensación que el traqueteo de los trenes antiguos cada vez que un eje pasaba por la junta de los carriles.
A veces aparecen autolavados muy rudimentarios, una especie de tejadillo con manguera y esponja como si fuera el garaje de tu casa. Más adelante nos cruzamos con vehículos todoterreno que tienen toda la pinta que haber sido adquiridos en subastas de antiguo material móvil militar.
Para entrar de nuevo en la atopista que une Budapest (H) con Belgrado, pasamos por la pequeña aldea de Бешка (Beška), y compramos garrafas de agua de 6 litros a sólo 0,81€ cada una, o sea, casi el mismo precio de la web de Mercadona pero a pie de carretera en una tienda minorista (> exactamente aquí), a cuya puerta vimos estos sifones que dejaron de estilarse hace décadas en España.
Cuando éramos pequeños, una de las travesuras más comunes era acercarse por detrás a los camiones de reparto y accionar la palanca de alguna botella. ¡Fssssssss…!
El pueblo es un ejemplo paradigmático, de libro, de la antigua organización urbanística comunista que asignaba largas y estrechas parcelas de tierra a cada familia para el autoabastecimiento hortelano, manteniendo la vivienda en el testero cara a la calle. En el centro del pueblo, en lugar de una plaza al estilo castellano lo que hay es un pequeño bosque público como espacio de convivencia. La imagen aérea no puede ser más elocuente. Este modelo lo vamos viendo repetido continuamente desde que entramos en Bosnia, ahora en Serbia, y se repetirá perfectamente en Rumanía y Bulgaria.
En el semáforo de un cruce (> exactamente aquí) nos detenemos un instante al lado de un nutrido grupo de chicas recién salidas del colegio. Cuando giramos hacia la avenida que ya nos lleva a la autoput (autopista) 22/E75 vemos por el retrovisor que se ponen en el centro de la calzada a mirar cómo nos alejamos. Acabamos de ser la novedad del día en una tranquila población de la Voivodina.
Unos treinta kilómetros antes de la capital, guiados por los mapas cargados en la tableta,
abonamos unos ridículos 2,30 € en la putarina (peaje) de Стара Пазова (Stara Pazova), la última de las tasas por autopistas buenas, bonitas y baratas que pagaríamos en Serbia.
La sal de las carreteras nos ha teñido la furgo de blanco sucio hasta un nivel preocupante. Por eso seguimos echándole el ojo a los pocos autolavados que vemos.
Desde que abandonamos Italia y hasta que volvamos a ella vía Grecia no volveremos a ver jamás ninguno en régimen de autoservicio. En todos te hacen el trabajo obligatoriamente y te dan la opción de limpiar y aspirar el interior. Es un claro indicador de lo que aún falta por crecer a la clase media. Sobran rentas muy altas que se rodean de gente que les hace todo y rentas muy bajas que copan mucha mano de obra pero poco cualificada.
El que mejor pinta tiene lo vemos por fin a la entrada de Беoград (Belgrado) (> exactamente aquí), pero en el lado contrario, en una estación de servicio de la moderna marca OMV, a la que entramos haciendo un fácil cambio de sentido aprovechando los numerosos cortes de la mediana regulados por semáforos.
Compradas dos fichas en la tienda para un lavado a fondo, aprovechamos para coger también mapa de Serbia y de Belgrado, y se las entregamos al encargado del lavado que deja la carrocería perfecta.
¿Recordáis ese potencial que hace veinte años tenía Berlín y que ahora la hace brillar como nueva capital de Europa? Pues es el que destila Belgrado en esta región del Este. Grandiosidad, ejes urbanísticos, magnífico emplazamiento yuxtafluvial, cruce de caminos en las rutas hacia y desde Asia menor, floreciente economía que se manifiesta por ejemplo en el gran Блок 70 (blok 70), sector número 70, (> exactamente aquí), una auténtica chinatown donde el olfato del dragón ha marcado territorio. Es el Kineski tržni centar. Y si lo marcan ellos, es por algo.
La entrada a la urbe la hacemos casualmente por el eurovisivo 2008
Београдска арена (Beogradska Arena) (> exactamente aquí), de un aforo para 23 000 espectadores en el que ver en directo a las glorias del tenis,
del balonmano y, sobre todo, del baloncesto mundial, que gracias al atasco nos da tiempo a admirar como es debido.
Al pasar a la altura de los aparcamientos del gran centro comercial y de congresos Sava Centar (> exactamente aquí), un equipo de indigentes gitanos inasequibles al desaliento y bien organizado se reparten las filas del semáforo. Uno nos ruega limosna durante más de un minuto seguido juntando las manos –como si rezara– por la ventanilla del conductor. Es apenas uno de los dos pidepelas, de los muchos más que esperábamos, que hemos visto en casi diez mil kilómetros. Otro tópico hundido.
Vamos directamente a dejar la Marco Polo en el moderno Garaža Zeleni venac de la cadena Parking Servis en la calle Kraljice Natalije br 13 (> exactamente aquí), en el nivel XIII, el más alto posible para andar bien a nuestras anchas y con más discreción. Este aparcamiento pertenece al original sistema de estuctura metálica por entreplantas
que minimiza el espacio dedicado a rampas y aumenta la superficie de plazas de forma ideal, porque cada entreplanta hace de subnivel de la colindante para subir o bajar. Como todas las cosas ingeniosas, es radicalmente sencilla.
A un par de pedradas de distancia encontramos la entrada del hotel Vila Terazije*** que ocupa el primer piso de un edificio antiguo en el número uno de la calle Prizrenska (> exactamente aquí), casi en la esquina de la peatonal más importante de la ciudad.
Después de pensar un rato cómo rellenar bien esta cartulina del check-in escrita sólo en cirílico,
acomodados en esta agradable, aunque pequeña, habitación
del centro-centro de una capital que huele a espionaje, Stasi y Guerra Fría, hacemos la colada pendiente lo primero para que le dé tiempo a secarse durante la estancia mientras las facilidades del hotel como una potente conexión a internet y este aparato delicioso con música y todo nos relajan de tanto conducir.
Éste sería el primero de ocho días seguidos en que la temperatura nunca subió de 0ºC ni de día ni de noche. Sólo puestos en esa tesitura, que llegó a su momento álgido en Rumanía con –15ºC, comprende uno de verdad para qué sirven esos gorros rusos de pelo de conejo que vemos a todas horas por las calles.
Tanta agua caliente gastamos entre lavar y lavarnos que tuvimos que esperar un rato a que se recuperara el calentador eléctrico. Para que veáis que no sólo dan problemas los de las furgos.
En el 85a de Mihajla Pupina (> exactamente aquí) tenemos ese paño de lágrimas de nuestros desarreglos horarios, al lado mismo del hotel y de un mercadillo callejero:
el restaurante de los aros, que ahora presume de Q de calidad, nos provee de McFish, McPollo, nuggets y colas para preludiar una reconfortante siesta en nuestra nueva casita belgradense sin ruedas.
En el paseo para explorar la parte vieja anduvimos por el Museo Nacional
y por la grandilocuente estatua ecuestre del príncipe Miguel III Obrenović de Serbia (> exactamente aquí).
Incluso nos dio tiempo a ver cómo se hace para instalar un chirimbolo en la acera.
El aire frío aprieta: así que nos metemos a rebosar reservas en la cafetería-pastelería-bar-restaurante
con más solera de la ciudad (> exactamente aquí), el Руски цар (Ruski car) que lleva atendiendo a sus clientes en el 29 de Обилићев венац (Obilićev venac) desde 1890 entre espejos, cuadros nobiliarios y magníficas lámparas en una escena dorada y decadente que retrotrae al visitante a los últimos estertores del imperio austrohúngaro…
mientras los altavoces del establecimiento expelen curiosamente ¡ rasgadas voces flamencas españolas !, que ya habíamos escuchado horas antes en algunas emisoras locales. Buenos cafés, y un ataque de gula que apaciguamos con un surtido de dulces de frutas, maní, nueces y tiramisú.
A dos pasos nos sorprende la delegación española del Instituto Cervantes que el 20 de diciembre de 2004 inauguraron la Leti y el marido...
Aunque quedamos verdaderamente hasta el tapón, todavía picamos algún perrito con mayonesa en un puesto callejero (> exactamente aquí) de Кнеза Михаила (Kneza Mihaila), la encantadora calle mayor
que comunica el ensanche decimonónico con la parte vieja,
la ciudadela en cuyo foso tienen expuestas notables piezas de artillería (un pueblo, el serbio, que no olvida su pasada gloria militar)
y los miradores (> exactamente aquí) sobre un Sava entregando sus aguas definitivamente al Danubio.
¿Os dais cuenta de qué bonito es pasear de noche? Y nada de inseguridad. De vez en cuando, en estos desiertos jardines patrullaban parejas de vigilantes charlando tranquilamente.
Todo nos recuerda un poco a Riga pero sin la ostentación y opulencia de la nueva clase rica rusa que inunda allí las calles, los aparcamientos, la relaciones…
Hay preciosas librerías de viejo,
escaparates donde uno se para por obligación,
y detalles florales de gusto tradicional…
El olor de vetustas calefacciones de carbón nos lleva al atravesar cada portal a escenas de niñez, mientras a las puertas siguen aparcando las viejas glorias de la automoción comunista
y alguno con muchísima afición por las bebidas de lata…
Antes de volver a descansar, con un viento del noroeste que baja la sensación térmica hasta lo desagradable,
recolectamos unos nuggets take away que llenan de sabor globalizado nuestro cuarto mientras en la tele desfilan las historias de don Gato y su pandilla hablando en serbio.
En el último zapping antes de dormir, con las ropas ya casi secas colgando de las perchas, el canal porno Private Spice TV nos sorprende no por sus sencillos guiones sino porque curiosamente las actrices se pasan todo el rato de cada episodio atendiendo a los actores como siempre, pero sin parar de fumar cigarrillos en pipa larga. Ellos no, sólo ellas. Se ve que todavía queda un trecho para que quiten el humo de los bares.
Nos dormimos a las cuatro y media después de consultar en streaming los telediarios españoles y –por qué no confesarlo– las últimas trifulcas y ayuntamientos en directo en la casa de Guadalix de la Sierra.
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Etapa 9: martes 14 de diciembre de 2010
Беoград (SRB) – Oraviţa (RO)
Cuando aún las manecillas del reloj no han llegado a las diez de la mañana en vacaciones, el politono más hermoso del mundo se torna deleznable. Y además el interlocutor lo nota por más que uno niegue a base de eufemismos piadosos. Ya sabéis: no, no te preocupes, ya estábamos despertándonos… En este caso nos pedían un ejemplar de Enciclofurgo, que a estas horas ya está en su destino.
Como el bricolaje bien entendido empieza por uno mismo, antes de ducharnos y recoger la habitación para el check-out, como ya se había cargado completamente la batería de la cortapelos, nos volvemos a dejar el uno al otro como recién salidos de la peluquería, pero conservando los veinte pavos (en el mejor de los casos) para otras cosas.
Somos muy aficionados a desayunar fuerte y variado. Y eso cuando estás de viaje se puede hacer muy bien en los bufés libres de los hoteles importantes sin necesidad de ser cliente alojado. Sólo hay que sentarse en el comedor y a la pregunta de ¿qué número de habitación tienen? contestar la frase mágica estamos de paso. Luego te traen la cuenta como en un restaurante normal y listo.
Si para alguno esto era un secreto, no dejéis de practicarlo. Serán los 10, 15, 20 € a lo sumo… mejor invertidos del día porque te da fuerzas para una jornada agotadora de visitas y te permite tomar después un almuerzo ligero e informal. Además, da la oportunidad de comer –porque eso es comer de verdad– desde en prácticos y funcionales hoteles de cadena, paradores de turismo de ensueño o en los más aristocráticos y palaciegos resorts sin necesidad de tener más que el salario mínimo.
Tras un intento vano de tomar el del Хотел Балкан (hotel Balkan), enfrente del nuestro, como esta gente del Este son tan madrugadores, ya no era posible y nos tuvimos que conformar con uno hecho a medida (> exactamente aquí) en Poslasticarnica Specijal de Prizrenska 7, donde nos atendieron sin quitarnos ojo todo el rato dos eficientes pasteleras de unos sicalípticos veinte años perfectamente llevados.
Repasada allí la prensa escrita y consultados los peores pronósticos del tiempo on-line, caminamos el pequeño parque (> exactamente aquí) que nos separaba del garaje donde unos gatitos negros muy juguetones merodeaban por este Zastava 850
y los calefactores sacaban las escorias de una caldera de carbón…
Al abrir la Marco Polo, la temperatura interior era de 1ºC, tres menos que dentro del frigorífico. Y la nieve entraba en las entreplantas del aparcamiento con el oraje.
Es en estos casos vividos in situ cuando se da cuenta uno de lo mucho más ventajoso que es disponer de calefacción estacionaria por agua que tenerla por aire, que encima es más cara. Porque en el rato largo que estuvimos acondicionando el equipaje en los compartimentos y poniendo un poco de orden en las ideas, el zumbido de la termoturbina había templado el interior y, lo que es más importante, había dejado el motor preparado para arrancar con suavidad, sin esos desgastes brutales que le suponen girar los primeros segundos con un aceite casi congelado.
Cuando por fin rodábamos en el atasco de la vuelta a casa por las calles de Belgrado
a las cuatro y media de la tarde, la ventisca comenzó a traer un temporal de nieve impresionante que nos acompañó durante la visita a la fantástica catedral (inacabada por dentro)
de San Sava. Tanto viento hacía que el paraguas reforzado (bilbaíno) que llevábamos se dio la vuelta ¡dentro del edificio!, que, por cierto, es una verdadera joya.
Por allí anduvimos un rato sin preocuparnos de poner el ticket de la ORA porque la generosa capa de nieve del parabrisas no hubiera dejado verlo de todos modos.
Nuestra idea para la siguiente etapa consiste en alcanzar las proximidades de las gargantas del Danubio y más concretamente llegar
hasta la cabeza de Decébalo (> exactamente aquí), la simbólica escultura tallada en la roca viva de la última estribación de los Cárpatos cara a cara con la Tabula Traiana (> exactamente aquí), igualmente esculpida en las últimas rocas de los Balcanes, separadas ambas cordilleras apenas por unas decenas de metros de agua: son las Puertas de Hierro, el mítico lugar donde las tropas romanas del emperador Trajano comenzaron la conquista de la Dacia, hoy Rumanía, con un robusto puente que este embalse se ha encargado de sepultar. Sólo por eso hoy se sigue hablando allí un dialecto del latín en vez de uno eslavo.
Así es que damos las últimas panorámicas a la ciudad con un tráfico desastroso, entre el que vimos estos autobuses urbanos donados por el pueblo japonés,
hasta el airoso viaducto Панчевачки мост (Pančevački most) que vuela la E70 (> exactamente aquí) sobre el Danubio camino de Панчево ( Pančevo ) y va disolviendo los coágulos del embotellamiento.
En la segunda área de servicio (> exactamente aquí) repostamos, a falta de gasolina de 98 octanos, una de 95 calidad Premium, que suponemos que es en realidad lo mismo y le metemos ya una carga de dos litros de líquido lavaparabrisas capaz de resistir heladas de hasta –21ºC. Por si las crestas.
Como hay dificultades para que salga el preparado por el difusor del lavaluneta, sacamos agua templada del calentador por el fregadero y la aplicamos con cuidado bajándonos directamente para descongelar el agujerito. Luego actuando el mando varias veces conseguimos que llegue bien el líquido desde el bote por todo el recorrido de adelante atrás de la furgo.
La zona está un poco en cuesta, y descartarnos pararnos por allí a comer algo por si a alguno se le van las inercias y hace de nosotros un colchón mullido de su pista de patinaje.
La vialidad es completamente invernal. Esta autopista en cualquier punto de España sería noticia tal cual en todos los informativos nacionales, sobre todo porque está a un poco más de sólo 100 msnm.
Como tenemos pegado en el salpicadero un dock alimentado para situar el teléfono y grabar los momentos interesantes,
os ponemos unos instantes del crudo panorama cogidos al azar en este video:
En el enlace sur de Панчево (Pančevo) hacemos culear la furgo (el gran defecto de ser de propulsión en vez de tracción delantera) por una tontería que nos pudo salir cara: a pesar de circular despacio, tuvimos un titubeo, un amago de tomar la salida de la autopista pensando que era por donde correspondía ir, seguido de una rectificación de la marcha para continuar recto. Por desgracia tocamos con ambas ruedas del lado derecho la banda no pisada de nieve helada del hito de vértice, en esa corbata de pintura que veis, (> exactamente aquí) y aquello, incluso con todos los ASRs y ABSs y ESPs del mundo, parecía el Danubio Azul, y nunca mejor dicho.
Con las caras más blancas que la nieve, las manos hormigueando y, por suerte, ningún coche cerca, retomamos la trayectoria recta. En dos kilómetros, ya con el carril izquierdo de nuestro sentido únicamente transitable, un turismo estaba recién estrellado contra el quitamiedos bionda y otro andaba auxiliándole parado en pleno carril derecho, que no era otra cosa que una fantástica pista blanca con diez centímetros de grosor. Era sólo chapa y poco más podíamos hacer nosotros, unos pobres extranjeros con los mismos conocimientos de serbio que de angoleño, así es que seguimos hasta parar a comer en una gasolinera JP pequeña (> exactamente aquí) junto al luminoso de salida, que siempre irradia algo de calor. La foto de satélite –casualidad– está hecha con mal tiempo. Es noche cerrada a las seis y media de la tarde.
Cuando pasaban diez minutos de las nueve de la noche, la situación ya rebasados Баванисте (Bavanište) y Ковин (Kovin) se hizo insostenible en la más absoluta de las llanuras de la ribera norte del río
y hubo que poner las cadenas AutoSock de kevlar
a la altura de la pequeña localidad de Дубовац (Dubovac) porque cualquier brusquedad por pequeña que fuera eran amagos de pérdida de adherencia. Pero, claro, primero tuvimos que currar para sacar todo el hielo que formaba sendos bloques entre los neumáticos y los pasos de rueda traseros, seguramente favorecidos por la acción de los faldones guardabarros adicionales que montamos en origen.
Los sarcasmos de la vida aparecen en cualquier momento (> exactamente aquí) y aproximadamente un km antes de pasar por encima el gran Канал Дунав-Тиса-Дунав (ДТД), el canal interior (> exactamente aquí) que une el río Tisa por ambos lados con el Danubio (DTD) durante casi mil kilómetros, nos encontramos con un barco de recreo varado en la margen izquierda de la carretera.
Casi a las diez de la noche, muy cerca ya de la frontera serborrumana, conseguimos alcanzar Врачев Гај (Vračev Gaj) donde nos llamó la curiosidad
esta iglesia de linea básica (> exactamente aquí). También nos llamó para cambiar impresiones nuestro amigo, el chef Víctor Gutiérrez, que atiende en Salamanca un creativo restaurante que dentro de poco cumplirá una década en posesión de una estrella en la Guía Roja.
Echadle un vistazo (> exactamente aquí) al modelo minifundista extremo de los campos que rodean el pueblo. ¿Curioso, verdad?
Por el enclave de Бела Црква (Bela Crkva) el templete de música
de un solitario parque a orillas de los humedales (> exactamente aquí) y la pobre decoración navideña (esto no es Mónaco) de las calles
y de la casa de un electricista del pueblo (fijáos en su furgo…)
nos entretiene unos minutos, y más adelante cometemos un pequeño error al fijar la atención en un coche patrulla, contra el que no queríamos derrapar en este cruce cuesta abajo,
y nos desviamos durante unos kilómetros –que tuvimos que deshacer– hacia el barrio de Кусић (Kusić) en lugar de ir correctamente hacia el reducido complejo fronterizo de Калуђерово (Kaluđerovo), que son apenas algo más de cien habitantes y unas garitas con techo desvaídas por la poca visibilidad,
(> exactamente aquí), adonde finalmente, ya con la señal de obligatorio poner las cadenas, llegamos a un cuarto de hora de empezar la nueva fecha con el habitáculo recién ordenado y en revista, lo cual siempre es una ventaja para acometer cualquier posible registro.
Como si el ministerio serbio del interior hubiese dado estrictas instrucciones a sus agentes liminares desde que ya no se necesita visado para entrar en el país, un chubby encantador, un osito de peluche con placa de sheriff, nos atiende en la soledad de la gélida medianoche y se echa una parrafada con nosotros. Nos pregunta que por qué no habíamos venido mejor en verano por estos pagos y como única inspección de una autocaravana de tres toneladas dice al abrir la puerta lateral Oh… fine!
También nos informó de que al ser zona de seguridad fronteriza no nos permitían pernoctar en los alrededores del puesto por orden de la superioridad.
Tanto parabién y tanta facilidad, tanto gato negro por la izquierda en los días que llevábamos recorridos… no podían ser preludio de nada bueno. El drama estaba a punto de llamar a nuestra puerta. Encima el día era martes…
Como remate del trámite del lado serbio, el policía megasimpático se mete en la oficinita diciéndonos adiós y deseándonos buena singladura hasta Bizancio y sale el otro, funcionario de aduanas, en una ridícula coreografía de primero-tú-y-luego-yo-que-para-eso-lo-dice-el-reglamento. Y nos hace la pregunta de siempre, satisfecha con la respuesta de siempre.
Esto nos recuerda una anécdota que nos contó hace años un vecino, comandante de artillería ya retirado, del extinto cuerpo de oficinas militares, cuando en un viaje paró casualmente a preguntar algo en el cuartelillo de la Guardia Civil de San Martín de Valdeiglesias, en la Comunidad de Madrid. Estaba de puertas el único guardia que había en la casa-cuartel ese día. Al acercarse nuestro vecino y mostrar su documentación antes de decir lo que quería, el número se marchó hacia el patio del edificio y gritó mirando hacia adentro: ¡Atención! ¡Un oficial del Ejército! antes de volver a la puerta a despachar con el visitante. Todo según el Reglamento, efectivamente, pero completamente ridículo teniendo en cuenta que estaba solo.
Aún en suelo de la República Serbia, hay una pequeña tienda 24 horas-estanco-oficina de cambios llamada Hektikor (> exactamente aquí) que justo ese rato estaba haciendo arqueo de la caja. Vamos, que de todas las horas que tiene el día y la noche llegamos justo los pocos minutos que la cierran.
Eso lo debían de saber perfectamente las familias gitanas que empezaron a llegar del lado rumano haciendo cabriolas con coches deportivos en el hielo entre las doce y media y la una menos cuarto. Todos varones, todos jóvenes, y una matriarca obesa que sacaba enormes fajos de billetes casados que manejaba con una sola mano con pericia de cajera.
Tal era la cantidad de vehículos que llegaban haciendo jichadas que nos recolocamos para no estar cerca de la curva inclinada que acababa de convertirse en improvisada explanada de exhibiciones.
Mientras nosotros estuvimos aparcados esperando la hora de la reapertura, volvieron a acercarse los agentes serbios a recordarnos que no podíamos dormir alli. La espera se dilató un poco porque los gitanos entraban y salían de la tienda acarreando hacia los coches cajas llenas de cartones de tabaco, ¡detergente en polvo y suavizante! mientras su jefa cambiaba dinares por euros en cantidades preocupantes.
Cuando nos tocó el turno, que tras la llegada de los hunos pasó de estar los primeros en soledad a estar los últimos, convertimos los 4450 SRD que nos quedaban en 40 € y aprovechamos la calderilla para surtirnos de galletas y chocolates de muy poca calidad.
Imaginaos entonces la situación: intensa nevada de veinte centímetros, hielo gran reserva acumulado de semanas atrás, cadenas puestas, –8ºC, animación caló a domicilio, zona neutral serborrumana, una de la madruada, sin dinares serbios ya ni lei rumanos (RON) todavía, oficialmente fuera de la Unión Europea… y en el crítico momento de girar la llave de contacto aparece en la pantalla esta entrañable felicitación navideña de la centralita: BATERÍA/ALTERNADOR. ACUDIR A TALLER.
¿Sois capaces de imaginar las caras de gilipollas que se nos quedaron?
Si marchábamos hacia atrás teníamos un incierto camino estrecho, congelado, y extracomunitario a efectos de asistencia en carretera, hacia Belgrado, nuevos trámites fronterizos que deshacer y que explicar, ya sin moneda serbia… Si marchábamos hacia adelante entrábamos en una Rumanía desconocida, justo en la ruta del contrabando de tabaco, llenos aún de prejuicios sobre el pueblo dacio cuyos primeros habitantes nos habían hecho sentir un ratito como de turismo en el barrio de las tres mil viviendas de Sevilla, igualmente sin moneda, pero al fin y al cabo en la Unión Europea, que siempre será mejor –pensábamos–, y con la sinuosa ruta de las gargantas del Danubio como siguiente etapa, lejos de toda población importante.
Si uno se piensa fríamente en tener un hijo, las cifras abrumadoras de pañales, las noches de otitis, llantos e insomnios y todas experiencias negativas que te cuentan los amigos son capaces de desanimar a la pareja más niñera. Hay que meterse con los ojos cerrados. Con valor. Si no, no te animas nunca.
Pues eso hicimos nosotros. Nos metimos. En Rumanía.
Sabíamos perfectamente por otras averías de alternadores anteriores (una de ellas con esta misma furgo circulando de noche entre Oviedo y Salamanca) que la cuenta atrás acababa de empezar. Aunque llevábamos tres baterías bien cargadas por la marcha, el alumbrado de carretera y el antiniebla consumen mucho y las chispas de nuestras ¡ doce bujías ! iban a ir mordisqueando la carga a cada vuelta del cigüeñal inexorablemente. Los minutos de vida estaban ya contados exactamente. Estábamos, como el Titanic, heridos de muerte.
En la avería anterior, hace un par de años, cuando la carga ya pasó a sólo 11,9 V, empezaron a desfilar por la pantalla todos los errores del sistema: se desconectó el ABS, el ASR, el ESP, y lo que es más grave, la caja de cambios automática que dejó en aquella ocasión a la furgo con únicamente la segunda velocidad sin posibilidad de engranar ninguna otra y con la asistencia del servofreno anulada (se nota porque se endurece el recorrido del pedal y casi no eres capaz de parar el coche). Un suicidio seguir circulando mucho más.
Pensad por un momento el estado de nerviosismo con el que llegamos en completa soledad a las garitas rumanas.
Nos atendieron Santiago Segura en el papel de Torrente y un amiguete. Los dos en una especie de chándal de mercadillo al que ellos seguramente llaman uniforme. De hecho, cuando se acercaron a las ventanillas mirábamos a lo lejos escrutando policías de verdad pensando que eran unos pedigüeños. Porque los dos nos miraban haciendo el gesto de fumar con los dedos preguntando si teníamos cigarettes.
Pues así es la frontera de Naidăş.
Debajo de este moderno tejadillo circular (> exactamente aquí) de repente avanzamos en el tiempo universal una hora hasta GMT+2 y nuestra cuenta a XL países visitados mientras los colegas en funciones de cancerberos nos seguían preguntando si llevábamos hachís y heroína encima mientras echaban un vistazo al interior del porta potti, cuya caja multifunción indefectiblemente llama enseguida la atención de cualquiera que nos ha abierto la puerta lateral.
El puro instinto de conservación y las dudas razonables de que en tan apartado paraje y con la que estaba cayendo alguna compañía de seguros fuera capaz de mandar una grúa antes de encontrarnos tiesos como el cartón en cualquier arcén a campo abierto, nos lleva a poner en conocimiento de aquellos dos polis disfrazados de yonkis que nos acabábamos de quedar sin alternador en el momento más necesario y a preguntarles cuál era la localidad más cercana que tuviera hotel para ir allanando el camino a nuestra supervivencia. La respuesta fue unánime: Oraviţa,
a 21 km ¡en dirección contraria! a nuestra ruta por las hoces del río Danubio. Pero bueno: primum uiuere, deinde philosophari…
Nos informaron también de que la Mercedes más a mano estaba a casi 130 km.
La llegada a ese pueblo de unos quince mil habitantes no pudo ser más desoladora: la máquina quitanieves no había vuelto a pasar todavía y el grosor caído en la calzada estaba convirtiendo el faldón del parachoques en el bulbo de proa de un barco pero apartando nieve. Imposible seguir.
Durante el angustioso trayecto, la luz del alternador del cuadro de instrumentos se había apagado durante un par de minutos haciéndonos albergar la tímida esperanza de una falsa alarma. Pero enseguida volvió a la carga. Mejor dicho: a la descarga.
A la entrada de Oraviţa hay una gasolinera pequeña de la marca Lukoil,
una de las más extendidas por el país, y algunas naves industriales. Luego un gran descampado y ya las primeras casas de la población. La furgo empezó a hacer lentos culeos en parte por el atoramiento de las cadenas, en parte porque los cuatro pasos de ruedas hacían ya un conjunto semisólido con las ruedas.
Con pesadas maniobras muy lentas conseguimos orientarla en el arcén izquierdo en el sentido contrario a la marcha que llevábamos y allí quedamos (> exactamente aquí) en absoluto silencio apenas roto por las advertencias sonoras del cuadro de instrumentos de que ya no teníamos asistencia a la tracción, ni freno de emergencia, ni batería, ni calefacción…
Había comenzado la noche más larga al suroeste de Rumanía, una isla de latinidad en medio de un mundo de extraños caracteres cirílicos eslavos. Así éramos en ese momento: tres metros cúbicos llenos de aire a 20ºC que poco a poco irían apagando su llama en la negrura de la noche blanca…
La vida da continuas vueltas y se retroalimenta periódicamente, las más atrevidas posibilidades que ni siquiera somos capaces de imaginar se hacen realidad por una casualidad tonta…
Allí estábamos metidos en un coche, nuestra casa por un mes, abandonados en la oscuridad y dándonos el escaso calor residual como dos pájaros que se duermen ahuecando las plumas.
Como una siniestra advertencia del destino, en 1988, uno de nosotros había traducido en la facultad estas primeras frases en la asignatura de Rumano. Son el comienzo de uno de los más célebres poemas del poeta Mihai Eminescu, que viene a ser como Gustavo Adolfo Bécquer, describiendo nuestra situación:
Somnoroase păsărele
pe la cuiburi se adună,
se ascund în rămurele.
Noapte bună!
A medio dormir los pájaros
se juntan cerca del nido,
se esconden entre las ramas.
¡Buenas noches!
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Etapa 10: miércoles 15 de diciembre de 2010
Oraviţa (RO) – Timişoara (RO)
Como en blanco pasamos también la noche, convengamos que el quince de diciembre comenzó a las 02:28, hora local, con la primera de las veintiocho llamadas de teléfono (en itinerancia) que nos intercambiamos con la aseguradora de la furgo, el RACC y su desastroso corresponsal Asistenţă Rutiera România.
A los veinte minutos rugió un potente motor diésel a nuestras espaldas con luces amarillas giratorias que nos iluminaron los rostros por fuera… y por dentro también al pensar: Qué bien, qué eficientes son los seguros en la Unión Europea, mientras mirábamos en el estuche ese que te dan con la documentación del coche adónde nos llevarían…
Era simplemente la máquina quitanieves echando sal y apartando hacia nosotros una ola surfera de nieve polvo.
Hicimos un montón de amigos esa noche. Todos virtuales. Primero conocimos a un voluntarioso catalán, Mauro, que en la soledad de la madrugada era el hilo que nos mantuvo conectados a la vida salpicado de vez en cuando con las descorazonadoras conversaciones con Dani, el encargado del seguro rumano que dirigía el rescate localmente.
Bueno, que lo dirigía directamente hacia el abismo porque ¡a las cuatro horas y media! de frío in crescendo envió desde Timişoara, la segunda ciudad del país, una plataforma de juguete de la cutrísima empresa Tractari Auto tirada por un sencillo todoterreno para montar, a pesar de que tenían un fax bien clarito, lo que ellos creían una Vaneo, en lugar de un Viano. Las dos primeras en la frente.
El operador de la asistencia, que llegó al alba, a las siete, era ni más ni menos que un simpático y canijo Farruquito que se bajó del coche fumando sin manos
y se empeñó, sin soltar los cigarros en dos horas, en montar 2940 kg, como un caballo copulando con una perra, sobre esta chapa
y encima tirando con un cabrestante manual sin usar la argolla de remolque que ya le teníamos preparada. Como no le daba el largo de palanca, agarró nuestra furgo de un brazo oscilante del tren delantero. Sin más. Lo que todavía no comprendemos es cómo se lo permitimos…
Le parecía suficiente ese gancho para tres horas y media de caminos helados, badenes, pasos a nivel y curvas de montaña por delante. Sin miedo. El jeep tenía sólo dos plazas (él decía que cuatro) y pretendía que allí nos metiéramos los tres.
Ante la posibilidad de que la furgo se mantuviese encima de ese meccano apenas un par de curvas tras el primer pueblo y encima nos dieran por ella el valor venal, nos pusimos firmes y exigimos que mandaran una plataforma adecuada para un vehículo de cinco metros y encima cargado.
Empezamos a negociar esa posibilidad a golpe de llamadas internacionales y nos proponían cosas tan descabelladas como que abandonásemos a su suerte la autocaravana en donde estaba y avanzáramos en el armatoste del gitanillo un par de horas hasta cruzarnos en un punto en medio de la estepa con la grúa grande a cuyo encargado le entregaríamos las llaves para que él solito la cargara y la llevara al taller. Así podríamos estar cuanto antes en el hotel que nos asignaran en Timişoara.
Nuestra intransigencia nos llevó a despedir al chaval, al filo de las nueve de la mañana,
en cuanto descargó el bulto y a esperar congelados otras tres horas y media más.
Tras la larga noche en vela, con los ojos como platos y con pies y manos literalmente congelados, empezó a bullir la vida por el pueblo. Seguía nevando. Abrió la gasolinera,
le compramos un poco de moneda (nos dieron 400 RON, o sea, lei, por 100 €, tras un pequeño malentendido por confundir four con forty) para tener algo disponible; abrió un almacén de neumáticos de invierno al que de vez en cuando llegaba algún cliente; la chica de la oficina del piso superior estuvo media hora adecuando un pasillo para acceder al edificio pisando menos nieve…
Empezábamos mal. Llegamos a conocer con el paso del proceso a todos los turnos posibles de operadores al otro lado de la línea: a Raquel, a Jordi, a Sam, a Alejandra… a todos, gracias por vuestros desvelos.
Viene nueva plataforma a las doce y media, diez horas después de la primera llamada. Es Doru, un tipo similar a Otilio, el currito de Pepe gotera.
Tiene 40 años mal llevados y es padre de un niño y una niña. Pero ante todo es nuestro salvador, profesor improvisado de rumano, y anteojos por donde empezamos por fin a mirar al pueblo rumano de tú a tú. Un tipo campechano sin dejar de ser profesional que en apenas tres horas
consiguió dejar no sana del todo pero salva nuestra Marco Polo en el modernísimo concesionario de Mercedes-Benz, en el número 142 de calea Sagului en Timişoara.
Durante el camino, por supuesto sin cinturón de seguridad y con muñones helados por pies tuvimos que parar un par de veces a desconectar la alarma antirremolcado de la furgo. Estuvo interesante, porque así hemos comprobado que seis años después funciona perfectamente. La anterior vez que se puso en marcha fue en el arcén de una carretera de Amberes, en Bélgica, cuando pasó a gran velocidad un tráiler a escasos centímetros y la meneó entera.
Como en todas las áreas rurales apartadas de cualquier país, lo que se ve no puede extrapolarse necesariamente al estándar del país. Pero vemos cosas que hace mucho que no son habituales por aquí como estos carros que había en Jamu Mare (> exactamente aquí)
o el grupo de ancianas haciendo autoestop (habitualísimo en Rumanía) que esperaban su oportunidad en Moraviţa (> exactamente aquí) a las dos de la tarde.
Mientras se nos cruzaban perros en todas direcciones o directamente caminaban sin pudor por lo que podíamos llamar calzada, la principal conclusión a la que íbamos llegando con nuestro nuevo profesor de rumano, que usaba el inglés como lengua vehicular, era que su idioma es una cosa facilísima que con un poco de español y lo mucho que se parece al italiano no nos iba a dar problema ninguno.
Nuestra gallina Caponata nos despachó de un plumazo cuatro o cinco capítulos seguidos del Barrio Sésamo rumano recitando números, colores, días de la semana, meses del año, saludos, frases cotidianas… mientras atendía dos teléfonos móviles, la conducción, una emisora… y ocupábamos seguramente la cabina de camión más desordenada y sucia que en cuarenta años hemos visto en la faz de la tierra. Y ya hemos visto unas cuantas.
Nuestro guía turístico particular nos explicaba cuanto veíamos al pasar, como la central termoeléctrica de ciclo combinado CET Sud, unos kilómetros antes del destino (> exactamente aquí):
A las tres y cuarto de la tarde, casi trece horas después de sufrir la avería (que se dice pronto), un eficiente guardia de seguridad nos franquea la entrada de la valla exterior del concesionario RMB CASA AUTO SRL (> exactamente aquí).
En esta franquicia de Mercedes-Benz tienen la seguridad como divisa. De aquí no debe de irse ni dios sin pagar ni caco alguno le quita los taponcillos plateados a las válvulas de los neumáticos del parking: a cada vehículo que entra le piden los datos y le dan un resguardo; cuando lo dejas a reparar te retienen físicamente el permiso de circulación; cuando finalmente pagas en caja, antes de pasar a recogerlo, te vuelven a comprobar la boleta de la tarjeta de crédito con la factura…
Mientras Cosmin, que es el encargado de garantías y el único chico del taller que hablaba inglés, realiza la recepción con uno de nosotros, el otro aprovecha los hornillos de la cocina para intentar descongelarse los pies.
Hay unos dramáticos –9ºC para ser la hora más cálida del día.
Hecho todo eso, bajada la furgo sin quitarle las cadenas dado el estado del interior del aparcamiento, nos acercan finalmente con la propia grúa a la calle Cozia 91 (> exactamente aquí), y nos dan acomodo por cuenta del seguro en el hotel Reghina***, un tres estrellas digno, pero con aspecto de una menos, con estas vistas al barrio desde la ventana.
Para más precariedad, en dos días cerraban sus puertas para hacer una reforma en profundidad del edificio. Gélidas habitaciones con el radiador apagado, baño con el sifonaje tan seco que nos daba la oportunidad de juzgar las fragancias del alcantarillado y camastros de albergue del camino de Santiago que tenían las sábanas encimeras dobladas a la larga de esta inédita manera:
Lo bueno de estar acostumbrado a horarios raros es que no tuvimos ninguna sensación extraña en darnos unas duchas reconfortantes y comer a casi las cinco de la tarde (estos extras ya de nuestro bolsillo) en el propio comedor del hotel, que se llama ampulosamente Restaurante Nabucco. Lo mejor la sopa rumana casera y los escalopes de pollo. Lo peor, tener que comprar en la recepción el cepillo de dientes olvidado en la furgo.
Podéis imaginar que por malo que fuera el colchón de ¡80 cm! la siesta fue de órdago y en ella nos rehicimos hasta la hora de blindarnos hasta las cejas con ropa de abrigo y salir al súper del barrio, el Profi (> exactamente aquí), a surtirnos de algunos comestibles y bebidas, y a por un rollito de seda dental en la farmacia de enfrente, Sf.Gheorges/Gin-Oftal, donde la chica de tierna mirada que nos atendió, encantada al saber que éramos españoles, tiene estos mostradores sobreelevados antihurto:
Y nada más por hoy. Como dos ancianitos de horarios equilibrados y costumbres metódicas, nos acostamos a las ocho de la noche con más ganas que nunca.
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Etapa 11: jueves 16 de diciembre de 2010
Timişoara (RO) – Timişoara (RO)
(contrarreloj por equipos, jeje)
Las descoordinaciones ocasionadas por la gente que está sentada tranquilamente en sus despachos sin saber lo que se tiene entre manos nos golpea de nuevo: el teléfono nos saca de la cama a las ocho de la mañana con instrucciones de la aseguradora para que nos dirijamos al concesionario a autorizar por escrito la reparación porque el nuevo alternador ha sido localizado en București (Bucarest) y ya está de camino.
Al parecer, el regulador de carga es la parte que ha fallado pero va electrosoldado de tal manera al estator que es imposible repararlo a menor coste que la sustitución directa.
El taxista que nos recoge es un tipo listo del que aprovechamos muchas informaciones sobre la ciudad que sorpresivamente nos ha tocado conocer. Como casi todos los de su gremio por aquí, nos lleva en un Dacia Logan en el que montamos por primera vez. ¿Recordáis el anuncio de televisión…? Es el coche que lo tiene más o menos todo como los demás, pero lo puedes conseguir desde sólo siete mil y pico euros…
Cuando llegamos al concesionario, resulta que no hacía falta que hubiéramos ido porque el documento que firmamos ayer, que es el típico resguardo de depósito que te dan siempre que dejas el coche en un servicio oficial, ya incluía renunciar al presupuesto y autorizar la reparación.
De todas formas, aprovechamos el traslado para coger medicinas y otros objetos de la furgo, que seguía la pobre en el mismo sitio del exterior donde la había bajado la grúa, reposicionamos los conmutadores de las tres baterías para que no tuvieran malas lecturas con la carga cuando hiciesen los tests en el taller y nos informamos de cuándo será posible tenerla reparada.
El principal riesgo sería que no estuviera para el sábado y entonces la estancia se alargaría irremediablemente hasta el lunes como mínimo, y nos tocaría pagar dos o tres noches de hotel por nuestra cuenta porque la aseguradora abona fuera de España un máximo de cuatro jornadas. Les rogamos que agilicen al máximo el tema y les hacemos ver que se desbarataría nuestro plan de vacaciones si la cosa llegara a alargarse… y nos anticipan que la broma andará por algo más de 300 euros.
El madrugón nos sirve para reventar las estadísticas: –14ºC y con algo de viento, que baja un poco más aún la sensación térmica. Se convierte en el día más frío de las vacaciones.
Cuando volvemos en el taxi de la compañía al hotel, aún estamos dentro del horario de desayunos, que afortunadamente tenemos incluidos, pero, como somos casi los únicos clientes del establecimiento y nos han visto salir, lo tienen retirado. A nuestra sorpresa responden con una profesionalidad encomiable y nos sirven a la carta una completa colación de tortillas hechas al momento, panecillos variados, cruasanes rellenos, plum cakes, jamón y queso, y todo lo habitual de miel, mantequilla, mermeladas y cafés. Y por la patilla.
Con todo estibado entre pecho y espalda obtenemos las calorías necesarias para lanzarnos a eso de las doce a conocer la ciudad con más detalle empezando por
la biblioteca de la Universităţii de Vest (> exactamente aquí), una de las más prestigiosas del país. Por sus alrededores, los adolescentes del cercano instituto de secundaria se pavonean entre ellos y ante las chicas patinando improvisadamente por las partes más brillantes del hielo de las aceras. Algunos con verdadera maestría.
Sumidos en un paisaje invernal, que a veces miramos desde la cotidianeidad
y otras desde la poesía,
visitamos la catedral ortodoxa metropolitana y sentimos muchísima curiosidad por saber a qué se debía el crespón que colgaba de la bandera de Rumanía
en la torre (> exactamente aquí).
Primero unos chavales no consiguen entender nuestra pregunta. Pero después, entre la explicación de unos señores que pasaban y la que nos dio la encargada de la tienda de velas del interior hablando con un clérigo, aclaramos todo: hoy hace exactamente veintiún años de los violentos disturbios que supusieron el comienzo de la Revolución Rumana de 1989 en la que murieron nada menos que 1 104 personas (más de cinco veces los atentados del 11-M en Atocha) y resultaron heridas de diversa consideración 3 352 según las cifras oficiales, y desencadenó desde luego el fin de la dictadura comunista de Nicolae Ceauşescu. Son los martirii Revoluţiei Române.
Los incidentes comenzaron precisamente en esta plaza (> exactamente aquí) un día 15 de diciembre (ayer) por una decisión gubernamental contra un obispo protestante, László Tőkés, que se había significado vertiendo algunas críticas en la prensa contra el régimen. Y la mecha prendió rápidamente en esta ciudad estudiantil y obrera que se lanzó a la calle a defenderlo y a defender de paso la lucha contra la opresión.
Como los incidentes llegaron a niveles muy graves, Ceauşescu, que llevaba en el poder desde 1965, mandó incluso al ejército disparar fuego real contra la población civil, lo que convirtió a Timişoara en ciudad mártir y contagió en pocos días a todo el país. Al final, como ya recordaréis por este video de calidad aficionado, que os recomendamos ver entero (cuidado con las durísimas escenas del minuto 08:00), cuando intentaba huir del país, el septuagenario matrimonio del dictador Ceauşescu, el Conducator (caudillo), con Elena Petreşcu, que era también viceprimera ministra, fue apresado casualmente en un control rutinario de carretera y sometido a juicio sumarísimo en un cuartel de Târgovişte sin apenas garantías procesales. Ambos, maniatados con cuerdas, murieron fusilados el día de navidad. Toda una revolución exprés en apenas trescientas horas.
Frente a la catedral ortodoxa, la misma piaţa Victoriei, presidida por la Ópera (> exactamente aquí) y por el emblema de la dominación romana,
donde |