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Hasta Asia en Marco Polo...
con un pie en la cárcel
:



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Os presentamos el recorrido más apasionante, extraño, accidentado y lleno de cosas raras que hemos hecho nunca. Y mira que van ya historias por cuarenta y dos países.

Pasen y vean:

Estadísticas generales:

– Alfabetos empleados: 3 (latino, cirílico y griego)
– Enlaces en hipervínculo a temas de interés: 1 088
– Fotografías insertadas: 698
– Videos: 28
– Mares visitados: 8 (Cantábrico, Mediterráneo, de Liguria, Adriático, Negro, de Mármara, de Tracia y Jónico)
– Divisas usadas: 6 ( euros, HRK kunas croatas, RSD dinares serbios, RON lei rumanos, BGN leva búlgaros, TRY liras turcas)
– Distancia recorrida: 9 191 km (8 348 km por tierra + 110 km remolcados en grúa + 396 nmi por mar, es decir 733 km)
– Días empleados: 30
– Consumo medio de gasolina de 98 octanos: 14,2 l/100 km (tomando 1,40 €/l como precio medio en los surtidores)
– Precio máximo de este carburante: 2,02 €/l en Tekirdağ (TR)
– Países transitados: 12 (E, F, MC, I, SLO, HR, BIH, SRB, RO, BG, TR y GR), y van 42
– Ciudades visitadas: 71
– Vehículo: Mercedes-Benz Viano Marco Polo 3.2 V6, versión 2004
– Pernoctas en furgo: 21 (de la 503ª a la 523ª)
– Pernoctas acumuladas en esta furgo: 523 (en 6 años de antigüedad) > ver exactamente dónde.

Con un sencillo cuadrante de Excel, ha sido muy cómodo tomar los datos de los gastos en el iPhone según se han ido produciendo y desglosarlos después:

Gasto total: 4 545,15 €, de los cuales son de…

– Gasolina de 98 octanos: 1 668,75 €
– Peajes: 310,35 €
– Aparcamientos vigilados: 46,70 €
– Comidas: 1 250,65 €
– Alojamientos: 213,75 €
– Averías: 336,85 €
– Multas: 41,40 €
– Pasajes de ferry: 224,00 €
– Varios: 452,70 €

Ya hacía un año que teníamos en mente el acercarnos hasta el mar Negro en invierno, cuando las hordas rumanas, turcas, búlgaras y ucranianas, manadas enteras de belenesestébanes benidorianas no acaparan aún las cálidas arenas de aquellas playas de oleaje tímido. Es el encanto de un mar interior.

El objetivo también tenía su guinda: nunca habíamos estado legalmente caminando ni rodando en suelo asiático porque un par de escalas en la zona de tránsito aéreo internacional de Singapur no eran en puridad estar en Asia.

En aquel diciembre de 2009 se nos había cruzado un ofertón irresistible e irrechazable que nos retuvo una quincena de las de no olvidar alojados en una planta 30ª con vistas al Chrysler en la calle 42 de la Midtown neoyorquina (> exactamente aquí). Así es que la cosa había que irla despachando: no se pueden tener los países benjamines de la Unión, como Rumanía o Bulgaria, a tiro de deneí y con los precios por los suelos y estar en casa engordando con turrón del Mercadona viendo absurdos informativos donde nos cuentan que el tiempo está fatal por Centroeuropa.

Que lo estaba, pero bueno, no importa. Croacia, por ejemplo, tenía declarado el estado de alarma, en vez de por los controladores aéreos como en España, por las gravísimas inundaciones de grandes ríos como el Sava. Y la región del Véneto, en el noreste italiano, no recordaba en cien años desbordamientos iguales.

Así es que descartamos la opción B, que era pasar un mes recogiendo en trescientos tubos de ensayo un poco de arena de las principales playas de las costas de E, GBZ y P desde Portbou a Hondarribia, el gran perímetro, y nos lanzamos al Ponto Euxino. Porque sólo se vive una vez.

Además queríamos introducir una novedad que no habíamos hecho nunca en una ruta tan larga: salpicar de tanto en tanto las pernoctas en la furgo con noches de hoteles reservadas on-line a bajísimo coste unas horas antes desde el teléfono móvil con la aplicación booking.com, que os queremos recomendar de verdad por su agilidad, sencillez y fiabilidad. Te desvela megaocasiones con descuentos de hasta el 70%. Eso nos daría algunas ventajas para lavar la ropa, ducharnos a mayor confort en días muy fríos y darle mejor repuesto a cuerpos abatidos por etapas muy largas.

Igualmente sentíamos una irresistible curiosidad por ver de cerca sin el socorrido trasplante traumático del avión cómo se iban convirtiendo al Islam los lineales de los supermercados, las mesas a las que nos sentásemos y todo lo demás de las sociedades. Pero poco a poco: hoy con una salsa de yogur o unos dulces combinando miel, hojaldre y pistachos; mañana con una taza de retrete ya provista de chorrito interior; otro día con la fragancia del comino inundando un plato...

Sin apenas preparación ni documentación previa tomamos la decisión, nos hicimos con las cábalas para disponer de los días necesarios y pusimos el cerebro en modo esponja para aprender como niños que salen de excursión por primera vez.

En los medios nos dicen que Bosnia es un país destrozado por la guerra; que los serbios odian a los españoles porque Solana los mandó bombardear; que la Rumanía tras la era de Ceauşescu es un país complejo lleno de peligrosos gitanos; que terribles bandas de albano-kosovares organizados en mafias paramilitares te robarán la furgo en cualquier gasolinera... Pues casi nada de eso. No hay que creérselo todo. Recordad que son los mismos que sostienen que, por poner un ejemplo cercano, Euskal Herria es un país ofuscado, peligroso y agreste donde casi es imposible vivir.

Cuando decía Pío Baroja que el nacionalismo se curaba viajando no pudo dar a la humanidad mejor baño de luz antiprejuicios.

Y además, como el coleccionismo estimula las iniciativas, se nos ocurrió que una buena idea viajera podría ser proponerse conocer siempre al menos tantas naciones como años de vida se tengan: un país nuevo al año no hace daño, ya lo dice el refrán. Como uno de nosotros ya peina 43, pues andábamos con retraso: urgía hincar el diente a BIH, SRB, RO, BG y TR porque sólo habíamos estado en 37.

Como novedad en este relato, adjuntamos 408 puntos geolocalizados para los amantes del dato. Así en todo momento con un solo gesto podéis, pulsando enlaces como éste, (> exactamente aquí) llegar al lugar sobre el que se está hablando, recorrerlo, acercaros, alejaros, ver lo que hay alrededor, comprobar las carreteras… Y en todas las poblaciones donde está ya disponible podéis arrastrar el muñequito de StreetView para ver a pie de calle cómo es la vida en 3D.



La fotos, por motivos de peso, van en escasa resolución. Si a alguno le gusta especialmente alguna y la desea en gran calidad, que nos escriba pulsando aquí y se la mandamos sin problema.

Trataremos de ser extremadamente minuciosos con dos fines: para que el que quiera pasar por sitios parecidos tenga datos actualizados y para que si os lo leéis del tirón consigáis recrear la misma atmósfera y hagáis virtualmente con nosotros el mismo recorrido.

Bueno, vamos al grano. Así ha sido la experiencia. No olvidéis que únicamente es la manera de cómo hemos visto nosotros la realidad. Pero hay mil ópticas diferentes. Ésta es la nuestra, que seguramente ni es la más acertada ni desde luego tiene vocación de serlo:



Etapa 1: lunes 6 de diciembre de 2010
Salamanca (E) – Donostia (E)

El reloj de la furgo marcaba exactamente las 17:06. En el balcón del primer piso, asomada con su hijo, la vecina más querida del bloque nos desea una feliz singladura y cuidadito con los rumanos.



Ignoraba como nosotros que habría de ser con mucho el mejor país del recorrido.

Antes de abandonar la ciudad llenamos el tanque de gasolina en el económico E.Leclerc y allí mismo la pasamos por el autolavado (> exactamente aquí).

Una de las exiguas desventajas que conlleva vivir en Salamanca es que estamos un poco arrinconados para todo lo que no sea viajar por Portugal y España, y toca chuparse con resignación la soporífera A62 hasta el pirineo si quiere uno moverse por Europa. A mitad de ella, en el área de servicio de Villagonzalo, puerta de Burgos, nos damos el relevo (> exactamente aquí).

Conducir mucho es como trabajar cara al público: no te vas a la cama ningún día sin nada que contar. La primera sorpresita nos aguarda en la incorporación de la NI sobre la AP1 en el término de Ameyugo (BU): la placa V20 de algún camión yace bastante desmejorada sobre la calzada justo encima de las marcas longitudinales que separan el carril derecho del central y da la sensación de ser algún balizamiento de obras (> exactamente aquí). Si llegamos a ir a 120 km/h nos la comemos con pimientos y de postre llevamos el morro al chapista.

Pero el menú fue otro  –no creáis que mucho mejor– más adelante, ya pasadas Gasteiz y las diez de la noche, en el San Román de la salida de Araia (> exactamente aquí). De los pocos lugares que desmienten aquella gran verdad de que en Euskadi se come bien en cualquier sitio: pintxos malos de tortilla de patatas, por ejemplo.



La que sirven aquí la podéis hacer en casa cuando queráis que algún conocido no os vuelva a visitar: cocéis unas patatas y las echáis a la sartén mientras cuajáis una francesa. Queda tan deliciosa como los horribles pastelitos marca Búlgaros (¿puede haber mejor premonición al comenzar un viaje a Bulgaria?) que compramos en la tienda al salir. ¡Ah!, también pillamos un poco de lotería de navidad con los dos eurillos de recargo habituales por acercarte (acaso) la suerte al sitio por el que uno pasa.

Al tomar la curva de entrada de la NI en Olaberría (> exactamente aquí) nos percatamos de lo global que está desenvolviéndose el fenómeno de los megabazares maxi chinos: sólo queda ya abrir uno dentro de La Alhambra.

Al llegar a Donostia nos apercibimos de un error de bulto: nos hemos olvidado de pedir a la chavala de la aseguradora del coche que nos mande la carta verde relativa al recibo de este ejercicio de la prima. Y sin ella, a los ojos de cualquier poli allende el Bidasoa, el recibo de la guantera vale lo mismo que una etiqueta de anís del Mono y seremos una caja metálica circulando sin seguro.

Así es que ponemos el huevo en el paseo de Miramón,



en la tranquila soledad del aparcamiento de la plaza de toros (> exactamente aquí) y escribimos un mail a la susodicha pidiendo al mismo tiempo al dios de las bandejas de entrada que lo lea prontito en cuanto abra la oficina por la mañana.

Con ese deseo nos dormimos tras disfrutar de unas últimas horas de cena y hogar, y de un garbeo por el barrio.



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Etapa 2: martes 7 de diciembre de 2010
Donostia (E) – Ayguesvives (F)

Como los olvidos nunca vienen solos, además de fumarnos la carta verde, nos hemos dejado en el tintero las tarjetas sanitarias europeas. O, mejor dicho, los documentos provisionales que las sustituyen hasta que nos las entreguen. Y para más INRI son de marcas distintas: una, por pertenecer a una mutualidad de funcionarios, es de una clase y la otra, del régimen general, es diferente.

Así es que nos hacemos hacendosos vecinos del barrio de Amara por unas horas y, como si fuera un día normal de papeleos en nuestra ciudad, nos armamos de optimismo y nos proponemos con Larra que nos digan lo menos posible vuelva usted mañana.

Cuando bajamos de la plaza de toros, como si una siniestra pitonisa Lola supiese adónde dirigimos los pasos, nos impacta otra premonición escrita en caracteres enormes gritando desde un muro: RUMANOS GO HOME (> exactamente aquí). ¡Vaya!: parece que los malos se han venido todos para acá.

La cosa empieza bien cuando Blanca, nuestra aplicada agente de seguros, al otro lado del auricular nos confirma haber hecho ya los deberes: no sólo a estas alturas se había leído el correo de anoche sino que ya estaba a un clic de enviarnos el documento en un PDF a nuestra cuenta. Así da gusto: calidad y eficiencia teutona por el mismo precio.

Otro tanto nos ocurre en la delegación provincial de MUFACE de la calle Catalina de Erauso (> exactamente aquí): dos funcionarias simpáticas  –valga la paradoja– en dos meneos de teclas nos entregan un talonario de recetas y el famoso CPS, el documento que en unos meses saldrá de su crisálida feota de DIN A4 y tomará la grácil forma del tamaño crédito para acomodarse en las carteras del españolito viajero.

A partir de ese momento toca echar monedas para la TAO, que es como se llama a la ORA en euskara, aparcar bien la casita con ruedas y olvidarnos de la doble fila. Así aprovechamos para darle a la tortilla de patatas (esta vez cojonuda) y a los cafés con bizcochos de casa. De casa Maskato,



en el 39 de José María Salaberria (> exactamente aquí). En la administración de al lado otro décimo para el día 22 por si acaso.

Luego a repartirnos el curro: mientras uno se va a la plaza de Pío XII (> exactamente aquí) a conocer a la otra remesa de funcionarias de la peña del INSS, otro se las ingenia para que la carta verde tenga el aspecto verde que se espera de ella.



En la oficina de MUFACE fueron encantadores y se ofrecieron a imprimir el documento si fuera necesario, pero, aunque finalmente lo hicieron y se lo agradecimos, realmente no hizo falta porque la encargada de la librería Ulises

 

–de nuevo otra metáfora premonitoria de nuestra Odisea de treinta días– (Amezketa 7) (> exactamente aquí) nos hizo la vida muy fácil vendiéndonos los folios de color verde y dejándonos su propio ordenador de la trastienda y su fotocopiadora para abrir e imprimir el correo de la aseguradora. Y allí dejó solo a un perfecto desconocido rodeado de los paquetes de monedas para los cambios mientras ella seguía atendiendo al público. Con total confianza y amabilidad. Así da gusto.

Hecho todo ello, nos adentramos en el atasco navideño-compulsivo que tocaba con su varita incluso a los accesos al aparcamiento subterráneo del Boulevard (> exactamente aquí). Allí entraba un coche



cada vez que la boca contraria vomitaba otro lleno de pedidos de Papá Noel. Y allí la acomodamos donde apareció un huequito.

Algunos metros por encima, el mercado de la Bretxa tenía todo a punto



para la mejor quincena de ventas del año. Nosotros sacamos algunas fotos y compramos galletas de vainilla para matar al gusano que siempre renace de sus cenizas.

El lema cambiante de la fachada del Kursaal venía a decir aquel día más o menos que todos a una con el euskara



mientras echábamos un vistazo a los destrozos del último temporal en fachadas





y en el propio paseo Nuevo (> exactamente aquí).

Es un poco para turistas, pero era la tercera vez que lo intentábamos. Unas veces porque estaba petao de gente, otras porque estaba cerrado... El caso es que nos apetecía poteo por la parte vieja



en A fuego negro en el 31 de 31 de agosto (> exactamente aquí). Así es que aprovechando que aún se podía uno arrimar a la barra fueron desfilando por ella las bolitas que veis de regaliz, txangurro y aguacate;



mini hamburguesa MacKobe; merluza a la romana y tortillas de toda la vida; y la creativa tosta de la imagen hecha de merengue de cereza con chicharro y queso de oveja. El precio lo peor.

En el paseo descubrimos alguna atrevida chimenea (desde la calle Kanpartegi),



reivindicaciones de que se emplee bien el dinero de todos



y también un bonito Chillida



(precioso como el resto de la obra que habíamos visto este verano en el recién clausurado Leku) dentro de la iglesia de Santa María,



que ya andaba cerrando, y luego bajamos el tapeo subiendo por primera vez al castillo





del Urgull (> exactamente aquí).

Allí hablamos un rato con un buen amiguete donostiarra, forero de esta casa, al que por falta de tiempo no pudimos cumplimentar como es debido.

A unas caseras de Hernani les hicimos la compra de frutas



y verduras (> exactamente aquí) entre las que destacaban por su frescura estas vainas ya despuntadas y deshilachadas



que resultaron tiernas de verdad horas después al salteado.

En el rincón furgoperfecto del Araso Industrialdea de Irún



nos dimos una ducha confortable al pie, como veis, del monte Jaizkibel



antes de un buen rato de relax (> exactamente aquí). Éstos sí que son polígonos industriales integrados en el entorno.

Luego el repostar baratito en el Alcampo (> exactamente aquí), el reponer agua



y niveles de aire en los neumáticos y un poco del socorrido McAuto (que nos comimos de nuevo en Araso ante un poco de mosqueo del vigilante) nos despidieron de España por las A63 y A64, donde un camión iba meciendo su V20 de la simpática manera que se ve en el video:



En el área de descanso de Haut de Départ, en el término de Orthez (> exactamente aquí) nos echamos un buen rato en la cama y luego mientras uno conduce un montón de kilómetros hasta el peaje de Lestelle, el otro va redactando un artículo para el periódico de la asociación de antiguos alumnos de bachillerato a propósito del encuentro que habíamos tenido días atrás para celebrar los XXV años de haber terminado COU en 1985. Era una petición urgente de un buen amigo y había que darse prisa.

Bendita internet que facilita tanto las cosas.

La niebla y sus faros del sentido contrario nos putean de lo lindo entre Tarbes y Toulouse pero, oiga, con las gafas amarillas de REVEX se sobrelleva mucho mejor.



En el complejo comercial de Muret-Toulouse (> exactamente aquí) no conseguimos chupar de la tetina de la WiFi del McDonald's ni tampoco pagar la gasolina con una de las tarjetas de crédito, la platino del banco MBNA, que no sólo es gratuita sino que te pasa las compras sin intereses ¡al mes y medio!, un lujazo en estos tiempos. Al final, la VISA de ING Direct consigue doblegar a la maquinita 24 horas del surtidor, porque en cuanto sales de España cuesta horrores ver una gasolinera de noche donde lata algo de vida.

Tras un paseo panorámico para ver las novedades de la capital del Mediodía, como este futurista centro de investigación oncológica,





el Cancéropôle, levantado (> exactamente aquí) sobre parte de la zona cero de AZF, al lado del gran cráter originado por la explosión,



y sin encontrar ninguna conexión abierta por el barrio de Empalot, nos retiramos en la A61 en un rincón (> exactamente aquí) cerca de los baños en el área de Ayguesvives (así amaneceríamos)



a la vera del canal insignia del país.



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Etapa 3: miércoles 8 de diciembre de 2010
Ayguesvives (F) – Roudaï (F)

La vida suele latir por las mañanas y esto incluye en las áreas de descanso un ejército de hormiguitas al mando de sus maquinarias limpiaváteres, vaciacontenedores y cortacésped. Cuando terminaron, todo quedó de nuevo en soledad. En limpia soledad. Es genial evitar el verano.



Pero bueno, la parte más positiva resultó ser tener el WC de minusválidos (con sumidero de suelo) perfectamente limpio para la ducha caliente colgante



que ya conocéis por este brico.

Luego un cappuccino caliente (de Nescafé) y algo de lectura en la furgo nos aúpan a la realidad de un bellísimo y otoñal canal de Midi frío y húmedo que no impedía sin embargo que este Sandokán local sin camiseta



se curtiera la piel dando gritos sorpresivos a la gente que se cruzaba por el camino de sirga a 9ºC.

El paseo consistió en llegarnos hasta la doble esclusa







de Sanglier (> exactamente aquí), que ha sido restaurada y mecanizada de nuevo siguiendo un escrupuloso plan de cantería para reproducir el original dañado manteniendo la apariencia diferencial



que marcan las leyes de Patrimonio. Vimos pescadores, caminantes, ciclistas sin fin y estos bonitos efectos de un otoño



que arrinconaba ya los últimos estertores de su existencia.

Un poco del making of de la foto



antes de volver a la sosegada y bien dotada área



y a la tranquila autopista que nos puso en un rato en el área Belvedere de la Cité (> exactamente aquí), la que ofrece amplias panorámicas de Carcassonne,



ese Exin castillos hecho ciudad.

Un rico arroz con vainas y café con galletas,



y otro empujón al itinerario hasta el área de Vinassan, en Narbonne, donde el que gusta más de tragar millas por autopista tira la toalla y cambiamos de chófer.

Mucho tráfico implacable de frente, molesto incluso con los filtros, nos obliga a hacer pequeños altos en el camino. Alguna desventaja tenía que tener nuestra costumbre de dormir más o menos de 3 a 12 y conducir de tarde y, sobre todo, de noche.

En el aparcamiento del área de Loupian una furgo pescadería-freiduría (> exactamente aquí)



pone la nota mediterránea; en la de Gigean (> exactamente aquí) algo de relax y un poco de melancolía viendo languidecer ya casi sin uso las viejas cabinas,



mientras suena en la radio la canción más oportuna posible: aquello de que el video mató a la estrella de la radio... En este caso, el asesino fue el móvil.

En la estacón de peaje Montpellier II (> exactamente aquí) les cortaban el rollo con un control de los guías caninos de la Gendarmería a los automovilistas que circulaban veloces por las entradas reservadas al sistema viaT. Nosotros, que íbamos por la calle con colectores automáticos de monedas, no fuimos elegidos y pasamos de largo camino del aparcamiento del McDonald´s del enlace sur (> exactamente aquí). Allí cenamos un poco usando por primera vez el sistema de autopedidos Easy Order que ahorra colas, evita malentendidos y agiliza el servicio. Mirad en el video qué maña tenemos ya:



La WiFi del local alargó la sobremesa que hilvanamos con una visita al centro comercial Géant de enfrente y otra a la cercana localidad costera de Carnon donde nos desconectamos del agobio rutero por la zona de Vieux Village y dimos un paseo por el borde del Mediterráneo (> exactamente aquí) escuchando la inolvidable melodía de Mondo Cane que los más viejos recordaréis también como primera sintonía de aquel Sábado Cine de TVE.

Al retomar la autopista A9 repostamos barato de nuevo en el hipermercado Géant (> exactamente aquí) y condujimos hasta el área de descanso de Roudaï en Flassans sur Issole (> exactamente aquí) picoteando en marcha de lo que había por la nevera.

Lo bueno de ellas es que no son nada peligrosas en invierno porque están muy poco frecuentadas y se respira mucha paz en la parte más boscosa. En la que nos apartamos avanzada la madrugada.



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Etapa 4: jueves 9 de diciembre de 2010
Roudaï (F) – Piacenza (I)

La ducha colgante calentita de la mañana no pudo ser en WC de minusválidos porque en esta área de Roudaï lo único que había eran cabinas con taza turca (de nuevo otra premonición sobre nuestro destino final), pero fue igualmente placentera tras exprimirse en la furgo unas cuantas naranjas al momento y reactivarse con los cafés, a los que siguieron inevitables trabajos de intendencia preparando la próxima lista de compras y dando un buen aseo a alfombrillas, escalones y moqueta que ya pasaban del límite de hojas y barrillo.

La pausa siguiente, aprovechando las bonitas panorámicas de Cannes que se divisan desde la zona aterrazada (> exactamente aquí), la hicimos en la espaciosa área de descanso de la A8 en Piccolaret, en la que se nos advierte de estar alerta contra los robos porque una parte de la culpa siempre la pone uno mismo,





y un poco más tarde ahorramos unos céntimos por litro repostando en el E.Leclerc de la avenida Gustave Eiffel (> exactamente aquí), donde además tuvimos que hacer un poco de cola para lavar la carrocería con vergüenza ante tantísimo Maserati, Lamborghini y Porsche a los que ya nadie daba cera porque brillaban más que el sol.

Impresionante el cuidado con el que miman sus juguetes estos adinerados ciudadanos de la Costa Azul. Mientras esperamos, suena en la radio esta graciosísima versión en francés del Soy un truhán de Julio Iglesias que nos arranca una sonrisa retrotraída a los festivaleros setenta.

La llegada al Principado de Mónaco, adonde acudíamos por cuarta vez, fue de todo menos tranquila porque con lo que te obliga la fuerte pendiente y la luz cegadora del sol al salir de los túneles, nos saltamos el primer semáforo en rojo en el cruce con la carretera de La Turbie (> exactamente aquí). Ya sabéis: de esas veces que si frenas en seco es peor porque te quedas clavado en mitad de la intersección y encima da lo mismo porque ya te lo has saltado igualmente.

Nos vamos derechitos al aparcamiento del Museo Oceanográfico (> exactamente aquí) porque resulta más cómodo que andar volviendo cada dos horas a reponer monedas a la máquina, pero no nos dejan entrar en el de autobuses (no sabemos por qué, porque estaba casi vacío) ni tampoco podemos meternos en el de turismos porque tiene el gálibo limitado a 1,85 m. Así es que toca dar peligrosamente la vuelta e intentar la zona azul a pelo en la calle más tranquila que conocemos que es donde hemos dormido alguna vez: junto al último edificio de la avenida de la Quarantaine (> exactamente aquí), unos metros antes del túnel, frente a la escuela primaria, justo donde arranca el acceso al gran muelle flotante construido en Cádiz.

Como pasan unos instantes de las cuatro de la tarde, a las puerta del cole megaprivado una legión de todoterrenos y crossovers de alta gama (ideales de la muerte para la red de caminos de tierra que pueblan el diminuto país) forman una selecta doble fila, pero doble fila al fin y al cabo. Así es que uno se apea, le echa morro y toca la ventanilla de cristal doble de uno de esos ejecutivos trajeados en funciones de padre sobre claras tapicerías de vacuno y le dice que nos gustaría estacionar correctamente en el sitio de la ORA que aristocráticamente nos está taponando.

De mala gana se aparta un poco aprovechando que la enjoyada madre de delante deja la doble fila con unas niñas aprendices de Carmen Lomana camino de algún selecto chalé para hacer los deberes.



Cuando terminamos de maniobrar, recoger nuestras cosas y vamos a dar de comer al voraz parquímetro, ya no queda ni rastro de la escena anterior y las últimas aulas del colegio apagan sus luces poco a poco.

Pues eso: como hay hambre, nos subimos las cuestas arboladas



hacia el promontorio, bien abrigados porque, como dicen los canarios, la ralentá empieza a caer; comprobamos que puede decirse con toda propiedad que Mónaco está en un marco incomparable



y pedimos un plano callejero en el cuerpo de guardia



de lo que en cualquier pueblo sería el despachito de la policía municipal del ayuntamiento y aquí tiene el grandilocuente nombre de Ministerio de Estado y no falta ni la foto del jefe por todas partes (> exactamente aquí). Lo que arman para no llegar ni a dos kilómetros cuadrados de finca.

Como parece ser que por su profesión debe de gustarle ya oficialmente la carne y el pescado, el anunciado bodorrio con la señorita zimbauense Charlene Lynette Wittstock, a la que aupará al estatus de Alteza Serenísima, previsto para este próximo nueve de julio, puebla por todas partes escaparates y vitrales.



En algún garaje, quizá para evitar que vuelvan a chocarse al bajar la rampa, o para prevenir robos… este vecino ha hecho en su parcela una curiosa fusión entre plaza abierta y cerrada.



Al pasar por las tiendas, los muñecos se animan por sensores de proximidad y provocan una sonrisa:



A esas horas, a falta de comederos decentes donde plantarse, tras unas compras de recuerdos (esos imanes que acaban por las neveras de la familia) nos sentamos en el desierto Snack Gaetano, decorado con los dos colores nacionales,



en el 27 de Comte Felix Gastaldi (> exactamente aquí), regentado por un simpático siciliano casado con una rumana, quien nos asegura que son tales las carreteras dacias que él cada vez que va tiene que cambiar alguna rueda. Y nos advierte de lo peligroso que es circular de noche porque como el alumbrado de cruce es tan corto no puede uno ver a tiempo los socavones que se le vienen encima.

Vamos digiriendo estas advertencias con el pollo empanado recalentado que nos sirve y pegamos la hebra un rato con él. Un buen tipo. Trabajador y limpio. Mientras almorzamos, cae el ocaso.

Un largo paseo por Palacio



y las preciosas vistas del puerto con su enorme noria, que de canto parece una langosta surgida del mar,



nos avivan las ganas de perdernos por el puerto (> exactamente aquí), salpicado de decoraciones cursis protegidas de las inclemencias y del vandalismo por ampollas hinchables.



Así es que volvemos un momento a la Marco Polo a poner ticket hasta la hora límite (las 19.00) y a patear el mercadillo de navidad, donde había instalada una pista de patinaje municipal



y un stand con esta joya clásica:



Y no sólo a patear sino a comprobar lo empalagoso que puede resultar, a pesar de lo rica que está la Nutella, tomarse un vasito de ella en caliente, como la que manaba de la fuente que veis en este video, con churros azucarados. Una bomba para el estómago.



Los soportales de la ciudad-estado lucen desde preciosos Lotus hasta sofisticados escaparatismos (el del centro son ¡todo perlas!).





Nunca habíamos entrado en la caverna subterránea de la estación central,



que une a los monegascos con Cannes-La Bocca y Ventimiglia cada quince minutos. Con un transporte público de esa calidad no merece la pena tener coche particular. Los ascensores nos subieron hasta la avenida de la princesa Charlotte y a la altura del 35, con un frío negro, nos paramos un rato a despachar cosas pendientes en internet (> exactamente aquí). Luego un baño de la más selecta decoración navideña del planeta, verdaderamente subyugante. En serio. El árbol de navidad central tenía iluminación cambiante y sus proyectores también estaban resguardados de las inclemencias con burbujas ventiladas.





Por allí, frente al Casino, aparte de gentiles aparcacoches colocando automóviles de gama alta,





andaban también, por ejemplo, el camión ganador de Antonio Albacete con CEPSA/MAN.



Los triunfos deportivos españoles no nos dejarían en paz en todo el viaje.

En las oficinas de las multinacionales, también los empleados meten una lechuga entre col y col. Estos dos estaban jugando con una aplicación del iPad encima de la mesa.



Cuando por fin recuperamos calorías con la calefacción de la furgo, que había quedado ya en soledad,



pero bien céntrica, junto a la curva de La Rascasse (> exactamente aquí), donde se honra la memoria de tantos pilotos,



dimos un garbeo panorámico por la ciudad; pasamos por la linea de meta en el puerto, ya casi borrada (> exactamente aquí);



paramos unos minutos de nuevo en la WiFi de antes y, ya puestos con el tema, grabamos este video de la curva Hairpin (> exactamente aquí)



del circuito de velocidad:



Abandonamos el principado por el acceso norte y paramos un segundo (> exactamente aquí) a comprobar un problema con el agua congelada en la zona de los lavafaros, y uno de nosotros se da el palizón a conducir desde los primeros túneles de la autopista Dei Fiori hasta la entrada de la ciudad italiana de Piacenza.

Aquí el video del crítico instante de entrar en Italia entre dos túneles de la Autostrada dei Fiori:



En la frontera de Ventimiglia (> exactamente aquí), nada más subirse la barrera del peaje, hay un control de los carabinieri,



pero están a sus cosas, pasamos el peaje y no se fijan en nosotros.

En un principio, la idea era pernoctar en el aparcamiento del Auchan, pero el puente sobre el caudaloso Po está cortado por obras (> exactamente aquí) y es imposible atravesarlo sin dar una vuelta de órdago. Nos cruzamos con un gato pardo por la izquierda. Los desiertos barrios que vamos probando, entre ellos el de Santa María di Campagna,



tienen regulado el estacionamiento y eso no sería nada cómodo para por la mañana. Total: que acabamos en el moderno polígono industrial de la carretera de Gragnana (> exactamente aquí) donde se cruza con la circunvalación, la Tangenziale Sud. Justo al lado del bar de diseño Piccola Cucina, junto a un edificio en obras que parece abandonado.



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Etapa 5: viernes 10 de diciembre de 2010
Piacenza (I) – Lido di Jesolo (I)

Lo ideal para las duchas es encontrar una zona preferentemente en configuración, como dicen los franceses, cul-de-sac, en callejón sin salida y, si es posible, con un sumidero en ese fondo. Así, al ducharse en la zona de la puerta lateral, la propia furgo nos sirve de escudo para ser discretos y no se llama la atención con el agua caída en el suelo.

Pues esas virtudes estaban bien representadas en la zona donde habíamos dormido



con la ventaja de que un tibio sol había hecho previamente el delicioso efecto invernadero (tan desagradable sin embargo en los amaneceres de verano) para poder desayunar bien entonados los zumos y cafés y un poco de muesli, ese saludable invento que contrarresta perfectamente el desagradable síndrome del estreñimiento del viajero.

Mientras nos relajamos un poco entre los sacos antes de reanudar la marcha, en la calle de enfrente un utilitario de color blanco hace unos sonoros frenazos y derrapes, confirmando una vez más que el genoma humano y el de la mosca del vinagre, efectivamente, se parecen un montón.

Un paisano nos informa de que el centro comercial más apañao de la zona es el Carrefour Farnese (> exactamente aquí) y por allí nos dejamos caer



para rellenar alacenas. Encima resultó ser un sitio bastante seguro porque al volver nos dimos cuenta de que había quedado una ventanilla abierta y por allí estaba todo en orden.

En el aparcamiento pudimos comprobar cómo un utilitario puede ser perfectamente coche de currar de cualquier electricista o fontanero si se instala en la baca un tubo contenedor con tapa y cerradura.



En el lineal de los champús nos fijamos en el precio de los Fructis con una sonrisita malévola



acordándonos de los relatos de viajes (> Quimcrisviatges) de una amiga catalana (un petó molt gran, Cristina) que tuvo la ocurrencia de comparar los niveles de precios de las distintas regiones que visitaba con su chico basándose como patrón universal en el de ese botecito verde jardín. Esa mañana todo nos hace gracia. Desde que la costumbre sea ir pasando los huevos al sistema métrico decimal,



o las nuevas latas de Coca Cola altas y estrechas,



hasta la manera de llamar a los probadores en las tiendas de ropa:



Cuando nos disponemos a reponer el agua del depósito vemos con estupor que en las gasolineras hay máquinas de monedas llamadas Aqua Camper. Vamos, que nos tienen en el punto de mira del negocio hasta para usar la manguera.

Lo que sí nos gusta –y en eso estaría bien que aprendiéramos en España– es que cuando las estaciones de servicio están cerradas a mediodía o de noche, el precio del carburante baja un 8% por el mero hecho de pasar al modo autoservicio. El indicador del monolito ponía que nos iban a cobrar a 1,51 € el litro de sin plomo de 98, y al empezar a echar se cambió el display del surtidor a 1,40 €/l: genial.



Y muchas tienen además de ranura para tarjetas de crédito otra para leer billetes de banco, como la Agip que usamos (> exactamente aquí) en via Emilia Pavese frente al hotel Idea.

Con la compra colocada, incluyendo ricos panettone que hoy engrosan ya nuestro panículo adiposo, nos decidimos a conocer el centro de la ciudad por cuya variante habíamos pasado unas cuantas veces en otros viajes.

Paramos unos minutos en Porta Borghetto, uno de los lienzos de muralla mejor conservados,



y, a falta de aparcamientos subterráneos modernos con sus tickets, barreras, suelos pulidos y números de colores diferentes según sectores, nos toca aparcar simplemente en la zona azul de viale Risorgimento



frente al imponente Palazzo Farnese (> exactamente aquí), que alberga un museo y un archivo estatales.

El paseo por Camillo Cavour es un relajado ambiente de viernes a mediodía que desemboca



en piazza Cavalli, el centro neurálgico donde hay instalado un provinciano mercadillo navideño (> exactamente aquí) bajo los curiosos relojes astronómicos.



Allí hicimos de todo un poco: desde comprar un mechero tamaño festival,



hasta entrar en la librería la Feltrinelli



o en la basílica de San Francesco donde se votaron los primeros acuerdos que dieron lugar en 1847 a la anexión del Piamonte, que culminaría en 1870 con la unificación de toda Italia tal y como la conocemos hoy.



El callejero de la ciudad es toda una lección de historia contemporánea porque, aparte de la que se ha citado referida al gran artífice Cavour, esta basílica está unida con la catedral, que encontramos cerrada,



por la calle 20 de Settembre, donde estuvimos un rato conectados a internet, fecha mítica de la conquista de Roma que culminó el proceso de creación de la Italia moderna.

Para más recochineo antitético de destilados de quintaesencias nacionalistas uersus glorias unificadoras, por las calles se distribuye gratuitamente el diario Corriere Padano,



un bonito guiño a las reivindicaciones separatistas de la Liga Norte. A este país no hay quien lo entienda.

Como ocurre en todo el norte, la bicicleta está bien integrada como sistema sostenible de transporte a cualquier edad.



Cuando volvemos a conducir camino de la autopista nos sorprende un atasco en la zona de la estación de ferrocarril (> exactamente aquí), así es que en el primer resquicio cambiamos de sentido y alcanzamos la salida hacia la A4 por otro camino un poco más largo pero con circulación fluida.

En el área de descanso de Nure sud (> exactamente aquí) nos paramos a almorzar en la furgo. Seguimos otro poco más y nos tomamos los cafés en el Autogrill de la de Cremona Sud (> exactamente aquí). El caso es tener una excusa para descansar y hacerle caso a la DGT.

Una vez en Verona adonde accedimos por el enlace oeste, aparcamos en la tranquila Nicolò Giolfino, junto a la estación ferroviaria de mercancías (> exactamente aquí), nos afeitamos tranquilamente e hicimos un poco de vida probando lo bueno que ofrece la ciudad.

A la salida, sin más imaginación que la que ponen en Bizkaia los de El Corte Chino del centro comercial Artea, vemos la versión veneciana



de El Corte Inglés (> exactamente aquí).

De vuelta en la autostrada, paramos en el área de servicio de Torre de Quartesolo (> exactamente aquí) a hacernos con la guía roja de Italia y el mapa actualizado de Europa,



ambos de ediciones de viaje Michelin, por ir aquilatando recorridos por los países que todavía no nos aparecen en los DVDs del navegador, como Rumanía, Bulgaria y Turquía. En la negrura de la noche vemos por primera vez un camión serbio.

Como ya pasaban unos minutos de la medianoche, telefoneamos a un buen amigo a Salamanca para desearle feliz cumpleaños y conseguimos desbancar en el ranking a la novia, adelantándola impunemente.

La bella y serenísima Venecia dispone de una burda, grisácea y sucia antesala llamada Mestre, la peor tarjeta de visita que puede tener uno de los destinos más apetecidos del orbe. Por allí nos equivocamos de glorietas e hicimos un indeseado pero curioso recorrido por el fétido polo industrial que refina lo negro en negrísimo y vierte sus infectas cloacas a la laguna.

Como el ser humano es un animal de costumbres fijas, y más vale lo malo conocido, en la intersección de via delle Industrie con Antonio Pacinotti (> exactamente aquí), en el mismo sitio donde años atrás habíamos estacionado por la noche nuestro viejo Renault 21 para visitar la magia de los canales con las bicis, nos pusimos el último capítulo de Aída para reírnos un rato mientras cenábamos en la furgo.

En los viajes largos, sobre todo si no eres millonario y tienes los días contados, se presenta siempre un eterno dilema: por un lado te revolotea un angelito blanco que te dice: ya que estás, aprovecha, que igual es la última vez que vienes; por el otro, un demonio con cuernos y risita pérfida asegura tajante: no te va a dar tiempo y te va a tocar volver a casa por el sistema de camas calientes.

No cabe duda de que en realidad nunca repites visita porque un lugar siempre es diferente por mil veces que lo frecuentes. Cambia la gente, la luz, la hora, las obras, las casualidades, las ocasiones… siempre ves algo nuevo. Pero cuando te apetece ver con tus ojos algo lejano, las paradas intermedias ya probadas tienen que quedar en un segundo plano.

Cuando vinimos en nuestro anterior tour por Croacia, ese decorado artificial, cazaturistas de crucero y meca del derroche sin sentido de los ricos muy ricos al que llamamos Venecia, pues nos resultó sobrecogedor. Con lo difícil que es sentarse siquiera en una terraza de la plaza de San Marcos, nosotros lo hicimos en aquella ocasión en voluntaria soledad, helando y a las cuatro de la mañana. El diálogo perfecto con la arquitectura. Hombre y obra frente a frente.

Hoy hemos avanzado por el puente della Libertà con la furgo mirando las aceras por las que rodamos entonces en bici y nos ha caído un velo de nostalgia al tiempo que lo hacía una bruma densa, congelada y húmeda, de las que se te meten por debajo de la ropa.

De ese entumecimiento salimos inmediatamente con las luces y destellos azulados



de las asistencias que señalizaban este accidente e tráfico (> exactamente aquí) en medio del estrecho cordón umbilical que nos iba acercando al piazzale Roma. Un alcance, seguramente.

En vez de ser fagocitados por los voraces y carísimos aparcamientos del Tronchetto o de la propia plaza,



como es temporada bajísima, nos pusimos directamente



donde quisimos (> exactamente aquí) junto a la estación del vaporetto.



Y, mira por dónde, ni en las más atrevidas conjunciones planetarias de nuestros sueños hubiéramos podido imaginar que en la cola de la taquilla



hubiera un tío con una vaporetta. Los guiños de la vida son así.

Pues nada: le hicimos la visita del médico a lo que más nos interesaba, la nueva y polémica pasarela de Calatrava,



que nos resultó útil de verdad para conectar esta entrada con la estación ferroviaria. Es realmente grácil, bella y minimalista: acero, mármol travertino, vidrio laminado… y un montón de sal por todas partes para que la gente no resbale con el hielo.

Descubrimos también que el no siempre querido arquitecto firma sus obras con la cruz de la orden militar de Calatrava. Como uno de nosotros tiene toda la familia en Almagro, pues la cosa nos impactó doblemente.

Al lado mismo del canal Grande hay también rincones sórdidos, llenos de suciedad…



El frío es intenso, como atestigua el vehículo que nos precede



que vimos al pasar (> exactamente aquí).

De vuelta hacia tierra firme somos adelantados por un vehículo a gran velocidad. A los pocos centenares de metros, el coche de las prisas se encuentra parado junto a una patrulla de carabineros, pero en actitud informal. No parecen estar siendo multados sino más bien ser compañeros en servicio de paisano en amena conversación.

En los pórticos de señalización variable (> exactamente aquí) se pide constantemente



un par de euros de colaboración para ayudar a los damnificados por las inundaciones que habían asolado la región del Véneto el mes anterior. El sistema es muy cómodo: sólo hay que mandar un SMS, aunque no dicen si se puede hacer en marcha o hay que pararse en el arcén…

Con tanto frío se nos ocurre que la mejor opción va a ser dormir en alguna playa del Adriático buscando el beneficio térmico de su vecindad, así es que, tras pasar en otro juego de palabras con la Marco Polo por el aeropuerto Marco Polo, dejamos la autopista a la altura de Noventa di Piave, donde no encontramos WiFi en el hotel homónimo pero sí una Agip automática para repostar (> exactamente aquí), y, sin darle importancia al inquietante cruce de un gato negro en San Donà di Piave, tocamos un palito de madera que llevamos ad hoc en la consola central, y nos aparcamos a las cinco y media de la madrugada en el callejón sin salida Nicolò Orsini (> exactamente aquí) del Lido di Jesolo, la playa en la que las agencias suelen acoplar los paquetes turísticos económicos que van a Venecia. O sea, como si pides un viaje a Manhattan y te alojan en Nueva Yersey.

Con una paz asombrosa, con todos los chalés de la calle completamente vacíos incluso por la mañana, sin coche alguno aparcado, nos dormimos al arrullo del oleaje y de un viento que silbaba por las cornisas.



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Etapa 6: sábado 11 de diciembre de 2010
Lido di Jesolo (I) – Jasenovac (HR)

Parece un topicazo, pero algunos rayos de luz colándose por las cortinas, los pajarillos inquietos de rama en rama y las ganas de desayunar se encargan de desperezarnos casi al mediodía.



Por la orilla del agua algún caminante solitario nos confirma que la humanidad entera no ha sucumbido a un cataclismo.



Pues nada: un buen desayuno, una ducha reconfortante sin ocultarse de nadie aprovechando el sol en esta calle



y un acercarse a tocar el mar a la altura del Chiosco La Botte



ocupan los primeros compases del día de temporada baja. Uno de nosotros se corta un poco en la mano al limpiar el parabrisas



y cometemos al abandonar la zona una pequeña imprudencia sin consecuencias al cambiar de sentido en una curva sin visibilidad por la que de repente apareció un coche a más velocidad de la esperada. Gajes del oficio de viajero. Esas cosas que por un poco más pueden convertirse en problema gordo y amargarte las vacaciones y por un poco menos ser la anécdota del día.

Incorporados de nuevo a la autopista A4 por el enlace donde han construido el nuevo centro comercial Veneto Designer Outlet de Noventa di Piave (> exactamente aquí), lleno hasta la bandera a esas horas del sábado, empezamos a ver con profusión de advertencias los radares del nuevo sistema Safety Tutor, esos que miden en dos puntos y calculan la velocidad media.

Mientras rebasamos el divertido letrero que avisa del enlace de Latisana, un camionero rumano nos adelanta con malas pulgas y el copiloto nos dirige una mirada de odio y frases ininteligibles mientras le da golpecitos con el índice derecho a la corona del reloj de la muñeca izquierda. Eso nos pasa por circular a los 90 km/h que permite la vía en ese tramo delante de gente con mucha prisa por descargar. Esto es Italia, seguramente el país donde peor se conduce de todo el recorrido.

A lo lejos, un poco al norte, las majestuosas cumbres del macizo de Antelao (3 263 msnm) muestran sus nieves perpetuas.



Son los Alpes Orientales, quebrados roquedos de blancura deslumbrante que nos despiden de Italia y, empleando el atajo de Gorizia, nos adentran en Eslovenia, el último socio que se ha apuntado al euro, por la pequeña localidad de Sempeter Pri Gorizi (> exactamente aquí).

Al entrar en la autopista eslovena H4 nos saltamos sin querer la primera gasolinera, donde venden la viñeta, que ya sabéis que es la pegatina con la que se acredita en muchos países (CH, A, SK, CZ, H, SLO, BG…) haber pagado la tasa por uso de las autopistas o las carreteras en general.

Se compran, según el país, para períodos desde varios días hasta el año completo y cuestan entre unos cinco y unos cuarenta euros a cambio de no tener que ir aflojando pasta en los peajes. Se venden en puestos fronterizos y estaciones de servicio y se validan taladrándolas generalmente en el momento de la compra y son intransferibles, porque al intentar despegarlas del interior del parabrisas se rompen irremediablemente.

Si uno elude gastarse en ellas puede encontrarse con multas del orden del billete morado o directamente no poder pasar por los reconocedores electrónicos de los peajes (cesterina, aquí en Eslovenia) cuyos poderosos escáneres delatan el menor fallo.

Pues eso: salimos inmediatamente en el primer enlace y volvimos por la vía de servicio a desembolsar quince euritos por la pegatina para una semana, y ya de paso repostamos



gasolina de cien octanos (como en Suiza y muchos lugares de Italia) y comimos por allí cerca en la furgo al arrullo de una WiFi abierta.

Los parroquianos del bar de enfrente, el Kafetino (> exactamente aquí), se salían a la calle a fumar compulsivamente mientras la helada caía de la mano de la noche.



Se ve que éstos ya tienen desde hace algún tiempo la ley antitabaco en vigor. Para rematar la colación nos metimos en el local, de buen diseño moderno y de moda para estar en un polígono industrial, con la única compañía de una camarera de curvas marcadas y bien diestra en espumar cappuccini.

Al ir a mear se nos plantea el dilema del día. ¿En cuál de estas dos puertas os meteríais vosotros con las prisas de un apretón sin haber dado esloveno de segunda lengua en el instituto?



Allí anduvimos con cartografía en plan gabinete definiendo rutas y discutiendo posibilidades.



Continuamos conduciendo después hasta el área de servicio de la A1 en Postojna (> exactamente aquí), cuya tienda uno de nosotros anduvo curioseando. Las nevadas recientes empezaban a sembrar con inquietantes centímetros de espesor los campos de labor que íbamos atravesando. Como en Salamanca nieva poco no tenemos nada de costumbre…

Ljubljana la pasamos por la circunvalación sur sin detenernos hasta el restop de Otočec sobre la A2, ya más cerca de la frontera croata. La gasolinera OMV, marca de gran calidad y atenciones, dispone de un bufé muy bien presentado, el Marché Bistro (> exactamente aquí), donde cenamos con tranquilidad, buena conexión a internet y mejor precio hasta la hora del cierre.

Dos turismos navarros se convierten en los últimos españoles que veríamos hasta varios miles de kilómetros después, ya volviendo de Grecia a Italia.

Antes de abandonar el recinto, donde algún coche todavía estaba completamente tapado por la nieve,





aprovechamos para limpiar el WC químico y para organizar la autocaravana por si tocaba registro al salir de la Unión Europea.

Pero no hubo lugar a ello. En medio de la niebla, en la frontera de Obrežje (> exactamente aquí), donde, como veis, hacen igual que en USA, una cola para miembros de la Unión y otra para el resto, el control esloveno del DNI pasa sin problemas



y aparcamos un momento a comprar algo de divisas para ir tirando. Por 100€ nos dan 725 HRK (kunas croatas) y, ya puestos, para adelantar trabajo, la chica de la oficinita de cambios nos vende 5700 RSD (dinares serbios) por 60€. Con el avance del viaje y los cálculos tras consultar on-line la cuenta bancaria nos harían ver que es mucho más conveniente sacar directamente efectivo en cantidades medias (unos 200-300 €) en cualquier cajero automático. Siempre resulta más ventajoso pagar la comisión de unos 2 € por operación que soportar las de las oficinas locales que se anuncian como no commission sin ser verdad.

Mientras nos volvemos a poner en marcha por la zona internacional, un autobús entero de disciplinados bosnios pasa una cola larguísima para validar sus pasaportes y entrar en el espacio Schengen al que nosotros no volveremos ya hasta retornar de Turquía a Grecia muchos días después. Faltan veinte minutos para la medianoche.

En el segundo control, el de pasaportes de la policía croata, se miran entre ellos con una cara entre de póquer y sonrisa difícil de explicar cuando les decimos que vamos hasta Turquía rodando. En la tercera ventanilla, casi cerrada por el intenso frío, la cabecita lejana del agente de aduanas pregunta tímidamente si tenemos algo que declarar con la certeza asumida de que vamos a decir que no, para volverla a cerrar cuanto antes. Por eso es una gran verdad aquello de que si no quieres caer en un control policial viaja siempre con lluvia intensa o cualquier otra clase de mal tiempo.

Con tan exhaustivas comprobaciones empieza a sonar el himno nacional croata por los altavoces camino de la cuarta y última ventanilla, ya abandonado el suelo esloveno, donde pagamos el primer peaje (cestarina en este caso) de la autopista y un enorme cartel avisa claramente de que si no tienes encendida la luz de cruce las veinticuatro horas te pueden caer 300 HRK de multa.

La magla, que es como llaman aquí a la niebla, es espesa en la A3, de cuchillo y tenedor. En el siguiente puesto de peaje, unos doce kilómetros antes de la primera área de descanso, que se llaman odmoriste, cometemos un fallo elemental pensando que tenemos que pagar cuando en realidad sólo teníamos que pulsar para sacar el ticket y reculamos y cambiamos de calle en plan paleto. Cerca de Rugvica fotografiamos una gasolinera



de la marca INA (> exactamente aquí) para enseñársela a una compañera de trabajo que se llama igual.

Un poco más adelante, como el sueño ya nos asalta, nos salimos en el enlace de Jasenovac y avanzamos entre terribles placas de hielo a casi diez grados bajo cero.

La carretera 47 hace su entrada en el pueblo por un lateral del mayor campo de concentración nazi de la antigua Yugoeslavia.



Allí, en el sitio donde fueron asesinadas casi setecientas mil personas bajo el régimen de Ante Pavelić



entre serbios, musulmanes bosnios, gitanos, partisanos de Tito, eslovenos, comunistas y judíos, está el memorial que pide al mundo que no se repita más (> exactamente aquí).

Compartiendo ese deseo nos ponemos a dormir con la calefacción a tope en el aparcamiento de unas naves casi abandonadas paralelos a las vías del ferrocarril (> exactamente aquí) a escasos quinientos metros del campo (¿cuál de ellos no tiene una estación al lado?).

Lo de elegir polígonos industriales o naves con amplios aparcamientos es un viejo truco que empleamos siempre que el amanecer vaya a ser en domingo. No falla.

Desconectamos desde el volante multifunción (en mala hora) el programa de encendido automático de las luces de cruce para poder estar un rato con el motor en marcha y pasar más inadvertidos en la noche.

Bosnia y Hercegovina está apenas a un kilómetro en línea recta. Pero eso lo dejamos ya para mañana.



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Etapa 7: domingo 12 de diciembre de 2010
Jasenovac (HR) – Велика Ремета (SRB)

Las labores mañaneras discurren a buen ritmo en la furgo



una de las cercanas naves muestra todo su interior con las puertas de par en par: un tractor, sacos apilados… pero nadie aparentemente al cuidado…

Tenemos mucha emoción, incluso prisa, mezclada con incertidumbre por entrar al país europeo que más reciente tiene su posguerra, un territorio inexplorado que podemos ver ya con nuestros propios ojos y del que sólo nos separan unos centenares de metros y el desbordado curso medio del Sava, lleno de meandros, muchos de ellos estrangulados, serpenteando por la llanura que une las tres grandes capitales balcánicas: Ljubliana, Zagreb y Belgrado, donde se convierte en tributario del padre Danubio.

En un abrir y cerrar de ojos, apenas pasan las pocas casas del pueblo, se nos viene encima el puesto fronterizo croata (> exactamente aquí) al final de la prolongada bajada del viaducto sobre el río Una, que no son más que unas casetas prefabricadas situadas a la orilla de la calzada, sin barreras ni techo ni nada.

Hay como algo más de media docena de coches siendo chequeados, sobre todo provenientes de Bosnia, a los que miran sin mucho afán los maleteros. Algunos conductores por gestos y sonrisas parecen tener familiaridad con los guardias. A nosotros nos atiende un jovencísimo madero con los mismos coloretes que Pedro, el de Heidi. Tan simpático que dan ganas de matricularse en la escuela nacional de policía croata.



Las preguntas y comprobaciones que nos hace son simples. Como de trámite. Ya sabéis: de dónde y adónde y una leve comprobación de los documentos. De repente, cuando parecía que ya nos despachaba, suena de su boca el bingo del día, que al principio nos sonó al típico soborno: ¿Sabía usted que en Croacia hay que tener el alumbrado conectado 24 horas? Tiene usted que pagar ahora una multa de 300 kunas (41,40 €).

De nada sirvió explicarle que sólo habíamos olvidado encenderlas apenas medio kilómetro y que nos acabábamos de levantar. Tanta prisa teníamos y tan cerca estábamos que se nos había pasado completamente volver a programar la luz de cruce permanente, una de las infracciones más fáciles de detectar.

Sin perder la sonrisa y con el sencillo y, por otra parte, justo argumento es la ley, es mi trabajo, con este resguardito contribuimos a las arcas del estado croata de buena mañana:



La travesía del otro puente, el internacional sobre el Sava, es un tablero recto que enseguida se convierte en el báculo de un obispo para acceder a las posiciones aduaneras bosnias donde hay tres cosas que llaman la atención: el atrevido diseño de la bandera nacional,



los indicadores escritos ya en el alfabeto cirílico (en más ocasiones de las esperables sin transliterar al latino) y, sobre todo, la inexistencia de oficina de cambio para comprar marcos convertibles.

El policía bosnio (> exactamente aquí) estampa el sello de entrada en los pasaportes, nos sube el marcador a 38 países visitados, y a la pregunta sobre dónde comprar moneda dice sin más explicaciones y con prisa por cambiar de tema vosotros debéis pagar en euros, haciendo un curioso subrayado en la palabra debéis. Con el misticismo que dimana de toda burocracia desconocida interiorizamos la primera lección sin rechistar y nuestros pobres neumáticos comienzan a rodar por un estrecho carreterín que debía de llevar treinta años sin recibir atención alguna.

Todo el lado derecho son viviendas dispersas, el modelo de poblamiento habitual aquí, completamente anegadas por el cercano cauce del río y se aprecia claramente que las crecidas deben de ser regularmente esperadas porque las plantas bajas se dedican sólo al almacenaje de aperos y cosas de menos importancia, mientras que la de habitar es la alta.

Con ese desolador panorama inicial del país, bien distinto de, por ejemplo, si uno aterriza en el aeropuerto internacional de Sarajevo, llegamos sucesivamente por la 14-1 a las localidades de Драксенић (Draksenić) y Орахова (Orahova). La primera (> exactamente aquí) no es más que un cruce de carreteras lleno de humildes negocios volcados hacia la más transitada de ellas. La inmensa mayoría de las casas están aún en ladrillo bruto sin enfoscar. Huele a humo de leña, apenas hay coches. Predominan las bicicletas, carros y gente que camina por los arcenes. Es una estampa de la España rural de los cuarenta.

En la segunda (> exactamente aquí), que no deja de ser una reducida comunidad, salta a la vista el rompecabezas religioso balcánico: antes del pueblo, esta bonita iglesia ortodoxa que nos pareció encantadora



hasta que fue superada por muchas otras conforme avanzábamos por el país. En el centro del caserío, destaca una mezquita de las del montón. Con lo raro que es ver una mezquita nevada



Nada más salir de él paramos en el entrante de una finca (> exactamente aquí) a sustituir una de las lámparas H7 de cruce



porque acababa de aparecer el error en la pantalla y en Bosnia también es obligatorio circular con ellas encendidas las 24 horas. No queremos más multas.

La carretera discurre paralela al Sava por la margen derecha, que es la ribera sur, y por tanto también a la frontera croata. La cuenca vuelve a estar inundada



casi hasta donde circulamos y ofrece estas imágenes a la altura de Гашница (Gašnica) no por bellas menos dramáticas para la delicada economía de la región.



En algunos momentos la carretera hacia Врбашка (Vrbaška) pasa por los túneles de verdura que forman los pequeños bosques de ribera a ambos lados. El viento congelado mueve los árboles y los copos endurecidos de nieve caen inmisericordemente sobre nuestro techo con un sonido entre el del granizo y directamente el de las pedradas gordas.

Algunos coches que se cruzan con nosotros nos advierten de algún peligro con las ráfagas, así es que paramos en la gasolinera que hay antes del pueblo



y no vemos de qué problema puede tratarse. Miramos a ver si es algo nuevamente con las luces, pero no.

No podemos tampoco repostar agua porque el grifo ha sucumbido a la fuerte helada de esta noche. Así es que, ya puestos, rellenamos a tope el depósito y el chaval que nos atiende al saber que nos dirigimos hasta Estambul nos explica que él ha ido hace unos años con amigos desde allí mismo ¡ con un Renault 4 ! sin ningún problema.

Nos dice también que no soportan las comisiones de las tarjetas y que los bancos les obligan a pagar hasta la llamada y que tal y como está la cosa, mucho mejor que les paguemos en efectivo y en euros.

Está encantado con ver a españoles por aquí. Nuestras fuerzas de ayuda humanitaria han hecho una inmensa labor beneficiosa en el país y se les nota contentos. Tanto, que después de estar hablando un rato, salen él y su chavala a despedirse de nosotros como si fuésemos de la familia con agitación de manos y todo. Es el encanto de la gente sencilla, de los pueblos pobres pero hospitalarios, generosos con lo poco que tienen. Te hacen sentir viajero de verdad.

Como cuando haces un recorrido muy largo en bicicleta y algún vecino de algún pueblo por el que pasas deja la tertulia a la puerta de su casa y te ofrece agua o un bocadillo para reponer fuerzas.

Cuando nos incorporamos a la carretera (> exactamente aquí), que en ese tramo está señalizada a 50 km/h a pesar de ser una larga recta casi sin construcciones, cedemos el paso a un turismo que se dirige en el mismo sentido por nuestra misma dirección. En cuanto pasa, le seguimos y comprendemos por qué nos daban las ráfagas: dos polis con gorras un poco soviéticas, escondidos en un entrante detectan con el radar manual sobre trípode su exceso de velocidad y lo mandan parar suponemos que para hincarle el diente.

Nosotros pasamos de largo. La casualidad quiso que en ese momento estuviera conectada la videocámara del teléfono para que lo veáis en directo. Bueno, en diferido:



Pasado Врбашка (Vrbaška) hay un pequeño cruce (> exactamente aquí) que da la posibilidad de volver a Croacia por el paso fronterizo de Градишка (Gradiška) siguiendo la carretera 14-1.

En él (justo donde aparcan tantos coches) florece un gran comercio al estilo de los que se pueden ver todavía en muchos pueblos pequeños de provincias muy rurales como Zamora u Orense: todo tipo de mercancías sabiamente colocadas que satisfacen tanto al que busca una azada o un neumático como al que va a por arroz o a por un barreño. La mezcla perfecta entre bazar chino, ferretería, colmado portugués y tienda de ultramarinos de barrio.

La actividad es frenética: los empleados salen y entran de la tienda y de sus pequeños almacenes anexos, al estilo de garajes con puertas de madera, y llevan de acá para allá haces de leña, botas de agua y paquetes de lo que parece café. Los paisanos aparcan sus destartalados pick-up (el modelo de coche que triunfa) y hacen los encargos. Es domingo, ya sabéis, un día laborable normal y corriente para una gran parte de la población que reza mirando a la península arábiga.

En la esquina opuesta visitamos con respeto uno de los múltiples memoriales a los muertos del pueblo durante el conflicto que siembran los arcenes cada muy pocos kilómetros.



Las heridas están recién cicatrizadas por más que en los lejanos despachos de la base aérea de Wright-Patterson, en Dayton (Ohio, USA) se firmaran los acuerdos que las empezaran a curar.

Comienza tímidamente a llover. Es la primera vez que lo hace desde que salimos de Salamanca.

Discutimos un poco sobre el itinerario en plan cónsules romanos: o unanimidad o veto. O todos de acuerdo o no se hace. Una de las grandes enseñanzas de aquel lejano inventor del derecho moderno que sin embargo no perdura nada más que en la República de San Marino, donde tienen dos jefes de estado (los capitanes regentes), que cambian cada seis meses y no toman decisiones si no es consensuadamente.

La decisión consiste al final en dirigirnos hacia Нова Топола (Nova Topola) para ganar algunos kilómetros si queremos atajar el camino para visitar la segunda ciudad del país, Бања Лука (Banja Luka), que también es la capital de la Република Српска (República Srpska), uno de los estados federados que componen Bosnia y Hercegovina, cuyas cinco consonantes seguidas os retamos a pronunciar el próximo día que un par de copas os traben la lengua.

Por la estrecha pista asfaltada volvemos a ver más memoriales en (> exactamente aquí) Елезагићи (Elezagići) y también junto a esta bonita ermita amarilla



de Нова Топола (Nova Topola), donde también están estas torres gemelas que nada más llegar al pueblo nos apresuramos a fotografiar sin darnos mucha cuenta de que el sitio donde nos metíamos era el terreno de una casa particular que no tenía valla (> exactamente aquí). Además, en el escalón de la puerta de entrada había una bonita retahíla de almadreñas de madera colocadas por tamaños para pisar la nieve cómodamente sin descalzarse. Imposible hacerles foto porque cuando estábamos haciendo ésta el dueño de la casa salió a ver quiénes eran unos tipos extranjeros con cristales tintados pisando su jardín, y sólo tuvimos tiempo para disculpas:



Cuando ya nos dirigíamos hacia el sur camino de la capital, por el rabillo del ojo nos apareció en Горњи Карајзовци (Gornji Karajzovci) el estupendo aparcamiento de una pensión-restaurante [sic] en estilo rústico moderno (> exactamente aquí), perfectamente dotada para grupos grandes, llamada Vila Aleksandar & Aleksej.



¿Os apetecen cómodamente instalados en un interior acogedor con vistas a un jardín dos pizzas familiares riquísimas y las bebidas, entre ellas una cerveza danesa Tuborg, todo por 7,70 €? (Sí, sí: estamos en diciembre de 2010).

El camino hasta Бања Лука (Banja Luka) es una especie de autovía infernal llena de obras, cambios de carril, conversiones repentinas del asfalto en tierra, y con uno de sus cruces sorpresivamente señalizado a ¡20 km/h! y con un radar de trípode cien metros más adelante. Por suerte, de nuevo, el poli ya tenía un paciente para su receta y no pasó nada.

La visita a la capital, ya al ocaso –porque se hace de noche y no te enteras– nos trasplantó a una extraña tarde dominical de una capital provinciana de la España de 1960 pero con mechas de rabiosa modernidad capitalista amalgamada con toques de economía del Este. Adolescentes formalitos paseando en grupo por las calles peatonales, como la concurrida Gospodska ulica,



familias enteras asistiendo a los oficios ortodoxos





en la iglesia de Cristo Salvador… por cierto, en el momento de entrar estaba terminando un rito para nosotros completamente desconocido del que os grabamos destrangis este pequeño fragmento en cámara oculta, de poca calidad, para no llamar la atención y ser respetuosos con las sensibilidades de esta franquicia de dios:



Si os fijáis en el mapa siguiente, podéis ver cómo la parte donde está incardinada la ciudad



es un reducto de población serbia de religión ortodoxa (más del 90%) dentro del mosaico étnico-religioso de Bosnia. Un verdadero lío que se puede simplificar muchísimo diciendo que en el país los de etnia croata son católicos romanos (azul), el grupo bosnio son musulmanes (verde) y los de raza serbia son cristianos ortodoxos (rojo), mayoría en Бања Лука (Banja Luka).

Para la masiva destrucción de edificios que se produjo en la ciudad con los terremotos consecutivos del 26 y 27 de octubre de 1969, y todos los incidentes de la guerra del 92-95, puede decirse que la plaza está muy bien recuperada y luce en muchos lugares con un aspecto perfectamente occidental, como el elegante ayuntamiento.



Nos interesamos bastante por las colecciones de piezas al aire libre que tienen en el exterior



del Museo de la República Srpska (> exactamente aquí) y por fundirnos con la animación del centro de la ciudad.

Los días previstos para la totalidad del viaje aprietan y nos es imposible desviarnos más hasta Сарајево (Sarajevo) porque el camino es largo y tortuoso por carreteras de montaña y hace muy mal tiempo. Así es que toca volver hacia el valle del Sava. Nos hubiera encantado emplear un par de días para ir y volver hasta la capital de Bosnia y Hercegovina y pasear por ejemplo el puente Latino, hoy puente Princip (> exactamente aquí), al lado del que comenzó la Primera guerra Mundial, cuando el 28 de junio de 1914 Gavrilo Princip disparó dos veces sobre el Archiduque Francisco Fernando de Austria y su esposa, la condesa Sofía Chotek (> Leer aquí la prensa española del día siguiente).

Si alguno quiere ver el coche donde ocurrió el magnicidio, se conserva (> exactamente aquí) en el Heeresgeschichtliches Museum, el Museo de Historia Militar de Viena, llamado El Arsenal.

El regreso lo emprendemos haciendo una parte de la autovía en obras por la que habíamos llegado, pero desviándonos rápidamente hacia el noreste por el viaducto de la Victoria (Мост Побједе / Most Pobjede) en Клашнице (Klašnice) (> exactamente aquí) hasta alcanzar la localidad de Дервента (Derventa) con la intención de volver a entrar en Croacia pero por el puesto de Slavonski Brod, cien kilómetros más al este del de Jasenovac, por donde la habíamos abandonado. Con esa triangulación evitábamos repetir ruta y avanzábamos un poco el camino hacia Serbia.

La carretera de noche es un sinvivir de agujeros y, sobre todo, de badenes longitudinales como los koleiny



que hemos contado en el viaje a Polonia.



Aquí se llaman kolotrazy, usando la misma raíz eslava kolein– que significa surco.

A los peligros de las obras y los defectos del firme se suman, por el modelo disperso de poblamiento que hemos comentado, muchos peatones que vuelven a sus casas alejadas de los núcleos urbanos caminando con ropa oscura y ocupando la calzada sin miedo alguno. Suponemos que es ciencia-ficción de momento lo de usar algún elemento reflectante.

Una parte importante de las travesías ni siquiera tienen el nombre, con lo que uno prácticamente se encuentra perdido dada la escasez de cartografía para navegadores en estas áreas. Además, las pocas glorietas que se ven tienen un único croquis antes de llegar y no existen después indicadores para cada una de las salidas. O las memorizas de un golpe de vista o no tienes ni idea de hacia dónde tirar cuando estás en ellas.

Se nos ocurre una solución para ir orientándonos mejor: hacer fotos con el teléfono a cualquier cosa, o directamente en negro. Así, usando el geolocalizador de fotografías por GPS del aparato, se aplica a cada una el punto donde se tomó y, abierto el modo normal de GoogleMaps, la ruta va quedando registrada.



Lo cual nos confirma con muy poco retardo si vamos bien o no por el itinerario programado. Rudimentario pero efectivo cuando no se tienen mapas o se tienen muy generales. Probadlo y veréis qué útil. Si la aviación usa las radiobalizas, nosotros hemos puesto en práctica las fotobalizas.

En la pequeña pedanía de Поље (Polje) nos paramos un poco a descansar en un arcén, junto a la entrada de una casa, sin darnos cuenta de que a escasos metros había otro control policial. Debimos de pasar por vecinos del pueblo por la decisión con la que llegamos al lugar y no nos molestaron ni durante el rato que estuvimos parados ni cuando pasamos por delante de ellos.

Un poco antes de llegar a la refinería de petróleo de Босански Брод (Bosanski Brod), aprendemos a estas alturas de la película una nueva señal de tráfico:



la que prohíbe hacer fotografías en un tramo de dos kilómetros. Como somos obedientes con la protección de las instalaciones estratégicas nacionales, no hacemos instantánea alguna de la planta, pero sí una metafoto de la señal (> exactamente aquí), porque antes de ella no rige su prohibición.

Como no era muy tarde aún, la salida de Bosnia fue un poco más lenta: había un chaval delante de nosotros



al que le registraron con cierto detalle. A nosotros también nos dieron la lata abriendo armarios, pero bueno, no más de lo normal para ser un país extracomunitario.

Nuevo sello de salida y derechitos a las aduanas (carina) croatas, y pasamos sin más trámite a la ciudad de Slavonski Brod, donde no conseguimos encontrar conexión abierta a internet en el hotel Zouco. De forma que nos reintegramos a la autopista A3 para aprovechar las delicias de la conducción nocturna y por buen firme. Mientras uno va tumbado en la cama leyendo a otro se le cruzan sucesivamente desde el lado izquierdo primero un gato negro y luego un zorro blanco. Lo comido por lo servido en tema de supersticiones.

Nos da el hambre en el área de servicio de Sredanci, unos sesenta kilómetros antes de la frontera serbia, al filo de las once, hora del cierre. Pero nos atiende este chico voluntarioso



que a la vez nos imparte unas sencillas clases de cocina croata explicándonos alguna de las cosas que cenamos, como un rico goulash de ternera.

Un poco antes de cambiar de país, en la INA de Spačva, al lado de Lipovac, que es la última localidad, nos gastamos en repostar todas las kunas que nos quedaban en efectivo sin darnos cuenta de que aún faltaba otro puesto de peaje antes de las aduanas, que nos vimos obligados (qué remedio) a pagar con tarjeta. En los tickets, aparece siempre el precio en kunas y en euros. ¿Se estarán preparando para ser como sus vecinos eslovenos?

En otros relatos de viajes habíamos leído que los trámites en la frontera serbocroata eran espantosos, que los serbios odiaban a Javier Solana y con él a todos los españoles turistas por los bombardeos de la OTAN en 1995 sobre su territorio y que el trato recibido por los policías serbios era desconsiderado.

Con ese temor nos acercamos a la ventanilla croata y una amable chica policía nos chequea por encima en un instante y nos hace pasar al lado serbio. El serbio puede decirse que ha sido el tío más simpático de todo el viaje a costa –eso sí– de caer en los tópicos más manidos de la victoria de la selección española en el último campeonato mundial de fútbol. Lo cual a nosotros nos molesta un montón, pero hay que reconocer que resulta enormemente práctico para evacuar trámites. Hay gente que no comprende que lo de ver durante una hora y media a veintidós jóvenes millonarios y tres jueces en calzones corriendo detrás de una pelota de cuero puede no gustarle a todo el mundo.

El agente de aduanas de la siguiente garita es un chaval con uniforme que hubiera encontrado igualmente trabajo como modelo de pasarela y que se da cuenta enseguida de que no somos el coche que busca inspeccionar en cuanto pronunciamos el sintagma mágico this is a camping-car.

A un lado del aparcamiento que sigue a la zona del check-point hay, como si se tratara de atracciones de feria, no menos de quince o veinte casetas de cambio de moneda (> exactamente aquí), casi todas del mismo tamaño y forma y casi todas abiertas para ser la medianoche. Al acercarnos no apreciamos criterio decisivo para optar por ninguna en particular porque no se entienden los llamativos letreros que tienen sobre ellas y en todas pone lo de siempre: que no cobran comisión. Así es que entramos en la de una chica tan rubia y aparente, e igualmente de pasarela, como funcionaria e inexpresiva que nos da 6280 RSD (dinares serbios) por 69 €.

Al reiniciar la marcha, comprobamos en el ticket que en la primera drumarina o puesto de peaje (> exactamente aquí) nos han escaneado la matrícula con un número mal leído. Ante nosotros una excelente autopista y bastante más barata de lo que habíamos averiguado por internet. Buen comienzo para rodar por vez primera por el país número XXXIX.



Paramos un poco a descansar en la segunda stanica (área de descanso) y nos reorganizamos.

Durante la escasa fase de preparación de este viaje habíamos aprendido que hay un lugar muy interesante de visitar (> exactamente aquí), Нови Сад (Novi Sad), capital de la Војводина (Voivodina) a orillas del Danubio. Así es que nos desviamos de la vía de alta capacidad en el enlace de Рума (Ruma) y accedemos, con la típica señal de cuidado que vienen baches en 10 km,



que volvía a aparecer justo antes de consumirlos para avisarte de otro tramo igual (¡vaya morro!), a un camino de cabras en toda regla, la carretera 21, por la que avanzamos hasta el parque central de la localidad de Ириг (Irig), donde nos apareció por sorpresa una conexión muy rápida para los dispositivos y además bien aparcados.

Una hora que nos vino bien para reservar el primer hotel del viaje en una de las calles más céntricas de Беoград (Belgrado), con aparcamiento vigilado a cien metros y con estupendas críticas en la Red. Y por supuesto a un precio irrepetible de última hora para ser una gran capital: 43:15 € (con internet, cabina de hidromasaje, televisor plano 40”, cafetera privada…). Además, no es necesario imprimir la reserva ni llamar: basta el PDF o el mail de confirmación en el teléfono. Con booking.com no falla.

En general, las carreteras de todos los países balcánicos tienen muchísimas gasolineras, cada muy pocos kilómetros. Llama la atención que incluso en localidades muy pequeñas hay varias.

Cuando nos marchamos de Ириг (Irig), que es un núcleo que destaca por su trazado ortogonal y por el hecho de que la inmensa mayoría de las casas son independientes y con su propia zona verde, como podéis ver en esta imagen, emprendimos la subida al puerto de Ново Хопово (Novo Hopovo), que da nombre al célebre monasterio ortodoxo homónimo,



y dimos gracias a la casualidad de atravesar esta zona montañosa en la madrugada, porque las fuertes pendientes del 8%, el tráfico de camiones y los continuos desprendimientos en la calzada nos hubieran supuesto más del doble del tiempo en horario diurno para pasar al valle del Danubio, que atravesamos finalmente entrando por los baluartes de la parte fortificada de la preciosa ciudad de Нови Сад (Novi Sad),





a la que se accede por esta ciudadela y por el puente bombardeado por la OTAN (por Solana, vamos)



y airosamente levantado de nuevo (> Leer sobre estos bombardeos).

En la calle Ilije Ognjanovica Abukazrma, a la altura del número 5 con la vigilancia gratuita de los taxis de la parada (> exactamente aquí), nos posamos con toda tranquilidad mientras un minino negro busca el calorcito de nuestro motor para tostarse la escarcha del lomo.

Como el frío y la intensa humedad aprietan, en una hora de caminata dejamos visto el centro peatonal,





seguidos de vez en cuando por el mismo gato simpático, con modales de perro fiel, que acabábamos de conocer al aparcar la furgo. La ciudad es sede nada menos que de la Ópera Nacional de Serbia



y es el más prestigioso centro cultural y universitario del país. Limpia, bien cuidada



y con buena animación callejera. Mirad un tranvía convertido en cafetería:



Buscando dónde dormir por la carretera 22.1 antigua ya en dirección a Беoград (Belgrado), una locomotora aislada, como si estuviésemos tomando un plano de gusano en una maqueta de Ibertren, avanza perezosa por la vía férrea paralela. Al final, en este entrante (> exactamente aquí) de la P130, en el término de Велика Ремета (Velika Remeta), junto a una hilera de chalés de vacaciones con zona verde de aparcamiento, a eso de las cuatro de la mañana y con los tapones puestos dijimos adiós a un día tan denso.



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Etapa 8: lunes 13 de diciembre de 2010
Велика Ремета (SRB) – Беoград (SRB)

La naturaleza es sabia y, a falta de despertadores a pilas, ya se encarga de dar la murga por la mañana con coches que pasan y perros que ladran a nuestro lado.



En ese rato nos da tiempo a leer algunas de las cosas que nos vamos descargando de internet para cuando no hay conexión, como mapas, curiosidades turísticas, artículos de enciclopedias o direcciones y enlaces de interés de la ruta de los días siguientes. Esas descargas las hacemos en el ordenador o, para más comodidad, con la utilísima aplicación gratuita Instapaper para iPhone.

Después de desayunar, asearnos y dejar preparada la mochila para subir al hotel, nos volvemos a la carretera por la que íbamos, que tiene en ocasiones agujeros permanentes



dignos de aparecer ya en los mapas topográficos, y, sobre todo, al estar hecha por secciones pequeñas de aglomerado en lugar de por colada continua, tortura la suspensión con una junta de dilatación cada diez o quince metros.





Es la misma sensación que el traqueteo de los trenes antiguos cada vez que un eje pasaba por la junta de los carriles.

A veces aparecen autolavados muy rudimentarios, una especie de tejadillo con manguera y esponja como si fuera el garaje de tu casa. Más adelante nos cruzamos con vehículos todoterreno que tienen toda la pinta que haber sido adquiridos en subastas de antiguo material móvil militar.

Para entrar de nuevo en la atopista que une Budapest (H) con Belgrado, pasamos por la pequeña aldea de Бешка (Beška), y compramos garrafas de agua de 6 litros a sólo 0,81€ cada una, o sea, casi el mismo precio de la web de Mercadona pero a pie de carretera en una tienda minorista (> exactamente aquí), a cuya puerta vimos estos sifones que dejaron de estilarse hace décadas en España.



Cuando éramos pequeños, una de las travesuras más comunes era acercarse por detrás a los camiones de reparto y accionar la palanca de alguna botella. ¡Fssssssss…!

El pueblo es un ejemplo paradigmático, de libro, de la antigua organización urbanística comunista que asignaba largas y estrechas parcelas de tierra a cada familia para el autoabastecimiento hortelano, manteniendo la vivienda en el testero cara a la calle. En el centro del pueblo, en lugar de una plaza al estilo castellano lo que hay es un pequeño bosque público como espacio de convivencia. La imagen aérea no puede ser más elocuente. Este modelo lo vamos viendo repetido continuamente desde que entramos en Bosnia, ahora en Serbia, y se repetirá perfectamente en Rumanía y Bulgaria.

En el semáforo de un cruce (> exactamente aquí) nos detenemos un instante al lado de un nutrido grupo de chicas recién salidas del colegio. Cuando giramos hacia la avenida que ya nos lleva a la autoput (autopista) 22/E75 vemos por el retrovisor que se ponen en el centro de la calzada a mirar cómo nos alejamos. Acabamos de ser la novedad del día en una tranquila población de la Voivodina.

Unos treinta kilómetros antes de la capital, guiados por los mapas cargados en la tableta,



abonamos unos ridículos 2,30 € en la putarina (peaje) de Стара Пазова (Stara Pazova), la última de las tasas por autopistas buenas, bonitas y baratas que pagaríamos en Serbia.

La sal de las carreteras nos ha teñido la furgo de blanco sucio hasta un nivel preocupante. Por eso seguimos echándole el ojo a los pocos autolavados que vemos.

Desde que abandonamos Italia y hasta que volvamos a ella vía Grecia no volveremos a ver jamás ninguno en régimen de autoservicio. En todos te hacen el trabajo obligatoriamente y te dan la opción de limpiar y aspirar el interior. Es un claro indicador de lo que aún falta por crecer a la clase media. Sobran rentas muy altas que se rodean de gente que les hace todo y rentas muy bajas que copan mucha mano de obra pero poco cualificada.

El que mejor pinta tiene lo vemos por fin a la entrada de Беoград (Belgrado) (> exactamente aquí), pero en el lado contrario, en una estación de servicio de la moderna marca OMV, a la que entramos haciendo un fácil cambio de sentido aprovechando los numerosos cortes de la mediana regulados por semáforos.

Compradas dos fichas en la tienda para un lavado a fondo, aprovechamos para coger también mapa de Serbia y de Belgrado, y se las entregamos al encargado del lavado que deja la carrocería perfecta.

¿Recordáis ese potencial que hace veinte años tenía Berlín y que ahora la hace brillar como nueva capital de Europa? Pues es el que destila Belgrado en esta región del Este. Grandiosidad, ejes urbanísticos, magnífico emplazamiento yuxtafluvial, cruce de caminos en las rutas hacia y desde Asia menor, floreciente economía que se manifiesta por ejemplo en el gran Блок 70 (blok 70), sector número 70, (> exactamente aquí), una auténtica chinatown donde el olfato del dragón ha marcado territorio. Es el Kineski tržni centar. Y si lo marcan ellos, es por algo.



La entrada a la urbe la hacemos casualmente por el eurovisivo 2008



Београдска арена (Beogradska Arena) (> exactamente aquí), de un aforo para 23 000 espectadores en el que ver en directo a las glorias del tenis,



del balonmano y, sobre todo, del baloncesto mundial, que gracias al atasco nos da tiempo a admirar como es debido.

Al pasar a la altura de los aparcamientos del gran centro comercial y de congresos Sava Centar (> exactamente aquí), un equipo de indigentes gitanos inasequibles al desaliento y bien organizado se reparten las filas del semáforo. Uno nos ruega limosna durante más de un minuto seguido juntando las manos –como si rezara– por la ventanilla del conductor. Es apenas uno de los dos pidepelas, de los muchos más que esperábamos, que hemos visto en casi diez mil kilómetros. Otro tópico hundido.

Vamos directamente a dejar la Marco Polo en el moderno Garaža Zeleni venac de la cadena Parking Servis en la calle Kraljice Natalije br 13 (> exactamente aquí), en el nivel XIII, el más alto posible para andar bien a nuestras anchas y con más discreción. Este aparcamiento pertenece al original sistema de estuctura metálica por entreplantas



que minimiza el espacio dedicado a rampas y aumenta la superficie de plazas de forma ideal, porque cada entreplanta hace de subnivel de la colindante para subir o bajar. Como todas las cosas ingeniosas, es radicalmente sencilla.

A un par de pedradas de distancia encontramos la entrada del hotel Vila Terazije*** que ocupa el primer piso de un edificio antiguo en el número uno de la calle Prizrenska (> exactamente aquí), casi en la esquina de la peatonal más importante de la ciudad.

Después de pensar un rato cómo rellenar bien esta cartulina del check-in escrita sólo en cirílico,



acomodados en esta agradable, aunque pequeña, habitación



del centro-centro de una capital que huele a espionaje, Stasi y Guerra Fría, hacemos la colada pendiente lo primero para que le dé tiempo a secarse durante la estancia mientras las facilidades del hotel como una potente conexión a internet y este aparato delicioso con música y todo nos relajan de tanto conducir.



Éste sería el primero de ocho días seguidos en que la temperatura nunca subió de 0ºC ni de día ni de noche. Sólo puestos en esa tesitura, que llegó a su momento álgido en Rumanía con –15ºC, comprende uno de verdad para qué sirven esos gorros rusos de pelo de conejo que vemos a todas horas por las calles.

Tanta agua caliente gastamos entre lavar y lavarnos que tuvimos que esperar un rato a que se recuperara el calentador eléctrico. Para que veáis que no sólo dan problemas los de las furgos.

En el 85a de Mihajla Pupina (> exactamente aquí) tenemos ese paño de lágrimas de nuestros desarreglos horarios, al lado mismo del hotel y de un mercadillo callejero:



el restaurante de los aros, que ahora presume de Q de calidad, nos provee de McFish, McPollo, nuggets y colas para preludiar una reconfortante siesta en nuestra nueva casita belgradense sin ruedas.

En el paseo para explorar la parte vieja anduvimos por el Museo Nacional



y por la grandilocuente estatua ecuestre del príncipe Miguel III Obrenović de Serbia (> exactamente aquí).

Incluso nos dio tiempo a ver cómo se hace para instalar un chirimbolo en la acera.



El aire frío aprieta: así que nos metemos a rebosar reservas en la cafetería-pastelería-bar-restaurante



con más solera de la ciudad (> exactamente aquí), el Руски цар (Ruski car) que lleva atendiendo a sus clientes en el 29 de Обилићев венац (Obilićev venac) desde 1890 entre espejos, cuadros nobiliarios y magníficas lámparas en una escena dorada y decadente que retrotrae al visitante a los últimos estertores del imperio austrohúngaro



mientras los altavoces del establecimiento expelen curiosamente ¡ rasgadas voces flamencas españolas !, que ya habíamos escuchado horas antes en algunas emisoras locales. Buenos cafés, y un ataque de gula que apaciguamos con un surtido de dulces de frutas, maní, nueces y tiramisú.



A dos pasos nos sorprende la delegación española del Instituto Cervantes que el 20 de diciembre de 2004 inauguraron la Leti y el marido...



Aunque quedamos verdaderamente hasta el tapón, todavía picamos algún perrito con mayonesa en un puesto callejero (> exactamente aquí) de Кнеза Михаила (Kneza Mihaila), la encantadora calle mayor





que comunica el ensanche decimonónico con la parte vieja,





la ciudadela en cuyo foso tienen expuestas notables piezas de artillería (un pueblo, el serbio, que no olvida su pasada gloria militar)







y los miradores (> exactamente aquí) sobre un Sava entregando sus aguas definitivamente al Danubio.

¿Os dais cuenta de qué bonito es pasear de noche? Y nada de inseguridad. De vez en cuando, en estos desiertos jardines patrullaban parejas de vigilantes charlando tranquilamente.

Todo nos recuerda un poco a Riga pero sin la ostentación y opulencia de la nueva clase rica rusa que inunda allí las calles, los aparcamientos, la relaciones…

Hay preciosas librerías de viejo,



escaparates donde uno se para por obligación,



y detalles florales de gusto tradicional…



El olor de vetustas calefacciones de carbón nos lleva al atravesar cada portal a escenas de niñez, mientras a las puertas siguen aparcando las viejas glorias de la automoción comunista



y alguno con muchísima afición por las bebidas de lata…



Antes de volver a descansar, con un viento del noroeste que baja la sensación térmica hasta lo desagradable,



recolectamos unos nuggets take away que llenan de sabor globalizado nuestro cuarto mientras en la tele desfilan las historias de don Gato y su pandilla hablando en serbio.



En el último zapping antes de dormir, con las ropas ya casi secas colgando de las perchas, el canal porno Private Spice TV nos sorprende no por sus sencillos guiones sino porque curiosamente las actrices se pasan todo el rato de cada episodio atendiendo a los actores como siempre, pero sin parar de fumar cigarrillos en pipa larga. Ellos no, sólo ellas. Se ve que todavía queda un trecho para que quiten el humo de los bares.

Nos dormimos a las cuatro y media después de consultar en streaming los telediarios españoles y –por qué no confesarlo– las últimas trifulcas y ayuntamientos en directo en la casa de Guadalix de la Sierra.



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Etapa 9: martes 14 de diciembre de 2010
Беoград (SRB) – Oraviţa (RO)

Cuando aún las manecillas del reloj no han llegado a las diez de la mañana en vacaciones, el politono más hermoso del mundo se torna deleznable. Y además el interlocutor lo nota por más que uno niegue a base de eufemismos piadosos. Ya sabéis: no, no te preocupes, ya estábamos despertándonos… En este caso nos pedían un ejemplar de Enciclofurgo, que a estas horas ya está en su destino.

Como el bricolaje bien entendido empieza por uno mismo, antes de ducharnos y recoger la habitación para el check-out, como ya se había cargado completamente la batería de la cortapelos, nos volvemos a dejar el uno al otro como recién salidos de la peluquería, pero conservando los veinte pavos (en el mejor de los casos) para otras cosas.

Somos muy aficionados a desayunar fuerte y variado. Y eso cuando estás de viaje se puede hacer muy bien en los bufés libres de los hoteles importantes sin necesidad de ser cliente alojado. Sólo hay que sentarse en el comedor y a la pregunta de ¿qué número de habitación tienen? contestar la frase mágica estamos de paso. Luego te traen la cuenta como en un restaurante normal y listo.

Si para alguno esto era un secreto, no dejéis de practicarlo. Serán los 10, 15, 20 € a lo sumo… mejor invertidos del día porque te da fuerzas para una jornada agotadora de visitas y te permite tomar después un almuerzo ligero e informal. Además, da la oportunidad de comer –porque eso es comer de verdad– desde en prácticos y funcionales hoteles de cadena, paradores de turismo de ensueño o en los más aristocráticos y palaciegos resorts sin necesidad de tener más que el salario mínimo.

Tras un intento vano de tomar el del Хотел Балкан (hotel Balkan), enfrente del nuestro, como esta gente del Este son tan madrugadores, ya no era posible y nos tuvimos que conformar con uno hecho a medida (> exactamente aquí) en Poslasticarnica Specijal de Prizrenska 7, donde nos atendieron sin quitarnos ojo todo el rato dos eficientes pasteleras de unos sicalípticos veinte años perfectamente llevados.



Repasada allí la prensa escrita y consultados los peores pronósticos del tiempo on-line, caminamos el pequeño parque (> exactamente aquí) que nos separaba del garaje donde unos gatitos negros muy juguetones merodeaban por este Zastava 850



y los calefactores sacaban las escorias de una caldera de carbón



Al abrir la Marco Polo, la temperatura interior era de 1ºC, tres menos que dentro del frigorífico. Y la nieve entraba en las entreplantas del aparcamiento con el oraje.





Es en estos casos vividos in situ cuando se da cuenta uno de lo mucho más ventajoso que es disponer de calefacción estacionaria por agua que tenerla por aire, que encima es más cara. Porque en el rato largo que estuvimos acondicionando el equipaje en los compartimentos y poniendo un poco de orden en las ideas, el zumbido de la termoturbina había templado el interior y, lo que es más importante, había dejado el motor preparado para arrancar con suavidad, sin esos desgastes brutales que le suponen girar los primeros segundos con un aceite casi congelado.

Cuando por fin rodábamos en el atasco de la vuelta a casa por las calles de Belgrado



a las cuatro y media de la tarde, la ventisca comenzó a traer un temporal de nieve impresionante que nos acompañó durante la visita a la fantástica catedral (inacabada por dentro)



de San Sava. Tanto viento hacía que el paraguas reforzado (bilbaíno) que llevábamos se dio la vuelta ¡dentro del edificio!, que, por cierto, es una verdadera joya.



Por allí anduvimos un rato sin preocuparnos de poner el ticket de la ORA porque la generosa capa de nieve del parabrisas no hubiera dejado verlo de todos modos.

Nuestra idea para la siguiente etapa consiste en alcanzar las proximidades de las gargantas del Danubio y más concretamente llegar





hasta la cabeza de Decébalo (> exactamente aquí), la simbólica escultura tallada en la roca viva de la última estribación de los Cárpatos cara a cara con la Tabula Traiana (> exactamente aquí), igualmente esculpida en las últimas rocas de los Balcanes, separadas ambas cordilleras apenas por unas decenas de metros de agua: son las Puertas de Hierro, el mítico lugar donde las tropas romanas del emperador Trajano comenzaron la conquista de la Dacia, hoy Rumanía, con un robusto puente que este embalse se ha encargado de sepultar. Sólo por eso hoy se sigue hablando allí un dialecto del latín en vez de uno eslavo.

Así es que damos las últimas panorámicas a la ciudad con un tráfico desastroso, entre el que vimos estos autobuses urbanos donados por el pueblo japonés,



hasta el airoso viaducto Панчевачки мост (Pančevački most) que vuela la E70 (> exactamente aquí) sobre el Danubio camino de Панчево ( Pančevo ) y va disolviendo los coágulos del embotellamiento.

En la segunda área de servicio (> exactamente aquí) repostamos, a falta de gasolina de 98 octanos, una de 95 calidad Premium, que suponemos que es en realidad lo mismo y le metemos ya una carga de dos litros de líquido lavaparabrisas capaz de resistir heladas de hasta –21ºC. Por si las crestas.

Como hay dificultades para que salga el preparado por el difusor del lavaluneta, sacamos agua templada del calentador por el fregadero y la aplicamos con cuidado bajándonos directamente para descongelar el agujerito. Luego actuando el mando varias veces conseguimos que llegue bien el líquido desde el bote por todo el recorrido de adelante atrás de la furgo.

La zona está un poco en cuesta, y descartarnos pararnos por allí a comer algo por si a alguno se le van las inercias y hace de nosotros un colchón mullido de su pista de patinaje.

La vialidad es completamente invernal. Esta autopista en cualquier punto de España sería noticia tal cual en todos los informativos nacionales, sobre todo porque está a un poco más de sólo 100 msnm.

Como tenemos pegado en el salpicadero un dock alimentado para situar el teléfono y grabar los momentos interesantes,



os ponemos unos instantes del crudo panorama cogidos al azar en este video:



En el enlace sur de Панчево (Pančevo) hacemos culear la furgo (el gran defecto de ser de propulsión en vez de tracción delantera) por una tontería que nos pudo salir cara: a pesar de circular despacio, tuvimos un titubeo, un amago de tomar la salida de la autopista pensando que era por donde correspondía ir, seguido de una rectificación de la marcha para continuar recto. Por desgracia tocamos con ambas ruedas del lado derecho la banda no pisada de nieve helada del hito de vértice, en esa corbata de pintura que veis, (> exactamente aquí) y aquello, incluso con todos los ASRs y ABSs y ESPs del mundo, parecía el Danubio Azul, y nunca mejor dicho.

Con las caras más blancas que la nieve, las manos hormigueando y, por suerte, ningún coche cerca, retomamos la trayectoria recta. En dos kilómetros, ya con el carril izquierdo de nuestro sentido únicamente transitable, un turismo estaba recién estrellado contra el quitamiedos bionda y otro andaba auxiliándole parado en pleno carril derecho, que no era otra cosa que una fantástica pista blanca con diez centímetros de grosor. Era sólo chapa y poco más podíamos hacer nosotros, unos pobres extranjeros con los mismos conocimientos de serbio que de angoleño, así es que seguimos hasta parar a comer en una gasolinera JP pequeña (> exactamente aquí) junto al luminoso de salida, que siempre irradia algo de calor. La foto de satélite –casualidad– está hecha con mal tiempo. Es noche cerrada a las seis y media de la tarde.

Cuando pasaban diez minutos de las nueve de la noche, la situación ya rebasados Баванисте (Bavanište) y Ковин (Kovin) se hizo insostenible en la más absoluta de las llanuras de la ribera norte del río



y hubo que poner las cadenas AutoSock de kevlar



a la altura de la pequeña localidad de Дубовац (Dubovac) porque cualquier brusquedad por pequeña que fuera eran amagos de pérdida de adherencia. Pero, claro, primero tuvimos que currar para sacar todo el hielo que formaba sendos bloques entre los neumáticos y los pasos de rueda traseros, seguramente favorecidos por la acción de los faldones guardabarros adicionales que montamos en origen.

Los sarcasmos de la vida aparecen en cualquier momento (> exactamente aquí) y aproximadamente un km antes de pasar por encima el gran Канал Дунав-Тиса-Дунав (ДТД), el canal interior (> exactamente aquí) que une el río Tisa por ambos lados con el Danubio (DTD) durante casi mil kilómetros, nos encontramos con un barco de recreo varado en la margen izquierda de la carretera.



Casi a las diez de la noche, muy cerca ya de la frontera serborrumana, conseguimos alcanzar Врачев Гај (Vračev Gaj) donde nos llamó la curiosidad



esta iglesia de linea básica (> exactamente aquí). También nos llamó para cambiar impresiones nuestro amigo, el chef Víctor Gutiérrez, que atiende en Salamanca un creativo restaurante que dentro de poco cumplirá una década en posesión de una estrella en la Guía Roja.

Echadle un vistazo (> exactamente aquí) al modelo minifundista extremo de los campos que rodean el pueblo. ¿Curioso, verdad?

Por el enclave de Бела Црква (Bela Crkva) el templete de música



de un solitario parque a orillas de los humedales (> exactamente aquí) y la pobre decoración navideña (esto no es Mónaco) de las calles



y de la casa de un electricista del pueblo (fijáos en su furgo…)



nos entretiene unos minutos, y más adelante cometemos un pequeño error al fijar la atención en un coche patrulla, contra el que no queríamos derrapar en este cruce cuesta abajo,



y nos desviamos durante unos kilómetros –que tuvimos que deshacer– hacia el barrio de Кусић (Kusić) en lugar de ir correctamente hacia el reducido complejo fronterizo de Калуђерово (Kaluđerovo), que son apenas algo más de cien habitantes y unas garitas con techo desvaídas por la poca visibilidad,



(> exactamente aquí), adonde finalmente, ya con la señal de obligatorio poner las cadenas, llegamos a un cuarto de hora de empezar la nueva fecha con el habitáculo recién ordenado y en revista, lo cual siempre es una ventaja para acometer cualquier posible registro.

Como si el ministerio serbio del interior hubiese dado estrictas instrucciones a sus agentes liminares desde que ya no se necesita visado para entrar en el país, un chubby encantador, un osito de peluche con placa de sheriff, nos atiende en la soledad de la gélida medianoche y se echa una parrafada con nosotros. Nos pregunta que por qué no habíamos venido mejor en verano por estos pagos y como única inspección de una autocaravana de tres toneladas dice al abrir la puerta lateral Oh… fine!

También nos informó de que al ser zona de seguridad fronteriza no nos permitían pernoctar en los alrededores del puesto por orden de la superioridad.



Tanto parabién y tanta facilidad, tanto gato negro por la izquierda en los días que llevábamos recorridos… no podían ser preludio de nada bueno. El drama estaba a punto de llamar a nuestra puerta. Encima el día era martes…

Como remate del trámite del lado serbio, el policía megasimpático se mete en la oficinita diciéndonos adiós y deseándonos buena singladura hasta Bizancio y sale el otro, funcionario de aduanas, en una ridícula coreografía de primero-tú-y-luego-yo-que-para-eso-lo-dice-el-reglamento. Y nos hace la pregunta de siempre, satisfecha con la respuesta de siempre.

Esto nos recuerda una anécdota que nos contó hace años un vecino, comandante de artillería ya retirado, del extinto cuerpo de oficinas militares, cuando en un viaje paró casualmente a preguntar algo en el cuartelillo de la Guardia Civil de San Martín de Valdeiglesias, en la Comunidad de Madrid. Estaba de puertas el único guardia que había en la casa-cuartel ese día. Al acercarse nuestro vecino y mostrar su documentación antes de decir lo que quería, el número se marchó hacia el patio del edificio y gritó mirando hacia adentro: ¡Atención! ¡Un oficial del Ejército! antes de volver a la puerta a despachar con el visitante. Todo según el Reglamento, efectivamente, pero completamente ridículo teniendo en cuenta que estaba solo.

Aún en suelo de la República Serbia, hay una pequeña tienda 24 horas-estanco-oficina de cambios llamada Hektikor (> exactamente aquí) que justo ese rato estaba haciendo arqueo de la caja. Vamos, que de todas las horas que tiene el día y la noche llegamos justo los pocos minutos que la cierran.

Eso lo debían de saber perfectamente las familias gitanas que empezaron a llegar del lado rumano haciendo cabriolas con coches deportivos en el hielo entre las doce y media y la una menos cuarto. Todos varones, todos jóvenes, y una matriarca obesa que sacaba enormes fajos de billetes casados que manejaba con una sola mano con pericia de cajera.

Tal era la cantidad de vehículos que llegaban haciendo jichadas que nos recolocamos para no estar cerca de la curva inclinada que acababa de convertirse en improvisada explanada de exhibiciones.

Mientras nosotros estuvimos aparcados esperando la hora de la reapertura, volvieron a acercarse los agentes serbios a recordarnos que no podíamos dormir alli. La espera se dilató un poco porque los gitanos entraban y salían de la tienda acarreando hacia los coches cajas llenas de cartones de tabaco, ¡detergente en polvo y suavizante! mientras su jefa cambiaba dinares por euros en cantidades preocupantes.

Cuando nos tocó el turno, que tras la llegada de los hunos pasó de estar los primeros en soledad a estar los últimos, convertimos los 4450 SRD que nos quedaban en 40 € y aprovechamos la calderilla para surtirnos de galletas y chocolates de muy poca calidad.

Imaginaos entonces la situación: intensa nevada de veinte centímetros, hielo gran reserva acumulado de semanas atrás, cadenas puestas, –8ºC, animación caló a domicilio, zona neutral serborrumana, una de la madruada, sin dinares serbios ya ni lei rumanos (RON) todavía, oficialmente fuera de la Unión Europea… y en el crítico momento de girar la llave de contacto aparece en la pantalla esta entrañable felicitación navideña de la centralita: BATERÍA/ALTERNADOR. ACUDIR A TALLER.

¿Sois capaces de imaginar las caras de gilipollas que se nos quedaron?

Si marchábamos hacia atrás teníamos un incierto camino estrecho, congelado, y extracomunitario a efectos de asistencia en carretera, hacia Belgrado, nuevos trámites fronterizos que deshacer y que explicar, ya sin moneda serbia… Si marchábamos hacia adelante entrábamos en una Rumanía desconocida, justo en la ruta del contrabando de tabaco, llenos aún de prejuicios sobre el pueblo dacio cuyos primeros habitantes nos habían hecho sentir un ratito como de turismo en el barrio de las tres mil viviendas de Sevilla, igualmente sin moneda, pero al fin y al cabo en la Unión Europea, que siempre será mejor –pensábamos–, y con la sinuosa ruta de las gargantas del Danubio como siguiente etapa, lejos de toda población importante.

Si uno se piensa fríamente en tener un hijo, las cifras abrumadoras de pañales, las noches de otitis, llantos e insomnios y todas experiencias negativas que te cuentan los amigos son capaces de desanimar a la pareja más niñera. Hay que meterse con los ojos cerrados. Con valor. Si no, no te animas nunca.

Pues eso hicimos nosotros. Nos metimos. En Rumanía.

Sabíamos perfectamente por otras averías de alternadores anteriores (una de ellas con esta misma furgo circulando de noche entre Oviedo y Salamanca) que la cuenta atrás acababa de empezar. Aunque llevábamos tres baterías bien cargadas por la marcha, el alumbrado de carretera y el antiniebla consumen mucho y las chispas de nuestras ¡ doce bujías ! iban a ir mordisqueando la carga a cada vuelta del cigüeñal inexorablemente. Los minutos de vida estaban ya contados exactamente. Estábamos, como el Titanic, heridos de muerte.

En la avería anterior, hace un par de años, cuando la carga ya pasó a sólo 11,9 V, empezaron a desfilar por la pantalla todos los errores del sistema: se desconectó el ABS, el ASR, el ESP, y lo que es más grave, la caja de cambios automática que dejó en aquella ocasión a la furgo con únicamente la segunda velocidad sin posibilidad de engranar ninguna otra y con la asistencia del servofreno anulada (se nota porque se endurece el recorrido del pedal y casi no eres capaz de parar el coche). Un suicidio seguir circulando mucho más.

Pensad por un momento el estado de nerviosismo con el que llegamos en completa soledad a las garitas rumanas.



Nos atendieron Santiago Segura en el papel de Torrente y un amiguete. Los dos en una especie de chándal de mercadillo al que ellos seguramente llaman uniforme. De hecho, cuando se acercaron a las ventanillas mirábamos a lo lejos escrutando policías de verdad pensando que eran unos pedigüeños. Porque los dos nos miraban haciendo el gesto de fumar con los dedos preguntando si teníamos cigarettes.

Pues así es la frontera de Naidăş.

Debajo de este moderno tejadillo circular (> exactamente aquí) de repente avanzamos en el tiempo universal una hora hasta GMT+2 y nuestra cuenta a XL países visitados mientras los colegas en funciones de cancerberos nos seguían preguntando si llevábamos hachís y heroína encima mientras echaban un vistazo al interior del porta potti, cuya caja multifunción indefectiblemente llama enseguida la atención de cualquiera que nos ha abierto la puerta lateral.

El puro instinto de conservación y las dudas razonables de que en tan apartado paraje y con la que estaba cayendo alguna compañía de seguros fuera capaz de mandar una grúa antes de encontrarnos tiesos como el cartón en cualquier arcén a campo abierto, nos lleva a poner en conocimiento de aquellos dos polis disfrazados de yonkis que nos acabábamos de quedar sin alternador en el momento más necesario y a preguntarles cuál era la localidad más cercana que tuviera hotel para ir allanando el camino a nuestra supervivencia. La respuesta fue unánime: Oraviţa,



a 21 km ¡en dirección contraria! a nuestra ruta por las hoces del río Danubio. Pero bueno: primum uiuere, deinde philosophari…



Nos informaron también de que la Mercedes más a mano estaba a casi 130 km.

La llegada a ese pueblo de unos quince mil habitantes no pudo ser más desoladora: la máquina quitanieves no había vuelto a pasar todavía y el grosor caído en la calzada estaba convirtiendo el faldón del parachoques en el bulbo de proa de un barco pero apartando nieve. Imposible seguir.

Durante el angustioso trayecto, la luz del alternador del cuadro de instrumentos se había apagado durante un par de minutos haciéndonos albergar la tímida esperanza de una falsa alarma. Pero enseguida volvió a la carga. Mejor dicho: a la descarga.

A la entrada de Oraviţa hay una gasolinera pequeña de la marca Lukoil,



una de las más extendidas por el país, y algunas naves industriales. Luego un gran descampado y ya las primeras casas de la población. La furgo empezó a hacer lentos culeos en parte por el atoramiento de las cadenas, en parte porque los cuatro pasos de ruedas hacían ya un conjunto semisólido con las ruedas.

Con pesadas maniobras muy lentas conseguimos orientarla en el arcén izquierdo en el sentido contrario a la marcha que llevábamos y allí quedamos (> exactamente aquí) en absoluto silencio apenas roto por las advertencias sonoras del cuadro de instrumentos de que ya no teníamos asistencia a la tracción, ni freno de emergencia, ni batería, ni calefacción…

Había comenzado la noche más larga al suroeste de Rumanía, una isla de latinidad en medio de un mundo de extraños caracteres cirílicos eslavos. Así éramos en ese momento: tres metros cúbicos llenos de aire a 20ºC que poco a poco irían apagando su llama en la negrura de la noche blanca…

La vida da continuas vueltas y se retroalimenta periódicamente, las más atrevidas posibilidades que ni siquiera somos capaces de imaginar se hacen realidad por una casualidad tonta…

Allí estábamos metidos en un coche, nuestra casa por un mes, abandonados en la oscuridad y dándonos el escaso calor residual como dos pájaros que se duermen ahuecando las plumas.

Como una siniestra advertencia del destino, en 1988, uno de nosotros había traducido en la facultad estas primeras frases en la asignatura de Rumano. Son el comienzo de uno de los más célebres poemas del poeta Mihai Eminescu, que viene a ser como Gustavo Adolfo Bécquer, describiendo nuestra situación:

  Somnoroase păsărele
pe la cuiburi se adună,
se ascund în rămurele.
Noapte bună!

A medio dormir los pájaros
se juntan cerca del nido,
se esconden entre las ramas.
¡Buenas noches!




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Etapa 10: miércoles 15 de diciembre de 2010
Oraviţa (RO) – Timişoara (RO)

Como en blanco pasamos también la noche, convengamos que el quince de diciembre comenzó a las 02:28, hora local, con la primera de las veintiocho llamadas de teléfono (en itinerancia) que nos intercambiamos con la aseguradora de la furgo, el RACC y su desastroso corresponsal Asistenţă Rutiera România.

A los veinte minutos rugió un potente motor diésel a nuestras espaldas con luces amarillas giratorias que nos iluminaron los rostros por fuera… y por dentro también al pensar: Qué bien, qué eficientes son los seguros en la Unión Europea, mientras mirábamos en el estuche ese que te dan con la documentación del coche adónde nos llevarían…



Era simplemente la máquina quitanieves echando sal y apartando hacia nosotros una ola surfera de nieve polvo.

Hicimos un montón de amigos esa noche. Todos virtuales. Primero conocimos a un voluntarioso catalán, Mauro, que en la soledad de la madrugada era el hilo que nos mantuvo conectados a la vida salpicado de vez en cuando con las descorazonadoras conversaciones con Dani, el encargado del seguro rumano que dirigía el rescate localmente.

Bueno, que lo dirigía directamente hacia el abismo porque ¡a las cuatro horas y media! de frío in crescendo envió desde Timişoara, la segunda ciudad del país, una plataforma de juguete de la cutrísima empresa Tractari Auto tirada por un sencillo todoterreno para montar, a pesar de que tenían un fax bien clarito, lo que ellos creían una Vaneo, en lugar de un Viano. Las dos primeras en la frente.

El operador de la asistencia, que llegó al alba, a las siete, era ni más ni menos que un simpático y canijo Farruquito que se bajó del coche fumando sin manos



y se empeñó, sin soltar los cigarros en dos horas, en montar 2940 kg, como un caballo copulando con una perra, sobre esta chapa



y encima tirando con un cabrestante manual sin usar la argolla de remolque que ya le teníamos preparada. Como no le daba el largo de palanca, agarró nuestra furgo de un brazo oscilante del tren delantero. Sin más. Lo que todavía no comprendemos es cómo se lo permitimos…

Le parecía suficiente ese gancho para tres horas y media de caminos helados, badenes, pasos a nivel y curvas de montaña por delante. Sin miedo. El jeep tenía sólo dos plazas (él decía que cuatro) y pretendía que allí nos metiéramos los tres.

Ante la posibilidad de que la furgo se mantuviese encima de ese meccano apenas un par de curvas tras el primer pueblo y encima nos dieran por ella el valor venal, nos pusimos firmes y exigimos que mandaran una plataforma adecuada para un vehículo de cinco metros y encima cargado.

Empezamos a negociar esa posibilidad a golpe de llamadas internacionales y nos proponían cosas tan descabelladas como que abandonásemos a su suerte la autocaravana en donde estaba y avanzáramos en el armatoste del gitanillo un par de horas hasta cruzarnos en un punto en medio de la estepa con la grúa grande a cuyo encargado le entregaríamos las llaves para que él solito la cargara y la llevara al taller. Así podríamos estar cuanto antes en el hotel que nos asignaran en Timişoara.

Nuestra intransigencia nos llevó a despedir al chaval, al filo de las nueve de la mañana,



en cuanto descargó el bulto y a esperar congelados otras tres horas y media más.

Tras la larga noche en vela, con los ojos como platos y con pies y manos literalmente congelados, empezó a bullir la vida por el pueblo. Seguía nevando. Abrió la gasolinera,



le compramos un poco de moneda (nos dieron 400 RON, o sea, lei, por 100 €, tras un pequeño malentendido por confundir four con forty) para tener algo disponible; abrió un almacén de neumáticos de invierno al que de vez en cuando llegaba algún cliente; la chica de la oficina del piso superior estuvo media hora adecuando un pasillo para acceder al edificio pisando menos nieve…

Empezábamos mal. Llegamos a conocer con el paso del proceso a todos los turnos posibles de operadores al otro lado de la línea: a Raquel, a Jordi, a Sam, a Alejandra… a todos, gracias por vuestros desvelos.

Viene nueva plataforma a las doce y media, diez horas después de la primera llamada. Es Doru, un tipo similar a Otilio, el currito de Pepe gotera.



Tiene 40 años mal llevados y es padre de un niño y una niña. Pero ante todo es nuestro salvador, profesor improvisado de rumano, y anteojos por donde empezamos por fin a mirar al pueblo rumano de tú a tú. Un tipo campechano sin dejar de ser profesional que en apenas tres horas



consiguió dejar no sana del todo pero salva nuestra Marco Polo en el modernísimo concesionario de Mercedes-Benz, en el número 142 de calea Sagului en Timişoara.

Durante el camino, por supuesto sin cinturón de seguridad y con muñones helados por pies tuvimos que parar un par de veces a desconectar la alarma antirremolcado de la furgo. Estuvo interesante, porque así hemos comprobado que seis años después funciona perfectamente. La anterior vez que se puso en marcha fue en el arcén de una carretera de Amberes, en Bélgica, cuando pasó a gran velocidad un tráiler a escasos centímetros y la meneó entera.

Como en todas las áreas rurales apartadas de cualquier país, lo que se ve no puede extrapolarse necesariamente al estándar del país. Pero vemos cosas que hace mucho que no son habituales por aquí como estos carros que había en Jamu Mare (> exactamente aquí)



o el grupo de ancianas haciendo autoestop (habitualísimo en Rumanía) que esperaban su oportunidad en Moraviţa (> exactamente aquí) a las dos de la tarde.

Mientras se nos cruzaban perros en todas direcciones o directamente caminaban sin pudor por lo que podíamos llamar calzada, la principal conclusión a la que íbamos llegando con nuestro nuevo profesor de rumano, que usaba el inglés como lengua vehicular, era que su idioma es una cosa facilísima que con un poco de español y lo mucho que se parece al italiano no nos iba a dar problema ninguno.

Nuestra gallina Caponata nos despachó de un plumazo cuatro o cinco capítulos seguidos del Barrio Sésamo rumano recitando números, colores, días de la semana, meses del año, saludos, frases cotidianas… mientras atendía dos teléfonos móviles, la conducción, una emisora… y ocupábamos seguramente la cabina de camión más desordenada y sucia que en cuarenta años hemos visto en la faz de la tierra. Y ya hemos visto unas cuantas.

Nuestro guía turístico particular nos explicaba cuanto veíamos al pasar, como la central termoeléctrica de ciclo combinado CET Sud, unos kilómetros antes del destino (> exactamente aquí):



A las tres y cuarto de la tarde, casi trece horas después de sufrir la avería (que se dice pronto), un eficiente guardia de seguridad nos franquea la entrada de la valla exterior del concesionario RMB CASA AUTO SRL (> exactamente aquí).



En esta franquicia de Mercedes-Benz tienen la seguridad como divisa. De aquí no debe de irse ni dios sin pagar ni caco alguno le quita los taponcillos plateados a las válvulas de los neumáticos del parking: a cada vehículo que entra le piden los datos y le dan un resguardo; cuando lo dejas a reparar te retienen físicamente el permiso de circulación; cuando finalmente pagas en caja, antes de pasar a recogerlo, te vuelven a comprobar la boleta de la tarjeta de crédito con la factura… Mientras Cosmin, que es el encargado de garantías y el único chico del taller que hablaba inglés, realiza la recepción con uno de nosotros, el otro aprovecha los hornillos de la cocina para intentar descongelarse los pies.



Hay unos dramáticos –9ºC para ser la hora más cálida del día.

Hecho todo eso, bajada la furgo sin quitarle las cadenas dado el estado del interior del aparcamiento, nos acercan finalmente con la propia grúa a la calle Cozia 91 (> exactamente aquí), y nos dan acomodo por cuenta del seguro en el hotel Reghina***, un tres estrellas digno, pero con aspecto de una menos, con estas vistas al barrio desde la ventana.



Para más precariedad, en dos días cerraban sus puertas para hacer una reforma en profundidad del edificio. Gélidas habitaciones con el radiador apagado, baño con el sifonaje tan seco que nos daba la oportunidad de juzgar las fragancias del alcantarillado y camastros de albergue del camino de Santiago que tenían las sábanas encimeras dobladas a la larga de esta inédita manera:



Lo bueno de estar acostumbrado a horarios raros es que no tuvimos ninguna sensación extraña en darnos unas duchas reconfortantes y comer a casi las cinco de la tarde (estos extras ya de nuestro bolsillo) en el propio comedor del hotel, que se llama ampulosamente Restaurante Nabucco. Lo mejor la sopa rumana casera y los escalopes de pollo. Lo peor, tener que comprar en la recepción el cepillo de dientes olvidado en la furgo.

Podéis imaginar que por malo que fuera el colchón de ¡80 cm! la siesta fue de órdago y en ella nos rehicimos hasta la hora de blindarnos hasta las cejas con ropa de abrigo y salir al súper del barrio, el Profi (> exactamente aquí), a surtirnos de algunos comestibles y bebidas, y a por un rollito de seda dental en la farmacia de enfrente, Sf.Gheorges/Gin-Oftal, donde la chica de tierna mirada que nos atendió, encantada al saber que éramos españoles, tiene estos mostradores sobreelevados antihurto:



Y nada más por hoy. Como dos ancianitos de horarios equilibrados y costumbres metódicas, nos acostamos a las ocho de la noche con más ganas que nunca.



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Etapa 11: jueves 16 de diciembre de 2010
Timişoara (RO) – Timişoara (RO)

(contrarreloj por equipos, jeje)

Las descoordinaciones ocasionadas por la gente que está sentada tranquilamente en sus despachos sin saber lo que se tiene entre manos nos golpea de nuevo: el teléfono nos saca de la cama a las ocho de la mañana con instrucciones de la aseguradora para que nos dirijamos al concesionario a autorizar por escrito la reparación porque el nuevo alternador ha sido localizado en București (Bucarest) y ya está de camino.

Al parecer, el regulador de carga es la parte que ha fallado pero va electrosoldado de tal manera al estator que es imposible repararlo a menor coste que la sustitución directa.



El taxista que nos recoge es un tipo listo del que aprovechamos muchas informaciones sobre la ciudad que sorpresivamente nos ha tocado conocer. Como casi todos los de su gremio por aquí, nos lleva en un Dacia Logan en el que montamos por primera vez. ¿Recordáis el anuncio de televisión…? Es el coche que lo tiene más o menos todo como los demás, pero lo puedes conseguir desde sólo siete mil y pico euros…

Cuando llegamos al concesionario, resulta que no hacía falta que hubiéramos ido porque el documento que firmamos ayer, que es el típico resguardo de depósito que te dan siempre que dejas el coche en un servicio oficial, ya incluía renunciar al presupuesto y autorizar la reparación.

De todas formas, aprovechamos el traslado para coger medicinas y otros objetos de la furgo, que seguía la pobre en el mismo sitio del exterior donde la había bajado la grúa, reposicionamos los conmutadores de las tres baterías para que no tuvieran malas lecturas con la carga cuando hiciesen los tests en el taller y nos informamos de cuándo será posible tenerla reparada.

El principal riesgo sería que no estuviera para el sábado y entonces la estancia se alargaría irremediablemente hasta el lunes como mínimo, y nos tocaría pagar dos o tres noches de hotel por nuestra cuenta porque la aseguradora abona fuera de España un máximo de cuatro jornadas. Les rogamos que agilicen al máximo el tema y les hacemos ver que se desbarataría nuestro plan de vacaciones si la cosa llegara a alargarse… y nos anticipan que la broma andará por algo más de 300 euros.

El madrugón nos sirve para reventar las estadísticas: –14ºC y con algo de viento, que baja un poco más aún la sensación térmica. Se convierte en el día más frío de las vacaciones.



Cuando volvemos en el taxi de la compañía al hotel, aún estamos dentro del horario de desayunos, que afortunadamente tenemos incluidos, pero, como somos casi los únicos clientes del establecimiento y nos han visto salir, lo tienen retirado. A nuestra sorpresa responden con una profesionalidad encomiable y nos sirven a la carta una completa colación de tortillas hechas al momento, panecillos variados, cruasanes rellenos, plum cakes, jamón y queso, y todo lo habitual de miel, mantequilla, mermeladas y cafés. Y por la patilla.



Con todo estibado entre pecho y espalda obtenemos las calorías necesarias para lanzarnos a eso de las doce a conocer la ciudad con más detalle empezando por



la biblioteca de la Universităţii de Vest (> exactamente aquí), una de las más prestigiosas del país. Por sus alrededores, los adolescentes del cercano instituto de secundaria se pavonean entre ellos y ante las chicas patinando improvisadamente por las partes más brillantes del hielo de las aceras. Algunos con verdadera maestría.

Sumidos en un paisaje invernal, que a veces miramos desde la cotidianeidad



y otras desde la poesía,



visitamos la catedral ortodoxa metropolitana y sentimos muchísima curiosidad por saber a qué se debía el crespón que colgaba de la bandera de Rumanía





en la torre (> exactamente aquí). Primero unos chavales no consiguen entender nuestra pregunta. Pero después, entre la explicación de unos señores que pasaban y la que nos dio la encargada de la tienda de velas del interior hablando con un clérigo, aclaramos todo: hoy hace exactamente veintiún años de los violentos disturbios que supusieron el comienzo de la Revolución Rumana de 1989 en la que murieron nada menos que 1 104 personas (más de cinco veces los atentados del 11-M en Atocha) y resultaron heridas de diversa consideración 3 352 según las cifras oficiales, y desencadenó desde luego el fin de la dictadura comunista de Nicolae Ceauşescu. Son los martirii Revoluţiei Române.

Los incidentes comenzaron precisamente en esta plaza (> exactamente aquí) un día 15 de diciembre (ayer) por una decisión gubernamental contra un obispo protestante, László Tőkés, que se había significado vertiendo algunas críticas en la prensa contra el régimen. Y la mecha prendió rápidamente en esta ciudad estudiantil y obrera que se lanzó a la calle a defenderlo y a defender de paso la lucha contra la opresión.

Como los incidentes llegaron a niveles muy graves, Ceauşescu, que llevaba en el poder desde 1965, mandó incluso al ejército disparar fuego real contra la población civil, lo que convirtió a Timişoara en ciudad mártir y contagió en pocos días a todo el país. Al final, como ya recordaréis por este video de calidad aficionado, que os recomendamos ver entero (cuidado con las durísimas escenas del minuto 08:00), cuando intentaba huir del país, el septuagenario matrimonio del dictador Ceauşescu, el Conducator (caudillo), con Elena Petreşcu, que era también viceprimera ministra, fue apresado casualmente en un control rutinario de carretera y sometido a juicio sumarísimo en un cuartel de Târgovişte sin apenas garantías procesales. Ambos, maniatados con cuerdas, murieron fusilados el día de navidad. Toda una revolución exprés en apenas trescientas horas.

Frente a la catedral ortodoxa, la misma piaţa Victoriei, presidida por la Ópera (> exactamente aquí) y por el emblema de la dominación romana,



donde la multitud clamaba libertad aquellos días de diciembre, hay ahora un sencillo mercado de navidad que vende vinos calientes con fruta y canela,



carnes a la brasa y todo tipo de regalos sin el lujo de otros lugares de Centroeuropa pero con algunos aparatos ingeniosos para barrer la nieve de las aceras.



Por todo el Este llama siempre la atención el gran número de mujeres conductoras de tranvía, como el que circulaba por la piaţa Libertăţii, frente al edificio de la Primăria Veche (el ayuntamiento viejo) abarrotado de palomas.



Como tomamos las notas de los viajes normalmente en agendas de semana vista



y este año, justo los días en que se ponen a la venta con mayor surtido, nos pilla fuera de España, entramos en una papelería-librería de las de toda la vida,



la Scolarul del número 3 de str 9 Mai (> exactamente aquí) y compramos una para 2011 a mitad de precio que exactamente la misma en el Corte Inglés.

Y un poco más adelante, haciendo unos blandengues a todos los que se quejan de que vender en la calle cuando hace frío es muy duro,



curioseamos en este librero de viejo (> exactamente aquí) en str Proclamația de la Timişoara y le compramos una gramática portuguesa escrita en rumano para regalar a un buen amigo que reúne todas las condiciones para merecerla: además de ser español, tiene nacionalidad portuguesa y perteneció a la antigua Asociación de amistad hispanorrumana.

A la una y media del mediodía la piaţa Unirii (> exactamente aquí), la más barroca y antigua de la ciudad es el vivo interior de un arcón congelador abierto.





Lo cual no impide que circulen bicicletas con toda normalidad, por ejemplo, a pesar del estado en que están las vías ciclistas.



Otro argumento para los que se lamentan en España de que no la usan porque hace frío.

Están acostumbrados desde pequeños…



Los cappuccini y la conexión WiFi del bohemio café estudiantil Emotion (> exactamente aquí) nos dan un respiro a las manos que se nos estaban quedando rojas cada vez que te quitabas el guante para apretar el obturador.



Al salir, estas ratas con alas, dignas de actuar en Los pájaros de Hitchcock se nos suben a las manos con inquietante atrevimiento.

Antes de las tres de la tarde, después de verificar que lo que ahora parece una nueva alianza Renault-Dacia, era una realidad ya en la época de los viejos R12,



ya estábamos de nuevo metidos en otro local en busca de calor. En este caso en el centro comercial BEGA (> exactamente aquí) a cuyas puertas este pope ortodoxo hacía proselitismo...



Nos gustó un montón la tienda de juguetes educativos donde vendían una especie de circuito de scalextric pero con forma de canal navegable que se rellena de agua, con esclusas, grúas, barcazas y cargaderos… Mucho mejor para el cerebro de los críos que algunas aplicaciones de la videoconsola Wii.



El regreso al hotel Reghina lo hacemos por el puente de la str Michelangelo, que cruza el Bega por este paraje.



Poco después, antes de meter la nariz en la sencilla tahona Dromihete de strada Arieş para coger unos pastelillos con los que merendar a la tarde, vemos esta contradicción: cómo el exterior de un frigorífico puede estar más frío que el interior.



En nuestro alojamiento de prestado nos aplicamos un rato para que ahora podáis leer todos estas líneas con un poco de orden y bajamos a almorzar a eso de las cuatro y cuarto.

Y hay que decir que para ser un hotel de medio pelo, el camarero y la maître, que también es la gerente del establecimiento, hacen gala de una manera de trabajar elegante, absolutamente de escuela, pero a la vez sin estridencias servilistas. Ese tipo de atención que cada vez se echa más de menos porque muchos jóvenes parece que toman a esta profesión como un trabajo de paso.

Unas sopas caseras nos entonan perfectamente el cuerpo…



Empleamos toda la tarde de solaz y riéndonos encima de las camas con los dos últimos capítulos emitidos de la desaparecida serie de TVE2/EiTB Ciudad K, que la conexión del hotel nos acercaba al ordenador. Humor inteligente, poco taquillero, un punto esperpéntico. Os la recomendamos.

La incursión nocturna a los encantos de Timişoara la comenzamos a las ocho y media paseando sin rumbo el barrio donde está el hotel (> exactamente aquí) y nos llegamos hasta el Spitalul Clinic Județean de Urgență Timişoara, el hospital judío que gasta poco en renovar las ambulancias (ésta parece la que llevó a Paquirri de Pozoblanco a Córdoba),



enfrente del McDrive (con otro barco varado en la nieve…)



y hasta la fundación, también judía, Casa Tineretului (> exactamente aquí), que es una especie de de centro deportivo, cultural y de congresos.

Admirando desde el escepticismo el consuetudinario olfato el pueblo hebreo para los negocios, como la cosa no tenía mucha sal por esta zona, caminamos por la avenida Arieş de nuevo pero en dirección al centro con la intención de visitar lo que nos había recomendado el chófer de la grúa la mañana anterior: el centro comercial Iulius Mall, que en el momento de ser construido en 2005 fue uno de los mayores de Europa (> exactamente aquí).

Cuando nos encontrábamos por la zona del Bastión (> exactamente aquí),



una de las pocas fortificaciones que quedan de la antigua muralla, al peguntar a un chaval si algún autobús llegaba hasta la zona del Iulius Mall, nos dijo que él iba unas cuantas paradas más allá y que podíamos colarnos perfectamente sin pagar porque a esas horas los inspectores del transporte público están ya durmiendo y nadie coteja si llevas encima el abono. En cuanto apareció a los cinco minutos el bus E2, animados también por un señor que decía haber trabajado en Sigüenza (Guadalajara) para un noble y que había terciado en la conversación, en plan campechano, en un pispás llegamos al destino. Nos enteramos de boca de nuestros nuevos amigos de que los rumanos que vienen a España son sobre todo moldavos, del noreste del país, que es la región menos desarrollada.

Bebiendo zumos de naranja recién salidos de la máquina que todos desearíamos poseer en casa sin tenerla que limpiar, vimos que el centro era realmente una pasada de diseño y proporciones.





Mirad en qué pecerita confinan a la gente que le da por tener cosas ardiendo colgando de la boca:



Pues nada: con unas cuantas compras para nuestra gente se nos llegó la hora del cierre y nos fueron echando para la calle.

En buena hora, porque al empezar a deshacer el camino que nos había adelantado el autobús, nos cruzamos (> exactamente aquí) con el restaurante Casa Antinori



en calea Aradului 14A. Por 2,50 €, por ejemplo, pudimos degustar una dorada a la brasa.



El atún al grill ocupa ya la vitrina de triunfos de nuestra memoria gastronómica. Volveríamos allí sólo por volverlo a tomar.



El tiramisú buenísimo…



A Rumanía le pasa lo mismo que a Polonia en muchas cosas. Son naciones en pleno desarrollo turístico e industrial y muy parecidas. Por ejemplo, en ambas en los restaurantes se estila el horario non-stop de 12-24 h. Para el viajero esto es simplemente genial.

De machismo, igual que en España: de todas las mesas, sólo tenían encendida la vela en las que había alguna chica.



Sacamos 300 RON en un cajero de piaţa Mărăşti porque se nos estaba acabando el efectivo. Cuando hagáis estas extracciones con tarjeta VISA en el extranjero, no os asustéis si veis que os compensan la transacción dos veces en la cuenta. A los pocos días veréis el cargo corregido. Es una práctica habitual que se hace para evitar descubiertos cuando los cajeros están off-line.

Al regresar a casa a pie de nuevo por el Bastión



echamos un vistazo a la sucursal del banco central, Banca Naţională a României (> exactamente aquí). Y nos confundimos de avenida en el parcul Civic.

Hablando de civismo, ¿cuánto creéis que durarían por aquí estos maceteros pequeñitos que rodean el parque (> exactamente aquí)?



Frente al liceul (instituto de bachillerato) de esta mañana, ya sin chavales, un vaso del KFC en un banco nevado es todo lo que da la cara el botellón rumano.



A la una y cuarto de la madrugada empujamos la puerta del hall del hotel y le damos las buenas noches al ¡mismo recepcionista que llevamos viendo todo el día!, uno con rasgos indios. Y luego nos quejamos de explotación laboral.

Lavamos la ropa. Vemos unos vídeos sobre las revueltas de 1989 por las mismas calles que hoy nos alojan y a eso de las dos y media parpadeamos por última vez.



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Etapa 12: viernes 17 de diciembre de 2010
Timişoara (RO) – Sălişte (RO)

Tras un rico bufé aún mejor que el de ayer, por tercer día consecutivo andamos como puta por rastrojo, nómadas de la burocracia y de la obsolescencia programada de los componentes de automoción, refugiados saharauis por un desierto helado. Nos echan a las doce. El hotel se clausura y la gerencia nos va a trasladar, por suerte en el mismo barrio, a otro de la misma marca y con una estrella más. Es el Reghina Blue****, en Cozia 51. Ellos dicen que no hay ningún problema, que no va a suponer problema adicional para nosotros. Pero la aseguradora no tiene ni idea. Nadie se ha molestado en decirles cuando reservaron nuestra estancia por causa de la avería que este imponderable iba a suceder.

Así es que a golpe de teléfono informamos al ángel de la guarda del automovilista, que se porta bien y acepta que nos suban de categoría. Y dicen que nos mandan un taxi para el traslado… que aún estamos esperando.

Visto lo poco que cuesta aquí un taxi era más barato llamar uno por nuestra cuenta que volver a comunicarse con Barcelona para reclamar el que nunca llegó.

Finalmente optamos por ir nosotros mismos cargados con el equipaje hasta el nuevo hogar (> exactamente aquí), luminoso, con terraza, amplios salones, altos muros de pavés, algo más diáfanas habitaciones mejor dotadas que el anterior,



parking privado… y disfrutamos de tan maravillosas instalaciones… exactamente cuarenta y nueve minutos.

Una nueva llamada telefónica de nuestro eficiente y coordinadísimo seguro nos da la novedad: que nos vayamos al concesionario que ya lo tenemos reparado. Los de la Mercedes, que nos habían prometido llamar tan pronto estuviera listo, no nos llaman y tenemos de nuevo que ser nosotros los que les pidamos confirmación de si es cierto que ya está reparado.

Ante la cara de sorpresa del nuevo recepcionista,



que seguro que hacía tiempo que no veía una estancia ya pagada tan corta (seguro que un eyaculador precoz tarda más entre ponte bien y estáte quieta), salimos camino del taxi que, esta vez sí, acudió a buscarnos. Además era exactamente el mismo chico del Dacia Logan del día anterior. Ya como de la familia, oiga.

Entre el uno y el otro nos aconsejaron sobre el mejor itinerario para ir hacia Bucarest atendiendo al tráfico y al estado de las carreteras,



porque hay una ruta más directa pero muy frecuentada por los vehículos pesados provenientes de Hungría que no nos recomiendan.



El recorrido por las gargantas del Danubio, por desgracia, debido a la gran distancia a la que están ahora y el mal tiempo,



queda anotado en el cuaderno de cosas pendientes para la próxima vez. Una pena, pero bueno: lo comido por lo servido. Nos ha encantado Timişoara.

Aflojados sin anestesia los 1 347,34 RON (336,83 €) en la caja del elegante concesionario, con ese estilo de guante blanco tan característico de la marca, agradecemos al señor Motiu lo verdaderamente importante del caso, que es la prisa que se ha dado en resolvernos la papeleta y le animamos a leer el relato de este viaje en el foro dentro de unas semanas; retiramos las cadenas, sucias y ya tirando para viejas, y las colgamos del portabicis para que escurran; revisamos que todo esté en orden y atravesamos la valla de seguridad del perímetro, que está apenas a unos centenares de metros del barrio de Freidorf, donde nació en 1904 Peter Johann “Johnny” Weissmüller, el más popular de los tarzanes de la historia del cine.



Es el tributo que hay que pagar de tarde en tarde por calentador, precalentador, inversor, 3ª batería, equipos audio-video... El regulador de carga trabaja más.

A las dos de la tarde, muy cerca del concesionario (> exactamente aquí), en Sagului 189, los chicos supertrabajadores y atentos del spalatori (autolavado) Sandybell



nos dejan la furgo, el portabicis y las cadenas como una patena, con secado a mano y encerado incluido por sólo 20 RON (5 €). Ahora ya entendemos por qué lo ventajoso es ganarlo en España y gastárselo en Rumanía.

A las tres de la tarde en punto abandonamos la segunda ciudad del mundo (tras Nueva York) en instalar alumbrado eléctrico en sus calles, y tomamos la carretera rumbo a Lugoj y, como si en ese crítico momento pasásemos a Rumanía –porque la entrada que tuvimos no era entrada en condiciones–, escuchamos el mp3 de su himno nacional a todo trapo. El viaje continúa, por fin.

De camino vamos parando sin éxito en varias gasolineras a chequear si hay de nuestro carburante. En la Lukoil del pueblo de Topolavăţu Mare incluso nos paramos un rato (> exactamente aquí) a hacer un poco de intendencia tras varios días sin rotar productos y sin recoger el interior. Y unas fotos al ocaso que ya caía y a este scoala (autoescuela) que nos apareció en las proximidades de Belinţ.



Sobre las cuatro y media alcanzamos en Coşteiu el peligroso cruce (> exactamente aquí) de la carretera nacional 6 con la casa de compuertas



del canal que alimenta con el cauce del río Timiş el del Bega, que es el que cruza por el centro de Timişoara. Otra excusa para parar, porque la ingeniería hidráulica nos gusta especialmente.

Casualmente había por allí al lado una variada tienda a pie de carretera con todos los souvenirs que uno pueda ser capaz de imaginar.



Una gorra con la leyenda del nombre del país y un zuequito de cerámica comprados allí ya recogen polvo a estas horas por las estanterías de la familia. En el suelo de la calle nos vuelven a recordar, en este caso en rumano, lo malos que son los humos.



Aquí pasa como en Bosnia: ha triunfado el nombre pensión-restaurante cuando el establecimiento es sencillo. Al costado mismo de las compuertas resulta que estaba el restaurant-pensiune Rolem, que consistía en una señora madura, de carácter correcto si no le llevabas la contraria y de palabras medidas, como si al pronunciarlas corriese el contador. Podríamos decir que si no hablara pasaría por sayaguesa. Al preguntarle si hablaba inglés dejó la carta sobre la mesa como si acabase de aceptar un órdago a la grande, dijo no y se esperó a que nos buscáramos la vida, que fue ponernos hasta las cejas los dos a base, entre otras sopas y guarniciones, de cordon bleu, cerveza de la tierra, la bere Timişoreana y los cafés por 5,40 € cada uno (43,10 RON en total). No sé a qué esperáis para venir a Rumanía. Eso sí, como la señora dijo que no había postres en ese bar, pues nos quedamos sin ellos, pero tampoco es que tuviésemos mucho hueco…

En los baños, dos curiosidades: la letrina de mear metida en cabina y con puerta de saloon del oeste norteamericano. Y el rollo de papel puesto en la cara interna de la puerta…



Es muy de destacar que estos países del Este, que creemos más pobres que nosotros, y lo mismo se aplica para Portugal, donde incluso hay franquicias que las sirven en los centros comerciales, tienen muy presente en sus dietas las sopas. Y las sopas mediterráneas son un condensado de virtudes porque hidratas el cuerpo sin darte cuenta, aportas con el caldo todos los nutrientes solubles de las verduras, las gelatinas de los huesos empleados tan beneficiosas para las articulaciones, toda la fibra del mundo para el tránsito intestinal y, encima, son saciantes. ¿Qué más sano se puede pedir para compensar la mala alimentación que tenemos en los ajetreados menús modernos?

Además, son muy frecuentes las ensaladas con hortalizas de invierno, como ésta de repollo picadito que nos sirvieron:



Al salir de comer y volver a la furgo, que nunca hemos tenido más brillante,



nos encontramos con el segundo y último pidepelas de todo el viaje, un pobre hombre que tampoco debía de estar muy bien de juicio por los gestos que hacía y que seguía al vehículo incluso en marcha cuando nos marchábamos a la gasolinera del pueblo, otra Lukoil, que nos sirvió para llenar a tope, un buen truco para ganar adherencia en la nieve.

Cuando estábamos pagando en la caja, tras comprobar que se les habían acabado todos los botes de preparado azul lavaparabrisas, nos entristeció un poco la escena de ver a un matrimonio de unos cincuenta años, ingleses, que venían a devolver una garrafa de anticongelante que acababan de comprar unos minutos antes porque ya no era necesario.

La señora nos preguntaba desesperadamente el nombre del pueblo (le explicamos junto con los dependientes que era Coşteiu) para indicarlo por teléfono a su seguro: acababan de reventar el circuito de refrigeración del monovolumen en el que viajaban. Digamos que les pasamos el relevo por casualidad. Acaba de anochecer y ya hay –7,5ºC.

Tras pasar la travesía de Lugoj, a pie de la 68A en un pronunciado ángulo recto que hace la vía dentro del pueblo (> exactamente aquí) de Făget hicimos algo de compra en el supermercado, una especie de DIA bien surtido para ser un pueblín de poco más de siete mil habitantes.



En él repusimos pimientos ¡blancos!



y tomates, que en rumano se llaman simplemente rojos, a secas, como si aquí a pedir limones lo llamásemos dame un kilo de amarillos.



El idioma tiene cosas que nos hacen sonreir, como que a los embalses los llamen lagos de acumular



… o que por todas partes haya luminosos que digan simplemente feliz año (la mulți ani), en plan secular, en lugar de felices fiestas o feliz navidad.

Si tenemos algún problema con la gente que no habla inglés, abrimos cualquier aplicación del teléfono que sirva para traducir y enseguida sabemos cómo preguntar.



También vimos que la encargada del local y el vigilante de seguridad de la puerta, ambos, portaban armas de fuego sin ningún disimulo y sorprendente desproporcionalidad. Siguiendo ese criterio, en los hiper debería haber una compañía entera con fusiles de asalto Kaláshnikov. O a lo peor es que los han atracado alguna vez a la hora del cierre…

Ocho kilometros más adelante, en Margina (> exactamente aquí), varias dotaciones de bomberos y policía se afanan en excarcerar a los ocupantes de un vehículo accidentado en el suave ascenso hacia el pasul Coşeviţa (> exactamente aquí), donde unos obreros se calentaban al amor de una fogata improvisada. Es el puerto que, tras el esbelto pirulí repetidor de televisión y telefonía de su coronación, da paso en un amplio panorama al valle del río Mureş que nos conduce directamente a la importante población de Deva.

Por la privilegiada situación en el alto, vemos acercarse y alejarse un tren atavesando el paso a nivel que mantiene a los coches detenidos en Ohaba. Conforme la Marco Polo se va acercando a la cola, las barreras se levantan y el tapón se deshace lentamente…

Durante un trecho importante vamos paralelos a otra linea de ferrocarril, el Arad-Deva, y la carretera 7 a la que hemos afluido tiene un tráfico de camiones mucho mayor porque es conexión internacional Budapest-Bucarest pero no tiene un firme mejor, sino todo lo contrario. Aparecen sorpresivamente los terribles agujeros de los que nos prevenía el pizzero de Mónaco. Imposible correr sin destrozarlo todo. Un camión con prisa nos hace entender sonoramente que según él deberíamos ir más ligeros a la altura de Mintia, donde tuvimos la oportunidad de ver la tercera central termoeléctrica más importante del país.



Al entrar, se aprecia que Deva es una población notable a simple vista (tiene unos 70 000 habitantes). Como ya son las nueve y media nos pica el apetito de nuevo. Nos aventuramos por la zona de la estación, que está muy animada y llena de furgonetas en un aparcamiento enorme. Seguramente un P+R intermodal. Como los analistas de McDonald’s no dan puntada sin hilo, pues allí mismo (> exactamente aquí) había una sucursal (por supuesto con internet gratis) donde tranquilamente aparcamos y cenamos con la desinteresada vigilancia de un segurata que debía de incorporar a su dieta más BigMacs de las recomendables.

De vuelta a la carretera, pasando por Sântuhalm (> exactamente aquí), nos aparece este templo en medio de la noche



mientras los coches pasan a toda velocidad sin importar que el asfalto esté a –13,5ºC.



Tampoco era fea ésta de la plaza de Orăsție (> exactamente aquí), que captamos a las once de la noche.



Pasamos por el complejo maderero de Kronospan, en Sebeş (> exactamente aquí). Así se ve desde donde nos detuvimos en el arcén a tratar de captar la sensación de estar en una extraña base lunar.



Después de descansar unos minutos alrededor de esta casa de la cultura (> exactamente aquí) tan adornada por las fiestas,



empezamos a darnos cuenta



de que ya estamos dentro de los límites de la literaria Transilvania. Y de que deberíamos ir pensando en dormir (llevamos ajos y una estaca de madera en la furgo y no hay problema), así es que pasamos un momento a por líquido de parabrisas capaz para –20ºC



y a repostar a la salida de Miercurea Sibiului (> exactamente aquí).

En un principio pensamos que es en régimen de prepago y pasamos la tarjeta de crédito por el lector del surtidor, pero enseguida viene Nico, el gasolinero guapo de cualquier película americana, y anula la operación porque es sólo para tarjetas de camioneros y nos cobra dentro de la tienda.

Finalmente, a la una y media de la madrugada, entramos en Sălişte (valga la paradoja, jeje) para aparcarnos en la parte trasera de la estación de servicio-restaurante de la marca Aral (> exactamente aquí), tambén muy habituales en el Este. Al maniobrar comprobamos que el empleado ya mayorcito está tirado en su butaca viendo una peli porno y notamos que mira hacia atrás como incómodo.

Así es que nada: apagamos rápidamente las luces y ponemos los sets isotérmicos y nos metemos los cuernos en el caracol. Antes de dormir, descargamos las fotos de las cámaras en el disco duro y nos ponemos los tapones para no tener que aguantar el rato que se ponga a calentar motores por la mañana el camión cisterna del al lado.



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Etapa 13: sábado 18 de diciembre de 2010
Sălişte (RO) – Periş (RO)

Tan dormidos estábamos esta noche que ni nos hemos dado cuenta de que en el espacio pequeño que quedaba entre el camión cisterna y nosotros se ha metido de culo otro tráiler dejando exactamente 10 cm de separación con la chapa de la carrocería.

Lo que realmente nos devolvió a la vida son los golpes de las sobretapas metálicas de los tanques subterráneos de la gasolinera. O sea, esas estructuras que evitan que se acumule la nieve directamente sobre las tapas de verdad. Así cuando, como esta mañana, rellenan las cubas, no se mete mierda hacia el interior del depósito nutricio al levantar las escotillas redondas.

Cuando el reponedor se cansó de hacer ruido, se puso a mear detrás de la furgo junto a la zona tintada, en un GH improvisado en el que seguro que no pretendía concursar.

A falta de diez minutos para la una del mediodía salimos de Sălişte, hoy valga la redundancia.

Mucho tráfico pesado hasta la altura del aeropuerto de Sibiu (> exactamente aquí), una de las principales ciudades de Transilvania y, además de capital europea de la cultura en 2007, uno de los sitios con mejor calidad de vida del país.



Tras una breve travesía por ella, en la rotonda de Veştem (> exactamente aquí) se nos presenta una gran duda: ¿continuar hacia Bucureşti por Braşov o por Piteşti?

Si fuésemos por la primera veríamos con nuestros propios ojos lo más encantador de Transilvania y helados paisajes de montaña, quizá a golpe de cadenas. Si vamos por Piteşti tendremos más llanuras, más tráfico, pero mejores carreteras y la oportunidad de ver las grandes fábricas de automóviles (como la Dacia)



e industrias auxiliares que la Europa más rica se ha encargado de deslocalizar aquí, en Polonia o en Eslovaquia. Dadle la vuelta a vuestros platos de IKEA y lo veréis: Fabricado en Rumanía.



Detenemos la furgo unos segundos en el arcén, cogemos una moneda rumana y la tiramos al aire. La suerte decide que vayamos por la montaña, siguiendo por la carretera nacional 1.

Nada más elegir esta opción comienza la pequeña y retorcida subida del puerto de Kuhberg (465 msnm) (> exactamente aquí), cuyo nombre nos anticipa el importante influjo germánico en toda esta región. En las recurvas aparecen no menos de seis o siete puestos que venden al viajero quesucos de cabra cuidadosamente apilados.



Siguiendo con la toponimia, aprendemos a base de repetir la lectura de los carteles (como Porumbacu de Jos y Porumbacu de Sus, etc) que la mayoría de los pueblos que están en la carretera se llaman … de Jos, mientras que los que están al lado pero en las laderas se apellidan … de Sus (> exactamente aquí). ¿No os recuerda en La Rioja al Monasterio de Yuso y al Monasterio de Suso? O sea, el de abajo y el de arriba. Como véis, seguimos todos hablando el mismo latín… ligeramente modificado.

En una de las áreas de este trayecto, lleno de bosques frondosos,



aprovechamos para limpiar el WC químico que ya avisaba de estar casi lleno (> ver cómo hacer este brico).



Un poco antes de llegar a Făgăraş, admiramos un templo



hecho casi enteramente en madera (> exactamente aquí), al modo nórdico, y en la ciudad una catedral ortodoxa en construcción



rodeada de andamios (> exactamente aquí) que distrae la vista de la ciudadela



Al salir del pueblo, unos córvidos negros se nos cruzan desde la izquierda, lo que no nos impidió llegar perfectamente hasta el centro comercial Hornbach (nuevo germanismo) a las puertas de Braşov (> exactamente aquí). Cuando abandonábamos el aparcamiento buscando lentamente la salida hacia la ciudad, vimos entre los coches que desde una VW T3 sobreelevada nos estaba haciendo un video una rubia que era la viva imagen de Tatiana Marishkina, ya sabéis, la ordinaria gran hermana a la que todo le salía de la rajeta del coño.



El tranquilo aparcamiento descubierto que hay (> exactamente aquí) a cien metros de la iglesia negra de Braşov nos sirvió tanto de cuartel general como de aprendizaje de nuevas (para nosotros) tecnologías:



Cuando entramos, la máquina nos entrega una ficha, como de ruleta francesa de casino. Pero ningún ticket.



Al salir caminando le preguntamos al señor de la garita por las tarifas y por el horario y descubrimos que ya la ficha tiene introducidos todos nuestros datos y la hora de entrada para calcular el precio final mediante un chip oculto.

País de contrastes. Como nos sucedía en Portugal hace veinticinco años, donde al lado de viejas tiendas de mostradores de madera podías encontrar modernísimas máquinas expendedoras de sellos de correos, que hemos visto en España hace cuatro días nada más.

Lo primero que le canta a uno en Braşov es que hay pasta por un tubo. El aspecto difiere muy poco de cualquier buena estación de invierno de los Alpes suizos.





Nuestas botas de trekking van aplastando nieve con tacto de arena seca de playa



por la acción de la sal mientras divertidas cuadrillas de chavales avanzan veloces con trineos de mano.



En lo alto del caserío, en la falda del monte, un letrero hollywoodiense recuerda al visitante que está en Braşov



Las calles más inclinadas son continuas exhibiciones de patinaje y el ambiente es decididamente navideño. Bancos, denominaciones, y tiendas de sabor alemán por todas partes.



Con las ventajas de los elásticos horarios de comidas que brinda esta cultura, nos metemos a más de las cuatro y media de la tarde en el restaurante Ambasador en Republicii 60,



íntimo y bien atendido (> exactamente aquí), con clientela de corte familiar





propia de estas fechas, a cuyos postres aprendimos a apreciar la rica versión rumana de los donuts caseros, los papanaşi, que se sirven con cremas de yogur y frutos rojos.



Cuando quitan el agujero de la masa, también lo aprovechan, como veis. La interpretación del lenguado a la meunière, sin embargo, fue completamente libertina. Diríamos que revolucionaria.

El ensanche de la ciudad (> exactamente aquí) se articula en torno a estos edificios señoriales de la corte de justicia,



la estafeta central de correos y el ayuntamiento.



Y ante él, de nuevo, el emblema supremo de la dominación romana: otra loba capitolina amamantando a los fundadores míticos del imperio que dominó este territorio.



Cuando el frío acabó de cebarse con nosotros, la emprendimos a mordiscos contra unas tartas de queso y de chocolate, bien regadas de café,



en el Krauss (no hace falta seguir subrayando que son germanófilos, ¿verdad?), que atienden dos chicas encantadoras (> exactamente aquí) en Republicii 19. Riquísimas.

De paso, usamos su conexión a internet para ir reservando hotel en Bucarest, seguramente el mejor y más funcional de los disfrutados en este viaje.

La retirada la emprendimos por las callejuelas de la famosa Biserica Neagră (la iglesia negra),



que debe su nombre al incendio sufrido en 1689 durante la invasión austriaca.

Como la plaza es un destino turístico de primer orden, hay oficinas de cambio con esta sencilla ratio: dan cuatro lei por cada euro o tres por cada dólar estadounidense.



Por dos razones dejamos voluntariamente para cuando seamos viejos (si acaso) el visitar el castillo de Bran (> exactamente aquí), que no es más que un bonito edificio adonde acuden galernas de viajes organizados. Primero porque Vlad Tepes III de Valaquia, Drăculea el empalador, nunca estuvo en ese lugar y el personaje Drácula de Bram Stoker es simplemente eso: una novela de ficción irlandesa. Y ese castillo, en realidad, es uno de tantos, pero con marchamo comercial.

Del aparcamiento llevamos la furgo a repostar en la OMV Petrom, del 110 de la calle Bucureşti (> exactamente aquí), que, como su nombre indica, es la salida sur hacia la capital. Anduvimos en ella también limpiando bien parabrisas y luneta para ver mejor, porque el frío, la humedad y las oleadas de salpicones van dificultando constantemente. No encontramos mapa de Rumanía que nos gustara.

A las nueve y media de la noche, iniciamos la costosa travesía de los Cárpatos Meridionales



adentrándonos por el valle que lame los pies del promontorio donde está Sinaia y no tuvimos ocasión de ver por los accesos nevados el castelul Peleş (> exactamente aquí),



pero sí la estación de los Căile Ferate Române CFR (FFCC Rumanos)



a la que llegaba en ese momento un expreso nocturno



(> exactamente aquí). Nos sentimos por un momento en alguna escena de Doctor Zhivago



o llegando a la de Владивосток (Vladivostok) en el Transiberiano, cosa que algún día nos gustaría hacer, porque hay familia ferroviaria y el tema tira mucho. Como los andenes estaban en obras y todo era de un indistinto color blanco, uno de nosotros todavía se está lamentando de una soberbia culada contra el suelo, con aterrizaje de cámara y todo.

Enseguida de continuar, aparecen las indicaciones para desviarse hacia Târgovişte, que, como se ha dicho antes, es el lugar donde fue ajusticiado manu militari el dictador.

Exactamente a las 22:45 por mera casualidad, a unos doscientos metros al SE de la intersección de la carretera nacional 1 con la local 215 que va a Băicoi, rodamos junto a un indicador que marcaba el paso virtual del semihemisferio norte, o sea, el paralelo 45º00’00”N (> exactamente aquí).

Las travesías se van sucediendo en alternancia con segmentos de vías de cuatro carriles sin mediana. La noche, a pesar de ser de sábado, es tranquila y sólo se ve jaleo al pasar por las poblaciones menos pequeñas. Un fuerte olor se mete por los aireadores a unos 55 km de Bucarest: proviene de la gigantesca refinería Petrobrazi (> exactamente aquí), en Brazii de Sus, nada más acabar la circunvalación de Ploieşti.



Fea, sucia y contaminante, pero al fin y al cabo la responsable en parte de que la furgo esté circulando por sus proximidades.

A veinticinco minutos para que sea un nuevo día –cosas que pasan los sábados por la noche en las carreteras– vemos en la travesía de la nacional 1, en Puchenii-Moşneni (> exactamente aquí), lo que parece un enorme control de carreteras con profusión de pirulos azules, pero tristemente era esta colisión frontolateral entre dos turismos:



Luego, al pasar frente al moderno hotel Mirage Snagov***, en Tâncăbeşti, tenemos la fortuna de que desde el aparcamiento de enfrente (> exactamente aquí), en la gasolinera Agip, a nuestra mano, somos capaces de obtener buena señal de su conexión a internet. Así es que planificamos cómodamente tumbados allí la jornada que en esos instantes comenzaba, junto a un par de lagos artificiales congelados.

Se nos pasaron así dos horas largas, a las que siguieron las complejas tareas de buscar dónde dormir sin meterse en un berejenal de barro y nieve del que no pudiésemos salir por la mañana.

Tras un deslizante intento fallido por las orillas de uno de los lagos, nos posamos en el pueblito de Periş, en el pinar que hay junto a la intersección de las carreteras locales 101B y 179 (> exactamente aquí). La última imagen del reloj de los armarios traseros cuando cerramos el ojo decía que eran las cuatro.



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Etapa 14: domingo 19 de diciembre de 2010
Periş (RO) – Bucureşti (RO)

Un sol radiante, que hace bueno el que la lengua inglesa le haya adjudicado este día (sunday), nos acompaña todo el desayuno dominical. La temperatura, por primera vez en ocho días, sube tímidamente de 0ºC.

Cuando salimos de nuevo a la carretera general para entrar ya en los suburbios de Bucureşti (Bucarest), volvemos a ser afortunados de no caer en un control policial que había establecido en el cruce. Sin embargo no nos libramos de los surcos longitudinales y nos mecemos como barcas en la marejada cada vez que las ruedas se salían un poco de lo deformado por los camiones.

Las primeras panorámicas de Bucarest confirman el sobrenombre, que se disputa en ocasiones con Budapest, de ser la París del Este: megalómanos ejes urbanísticos, que se extienden hasta donde la vista no alcanza, pueblan la tranquila mañana sin tráfico. Es como si entras en Madrid por la Castellana un día festivo.

Ahí estaba la Casa Presei Libere (Casa de la Prensa Libre),



imponente (> exactamente aquí), tantas veces vista en los libros, quintaesencia de la arquitectura realista soviética junto a la Universidad de Moscú. Ahí está también (> exactamente aquí) el Arcul de Triumf (Arco de Triunfo), que gritó al mundo que la Rumanía moderna



se había independizado por primera vez, en este caso del yugo otomano; y las elegantes embajadas (> exactamente aquí) de los Estados Unidos de América, de Rusia y de Canadá rodeadas de jardines serenos…

Para aprovechar al máximo la jornada hotelera, a las doce y media nos registramos en el moderno, pequeño y funcional hotel Berthelot**** (Gen. Berthelot 9) a un precio de risa con aparcamiento y desayuno incluidos en lo más céntrico de la capital. Además, como superamos un poco el gálibo para las plazas subterráneas, nos colocan en la propia terraza (> exactamente aquí) frente a la recepción acristalada, a 30 metros de la catedral católica. Mejor trato imposible.



El sol aquí también inunda la habitación en la que nos alojan



con vistas a un palacete de techos de pizarra y buhardillas con algunas reformas pendientes. Nos volvemos a sentir mediterráneos, meridionales, latinos. Y aprovechamos también para todo tipo de cosas prácticas como volver a quedar como pinceles y lavar la ropa.

Dado que estamos al lado mismo del Ateneul Român (el Ateneo) (> exactamente aquí), la más prestigiosa sala de conciertos del país,



nos recomiendan vivamente que comamos justo a su vera, en Episcopiei 9 (> exactamente aquí), en el restaurante Ca la Mama Acasã, del que salimos ya sin luz de día,



que tiene en total siete locales repartidos por el país y es más conocido simplemente como La Mama.

Por el camino vemos muchas Viano y recordamos que nuestro nuevo alternador unos días antes estaba en algún almacén de esta ciudad. En el comedor, otra vez, muchas familias y grupos de amigos. Ya sabéis: las quedadas de navidad.

Si os gusta el sabor del maíz, hacen con este ingrediente unos huevos a la transilvana imposibles de terminar.



La dorada con patatas a la rumana también merece la pena.

Nos tocó sentarnos justo debajo de uno de los televisores (aquí es como en Portugal: los restaurantes sencillos suelen tener la tele puesta), así es que bastantes comensales miraban hacia nosotros porque estaban retransmitiendo el partido de balonmano femenino entre las selecciones de Dinamarca y Rumanía.

Para bajar la grasilla nos adentramos a pie por las elegantes avenidas que fueron disponiendo ante nuestros ojos primero un mercadillo de navidad prácticamente cerrando; la soberbia estatua del príncipe alemán Carol I (> exactamente aquí), que fue el artífice de la Rumanía independiente, recién puesta estos días en este lugar,



frente al palacio real,



desde que se mandó retirar en 1947 por las autoridades comunistas; una nutrida brigada de obreros quitanieves que iban acondicionando en las aceras sendas transitables para pisar con alguna seguridad; luego pasaron también



el teatro Odeón (> exactamente aquí), el palacio del Círculo Militar Nacional (> exactamente aquí),



o la sede central del banco CEC (> exactamente aquí), con el mismo estilismo



que podría tener en los Campos Elíseos.

Anduvimos igualmente por la basílica Zlătari,



un poco por la zona de tabernas, mercadillos del casco viejo, donde se sigue sirviendo vino caliente,





el museo de historia



y por la corte de justicia



y, tras atravesar el luminoso cruce de las avenidas pasajul Unirii y Corneliu Coposu,





la Times Square rumana (> exactamente aquí), nos abdujo el centro comercial Unirea (> exactamente aquí) en busca de calorcito y de este mapa topográfico (1:200 000)



del país que nos vendieron en la librería Diverta, que conservamos como un tesoro por su calidad.

Como en todas las capitales, también estaba el templo comercial del equipo estrella, el Steagua:



El paseo continuó por la Biblioteca Nacional de Rumanía, junto a las aguas remansadas del río Dâmboviţa,



y por la catedral ortodoxa, un delicioso reducto de paz en medio de la vorágine urbana (> exactamente aquí). Una exquisita soledad apenas turbada por las pisadas en la nieve.



Lo único que discordaba –hay que decirlo– es que en este tipo de monumentos, que son patrimonio de alto nivel, cosas como estos condensadores no deberían permitirse.



Al curiosear por el interior de la catedral ortodoxa metropolitana, vimos cómo el sacramento de la confesión no se realiza en cajones de madera, como en el credo católico, sino metiendo la cabeza el penitente bajo la estola del pope.



Pasando por el palacio patriarcal (el obispado, para entendernos), fuimos abandonando el recinto sagrado.



Con el largo recorrido del bulevar Unirii, que estaba peatonalizado (> exactamente aquí) a esas horas, y la visita al exterior



del Parlamento (al fondo de la imagen), con medidas de austeridad en la iluminación, por la crisis, (> exactamente aquí), la otra joya de la arquitectura socialista, pusimos el punto de inflexión y empezamos a regresar hacia el hotel.

Atravesamos un barrio sórdido (> exactamente aquí) y poco recomendable, pero el frío intenso todo lo aplaca y no hubo ningún susto. Bueno, sí: uno de nosotros, el que quedaba por estrenar el suelo con el culo, como consecuencia del hielo brillante de la salida de un canalón (> exactamente aquí), mordió la derrota en la acera en cuesta de la esquina de Victoriei con Splaiul Independenței, nada más cruzar el río Dâmbovița por la pasarela peatonal.



Luego pasamos por los jardines de la biserica Kretzulescu (> exactamente aquí) y, ya en casa, con la furgo a la puerta,



unas duchas reconfortantes y a repasar lo visitado para poder ahora contarlo en condiciones. Bueno, lo pudimos hacer sólo durante un rato porque la conexión inalámbrica de todo el hotel se petó y no volvió a funcionar hasta el día siguiente por la mañana.

La última salida, como al pasar le habíamos echado un ojo al restaurante del hotel Radisson*****, al lado del nuestro, llamado Le Bistro (> exactamente aquí), consistió en una ligera pero sabrosa cena allí a base de algunas cosas ricas como la ensalada griega o una estupenda mousse de chocolate belga y otra amena sobremesa y una visita al interior del hotel, bellamente iluminado,



que se prolongaron hasta las dos y media, en que volvimos al Berthelot y cerramos el ojo.



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Etapa 15: lunes 20 de diciembre de 2010
Bucureşti (RO) – Обзор (BG)

Cuando bajamos al desayuno bufé, donde una original manera de poner los manteles nos llamó mucho la atención,



ya habían arreglado el router y la conexión a internet del hotel volvía a funcionar, así es que la aprovechamos relajadamente hasta la hora del check-out, sobre todo cargando en los teléfonos y en la tableta la ruta que íbamos a seguir hasta el mar Negro porque el DVD Pioneer CNDV 90MT de Europa del este que usamos en el navegador de la furgo sólo incluye este año hasta Serbia y Grecia, a.i.

Como teníamos bastante roña y sal,



pasamos un momento por el spalatorie (autolavado) del bulevardul Mărăşeşti (> exactamente aquí) que, como en las capitales todo es más caro que en provincias, nos costó 25 RON, 5 más que en Timişoara, y tuvimos que esperar también más rato. Desde allí, circunvalamos el inacabable edificio del parlamento





para cogerle la medida (> exactamente aquí).

Tan sólo tres días después un trabajador se intentaría suicidar arrojándose desde la tribuna de invitados como señal de protesta por la situación económica del país (> ver la noticia).



Sobre las dos del mediodía, metidos en un denso atasco, vamos avanzando posiciones hacia la salida de la ciudad por la A2. Coincidimos por primera vez con un coche de Moldavia



Una chica nos pide permiso para colarse en una intersección con un poco de antelación. Lo cual en cualquier gran ciudad por aquí sería cortesía-ficción.

Todo vale en los embotellamientos. En los semáforos vendedores ambulantes no ofrecen cleenex sino gorros para el frío y hasta cortavientos amarillos tan preciosos que casi picamos... Un taxi del carril derecho, de repente, se sube ¡por la acera helada! y avanza cien metros. Es la jungla.

Justo antes de entrar en la autopista nos equivocamos y vamos a dar al barrio de Cățelu (> exactamente aquí), sin muchas consecuencias graves. Nos intercambiamos de asiento para ir dándonos el relevo.

El recorrido plano y rectísimo que hace la autopista desde Bucarest hasta el delta del Danubio es como circular por La Mancha, pero con canales de regadío cuadriculando la llanura. Realmente no se ve el horizonte el algunos momentos.



Sólo aparecen de tanto en tanto gasolineras de la elocuente marca LITRO y una efímera vez la bonita cifra de 180 000 km en la pantallita del velocímetro cuando pasábamos por Lehliu-Gară (> exactamente aquí) que es el barrio de la estación de Lehliu. Nuestra furgo acaba de dar cuatro vueltas y media al planeta en seis años y dos meses.

Nos cruzamos con un transporte de reclusos que va hacia Bucarest por la calzada de la izquierda y un cuervo negro en el arcén derecho dos kilómetros antes de Feteşti. Allí termina la inmensa llanura Dunárica y un airoso viaducto (> exactamente aquí) nos introduce por primera vez en el delta,



entre el llamado bratul Borcea y el cauce titular. Tras 17 km de campos de labor y marisma, otra megaestructura (> exactamente aquí) vuela sobre el curso principal del río



junto a las grandes esclusas navegables de Cernavodă (> exactamente aquí), donde termina la autopista.



Ya huele el aire a mar Negro.

A la entrada de Constanța (Constanza) se hace ya casi de noche cuando sólo son las cinco y cuarto. En el contraluz se nos cruza un tráiler saliendo de un polígono industrial sin el menor pudor, a la napolitana, haciéndonos parar bruscamente. La luna está casi llena. De nuevo el azar nos hace un guiño y vamos a aparcar la furgo aleatoriamente en un mirador (> exactamente aquí) que resulta ser la calle Mihai Eminescu, el mismo poeta rumano cuyos versos premonitorios nos resonaron días atrás en Oravița.



Junto al precioso panorama se alzan los ventanales amplios del restaurantul Zorile al que entramos con apetito comprobando que la sala estaba vacía y con unas ociosas camareras canturreando de espaldas, ajenas a nuestra intempestiva presencia, el Bailamos, de Enrique Iglesias. En Cannes nos ataca el padre y en Constanța el hijo. Esto no puede seguir así...

No lo hemos dicho hasta ahora porque no estábamos seguros. No hay que juzgar sin probar mucho. Pero ya podemos confirmarlo: los panes rumanos tienen poca gracia. Son como bollos suizos blanditos, correosos y salados, como del día anterior. Es lo malo de tener costumbre de tantos panes franceses. Ya nada puede superarlos.

Nos gustaron mucho la sopa de pollo a la griega, y que los huevos fritos se sirvieran de tres en tres, en vez de dos en dos. Y estos lenguados rebozados.



Pagamos en cash porque no aceptaban tarjetas.

Otro poeta, el romano Publio Ovidio Nasón, era uno de los mayores pelotas del sistema que se puede uno echar a la cara. De todas formas, a pesar de que adulaba al emperador Augusto para mantener su posición de preeminencia, al final, por oscuras razones, fue desterrado precisamente aquí, en Constanza, a las puertas de cuyo museo arqueológico (> exactamente aquí) al comenzar el paseo pudimos ver la estatua triste que lo recuerda.



Y otra encantadora compañera clásica justo a su lado.



El saldo restante de días de vacaciones ha encendido ya la luz roja y tenemos que dejar para otra ocasión pasar un poco a conocer Україна (Ucrania). Precisamente a muy pocos kilómetros, ya atravesada la frontera, hay una pequeña población (> exactamente aquí) llamada Овідіополь (Ovidiopol, ciudad de Ovidio, en ucraniano), a orillas del limán que forma el río Dniéster antes de desembocar en el mar Negro (> exactamente aquí). Esta masa de agua se llamaba en la cartografía antigua lago de Ovidio.

El largo paseo con mucho frío nos lleva, entre arcones de arena gruesa para repartir por las aceras durante las heladas,



a la mezquita, a la catedral ortodoxa, a un centro urbano triste, oscuro y desguazado por la desidia y la estacionalidad. Pero sobre todo nos llevó



al mirador (> exactamente aquí) del gran Casino sobre el mar, por donde apenas paseaban unas parejas perdidas en la última tarde del otoño y a cuya puerta un músico callejero ponía la banda sonora a este instante de plenilunio.



La que nos parecía la Biarritz rumana, resultó ser más bien la Castelldefels.

Un gin-tonic y un chocolate caliente en el Irish pub (> exactamente aquí) de la esquina donde habíamos aparcado la furgo pusieron el final calentito a la visita.

En la gasolinera Petron (> exactamente aquí) de la población más grande y cercana a la frontera búlgara, Mangalia, a las diez y media de la noche, nos gastamos la totalidad de los lei rumanos en repostar y en chuches. Mientras contamos las monedas y billetes para saber lo que podemos usar, llegan como a 60 km/h unos gamberros en un coche viejo y aparcan a la puerta de la tienda haciendo un precioso derrape de la máxima precisión, porque quedaron estacionados como en el examen de la autoescuela. El fin justifica los medios.

La estela de la luna teñía de blanco satén las aguas del Negro por la carretera 39 que va continuamente paralela al mar, pasa por los astilleros del pequeño pueblo llamado 2 Mai (> exactamente aquí) y nos conduce finalmente a las once de la noche al puesto fronterizo rumanobúlgaro (> exactamente aquí) de Vama Veche en el que había un policía no tan marcadamente pasota como los que nos habíamos encontrado en Naidăş, pero que apenas miró de reojo los DNIs (el más aislado lugar donde los hemos usado) para dejarnos acercarnos a la garita búlgara. Al fin y al cabo estamos transitando entre dos miembros de la Unión. El búlgaro era un tipo maduro, metido en una especie de cabina de teléfonos un poco ancha con una mesita que le separaba de la ventanilla a la que tuvimos que acudir bajándonos.

Le llevamos la documentación, que miró sin mucho afán, y nos vendió la viñeta,



en este caso no para usar las únicas autopistas que hay en torno a София (Sofía), al otro lado del país, sino por el empleo general de la red viaria.

Compramos la más pequeña, que sirve para una semana y cuesta cinco euros, que abonamos con el billete gris sin ningún problema porque la oficina de cambio ya está cerrada. Cuadragésimo primer país visitado.

Si nadie te lo aclara previamente, al escuchar el himno nacional búlgaro puedes pensar que alguien se ha confundido y te han metido una marcha fúnebre de procesión de viernes santo. ¿No os lo creéis? > Escuchad esto.

Aunque en algunos tramos había obras recientes de repavimentación, circunvalaciones nuevas y curvas arregladas, todo ello con carteles bien visibles de que todos los europeos las estamos pagando con los fondos de cohesión, la carretera de la costa es un perfecto juego de marcianitos que la bruma espesa se encarga de dificultar hasta el nivel de la tercera o cuarta pantalla. Por suerte, en decenas de kilómetros apenas nos cruzamos con media docena de coches y podemos usar a nuestro antojo ambos carriles para vadear agujeros que si estuvieran en la luna se verían con los prismáticos. De lejos se oye el zumbido de unos aerogeneradores.

Hacemos una pequeña pausa para relajar tanta tensión visual por la niebla en el área de descanso (> exactamente aquí) de la carretera nacional 9 en Поручик-Чунчево (Poruchik-Chunchevo) que tenía ya cerrada una especie de casita-restaurante. La ruta se interna un poco alejándose del mar, pero vuelve a retomar la costa a la altura de Кранево (Kranevo) (> exactamente aquí). A la entrada del pueblo hay un bistro abierto y aprovechamos para consultar y despachar en su WiFi desde la cama.

Por momentos, la ruta se hace tortuosa y emplea extraños ramales muy nevados, como éste (> exactamente aquí) en el que de repente apareció un coche quemado en el borde de la carretera a las dos de la madrugada. En este país ocurren cosas muy raras.



En la gasolinera Lukoil (> exactamente aquí) de Кичево (Kichevo) compramos un mapa de Bulgaria no muy exhaustivo, pero suficiente para lo que necesitamos. Nos lo venden un chico y una chica jóvenes que afortunadamente hablan inglés. Como tantos de su profesión que hacen turno de noche, tienen cara de haber visto de todo y se les nota recelosos.

Al entrar en Варна (Varna) la tercera ciudad del país, que tiene un tamaño algo mayor que Valladolid, ya nos hemos adentrado 100 km en el país y continuamos sin leva búlgaros. Son las 02:35 de la madrugada.

Así es que paramos en doble fila a sacar 150 BGN en el cajero del Municipal Bank, en el 119 del bulevar 8-mi Primorski Polk (> exactamente aquí), que es una de las principales avenidas.

Las noches de los lunes tienen fama de ser las más tranquilas de la semana en cualquier gremio, en las urgencias de los hospitales, en hostelería, en las oficinas de denuncias de las comisarías, en los supermercados 24 horas… Por eso aparcamos cómodamente junto a la parada de taxis de la avenida Hristo Botev y nos entretuvimos fotografiando la Катедрален храм Свето Успение Богородично (catedral de la Asunción). Y quizá pudo ser la última foto que hiciésemos con esta cámara y desde esta furgo



porque, cuando nos incorporamos nuevamente a la avenida en sentido oeste por el carril derecho para salir de la ciudad, al pasar un tramo ajardinado (> exactamente aquí), sin viviendas cerca, un potente BMW negro con dos tíos discutiendo violentamente nos adelanta casi rozando (el rojo)



y da un frenazo brusco delante de nosotros cerrándonos un poco la marcha
y como chocando casi con el bordillo derecho.

Damos un suave volantazo y continuamos con normalidad hacia la carretera pensando que son simplemente dos notas que han discutido y andan resolviendo sus cosas a derrapes.

A los treinta segundos, ya entrando en los viaductos de la autovía A5 (> exactamente aquí), vemos los mismos cuatro faros por el retrovisor y somos adelantados de nuevo de la misma forma (por el rojo).



Son ellos. Tomamos de memoria la mayor parte de la matrícula búlgara y se nos pone el corazón a millón. Nos vemos sumidos en un road movie thriller sin comerlo ni beberlo. Pueden saber que tenemos poco o mucho dinero fresco del cajero y al menos cámaras entre las cosas de valor.

Los juláis hacen medio trompo y taponan el carril derecho de la vía de doble calzada y un poco el izquierdo. Nadie circula en ninguno de los dos sentidos, excepto nosotros cuatro. Noche cerrada. Faltan unas horas para el plenilunio.

Casi al tiempo de pararse salen cada uno por su puerta, ambos de 1,90 m de altura, las dejan de par en par, miran hacia nosotros que nos acercamos habiendo reducido un poco la velocidad, ¡y se ponen a pelear encima de su capó entre ellos!

Pasamos usando el mini-arcén izquierdo sin detenernos. Tenemos división de opiniones: uno dice de acelerar y alejarnos por la autovía cuanto antes; otro que mejor salirnos por el primer enlace y esperar en algún sitio discreto a que pase un rato, por si vuelven a la carga; o cambiar de sentido y buscar la protección de la ciudad, que al fin y al cabo está habitada... Optamos por lo primero.

¿Seguiríamos siendo propietarios de nuestras cosas, entre ellas la furgo, y gente sin heridas si en alguno de los dos intentos nos hubiésemos detenido a intentar ayudar?

¿Conocéis esta técnica de asalto?

Hacía mucho tiempo que no estábamos tan asustados por nada. Apretamos todo lo que dan de sí los 218 CV de nuestro V6 y volamos a cerca de 4 500 rpm en dirección Sur. Es cuando se aprecia que un motor de gasolina es un avión si se le exige. En escasos kilómetros se termina la vía de dos calzadas y entramos en una zona de bosques. Comprendemos inmediatamente la etimología de la palabra emboscada.

Pero parece que ya nadie nos sigue. Escrutamos el retrovisor cada cinco segundos: nada.

En el cruce de la nueva carretera convencional, la 9, con la 9006 hay una pequeña gasolinera (> exactamente aquí) apagada con un coche de policía aparcado en batería, que parece estar vacío. Dudamos si parar allí a contar lo sucedido. Pero no tenemos claro si es precisamente lo que pueden ellos –los otros– esperar que hagamos. Decidimos continuar sin parar.



Sin parar 60 km hasta Обзор (Obzor). Todo en calma.

Son las cuatro y media de la madrugada y no tenemos éxito buscando dormir discretamente en las inmediaciones de un complejo hotelero tipo resort (> exactamente aquí) porque hay barrera con vigilante a la puerta.

Así es que rebasamos el pueblo y hallamos un tranquilo ramal tras las últimas viviendas (> exactamente aquí). El arcén tiene la nieve con base dura. Lo comprobamos con las ruedas delanteras dejando las motrices en la carretera pero no hay problema. Aguanta.

Hemos visto en las efemérides astronómicas que en unas horas, apenas amanecido, sería visible desde toda Europa un eclipse parcial de luna, a eso de las 9:40, hora búlgara.



Con los ojos como platos por la excitación de lo que nos ha sucedido en Varna, apenas dormimos alertados por el menor ruido a nuestro alrededor. Empleamos la técnica del periscopio de vez en cuando, que consiste en sacar la pelota hasta los ojos por el techo solar y ver mucho mejor lo que nos rodea en 360º. Todo bien.

De lo de la luna ni nos enteramos porque, como veis en el mapa, la banda de parcialidad casi era despreciable en la costa búlgara del mar Negro.

Otra mala noche. Y van dos.



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Etapa 16: martes 21 de diciembre de 2010
Обзор (BG) – İstanbul, lado asiático (TR)

La verdad es que últimamente los martes no son nuestro día. Menudos minutos iniciales.

Y lo de no conseguir ver el eclipse nos parece anecdótico al lado de estar vivos e incólumes.

El pulso se nos pone alerta a la hora del desayuno: volvemos a escuchar en la carretera a un turismo gastando ruedas, como a cien metros de distancia. Pensamos parafraseando a Obélix que están locos estos… búlgaros. Falsa alarma.

Habíamos consultado estos días la web de lugares Patrimonio de la Humanidad, que no deberíais dejar de considerar cada vez que diseñéis una ruta. Da mucha rabia a veces enterarse a la vuelta de que has estado al lado de alguna maravilla sin saberlo.

Y en la nuestra estaba la península de Несебър (Nesebăr), la deliciosa antigua isla (> exactamente aquí) incardinada en plena Слънчев бряг/Slanchev Briag (costa del Sol), con tantos edificios religiosos por unidad de superficie que supera incluso a lugares como el casco antiguo de Zamora, que ya es decir.



Un atento gasolinero de la nueva OMV (> exactamente aquí) nos rellena el tanque de agua (conforme se acerca uno a Asia menor, nada puedes hacer ya en autoservicio) y un poco más adelante, justo en la entrada a la población, el autolavado



atendido por tres chavales (> exactamente aquí) nos sirve para quedarnos como si fuésemos a vender la furgo en el segundamano.

Dentro de la propia península



hay habilitados aparcamientos para turistas (> exactamente aquí), sobre todo autocares, pero preferimos ponernos en un lugar discreto y un poco alejado para obligarnos a caminar y a tomar el pulso a la ciudad real, la que va a comprar el pan y el pescado en vez de imanes para el frigorífico.



Frente a los ventanales de la recepción y bar del hotel-restaurante The Mill había unas cuantas plazas de aparcamiento público (> exactamente aquí), pero con la tranquilidad de que tres empleados te están garantizando inconscientemente una buena seguridad, sobe todo si pasas, como hicimos, a tomarnos unos cafés de media mañana.

Con esa confianza le dedicamos un par de horas a recorrer palmo a palmo el pequeño promontorio rodeado de mar (> exactamente aquí) en el que una anciana que vendía souvernirs nos facilitó una docena de sellos y postales para enviar a amigos y familiares, y que han llegado a sus destinos quince días después de nuestro regreso a casa. Lo que vale es la intención. Además nos escogió de entre sus monedas la serie búlgara completa en circulación para nutrir la colección de una hermana.

El resto de las tiendas, afortunadamente, cerradas. ¡Qué agradable es la temporada baja!



Rincones deliciosos, callejas con casas de madera,





miradores de ensueño… así es Несебър (Nesebăr).





Por los carteles de anuncios vimos las numerosas esquelas, muchas de accidentes de trafico de gente muy joven, que aparecían por todas partes...







El encantador callejeo nos daba pie unas veces para conversar con un tendero que nos decía, todo seguido, como el pasodoble: España, Real Madrid, Barcelona, Mesi; otras veces para ver vehículos policiales con look militar;



también hubo buena ración de gatitos sin dueño conocido y tiendas de ropa deportiva a precios sin competencia donde picoteamos para el fondo de armario. Sobre la hora mítica en que comenzaban antes las corridas de toros, y que aquí es casi la puesta de sol,





colocamos las compras en el Viano y, como nos habían caído superbien la gente del hotel, nos metimos a almorzar con ellos, entre otras cosillas, un risotto del mare o un fresquísimo rodaballo.

La sobremesa, aprovechando que el comedor estaba vacío



completamente de clientes, nos sirvió para montar la oficinita de escritura de postales, despacho del correo electrónico y, en particular, agencia de viajes, porque dejamos reservada una habitación a tarifa low cost a cien metros de Santa Sofía de Estambul.

Cuando ya nos íbamos, la gerente del hotel, que nos debió de ver como potenciales futuros clientes, se deshizo en atenciones y nos enseñó motu proprio las suites del establecimiento, a sólo 35 €, de decoración muy clásica y con el televisor plano integrado en el espejo del tocador,



que incluían unas terrazas con estas vistas de escándalo sobre la parte vieja.



Tras un último paseo nocturno,





nos costó un poco encontrar la estafeta de correos en el pueblo (> exactamente aquí), pero al final conseguimos depositar el taco de cartas para España.

El camino hacia el sur pasó primero por Бургас (Burgas) (> exactamente aquí), el mayor puerto búlgaro, donde había prácticos y desestresantes semáforos que cronometraban el tiempo restante tanto de verde como de rojo;



y después por el final del trazado de la carretera 9, que es completamente de montaña, sin señalización horizontal de ninguna clase, un tramo terrible que hubo que recorrer a 40/50 km/h durante 75 km usando el volante como un joystick de esquivar socavones. Vemos las primeras indicaciones de que el destino final del viaje se acerca…



Con este minuto escaso de video, os podéis imaginar el resto…



Por suerte, la luz de la luna y alguna pausa, como la que hicimos en el cruce nevado de Приморско (Primorsko) (> exactamente aquí) para leer un rato sobre el Imperio Bizantino,



nos fueron haciendo la vida más fácil hasta alcanzar el pequeño poblado de Малко Търново (Malko Tarnovo), cuya gasolinera (> exactamente aquí) nos sirvió para gastar los leva que quedaban y para ser reprendidos a golpe de claxon por un todoterreno turco que necesitaba la manguera de aire junto la que nos habíamos estacionado sin saber.



La superficialidad en los controles del lado búlgaro del paso fronterizo, (> exactamente aquí) que no está nada señalizado a la salida del pueblo y se presta a errores, contrastó vivamente con la inmensa retahíla de gestiones que hay que hacer en la aduana turca, situada en medio de un espectacular puerto nevado (> exactamente aquí).

Al ver que éramos residentes en Salamanca, comentaban automáticamente, ante nuestro asombro, que qué pena que el equipo de fútbol local esté en segunda división en la liga nacional y los más inverosímiles detalles sobre nuestro paisano Vicente del Bosque González. Ten uno de los mejores conjuntos históricos renacentistas del mundo, la segunda universidad de Europa, la decana de España… para esto. ¡Cuánto mal hace en las cabezas lo del pan y circo!

Con sólo poner en GoogleImages el nombre de este paso, aparecen continuos resultados de aprehensiones de alijos de tabaco y estupefacientes. Pero sobre todo corresponden al flujo de salida de Turquía, que no era nuestro caso.

Por si alguno entráis al eterno candidato a ser miembro de la Unión Europea por esta (o cualquier otra) frontera (> exactamente aquí), os explicamos los pasos a seguir sobre el plano. También os los chapurreará el guardia búlgaro si está de buen humor.



1. Aparcar la furgo donde uno pueda. Mejor ir de noche, que hay menos lío. Nosotros únicamente estuvimos con otro coche más en el que iban tres chicos y una chica. No olvidéis coger pasaportes, cartera y la documentación del coche. Entrar en el vestíbulo del edificio, rodeado de ventanillas.

2. Comprar a 15€ por persona un visado de entrada/salida múltiple. Lo pegan sobre el pasaporte. Cobran en euros sin problema. El tema del fútbol volverá a salir irremediablemente.



3. Dirigirse al control de pasaportes. La maquinita se pondrá verde. Si se pone roja, malo: alguien os busca y no es el panadero. El chico que nos atendió resultó simpático y con bonitos y angulosos rasgos turcohelénicos.

4. Llevar el permiso de circulación de la furgo para registrarla como vehículo de paso en el país. A nosotros nos empezaron a contar que les encantaban los coches españoles y que estaban mucho más cuidados que los suyos.

5. Responder el interrogatorio del agente de aduanas. Te preguntan lo típico: si tienes algo que declarar como tabaco, alcohol o grandes cantidades de dinero en efectivo. Hay que decir a todo que no.

6. Ir a la cola de la oficina de cambio a comprar liras turcas. Nos dieron 97,50 TRY por 50 €.

7. Volver a coger la furgo y acercarse al check point sin saltarse el Stop.





Última comprobación de que los trámites anteriores están bien cubiertos. Nos explicaron no muy claramente cómo se usa el peaje de las autopistas por el sistema de tarjeta prepago y dónde comprarlas. Para remate del empacho futbolero, el fulano que finalmente levantó la barrera insistía en que uno nos parecíamos físicamente a Daniel González Güiza, y como si eso tuviera algo que ver, continuó diciendo que Andrés Iniesta Luján era mejor jugador. ¡Qué país (este cuadragésimo segundo)… cómo se parece al nuestro!

Desde que abandonamos las autopistas francesas no habíamos visto mejor asfalto que en la carretera D555, un largo pero muy ponderado descenso desde donde nos encontrábamos, en los montes Strandscha que son los Balcanes más orientales (> exactamente aquí), hacia las llanuras del valle del río Meriç, por donde discurre la autopista que nos llevará a Estambul, la O3 (la O es abreviatura de Otoyol, autopista).



Como no hay mal que cien años dure, tampoco carretera buena que te acompañe siempre. Y, sin poderlo creer, de repente (> exactamente aquí), aparecen unos semáforos en rojo intermitente y se termina de golpe la vía rápida para pasar a un terrible camino rural alternado con alquitrán malo. A los que iban en sentido contrario, hacia la frontera búlgara, les ponía la señal de Bulgaristan, que nos pareció el estado de al lado de Chiquitistánno puidor, pecadorl de la pradera...

A las once y media de la noche, tal y como nos habían explicado por fascículos entre los distintos agentes fronterizos, paramos en la gasolinera Shell



de Kırklareli (> exactamente aquí) a comprar la dichosa tarjeta con chip oculto KGS en la que te recargan con un mínimo inicial de 20 TRY (y luego de 5 en 5 ó más) el saldo que quieras tener.

Al entrar por los peajes, la muestras al lector para que entienda dónde empiezas y al salir haces lo mismo



y ves en la pantalla el saldo que te queda ya neto, con el uso previo restado. Eso sí, todo eso hay que comprenderlo más o menos por lógica porque nadie nos lo explicó bien.

En las gasolineras, bueno, en cualquier negocio turco, te sientes muy bien atendido. Salen siempre varias personas a tu encuentro y con una sonrisa, sin agobiar mucho.

En ésta, nada más saber que veníamos de España, aparte de sacar el tema del accidente en el que se vio implicado en Estambul el futbolista (otra vez el dichoso fútbol) José María Gutiérrez Hernández, no sólo hicieron lo posible por que entendiéramos la mecánica del prepago, sino que nos regalaron un ambientador para la furgo y un paquete de toallitas húmedas… ¿para el WC químico? Muy buen recibimiento.

Un poco más adelante (> exactamente aquí), por suerte, nos damos cuenta de un control-trampa que la policía de tráfico tenía establecido en Kavaklı y que consistía en que en una autovía por la que se podía ir a 100 km/h, de repente, aparecía en una recta sin ninguna razón aparente una señal muy pequeña y vieja en el arcén que limitaba a 50.

A los 500 m, un pórtico luminoso variable ponía Trafik kontrol y te para un coche patrulla.

Nosotros dimos un frenazo brusco al ver la limitación justo a tiempo y pararon al coche que iba delante.

Al entrar en la autopista por el enlace de Babaeski (> exactamente aquí), como primerizos, nos olvidamos de presentar la tarjeta al lector, de forma que cuando llegamos a İstanbul (Estambul) nos cobraron el trayecto máximo, o sea, desde Edirne (Adrianópolis), aproximadamente un 30% más de lo normal.

En la primera park alanı (área de descanso), pusimos mesa y mantel (> exactamente aquí) y nos dedicamos a entrenar la mandíbula, que ya iba siendo hora.

Cambiamos luego de manos al volante y otro trecho de conducir hasta la servis alanı (área de servicio) de Selimpaşa. En realidad sólo parábamos a comprar agua para beber, pero el chico de la gasolinera BP, al ir rodando despacito mirando dónde estaba la tienda Metro (> exactamente aquí), ya venía hacia nosotros como una flecha aunque no fuésemos hacia el surtidor. Compramos también un mapa de Estambul y otro del país en escala grande (no merecía la pena más detalle) y anduvimos buscando sin éxito conexión a internet, que en Turquía son bastante difíciles de hallar sin contraseña.

Sólo hay dos franjas en el planeta que permiten cambiar de continente rodando, sin pisar el agua. Una es el istmo de Suez. La otra es la línea sinuosa que une los montes Urales, el río Ural, la divisoria del Cáucaso y el Bósforo.

Exactamente a las 03:45, hora local, usando el Fatih Sultan Mehmet köprüsü (Segundo puente del Bósforo), salvando la O2 un vano central de 1 090 m (> exactamente aquí), vemos con nuestros propios ojos el cartel que dice Bienvenido a Asia.



Prueba superada. En el instante de cruzar el centro del tablero, la Marco Polo ha completado su primer viaje intercontinental. Y mira que teníamos cerca Tánger

Alcanzamos el extremo oriental del viaje (41º5’22”N 29º5’21”E) cuando nos salimos de la autopista (> exactamente aquí) en la curva del primer enlace, el Kavacık Çıkışı-K10.

Como son las cinco de la mañana menos un poco, lo que toca es dormir ya. Estamos muertos. Avanzamos despacio, en una impensable soledad a cualquiera que haya visitado esta megalópolis que camina ya hacia los 15 millones de habitantes.

Nos metemos atravesando literalmente los muros rotos de la fortaleza Anadolu Hisarı,



que vigilaba en otro tiempo la orilla asiática del estrecho, hacia la carretera costera Körfez Cd (> exactamente aquí) que cubre la margen derecha del Bósforo y pasa de nuevo bajo el puente colgante en dirección a la boca del mar Negro y vamos escrutando posibles rincones para posarnos.

Pero es difícil. Por todas partes está prohibido estacionar y se entremezclan casas señoriales con espectaculares medidas de seguridad privadas y selectos ambientes con barrios obreros sucios y destartalados. Aquí tampoco hay mucha clase media.

De repente nos adelanta la policía, nos cierra el paso en diagonal (> exactamente aquí) y se bajan a identificarnos. Cuando les explicamos que somos una simple autocaravana buscando hueco por la vida, nos dejan en paz.

Cerca de unos feriantes con furgos (> exactamente aquí), muchos de los cuales andaban despiertos, o probablemente recién levantados, había una zona arbolada discreta, pero tenía pinta de que por la mañana sería un animado caos.

Finalmente, encontramos en el muelle de pescadores de Beykoz, unos metros antes de otra gasolinera Shell y frente al restaurante Tolon, un sitio estupendo para lo caro que se cotizaba, sin prohibiciones, muy bien aparcados en la avenida İncirköy-Beykoz Cd.

Imprescindibles los tapones. Durmiendo en Asia con la furgo (> exactamente aquí). ¡Uf, qué experiencia!



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Etapa 17: miércoles 22 de diciembre de 2010
İstanbul, lado asiático (TR) – İstanbul, lado europeo (TR)

Mientras centenares de españoles escuchaban segundos antes de las once y cuarto, de boca de Iván Quintero y Andreas López,



que su 79250, el más alto de los gordos de la historia del sorteo, les había cambiado la vida, nosotros, igualmente poco madrugadores y con una triste pedrea, nos empezábamos a desperezar en otro continente.



Como era de esperar, la actividad por la mañana era frenética. Un paso incesante de coches y camiones, pitadas continuas… en el cercano embarcadero iban y venían los botes hasta la otra orilla del estrecho…



en el muelle los pescadores vociferaban su mercancía…

Mientras uno de nosotros va hasta la gasolinera (> exactamente aquí) a meterle cinco liras más a la tarjeta de las autopistas por si acaso, el otro se ocupa de las labores domésticas.

Abstrayéndonos del fragor infernal, o, mejor dicho, integrándolo como ruido blanco, desayunamos en el Viano a 21ºC, o sea, a 36ºC más que hace una semana en Timişoara, y encima con el cuerpo barnizado de humedad.

Hablando de grados, en Estambul, como está en el paralelo 41º, todavía no hay problema. Porque según nos contó un profesor ya jubilado que uno de nosotros tuvo en la universidad, por debajo del paralelo 38º, el que pasa junto a Atenas (> exactamente aquí), también llamado el paralelo de la cultura, el clima cálido y la humedad dificultan tanto que la gente no tiene los mismos hábitos de estudio, y en vez de apretar los codos se tira pa la calle. Será por eso que Andalucía es tan divertida. El 38º pasa por Despeñaperros (> exactamente aquí).

Exactamente a las doce suena el almuédano con un sonido cantarín que inunda el ambiente de Islam. Suponemos que oírlo en plan turista puede resultar divertido, pero que soportarlo de continuo cinco veces al día a lo mejor no lo es tanto. Tenemos el desgarrador testimonio de un amigo que se compró una casa en el punto más céntrico de una pequeña aldea castellanoleonesa, al lado mismo del campanario de la iglesia, y ahora lo pasa fatal las mañanas de los domingos.

Nos empezamos a mover por la orilla asiática con las bonitas perspectivas del segundo puente



circulando por una marginal llena de pescadores que aprovechan las fuertes corrientes entre el mar de Mármara y el Negro para surtirse de capturas.



Como siempre que sea posible gusta más volver por un sitio diferente del que uno ha ido, nos aventuramos a ir al centro de la ciudad por el Boğaziçi köprüsü (puente del Bósforo) (> exactamente aquí), el primero que se construyó sobre el estrecho, en 1973, que a esas horas presentaba un espectacular embotellamiento



como consecuencia de este accidente leve por alcance entre dos coches.



Genial para orientarse, porque puedes ir admirando con todo detalle tanto las vistas,



como el mapa y no te saltas ninguna salida.

Después de que el cartel contrario nos diera la bienvenida de nuevo a Europa,



atravesamos lentamente los arrabales y el distrito de Beyoğlu con una luz pajiza que recuerda a Lisboa



para finalmente cruzar el Haliç (cuerno de Oro) por el puente Gálata (> exactamente aquí), también otro hervidero de pescadores. Al fondo ya se distingue la mezquita de Solimán el Magnífico.



La vorágine del tráfico supera por ejemplo a la de Madrid, aunque no llega a ser la experiencia extrema de El Cairo. Nuestros intentos de encontrar una WiFi abierta en la que recargar los mapas con más detalles y por encontrar un aparcamiento donde quepa bien la furgo rozan durante una hora el fracaso más absoluto. Los estándares occidentales se nos desvanecen en muchos apartados de la vida práctica.

A las tres de la tarde nos lavan la furgo al precio más alto jamás pagado nunca



en la gasolinera PO (> exactamente aquí) del  Kennedy Cd: 20 TRY (¡casi 10 €!). Nos hemos olvidado de regatear y hemos aceptado el primer precio sin más. Somos unos pardillos.

Al final se produce el milagro: encontramos el maravilloso oto park (aparcamiento vigilado) Cankurtaran, también en Kennedy Cd, junto al faro (> exactamente aquí).



Básicamente éste es un aparcamiento para autobuses, pero admiten furgos porque comprenden que el resto no están preparados para vehículos grandes como autocaravanas, todoterrenos con maggiolina, etc. De hecho, había una autocaravana francesa con un matrimonio mayor y un fantástico Unimog camperizado (el sueño de cualquier bohemio de bajarse a Marruecos) que –¡mierda!– se nos olvidó fotografiar… Tiene el inconveniente de que a partir de las cinco de la tarde ya no dejan entrar ni salir al vehículo, pero sí a las personas por una puerta peatonal por si quieres ir a dejar o coger cosas o simplemente a dormir a tu cama. La mejor parte para estacionar es la que está junto a la garita y el mar. La peor la que toca la valla de la estación de ferrocarril porque a veces se saltan desde allí a robar en los coches.



Se lo dejamos pagado por 24 horas (ni 10 € en total) a uno de los chavales, que era simpático, hablaba inglés y nos puso todas las facilidades. Otra vez volvió a salir el fútbol en la conversación.

Con la mochila al hombro, conseguimos por fin cargar mapas en la conexión de un pequeño hotel de la Yeni saraçhane Sk para llegar al nuestro. Por los cruces de las calles aledañas vemos pasar fugaces patrullas de policías en motos, pero montados de dos en dos. Tienen superpoblación hasta para eso.

La mole imponente de Sultanahmet nos recibe en un apasionante contraluz,



y, un poco más adelante, la antigua catedral y mezquita de Ayasofya müzesi (Santa Sofía), que hoy es simplemente un museo, sin culto, está ahí delante de nosotros (> exactamente aquí). Casi no lo podemos creer. La obra maestra que tuvo la ocurrencia por primera vez, hace catorce siglos, de mostrar al mundo la eficacia de las pechinas y las semiesferas para sostener una cúpula gigantesca está ahora al alcance de nuestras manos.

Curiosamente, después de casi treinta años seguidos de andamios y reformas, estos días se acaba de reabrir al público en toda su belleza. La gran restauración ha terminado. Muchísima gente sale y entra de ella y queda poco para la hora del cierre, así es que dejamos para el día siguiente el disfrutarla con calma. Para más recochineo, entrada en turco se dice giriş… que es lo que somos para ellos…



Llama la atención en Estambul el innumerable parque de furgonetas Viano lanzadera que utilizan los hoteles y algunos taxistas para llevar y traer a sus clientes del aeropuerto. Todas impecables de chapa y cera, y muchas negras. Alucinante. De hecho, cuando fuimos a entrar en el nuestro, allí había una,



que si no se fija uno mucho, podría parecer la Marco Polo.

Nos registramos por fin en el Arden City Hotel****, en Alayköşkü 1, en lo más céntrico del barrio de Sultanahmet (> exactamente aquí).

El establecimiento tiene una decoración de puticlub de las mil y una noches





que entiende el lujo asiático como la horrible profusión de curvas, espejos biselados, molduras imposibles y dorados, y dispone por supuesto de botones buscapropinas.

Un verdadero pastiche cuyo interés reside principalmente en el precio que nos permitió dormir a dos esquinas de Santa Sofía, desayuno incluido, por unos ridículos 22,50 € por persona. ¡Vivan las tarifas de última hora de booking.com! Encima no nos íbamos a lamentar por los acabados…

Disfrutada la habitación (excepto el habitual chorrito interno de la taza)



que disponía de las comodidades propias de su categoría y de una rápida wireless, nos dedicamos a buscar algún comedero interesante tras pedirle unas cuantas liras a un cajero de la calle Nuru Osmaniye.

Hay que decir que Estambul, por desgracia, se ha convertido en un destino más de vuelo+hotel con todo estandarizado y que la ciudad entera vive de cara al turista.



Hay modernos sistemas telemáticos para minimizar la costumbre de saltarse los semáforos en rojo



Por supuesto, caminar por las calles más concurridas o con más restaurantes es un tiroteo continuo de ofertas para que pases a los locales a comer o compres cualquier falsificación barata.

Tanta es la habilidad de los camareros (nunca camareras) que extienden sus tentáculos hacia las aceras, que te hablan directamente en español. En muchos otros lugares del mundo, normalmente pasamos por italianos pero aquí te calan en el acto. Hartos de ver desvelado nuestro origen, le preguntamos a uno y nos dijo que saben que somos españoles por la forma de la cara, mientras dibujaba un paréntesis en el aire con los dedos...

El gerente del restaurante Vuslat Ocakbaşı en el 15 de Çemberlitaş Yeniçeriler Cad (> exactamente aquí) se lo curró tan bien promocionándose que fuimos absorbidos por su verborrea, que incluía referencias metidas de paso a la guapísima periodista Sara Carbonero Arévalo y a su chico. Se las saben todas.

De lo que comimos, aparte del delicado aroma del té, lo más espectacular fue el pan de pita inflado,



las brochetas de pollo y, por encima de todo, el Sutlaç, que es la metamorfosis del arroz con leche visto bajo la óptica de las natillas. Cremosidad y textura llevadas al infinito de la sencillez. Un postre magnífico.



A las nueve de la noche ya estaban en plenitud las iluminaciones que vestían así



la noche constantinopolitana (> exactamente aquí) y te transportaban a la Persia medieval o a los jardines colgantes de la antigua Babilonia

Mirad qué simpáticos estos tres mininos



a las puertas de este BestWestern:

Las primorosas disposiciones de los dulces orientales por los escaparates (combinaciones magistrales de goma arábiga, miel, frutos secos y hojaldres)



hacen sucumbir a la mayor de las indiferencias. En esta tetería De Hal de la calle Alemdar (> exactamente aquí), donde por supuesto daban en la tele un partido del Galatasaray, degustamos unos cuantos bien mojados con café.

El paseo continuó por por la Sirkeci Garı', que es la estación de ferrocarril central de la ciudad (> exactamente aquí), última parada desde la Gare de l’Est de París del desaparecido Orient Express, y también por un Gálata köprüsü (puente Gálata) todavía atiborrado de pescadores (> exactamente aquí).



De vez en cuando una luz azul salía disparada de los muelles unos treinta metros hacia el cielo y bajaba girando como un helicóptero. Es la sensación de la temporada, también aquí, que se puede hacer realidad por sólo 1 €.



Ya sabéis: se enciende el led con un leve giro de la hembrilla metálica, se coge con la mano izquierda de la parte redonda amarilla mientras se tensa la goma enganchada en el otro extremo usando la derecha. Se lanza hacia arriba y baja lentamente en la noche alucinando a los espectadores.



Cuando fotografiábamos la Yeni cami (Nueva mezquita), se acaba la pila de la cámara, así es que nos vamos volviendo hacia el hotel por la zona de las obras del metro a volverla a cargar.

Mientras uno toma un baño relajante, otro se baja a la zumería de enfrente a por lo más sano que hemos visto por las tiendas: el jugo de granada con naranja exprimido al momento. De las cosas ricas-ricas y refrescantes. El día siguiente es laborable. Las calles están ya prácticamente vacías y algunos perros acosan a los escasos viandantes.

Nos apetece como remate del día una incursión en el barrio bohemio, canalla, el promontorio tortuoso que rodea la torre Gálata (> exactamente aquí), que había sido colonia de los genoveses desde el siglo XIII hasta la caída de Constantinopla en manos de los turcos en 1453.



Nuestro taxi, como el Atatürk köprüsü (puente Atatürk) estaba cortado por la policía (> exactamente aquí), nos da un inacabable rodeo por el Haliç köprüsü, el puente que soporta (> exactamente aquí) la autopista O1 y une un poco más arriba del Cuerno de Oro las dos submitades de la Estambul europea.

Por el camino, pasamos junto al Rum Ortodoks Patrikhanesi, la residencia oficial del Patriarca de Constantinopla (> exactamente aquí), lo que podría equivaler en cierto modo al vaticano de la iglesia ortodoxa. Si Benedicto XVI se considera sucesor del apóstol Simón Pedro, éste otro, Su Toda Santidad el Patriarca Ecuménico Bartolomé I, es el heredero de su hermano, el apóstol Andrés. Como pasa en tantas empresas.

Sólo que el de Roma se montó mejor el negocio y ha conseguido ser jefe de estado y todo.

Después de un buen rato de entretenimiento por allí, negociamos el importe del regreso con otro taxista para evitar abusos (3 € por 3 km) y volvemos a nuestras sábanas a las cinco y media.



Por cierto, ¿sabíais que en Estambul los taxis por la noche pitan suavemente a la gente que camina sola por las aceras? Así los miras y están fomentando la posibilidad de que sepas que están y los uses. Buen truco.

El coche, en algunas calles y a gran velocidad en las bajadas, echaba chispas de los golpes que daba con el suelo. Increíble. Ahora entendemos mejor el accidente del Guti.



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Etapa 18: jueves 23 de diciembre de 2010
İstanbul, lado europeo (TR) – Αλεξανδρούπολη (GR)

Para tratarse de un cuatro estrellas, el desayuno-bufé del hotel es una cosa normalita. Tanto, que no tienen ni tostador.

Además, para acrecentar el ambiente de hotelito británico de apariencias pisamos sobre una moqueta sacada directamente de una kilt escocesa,



y a la salida te piden la voluntad.



Tras los últimos disfrutes de la habitación, recogemos y hacemos el check-out para llevar el equipaje a la furgo y quedar sin ningún peso para las últimas visitas en la ciudad. Por las calles campan a sus anchas los gatos de siempre, y algunos patos a escasas esquinas de las grandes mezquitas.



Como es la hora más valle, decidimos visitar Santa Sofía (> exactamente aquí) a la una y media del mediodía por la entrada de guiris que dijimos más arriba



y quedamos maravillados, tras los rollos de la seguridad,



de las proporciones, ambiente y suntuosidad del edificio.



Mosaicos delicados,



bóvedas majestuosas, una luz encantadora que se filtra por los ventanales.







A través de uno de ellos aparece la silueta de la mezquita de Sultanahmet.



Por si acaso, pasamos la mano en círculo manteniendo el pulgar en el agujerito de la suerte



En el Gran Bazar (> exactamente aquí), a unos minutos a pie, tras pasar también por el escáner de mano,



nos dejamos sumir por el laberinto (ortogonal, eso sí) de pequeños negocios escrupulosamente ordenados,



con vistosos mostradores de mercancías variopintas. En cientos de tiendas, todos los que vemos son tenderos y sólo una tendera. Abundan la ropa de marca de dudoso origen, las joyas, los perfumes que recuerdan a los auténticos, los aparatos electrónicos… De vez en cuando un pequeño oratorio donde entra apresuradamente algún fiel en cuanto sale el anterior.

La gorra de recuerdo que compramos, que originariamente se vendía a 15 liras, la conseguimos por sólo 8. En otra tienda nos aseguran: Amigos: aquí engañamos muy poco.

Al pasar por la Çemberlitaş sütunu (> exactamente aquí), la columna monumental que mandó construir en 330 el emperador Constantino I el grande para conmemorar que Constantinopla se convertía en la nueva capital del imperio romano, nos metemos en el sencillo kebab Büfe Elit a lo típico: döner pollo y dürüm döner de ternera y para beber zumo de granada hecho al momento con esta máquina que funciona así:



Mientras comemos, pasa una furgo a la que, como en todas partes, le han escrito con el dedo lo de lávalo, guarro



De postre, ya en un puesto callejero, unas castañas asadas después de sortear algunos vendedores de colonia y relojes Rolex.

De camino hacia el aparcamiento para recuperar la furgo (> exactamente aquí), observamos que casi todos los autobuses llevan las suspensiones neumáticas resoplando, algo similar al sonido del aire comprimido de los frenos pero como si estuvieran respirando.

Y siguen los viejos oficios de limpiabotas…



Unas fechas antes de emprender este larguísimo viaje habíamos estado pasando unos días en la provincia de Cádiz, adonde hacía algún tiempo que no íbamos, y, aunque exactamente no estuvimos en Algeciras en aquella ocasión, no pudimos más que emocionarnos cuando a las cuatro y media de la tarde la furgo abandonaba el aparcamiento vigilado empezando el camino de vuelta a casa. Era el punto de inflexión.

En los altavoces sonaba la versión de Mediterráneo de Serrat que hizo Lolita. ¿Recordáis? El … que han vertido en ti cien pueblos de Algeciras a Estambul para que pintes de azul sus largas noches de invierno… nos llega muy adentro.

Mientras, los cargueros de la importantísima ruta mercante del Bósforo, pasan sin cesar…



La salida de la gran ciudad, que celebra sus últimos días como capital europea de la cultura,



no se nos hace muy dura porque, a pesar del gran tráfico en dirección al aeropuerto,



pronto pasamos su enlace (> exactamente aquí) y retomamos la normalidad por la ruta prevista: la O3 y las carreteras nacionales D100 y D110, con el fin de entroncar con la gran autopista griega que comunica el mar Tracio con el Jónico.

El camino hacia Yunanistan (que es como llaman los turcos a Grecia)



es monótono y sin muchos sobresaltos. Si no se considera susto de muerte que el precio de la gasolina de 98 esté a más de dos euros el litro. Exactamente el récord de los monolitos que íbamos viendo estuvo en la localidad de Tekirdağ (3,94 TRY, o sea ¡2,02 €!).

El deseo de pasar a hacer una compra grande a un supermercado DIA (sí, sí, un DIA en Turquía) que había a pie de carretera, que es una especie de vía de cuatro carriles en casi todos los tramos, se ve frustrado por un acceso que no supimos encontrar por ningún lado.

Ya bien entrado el anochecer, paramos en el mencionado Tekirdağ a cenar en el restaurante Özcanlar Köfte,



que es una pequeña cadena con establecimientos por varias localidades que se preocupa por la trazabilidad de las carnes con denominación de origen que emplea y que procesa en sus propios mataderos.

Nos recibe (> exactamente aquí) una brigada de sala de siete camareros atentísimos (incluso nos introdujeron ellos mismos el password de la WiFi en nuestros teléfonos), en particular el jovencito que teníamos asignado para nuestra mesa, que, agradeciéndole de veras su interés, llegó a resultar preocupante el que en algunos ratos orbitara caminando con las manos atrás alrededor de nuestra mesa como un satélite.

Al fondo de la sala, queda patente el patriotismo de la empresa con un cuadro del creador de la Turquía moderna, Mustafa Kemal Atatürk. Las chuletillas de cordero especialmente recomendables. En el apartado de postres, la cercanía a Grecia nos proporcionó ya un espumosísimo café frappé. El sutlaç no estuvo a la altura del que tomamos en Estambul.



Cuando nos marchamos, nos regalaron un libro con la historia de la empresa y pasamos, como veis, bajo un dintel con un gran talismán azul para la buena suerte igual que los que habíamos visto en miniatura por la mañana en el Gran Bazar en muchos puestos.

El resto de la carretera de cuatro carriles hasta la frontera es en realidad una pista cuyo carril derecho resulta impracticable, con el asfalto atomizado. Y con el izquierdo en mal estado, a secas. No se puede circular a más de 70 km/h y hay que hacerlo (siempre que no viene nadie) por el izquierdo.

Cada ciertos kilómetros se produce en la autovía un curioso fenómeno: las calzadas divergen un poco y se forma una glorieta tangencial que no impide tu preferencia y que sirve para poder cambiar de sentido y permitir el acceso a otras vías. Luego vuelven a converger (> ver un ejemplo).



Un poco más tarde de las once de la noche repostamos por última vez en la Opet Aygaz de Keşan (> exactamente aquí) pagando el altísimo precio de casi dos euros el litro porque no íbamos a tener suficiente para llegar a la primera población griega. Aprovechamos para lavar parabrisas y faros.

El tipo nos echa 39,50 TRY pero sólo nos cobra 39, sin el pico. Nosotros tratamos de regalarle la tarjeta prepago KGS de la autopista que todavía tiene un saldo de 12 liras, pero no lo acepta (o no lo entiende). Tampoco nos aceptan el regalo en la gasolinera Shell siguiente, a pesar de que son precisamente los que las expiden y sería más fácil darle salida.

Parece que en este mundo insolidario los regalos se toman como un engaño en potencia.

Mientras nos acercamos al puesto fronterizo turco de İpsala, arde un contenedor en la espesa niebla.

Al oficial (> exactamente aquí) le salen las luces del lector de pasaportes en verde, nos sonríe y nos deja avanzar.



Es nuestra última oportunidad de que alguien use los 6 € de saldo para pagar la autopista hacia Estambul. A nosotros ya no nos sirve de nada y no es reembolsable. Tras unos instantes de incredulidad, le confirmamos que It’s a present for you: we don´t need it, y al final acepta el regalo y como no creyéndolo se aleja de la ventanilla hacia la oficina con cara de contento. Ya nunca lo volveríamos a ver.

En la parte aduanera del check-point hay una mujer de etnia gitana sollozando cosas a los coches. A nosotros, no sabemos por qué, no nos sollozó nada. Al lado, por la franja paralela, un pobre camionero cariacontecido miraba



toda su carga repartida por el suelo –todas cajas de cartón de tamaños muy diversos, quizá paquetería– mientras le inspeccionaban el semirremolque.

Nada que declarar, y vemos la gran bandera roja con la media luna por última vez



con un enorme letrero que nos despide del Islam: Güle güle (hasta pronto).

Al atravesar el larguísimo puente (> exactamente aquí) sobre el río Meriç (Maritsa) los militares griegos, que custodian fuertemente la raya fronteriza por las frecuentes tensiones entre ambos estados, se suceden en tres parejas de garitas consecutivas



y nos dan la bienvenida con una extraña amabilidad.

Mirad cómo desaniman en las fotos aéreas las colas para pasar esta frontera de día. Usad siempre la noche. Es fundamental.

Mientras el tráiler de delante pasa los arcos detectores de calor para descubrir inmigración ilegal, a la Renault kangoo que nos precede y a las seis personas que expele



les obligan a pasar complicados trámites (> exactamente aquí). Sin embargo a nosotros el policía griego nos echa un somero vistazo por la puerta lateral y sólo nos desea buen viaje: Have a nice trip, sir.

Llama mucho la atención que nada más entrar en la autopista griega, que discurre más o menos por el trazado de la antigua calzada llamada Ἐγνατία Ὁδός (vía Egnatia), ya se indica claramente el final del recorrido: Ηγουμενίτσα (Igoumenitsa),



que es el puerto donde se embarca hacia Italia. Es como si al marroquí que baja de un ferry en Málaga le pusiese La Jonquera, 1 155 km.

Volvemos al euro, a la Unión Europea y al espacio Schengen para no dejarlos ya. Nos sentimos como en casa.

Toca ir buscando para dormir.

Con el fin de que la calefacción estacionaria no se desconecte por bajar del mínimo requerido de combustible, repostamos (> exactamente aquí) en la Ελίν (Elin) de Αλεξανδρούπολη (Alejandrópolis) insertando un billete de 50 € por el escáner 24 horas del surtidor.

En los pequeños recorridos que hacemos por algunos barrios buscando las ondas que nos conecten a internet, debemos de llamar la atención de algún vecino que nos considera merodeadores o simplemente del coche patrulla que se nos acercó preguntándonos de todo (> exactamente aquí). En medio minuto aceptaron pulpo como animal de compañía buscando dónde dormir y se marcharon.

Antes de hacerlo, encontramos junto a otra de las gasolineras del pueblo (> exactamente aquí), la Shell, una buena conexión para ir mirando barcos a Italia y en la que empezar a redactar la crónica del viaje, ésta que ahora leéis, que luego se acumula mucho de golpe.

A las dos de la mañana encontramos entre un olivar un discreto ramal sin salida (> exactamente aquí), no excesivamente ruidoso, que por el tipo de residuos del suelo se ve que era frecuentado por los lugareños para entrenar la suspensión del coche.



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Etapa 19: viernes 24 de diciembre de 2010
Αλεξανδρούπολη (GR) – Καλαμίτσι (GR)

Mientras a media mañana seguimos redactando la crónica en el portátil y tomando el desayuno, una hormigonera se mete de culo en el pequeño ramal en el que estábamos y nos tapona completamente. El susto dura unos instantes. Los que tardó en volver a salir cambiando el sentido en el camino principal.

Al dirigirnos de nuevo hacia la ciudad, que tiene unos cincuenta mil habitantes, vemos (> exactamente aquí) una enorme brigada acorazada de blindados medios sobre ruedas (BMRs) y carros de combate, que atrevidamente pasamos a la cámara contraviniendo la ley. Es cierto que la fruta robada sabe más rica.



Inmediatamente relacionamos la cercanía a la frontera turca y lo oportuno de esta unidad militar en una zona tan crítica. Muy cerca de ella, enfrente, estos dos vagones de tren sin bogies usados como cobertizos.



En el corto camino hacia el centro nos damos un baño de optimismo a todo volumen con I have a dream, de la banda sonora de Mamma Mia the movie, de ritmos rabiosamente griegos. Al otro lado de los cristales de la furgo la gente apura sus últimas compras de navidad por las zonas peatonales (> exactamente aquí) que concurren hacia la calle de la travesía. La cristiandad capitalista ataca de nuevo.

De nuevo también vemos por la carretera de la costa, la que se dirige a las playas y al camping que se llama como la ciudad (> exactamente aquí), seis policías en tres motos a toda mecha, de dos en dos, como en Estambul, pero éstos fuertemente armados y con chalecos antibalas.

Allí mismo está uno de los LIDL más furgoperfectos que conocemos (> exactamente aquí), con vistas al mar Tracio



y una zona superdiscreta para ducharse en configuración de rincón, que usamos inmediatamente después de la compra.



Siempre es mejor así y no al revés, porque el ticket te da ya la consideración de cliente.

En la gasolinera AVIN de al lado (> exactamente aquí) repostamos carburante de 100 octanos tras vencer la chica todas sus dudas sobre si una furgo puede usar algo distinto del gasóleo.

El estándar va cambiando y el autolavado ya es semimanual, es decir, el chico te echa el jabón con una Kärcher de alta presión,



se lo pagas, y luego tú te la aclaras echando las monedas necesarias. Todos los días aprendemos cosas.

De abonar con tarjetas, nada. El país está recién rescatado y no están para comisiones de los bancos, nos asegura la encargada en otras palabras. Y eso que ahora hasta ya en el juego del Monopoly se paga con tarjeta en vez de con billetitos.



Un poco de internet de nuevo en el mismo punto de anoche, un militar del pueblo que pasa con la compra de la mano,



y cambio de chófer para hacer una etapa larga hasta Θεσσαλονίκη (Salónica), la segunda ciudad de Grecia.

De camino por la A2, el Islam se va difuminando casi ya por completo. El pueblo de Αύρα (Avra) (> exactamente aquí) luce una mezquita de proporciones comedidas, como no queriendo destacar…

Pasamos de lejos (> exactamente aquí) también por la central termoeléctrica



de Κομοτηνή (Komotini), que tiene una potencia instalada de 500 MW y está alimentada por gas natural y fuelóleo. Un perro se pasea tranquilamente por la autopista.

Los fantásticos nuevos tramos que han concluido completamente el trazado del itinerario europeo E90 por el territorio griego es una maravilla que han celebrado todos los transportistas y turistas de esta región. Incluidos nosotros que vamos ganando tiempo comiendo en marcha y volando sobre los recortados valles perpendiculares al mar a golpe de túneles y viaductos.

Una pausa en el área de descanso de Μεγάλη Βόλβη (Megali Volvi) (> exactamente aquí) para un nuevo cambio de conductor unos cuarenta kilómetros antes de Θεσσαλονίκη (Salónica) y acometemos la Barcelona griega por el segundo enlace de la circunvalación porque nos saltamos el primero con el atrevimiento que da la ignorancia.

Es parecida a Barcelona incluso en los taxis. No me digáis que si hay que elegir un modelo de taxi de toda España no elegiríais los avispa… Pues en Salónica son azules, destacando.



La larga avenida Εγνατίας/Egnatias nos pasa justamente, por suerte, por el arco del emperador Galerio,



con su Rotonda al fondo (> exactamente aquí), que es lo más notable de lo que queda hoy de los recintos imperiales romanos.



El aparcamiento del nuevo ayuntamiento de esta aglomeración de más de medio millón de almas,



es la típica construcción administrativa y funcional de la que deberíamos tomar ejemplo: oficinas prácticas, gigantesco parking subterráneo de precio subvencionado bajo el edificio, modernos accesos, inmejorable situación en los jardines del centro…

Al salir de él (> exactamente aquí) damos con una anciana bien parecida que nos dice cosas sobre la necesidad de seguir a Jesucristo y a su madre. Entendemos enseguida que se trata de una pobre mujer que no debe de tener con quién pasar la nochebuena.

En cierto modo, nosotros somos un poco parecidos a pesar de sí tener con quién pasarla. Nuestras familias nos llaman descastaos mientras nosotros tratamos de explicarles que todo es un invento perfectamente diseñado por dos focos de poder, las iglesias y la banca internacional, para repetir simplemente los fastos por el cambio de estación que ya se celebraban en la Antigüedad clásica. Y que para reunirse de vez en cuando con quien aprecias no hay que regalarse nada por obligación ni acordarlo en una fecha fija.

Lo local triunfa, y pudimos ver que el tabaco también mata por aquí a su manera



y que el Banco de Chipre ya va teniendo sucursales…



La cornisa boscosa que forma la avenida Λεωφόρος Βασιλέως Γεωργίου (Leoforos Vasileos Georgiou) (> exactamente aquí) nos va acercando en un ventoso paseo



hacia la Λευκός Πύργος/Lefkós Pyrgos (torre Blanca) (> exactamente aquí)



admirando también las proporciones del renovado teatro Βασιλικό (> exactamente aquí), por cuyos parterres yacía desinflado este Piolín



y este camper dispuesto a atacar cualquier desierto.



Nos dio un montón de alegría, después de haber dado tumbos por divisas tan diferentes, sacar de nuevo euros azulitos de un cajero para disfrutar de la noche, animadísima de gente treintañera por los numerosos locales de Λεωφόρος Νίκης Leoforos Nikis (> exactamente aquí), el paseo marítimo más peligroso de los que hemos visto nunca, porque,



teniendo una hostia medio curiosa hacia el agua, no tiene barandillas.

Al final, en el 57 de esa misma calle, mientras el monarca, leyendo en el teleprompter, expelía el mensaje enlatado que le escriben todos los años, nosotros cenamos ni demasiado bien ni demasiado mal en el sencillo



restaurante Mangio (> exactamente aquí). Lo más divertido fue que al pedir carta de postres nos trajeron la cuenta, todavía no sabemos por qué. Nos dijeron luego que les pagásemos en efectivo, que el datáfono no funcionaba, seguramente esperando que nos lo creyésemos.

En la πλατεία Αριστοτέλους/Plateia Aristotelous (plaza de Aristóteles),



donde un grupo de guiris (o sea, ni eran griegos ni españoles, jeje) nos pidió fotografiarles en grupo delante del belén (> exactamente aquí), vimos el sincretismo perfecto entre lo nórdico y lo judeocristiano: un papá Noel integrado en el portal.



Es lo último que nos faltaba por ver. Aparte de las desastrosas consecuencias de fotografiar a tu choni sin reubicar previamente la peligrosa postura de la cinturilla de los pantalones que arrasa estas temporadas.



Bueno, algo más vimos: por ejemplo, la catedral de Ο Άγιος Γρηγόριος Παλαμάς (San Gegorio Palamás), que fue arzobispo de esta diócesis…



Como el Starbucks, cuya tarta de queso adoramos, estaba ya cerrado, nos metimos en una equivalente, la Parfe, en el 77 de Λεωφόρος Νίκης Leoforos Nikis (> exactamente aquí). Cafés ricos pero pasteles caros y malos, a pesar de lo que pudiera parecer,



con un empalagoso ponerle-nata-a-todo-porque-sí.

Justo en el momento de salir del local, una tormenta repentina que casi arrancaba los toldos y volaba las terrazas, hasta ese momento tranquilas, nos hizo tomar la decisión de correr hacia la parada de taxis (> exactamente aquí) de la siguiente esquina.

El taxista volvió a espetarnos lo desafortunado que era que la Unión Deportiva Salamanca estuviese en segunda división y a recitar la alineacion del Barça. Sin comentarios. Cualquier día hacemos un máster en conversaciones de ascensor. Que es lo que parece que se lleva ahora.

El vendaval y la lluvia fuerte habían arruinado los vestidos de fiesta de muchas emperifolladas griegas que pensaban estar divinas toda la noche. Y nos granjearon un atasco de los buenos para hacer el recorrido desde el aparcamiento hasta la primera área de descanso de la autopista A2, donde volvimos a cambiar de manos al volante.

Con toda la intención de avanzar lo más posible, alcanzamos finalmente la salida número 15, en Γρεβενά (Grevena), donde la reserva del depósito amenazaba ya con manifestarse.

Como la humilde gasolinera estaba cerrada (> exactamente aquí), buscamos para dormir primeramente enfrente, en un almacén de materiales de construcción. Pero el perro no nos quería como vecinos.

Buscando, buscando, dejándonos llevar por un camino que iba en dirección a un bosque pequeño, hallamos lo que nos parecía el paraíso del furgonetero: el aparcamiento vacío y silencioso



de esta ermita encantadora (> exactamente aquí).

Allí nos posamos con una paz espectacular… hasta que a las cinco menos cuarto de la madrugada llegó con mucha prisa un coche que paró justo en la puerta. Se bajó un pope ortodoxo que cogía cosas apresuradamente y las metía a la ermita. Luego se bajó otro…

Bueno, hasta ahí todo normal. Quizá la iglesia tenía anexa una casa parroquial y vivían allí –pensamos.

Pero la catástrofe estaba a punto de suceder: primero un montón de campanadas a las cinco, otras tantas a las cinco y diez… luego empezaron a llegar y llegar coches del pueblo con familias bien vestidas…

No sabemos si desear una incruenta subducción de la placa africana por debajo de la euroasiática o salir corriendo de allí. Hacemos finalmente lo segundo.

El equivalente a la misa del gallo en el credo ortodoxo es al amanecer del día de navidad. Además, la comida principal en la que se reúnen las familias no es el 24 por la noche, sino el almuerzo del 25.

La huida de la inopinada romería consistió en alejarnos un kilómetro por una carretera secundaria que conduce al pueblo de Καλαμίτσι (Kalamitsi) y nos dormimos finalmente (> exactamente aquí) en una pradera ligeramente escorada junto al arcén.



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Etapa 20 : sábado 25 de diciembre de 2010
Καλαμίτσι (GR) – Παναγία (GR)

La sensación de serenidad en el día de navidad es sobrecogedora. Parece que nadie esté vivo, no pasan coches, no se oyen ruidos. Ni siquiera cuando nos acercamos a la gasolinera Argo (> exactamente aquí), que ahora sí está abierta aunque tiene aspecto de todo lo contrario.

A duras penas sale un chaval lentamente y nos rellena ¡103 €! Nunca habíamos pagado tanto por tres cuartos de depósito, ni siquiera en Finlandia. Por supuesto en efectivo –nos explica– porque la crisis y la escasez de turismo en invierno no les permiten otra cosa.

Así es que mucho cuidado cuando viajéis por esta parte de Europa: no os fiéis de que lleváis tarjetas de crédito porque os podéis llevar más de un chasco.

Por la radio escuchamos continuamente la palabra ραδιοφωνίας (radiofonías) e imaginamos inmediatamente, por lo extraño e inquietante del día, que se trata de la versión griega del programa Milenio3 de Iker Jiménez sobre fenómenos de difícil explicación, pero luego vamos comprendiendo que simplemente significa están escuchando la emisora tal o la emisora cual.

Con la curiosidad en niveles altos, nos acercamos de nuevo al aparcamiento de la ermita de Γρεβενά (Grevena) que –ahora sí– está en absoluta soledad



y ¡con las puertas abiertas! (> exactamente aquí).



El interior es como todas las iglesias ortodoxas: un iconostasio al fondo con los iconos dispuestos en él, en la pared oriental, y la puerta santa en el centro, con dos hojas, por donde sólo los clérigos pueden pasar al santuario. Echadle un vistazo al video:



En lo demás, se parece a las de por aquí hasta en la hoja parroquial.



El aparcamiento exterior es un remanso de paz, con fuente de agua fresca para repostar,



amplias sombras y un rincón fenomenal donde tomamos la ducha.

Con el fin de llegar con algo de luz a los monasterios encaramados en las rocas que hay en Μετέωρα (Meteora), patrimonio de la Humanidad (> exactamente aquí), retomamos la autopista A2/E90 hasta (> exactamente aquí) el enlace de Παναγία (Panagia), respetando las limitaciones que había de vez en cuando al aproximarse a los túneles para no alterar el hábitat de los osos que viven en libertad.

Allí comienza un retorcido recorrido de unos cuarenta kilómetros por una carretera aceptable, la 6, que llega hasta Καλαμπάκα (Kalabaka), la localidad que se encuentra (> exactamente aquí) al pie de los llamativos riscos de conglomerados y areniscas.

Antes de llegar, a un tercio de camino, en la travesía de Τρυγώνα (Trygóna), el teléfono captó (> exactamente aquí) esta increíble escena en pleno siglo XXI: la sumisión del pueblo sencillo a los poderes del clero. Un anciano matrimonio se cruza con el pope del lugar y le besa ceremoniosamente la mano.



Hay que tener cien ojos en estas carreteras secundarias porque la conducción a la griega se basa en la importancia de la prisa y no, por ejemplo, en que haya doble línea continua o curvas sin visibilidad…



Inicialmente entramos en el centro de Καλαμπάκα (Kalabaka) pensando que el acceso a la zona de los monasterios se hacía por allí, pero un vecino nos saca del error y nos indica el rodeo que hay que hacer para llegar hasta ellos (> exactamente aquí).



El ocaso nos permitió algunos minutos exponer unas fotos del momento postrero del día con las cumbres nevadas de la cordillera Νότια Πίνδος/Nótia Píndos (Pindo Sur), y el monte Τριγγία (Tringía), de 2204 msnm, como irrepetible decorado del primer plano del μονή της Αγίας Τριάδος (monasterio de la Santísima Trinidad), que es el número 2 del plano.



Muy pocos visitantes, unos tres coches dispersos y nosotros, fuimos los últimos curiosos del día en el Αγίου Στεφάνου (de San Esteban) (1),



en el μονή Βαρλαάμ (monasterio de Varlaam) (3) y en el Μεγάλο Μετέωρο (Gran Meteoro) (4).

En una de las bajadas, la que se dirige de nuevo a Καλαμπάκα (Kalabaka) por la aldea de Καστράκι (Kastráki), paramos a tomar nuestra comida de navidad



en la furgo a las seis y media en el aparcamiento del μονή Αγίου Νικολάου (monasterio de San Nicolás) (5) (> exactamente aquí). Para regar la colación, una botella bien fresquita de txakoli de Getaria con el que nos habíamos hecho al pasar por Gipuzkoa.

Mientras la televisión griega ponía algunos programas subtitulados en inglés y en francés (cosa tremendamente útil para aprender idiomas, como hace por ejemplo la portuguesa), sale un pequeño utilitario con tres popes por la puerta del monasterio, donde un cartel advertía bien claro al público de julio y agosto, antes de darse la caminata a subir, que si quieres visitarles hay que pasar calor (nada de faldas, nada de camisetas de tirantes, nada de pantalones cortos).



Es lo de siempre. Ya lo venía a decir Jorge de Burgos, el bibliotecario ciego (y asesino) de El nombre de la rosa: hay que mantener el misterio, el secreto, el dogma, el no hay más preguntas. A base de normas, de ritos, de prohibiciones. Porque el día que se pierda, se acaba el negocio. El de Buda, el de Confucio, el de Alá, el del tarot, el de Rappel o el animista cubano. Da igual.

En una WiFi que encontramos junto al árbol de navidad de plaza de Καλαμπάκα (Kalabaka) (> exactamente aquí), diseñamos una pequeña excursión de montaña desde donde estábamos (número 1) para ir rematando el día.



Que consistió en subir (> exactamente aquí) a mil metros de altitud a disfrutar un rato agradable hasta el hotel Magema, enclavado en plena estación de esquí de Περτούλι (Pertouli).



El duro camino de subida y de bajada a Χρυσομηλέα (Chrysomilea) (2) con diversos tramos en arena y nieve y numerosos desprendimientos (> exactamente aquí), recreaba en la noche por momentos las oscuras circunstancias del crimen de Fago.

En el de vuelta (3) hacia la autopista A2, donde vimos el recuerdo (> exactamente aquí) de un trágico accidente de dos militares,



paramos a cenar a la una de la madrugada en la gasolinera Evin que hay (> exactamente aquí) en el km 41 de la carretera 6 a la altura de Ορθοβούνιον (Orthovounio).

Como la autopista, por lo que habíamos visto desde la frontera turca, tampoco es que tuviera muchas áreas de descanso que digamos, preferimos echarnos a dormir en las campas (> exactamente aquí) que hay antes de entrar a ella en la localidad de Παναγία (Panagia). Son las tres y media de la madrugada y estamos realmente cansados.



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Etapa 21: domingo 26 de diciembre de 2010
Παναγία (GR) – Ηγουμενίτσα (GR)

El día ya empezó mal por la mañana cuando nos damos cuenta de que hay un atasco que no deja vaciar el WC químico. Es probable que la fuerte helada haya hecho en algún punto algo de bloque porque ni el compresor de aire portátil ni la ventosa de goma son capaces de resolver el problema.

Así es que desayunamos en la furgo y hacemos el gran tramo final de la autopista casi hasta el mar Tracio parando únicamente a cambiar de conductor en la nueva estación de servicio Avin (> exactamente aquí) de Παραμυθιά (Paramythia), donde con agua a presión inyectada



por la entrada Hozelock del circuito conseguimos limpiar por fin el WC (> cómo hacer este brico).



Allí vimos también, si exceptuamos las de USA o Australia, las más remotas matrículas conocidas y desde luego las más extrañas: las de unos camiones iraníes.



Rellenamos el depósito de agua pero tenemos que abortar un amago de limpieza porque la lluvia empezaba a caer.

Nada comparable con lo que ya había caído los días anteriores en la comarca. Por ejemplo, al pasar por Ιωάννινα (Ioánina), el desbordamiento de los alrededores del lago



había llegado hasta la autopista (> exactamente aquí), que es una comunicación estratégica en el país, y estaba defendida por diques para que se pudiera circular por uno de los dos carriles de cada calzada.



El que aún estaba en servicio tenía bombas de achique ya trabajando porque se empezaba también a embalsar.

Al reintegrarnos a la poca autopista que queda, en fuerte cuesta abajo hacia el mar, con la isla de Κέρκυρα/Kérkyra (Corfú) al fondo (> exactamente aquí),



el conductor de un Audi negro con matrícula griega nos adelantó, se detuvo casi en el arcén y nos hizo gestos de parar con una mano pero no le hicimos apenas caso por el doble intento de robo que habíamos tenido en Bulgaria unas noches atrás.

Finalmente llegamos a Ηγουμενίτσα (Igoumenitsa) con la intención de embarcar hacia el puerto italiano de Ancona, lo que evita en tan sólo una noche el latoso paso por Macedonia, Albania, Montenegro, Croacia, Bosnia y Hercegovina siguiendo la costa.

Impresiona en primer lugar ver en el punto donde termina la fuerte pendiente de la autopista (> exactamente aquí), frente a los accesos al puerto, numerosos grupos de inmigrantes del Kurdistán preparados para mimetizarse con los ejes calientes o las cajas de cualquier tráiler de los que entran a cada momento en las instalaciones aduaneras sin ser detectados por los sensores de calor. Mirad en este video qué extraña sensación da al llegar a la población… con grupos de ellos andando por la autopista y los enlaces…

La letra de Africanos en Madrid de Amistades Peligrosas nos salta a primera plana…

La noche se vuelve de esparto
cuando llega la despedida,
hay un hueco a medida
para el polizonte.

Se marchó lejos de su casa
con el corazón en rodaje,
a cambio de ese pasaje
vendió su alma al diablo.

Hoy de nuevo le vi pasar,
algo triste pero amable,
siempre infatigable,
tras el pan y la sal…




En nuestro anterior viaje a Grecia, ya habíamos visto lo mismo en el puerto de Πάτρα (Patrás).

Ellos están ahí porque a diario alguno se cuela, por más que muchos sean repatriados antes de llegar a Italia, donde las leyes contra la inmigración ilegal son menos severas que en Grecia. En ocasiones son interceptados y devueltos a territorio heleno, sin ni siquiera hacer constancia administrativa del hecho, lo que ocasiona un caldo de cultivo para las numerosas violaciones de los derechos humanos sobre estas personas que ya se han denunciado en varios informes.

En este selecto ambiente, que podríamos comparar al que hay cien metros al otro lado de las vallas de Ceuta o de Melilla, nos acercamos con todas las precauciones a los aparcamientos de la estación marítima (> exactamente aquí).

Sabemos por la web de la naviera Superfast Ferries, estupenda compañía de la que habíamos sido clientes dos años antes, que el primer barco que zarpa hacia Ancona sale al día siguiente por la tarde. Y no hemos querido sacar los pasajes on-line porque siempre aparece una oferta de última hora que puede beneficiarnos mejorando las tarifas de catálogo.

Y así fue. Conseguimos billete para la furgo y para dos personas en camarote interior cuádruple pero de uso doble por sólo 224 €, ahorrándonos casi cien con respecto al coste normal.

Si lo pensáis fríamente, es una verdadera ganga: te dan una cómoda noche de hotel con todas las facilidades, te recorren exactamente la inmensa distancia que hay entre Madrid y Girona, te ahorran el cansancio, la gasolina, los peajes, los visados, las colas y registros de cinco fronteras, los riesgos de las carreteras, muchas de ellas de montaña, el desgaste del coche…



Por seguridad, hicimos el descenso a la estación en dos fases: primero fue uno a por la documentación y volvió, y luego fue el otro a conocer las instalaciones y volvió también enseguida.

Durante la segunda fase, el que se quedó en la furgo vio desde dentro cómo dos inmigrantes se escondían detrás y cogían una china del suelo, se supone que sin intención de coleccionarla.

Así es que hubo que ponerse en el puesto del conductor y arrancar disuasoriamente ante la sorpresa de ellos, que no sabían que quedara alguien dentro y se les chafó el plan cazaturistas.

En cuanto estuvimos de nuevo juntos, nos marchamos pasando por la agradable zona



de terrazas y restaurantes (> exactamente aquí) hacia otro barrio de mejor pinta a hacer planes para el día en la WiFi que nos apareció estacionados junto al museo arqueológico (> exactamente aquí).



El pueblo es realmente pequeño y consiste básicamente por un lado en unas cuantas filas de calles más o menos paralelas al paseo marítimo, donde está la animación, y por otro la zona portuaria, que tiene más instalaciones industriales, muy enfocadas a la navegación de recreo.

La idea para pasar el día era alejarnos un poco por los alrededores y conocer la zona fronteriza con Albania (> exactamente aquí), que dista apenas unos quince kilómetros en linea recta.

Eran las cinco de la tarde. Uno estaba tumbado atrás



y el otro en el asiento del copiloto con el portátil en las rodillas. De repente se puso un tío por la ventanilla enseñando lo que podría ser un carné de policía.

Pensando que se trataba de un nuevo engaño, porque el menda, rellenito, mal afeitado, de unos cuarenta y cinco, tenía una pinta malísima, el que estaba atrás pasó adelante, arrancó el motor e inició la marcha suavemente. Pero en la ventanilla del conductor había otro, el poli malo, que hizo gesto de que ni nos moviéramos.

Bajando dos dedos la ventanilla y a la pregunta de si era policía de verdad, abrió la cartera y mostró otro carné que nos causó buena impresión porque era igualmente tamaño crédito y con los mismos emblemas del poli bueno del otro lado.

Les damos los pasaportes, los retienen y nos piden ver el maletero. En ese momento comprobamos que el tapón del depósito del agua no estaba. Sólo colgaba el cable de seguridad.

En un segundo rehacemos todo lo que ha podido pasar: el coche griego que nos había pedido parar en la autopista y al que no hicimos caso seguramente nos quería advertir de que había quedado colgando el tapón. Y lo perderíamos con el roce de la rueda trasera.

Después los agentes de paisano nos indicaron que les siguiésemos a comisaría llevando la furgoneta circulando detrás de su coche camuflado, un Skoda Octavia gris. Las dudas que teníamos sobre la autenticidad de los sujetos se despejaron al ir entrando en la zona de seguridad del puerto.



Allí, en la maniobra de colocación en el punto donde nos destinaron (> exactamente aquí), se golpeó el portabicis al dar marcha atrás y se fracturó un catadióptrico. Otra avería para la libreta. Mala suerte. Los nervios.



Nos pasaron a ambos a esta pequeña dependencia policial



sin darnos oportunidad ni de subir las ventanillas ni de cerrar las puertas de la furgo, que había quedado en el exterior, a pesar de que lo requerimos. Decían que no habría ningún problema. Nos retiran las llaves del contacto.

Nos interrogaron sobre los detalles de nuestro viaje comprobando exhaustivamente toda la documentación y preguntando por cada pormenor. Nos lanzaron las típicas sondas sobre si fumábamos y si usábamos drogas.

Tenían mucho interés en saber qué días y cuántos en total habíamos estado en Turquía.

Nos gustó el gesto, muy profesional, de ir revolviendo los papeles de la cartera uno por uno e irnos entregando el dinero en efectivo que iba apareciendo para que lo conserváramos en nuestros bolsillos y no dudáramos de su honestidad.

A continuación nos separan. Dejan a uno en en la oficina sentado en un banco metálico y llevan a otro a la furgo a presenciar el registro, a unos veinte metros. Desde el interior de la comisaría apenas podía distinguirse lo que pasaba en el exterior.

El que estamos llamando poli malo, un tipo muy alto, escuálido, con cara de rasgos duros y rapado de pelo, registra el vehículo entero durante una larga hora y quiere mantener perfectamente una distancia de seguridad obligando a permanecer mirando, pero en un punto de la acera y sin posibilidad de acercarse. Cada vez que se hacía alguna intervención diciendo algo o intentando ayudar para que abriera algún compartimento correctamente, obligaba a permanecer en el sitio con un mal gesto, que parecía aún peor viendo las cachas marrones de la pistola reglamentaria asomar de la parte trasera del cinturón.

A unos doscientos metros se oyen pequeños motines de los inmigrantes kurdos agolpándose en torno a algunos camiones que entran a embarcar hacia la isla de Κέρκυρα/Kérkyra (Corfú). La policía carga contra ellos desde varios vehículos con contundencia… se escuchan golpes y gritos…

¿Sabéis lo que es tener que responder durante toda una hora para qué sirve cada pastilla del botiquín (cualquier cosa con codeína, como un simple Termalgin, era hasta hace poco considerado un opiáceo prohibido), cada herramienta poco convencional, cada utensilio de la cocina? Si tienes francos suizos que por qué, si tienes cheques en blanco que por qué, si ven racores de fontanería que para qué sirven, si ven los extintores numerados que qué significan esos números… El maltrato es indescriptible abriendo y cerrando hasta el último rincón de la furgo, exactamente como cuando entran en las películas a robar en una casa y no encuentran lo que buscan.

Esto incluyó mirar desde el contenido de cada cosa del frigorífico hasta los tuppers de la despensa en los armarios bajo el fregadero pasando por todos las pequeñas cosas de cajones y arcones del maletero.





Mezclan sin ninguna consideración los objetos clasificados en paquetes dejándolos todos revueltos (monedas de cada país para colección, carpetas con documentos…), incluso obligan a desmontar el WC químico y arrancan sin miramientos los revestimientos plásticos de las paredes para mirar dentro. Nunca hemos visto más grapas rotas a lo salvaje. El peor empleado del peor taller carrocero del mundo nos parecía un ingeniero de bata blanca mimando nuestra furgo.



Además, como está lloviendo y hay barro y charcos en el suelo emplean las alfombrillas para tirarlas en la calle y arrodillarse a mirar los bajos.

No encuentran nada y nos reúnen de nuevo. Nos entregan parte de las pertenencias que habíamos sacado de los bolsillos…

Cuando ya pensamos que el bochornoso trámite había terminado, nos vuelven a separar y ordenan sacar todo lo textil (colchones, sábanas, edredones, toallas, cazadoras...) y ponerlo en un banco, cerca de la puerta de la comisaría, donde por suerte el techo de las aduanas lo protegía de la lluvia.

Luego viene un segundo registro en el que pasan el perro y su adiestrador, con botas militares llenas de agua y barro y se suben ambos por toda la furgo, incluidos asientos de piel. Los chasquidos que se oyen por todas partes rompen el corazón a cualquiera que cuide de su niña con ruedas y, con más razón, cuando aún te quedan años para pagarla.



Rompen la moldura de los aireadores del pasillo central, los hidráulicos de los somieres son arrancados de cuajo queriéndolos extender del todo más allá de su recorrido de apertura. Éste el el punto máximo y el tío la puso vertical del todo de un tirón brusco:



Para más tragedia, sin la sujeción que le proporcionaba el resorte, la tapa cae a plomo y golpea al poli extra-malo, el guía canino, que es un individuo deleznable, con mirada prepotente y con pinta de tratar a patadas todo lo que toca. Como le digo que por favor sea cuidadoso y no rompa nada más dice el muy canalla que somos nosotros los que tenemos que tener las cosas seguras para que no le causen a él golpes como el que acaba de recibir.

Es en esos momentos cuando uno quisiera tomarse la justicia por su mano y aplastar a la mísera cucaracha… pero tiene que morderse la lengua y saber que aún sería peor de otra manera… Este funcionario vuelve a pasar casi otra hora registrando ¡exactamente lo mismo que el anterior! sin que el primer policía le advierta de que todo lo que está abriendo y cerrando y revolviendo y rompiendo ya está revisado.

El perro marca con las patas delanteras la zona del WC, seguramente por el olor del líquido químico azul que acabábamos de reponer en la gasolinera de esta mañana tras el desatasco.

Insisten en que ahí llevamos algo ilegal y que va a haber que desmontar todo el casette inferior del WC químico y su tubería hacia el deposito adicional. Miran incluso dentro de él abriendo la válvula. Por suerte para ellos estaba recién limpio.

En un punto de esta zona de la furgo solemos llevar por seguridad para casos de robos o pérdidas de documentación este cartucho forrado



de poliestireno extruido flexible y cinta americana gris (para las heladas) que contiene lo esencial para una emergencia:



copias de llaves, copia del pasaporte, del DNI y del permiso de conducción, una tarjeta de débito y unos doscientos euros en efectivo.

Y entonces, en medio del frenesí buscador, se produce la hecatombe final: el militar ¡se pone a dar gritos de entusiasmo en griego intercalando la palabra heroína!

Un corro de diez furibundas hienas mostrando sus dientes y caras de odio rodean la furgo en busca de carnaza. Por los conocimientos básicos de griego del bachillerato se entiende un poco que unos a otros se preguntan de qué nacionalidad somos.

Mientras, el poli bueno corre a la comisaría murmurando el nombre de la droga a sus compañeros y esposa primero con las manos atrás y luego al banco metálico al que estaba allí incomunicado, angustiado y con la mayor de las incertidumbres durante casi ya hora y media. Indudablemente lo primero que le vino a la cabeza es que ya habían puesto algo ellos mismos tras no encontrar nada y que los próximos diez años los iba a pasar con servicio de habitaciones kurdo en cualquier sucia penitenciaría del país a cuatro mil kilómetros de casa. El hundimiento piscológico es total.

El guía canino hace palanca con viejos destornilladores torcidos y nuestro propio cuchillo cebollero de cocina para sacar la droga, no para de gritar, no acierta durante unos largos instantes a sacar lo que acaba de encontrar. El poli malo esposa al que queda con violencia, y vuelve a preguntar riéndose que le digamos ahora que no llevábamos nada.

Detenido y obligado a sentarse en el suelo mojado y en medio de la carroña, uno da instrucciones a otros de que pidan rápidamente un abogado de oficio que hable español.

Gran desilusión cuando ven el desazonador contenido del paquete de emergencias, que huelen incrédulos preguntando "¿Y esto por qué?".

Pasan en un instante de la euforia al mutismo incrédulo y la rabia les hace dudar ya de todo. Preguntaban si el cordón de soldadura ecuatorial que tienen los extintores (cualquier extintor mediano lo tiene) no será un doble fondo. Les rascan la pintura a los dos y desprecintan y descargan uno con total naturalidad apuntando al aire. Sigue lloviendo.

Ya no saben dónde mirar, se sientan en el asiento del conductor; rompen al abrirlas con fuerza las tapas de los espejos de cortesía; arrancan los plásticos del techo por encima del parasol y los recolocan a manotazos secos; despegan toda la goma de la parte inferior del marco del portón trasero; investigan el interior del compartimento de la bombona de gas; llegan a arrancar la parte trasera de la moqueta del suelo traccionándola de los embellecedores del umbral del portón…

El trato vejatorio llega al extremo del golpear ya por golpear en todo.

A la media hora, insistiendo en que ahí tiene que haber un doble fondo y que hay que desmontar el suelo entero, la ocurrencia de decirles con insistencia que tiene necesariamente que ser un error debido al líquido azul del WC y que hace dos años nos pasó lo mismo en un control canino en España, parece que milagrosamente es aceptada.

Nos interrogan de nuevo sobre el viaje, profesiones y todo lo demás. No les cuadra nada que dos tíos estén sólo dos días en Estambul después de casi cinco mil kilómetros de ida. No entienden que el destino del viaje sea en sí el propio recorrido. No entienden que no es necesario llegar en avión a los sitios y alojarse en hoteles, como hace todo el mundo.

Y, dejándonos tirados con la furgoneta entera desguazada por la acera bajo la lluvia, nos quitan las esposas y nos despachan con un: It's OK.



Se quedan mirándonos con chulería, de pie, y nos ordenan irnos. En ese momento, a su lado, un agente de la UAR de la Guardia Civil nos parece el tío más educado y cuidadoso del mundo.

Una hora después todavía teníamos las marcas de las esposas.

Dimos gracias a la suerte de que manifestaran evidentes signos de ser unos perfectos inútiles en el conocimiento de la arquitectura de un camper Westfalia porque ni un solo momento se les ocurrió accionar el techo elevable electrohidráulico y registrar el amplio espacio que hay entre la cama superior y el techo de fibra, capaz para cualquier cargamento diferente al de sets isotérmicos que nosotros transportábamos. Quizá porque no vieron los cierres que sí lleva el modelo de apertura manual.

No sabemos si durante el trayecto que hicimos siguiéndolos desde el museo a la comisaría nos podía estar siguiendo otro vehículo camuflado de apoyo, pero no estamos seguros de que sea muy eficaz este modo de permitir que nos hubiéramos podido deshacer de cualquier cosa ilegal simplemente dejándola caer por la ventanilla.

A las ocho de la tarde, tres horas después de que empezara la pesadilla, con la moral hundida, la sensación triste de que la seguridad jurídica en la Unión Europea sólo existe en los discursos electorales, vagamos angustiados sin rumbo, sin saber adónde podíamos ir con alguna seguridad. De hecho nos costó encontrar la salida del puerto porque estábamos descentrados, como cuando te acaban de dar una paliza o tienes un accidente… Llegamos a pensar que ser robado por una cuadrilla de kurdos tiene que ser más edificante que un registro de los garantes del orden del estado griego.

Salimos de la ciudad por una carretera paralela a la autopista desde la que habíamos llegado y hacemos kilómetros a lo tonto por varias rutas secundarias, con un desolador panorama tras nuestros asientos. Al final paramos en la gasolinera de Αγία Μαρίνα (Agia Marina) a limpiar, reparar y colocar lo más urgente (> exactamente aquí).

  A las nueve y media volvemos al mismo punto donde nos había interceptado la pasma (> exactamente aquí), en la confluencia de las calles Διονύσιος Σολωμός/Dionysiou Solomou con Εθνικής Αντιστάσεως/Ethnikis Antistaseos porque al menos allí podíamos comunicarnos por internet con los nuestros y contar lo sucedido por si se volvía a repetir.

Para más ironías de la vida –casualidad–, como veis, la calle donde nos encontrábamos estaba dedicada al famoso poeta griego Dionisos Solomós (otro poeta de nuevo) de cuyo himno a la libertad, de la que nos acababan de privar, se hizo nada menos que la letra del himno nacional griego. La ansiedad se hacía por momentos mayor pensando que al día siguiente tendríamos que pasar por las mismas garitas donde habíamos sufrido este infierno. Y los policías podían ser otros, podían ser incluso peores, podían volver a desmontarlo todo, podrían no estar informados de lo sucedido, podrían si quisieran hacernos perder el embarque con cualquier excusa… por ejemplo encontrar algo que esta noche alguien cuidadosamente se ocupara de esconder por los bajos

Uno de nosotros, el más tragón, ni siquiera probó bocado hasta la mañana siguiente.

Y allí permanecimos, como animales asustados y agazapados en una guarida, recelando de cada ruido, de cada persona que pasaba andando, durante casi un día entero. Otra mala noche más. Y van tres.



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Etapa 22: lunes 27 de diciembre de 2010
Ηγουμενίτσα (GR) – Mar Adriático

Por la mañana el lugar resultó un poco ruidoso pero llevadero. Por suerte, los museos nacionales también cierran en lunes en Grecia y a nadie de la institución le pareció mal que estuviésemos allí aparcados debajo de una cámara de seguridad tantas horas.

Estamos abatidos psicológicamente, con la incertidumbre como una espada de Damocles



Investigando por la Red, descubrimos que la policía del puerto de Igoumenitsa, los encantadores promotores del turismo a Grecia que nos atendieron la tarde anterior, es tristemente famosa por multitud de casos de violencia entre los que destacan la muerte de un joven al que le reventaron la cabeza contra el suelo en esta misma comisaría y por la que nadie ha sido aún procesado. Como para quejarse por lo nuestro…

Ya nos lo imaginábamos de antemano, pero ahora ya sabemos con certeza que la denuncia que hemos presentado ante el ministerio español de Asuntos Exteriores y ante la embajada del Reino de España en la República Helénica serán papel mojado y tendrán una utilidad parecida a las modernas toallitas húmedas del baño (> ver el texto de la denuncia).

Después de comer, a eso de las cinco de la tarde, estuvimos un rato largo inspeccionando con el máximo detalle cualquier hueco del exterior del vehículo donde alguien pudiera habernos escondido droga, explosivos o cualquier otra cosa inconveniente.

Luego, por aquello de ser como la mujer del César (ser buena y parecerlo), dejamos la furgo impecable por fuera en el autolavado (> exactamente aquí) que pertenece a la gasolinera BP en la esquina de las calles Κύπρου/Kiprou con Κύκλοπος/Kyklopos,



atendido por dos señores encantadores. Nos lo lavaron con el programa más completo del túnel y, cuando llegaron los cepillos a la zona del portabicis, lo detuvieron y siguieron el proceso ellos manualmente. Se ganaron los 8 € perfectamente.

En otra gasolinera, también BP, pero en el otro extremo del pueblo (> exactamente aquí), en la avenida λεωφόρος 49 Μαρτύρων/leóforos 49 Martyron, tras recorrer en vano una ferretería industrial y dos tiendas de accesorios náuticos, Captain Hook [sic]



y Thalassa, allí mismo, probamos varios modelos de tapones para el depósito de agua que teníamos obturado provisionalmente con un disco de gomaespuma dura. Ninguno es el apropiado. Al final, el chico se rasca la cabeza y busca en una vieja caja llena de ellos usados y extrae uno que vale perfectamente. Y nos lo regala.



Tiene cerradura, pero no tenemos llave. Ya lo compraremos mejor en otro rato, pero de momento nos ha resuelto la papeleta.

Tristes por abandonar un sitio tan hermoso como Ηγουμενίτσα (Igoumenitsa) con un recuerdo tan malo por culpa de gente que hace su trabajo sin escrúpulos y con arrogancia,



a la hora convenida con la empleada de la empresa de ferries, las 18:30, pasamos por el puerto (> exactamente aquí) a buscar las tarjetas de embarque.



Y, a la primera hora posible para pasar el control de aduanas, las 20:00, nos plantamos en el control militar del puerto. Antes de entrar tocamos el palito de madera de la consola central.



Sorprendentemente (nunca sabremos si estaban advertidos por los del turno del día anterior) fue bajarse un segundo, sin entregar documentación alguna, abrirles el maletero, una somera mirada debajo del somier de la izquierda, un ¿de vacaciones, no? y nos dejaron pasar al muelle.

Bueno, uno de los militares se metió en la conversación con su compañero como molesto por algo y era porque no sabía qué manipulábamos al volver a conectar la piña en el enchufe de la bola del remolque. Pero enseguida se dio cuenta y se desdijo.

¿Entendéis algo? Manda huevos con los controles aleatorios y los oficiales.

A nuestra derecha, la siniestra comisaría donde habíamos estado detenidos y esposados sin ninguna razón.

El azar quiso que pasásemos justo junto a la acera donde nos habían desguazado la furgo la tarde anterior (> exactamente aquí). Además de desperfectos, también nos habían ocasionado pérdidas, en concreto dos grandes tuercas carenadas que sujetan un accesorio del WC químico. Pasamos la vista por la zona desde la ventanilla derecha y vimos una de ellas caída, como mudo testigo de lo que allí había ocurrido. En un gesto de osadía y de inconsciencia a la vez, bajamos a recogerla. La otra no estaba. Ya daba igual…

Tras una tensa espera en la cola de embarque (> exactamente aquí) que superó algo una hora,



y en la que no dejábamos de mirar con inquietud hacia la zona de la comisaría por si alguien se arrepentía de habernos dejado pasar tan a la ligera, el ferry Superfast XI procedente del puerto de Πάτρα (Patrás) atracó suavemente, fue amarrado a los noráis,



y permitió que subiésemos los escasos camiones y coches, y un camper más, el de un señor holandés de edad madura que viajaba solo en una VW T4 verde sobreelevada.

La voz de Νάνα Μούσχουρη (Nana Mouskouri) cantando a la libertad resonó en nuestro interior mientras las ruedas se despegaban del suelo griego:



El barco, dos años menos nuevo que la última vez, iba casi vacío de pasajeros





pero con todas las zonas sociales en perfecto funcionamiento (bares, restaurantes, tiendas, salones de juegos, ciber).



Jamás nos sonó más a música celestial el grave bramido del tifón de la nave cuando, cómodamente instalados en el camarote, nos despidió por fin de Grecia.



Pasamos de tener un pie en la cárcel a cenar a la carta en manteles de hilo frente a la costa albanesa de Sarandë (> exactamente aquí), viendo la espuma de las olas por el ventanal. Nos cogemos una cogorcita  a Αθανασιαδη/Athanasiadi bien fresco, un vino blanco griego, del Ática, para olvidar las penas. Destacaron también el lenguado a la plancha y un bizcocho de almendra con helado y frappés



Como ya teníamos la ropa lavada y secándose por el camarote, que estaba dotado con una potente extracción que casi la dejó seca antes de dormir,



dimos un largo paseo panorámico por las cubiertas, abrigados hasta las cejas, para ver la marejada.



Y para hallar también entre los pocos camiones del garaje descubierto uno de Valencia (el del centro) con un elocuente frontal que decía: RAMÓN, el primer compatriota desde que vimos a los dos turismos navarros cerca de Zagreb, en Croacia.



La soledad del barco, el fuerte viento, el agua en suspensión directamente en la cara, igual que el motero cuando palpa la velocidad, nos hizo sentir por fin libres como pájaros.

Para mayor felicidad, al volver al huso GMT+1, nos vino de perlas la hora de regalo para dormir más, acunados por las revueltas olas del Adriático.



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Etapa 23: martes 28 de diciembre de 2010
Mar Adriático – Cervia (I)

Deben de haberse cometido excesos, porque no habíamos visto nunca un desayuno-bufé en el que te cobraran los items por separado.



Es decir, te traen lo que quieras de entre el amplio repertorio habitual, pero lo tarifican como si fuera una petición a la carta.

También nos enteramos de que a las torrijas de toda la vida se las llama french toast en las cartas internacionales. Todos los días son de aprender.

Tras recoger el camarote y pasar al salón de recepción a matar el tiempo,



estábamos tan en familia en un barco con tan pocos pasajeros que no fue difícil que Ramón, el camionero bonachón, rondando los cincuenta, escéptico y muy humano, que resultó ser de la localidad valenciana de Benifaió y volvía a casa por año nuevo cargado de latas vacías de Coca Cola, se diera cuenta rápidamente de que hablábamos la lengua de Cervantes.

Nos estuvo contando batallitas sufridas con los inmigrantes que se le habían colado dentro algunas veces, y cómo tienen que estar perfectamente al loro para evitar ser ellos mismos puestos a disposición judicial acusados de tráfico de personas si les descubren a alguno dentro.

Cuando a las diez la megafonía indicó el turno de los camioneros para bajar a garajes a calentar motores, bajamos nosotros también a inspeccionar de nuevo con toda minuciosidad los bajos por si nos tenían concertada una cita a ciegas con los carabinieri al desembarcar en Ancona.



Todo negativo.

La única inmigrante que se había colado en la furgo era una mosca griega que no habíamos conseguido echar en el puerto y que salió rápidamente a la costa italiana como anhelando libertad.

No hubo necesidad de matarla, como hacemos otras veces antes de cerrar, para que no disparara la alarma porque en los barcos solemos desconectarla de todas formas y así no se activa el antirremolcado.

Al rodar por todo el laberíntico complejo portuario de Ancona (> exactamente aquí) buscando la salida, no tuvimos la suerte de ser interpelados aleatoriamente por la Guardia di Finanza, que es el cuerpo encargado de la vigilancia aduanera, y en pocos minutos la cola de desembarque fue rodando libre hacia las vías abiertas al tráfico. Nosotros empleamos la carretera local paralela al mar



que discurre sobre la antigua calzada romana, la uia Flaminia. En la segunda Agip (> exactamente aquí), en Palombina Nuova, paramos a rellenar.

Unos simpáticos carabinieri nos hicieron el descubrimiento de la mañana en Falconara: el hipermercado de la cadena IperSimply (> exactamente aquí), junto al aeropuerto Ancona-Falconara,



en el que cayó la compra grande y unas cazadoras de entretiempo de cierta calidad por sólo 39€.

Italia nunca deja de sorprender por su descaro administrativo: había ofertas de productos alimenticios completamente caducados al 50% de descuento



con la eufemística denominación próximos a caducar. Antes eso se sacaba al contenedor trasero… Es la crisis.

En cuanto lo colocamos todo en la furgo y vimos que no era fácil encontrar internet, nos marchamos a avanzar por la autopista A14 hacia el norte.

De camino descubrimos por ensayo-error que uno de los más sencillos soportes que se le pueden dar al iPad en su función de navegador en nuestras furgos es simplemente una ventosa superior en el cristal y dos velcros hembra en el punto deseado del salpicadero.



La suave presión de la funda de silicona asegura un ajuste perfecto a prueba de glorietas, baches gordos y frenazos. Es el encanto de la sencillez.

Un pequeño atasco ocasionado por el embudo de dejar la vía en un solo carril, nos permite ver (> exactamente aquí) el Adriatic Arena de Pesaro y el atractivo desde lejos de la aldea medieval de Gradara (> exactamente aquí). Como la ocasión la pintan calva, en ella nos metimos a almorzar.



Lo hicimos un poco antes de los aparcamientos turísticos, donde hay un árbol de navidad decorado con un tren,



en el parking vecinal que hay (> exactamente aquí) junto a la última curva.

El lugar, por el que pasaba un extraño tipo en shorts pero con abrigo, en plan exhibicionista de chiste, resultó ser un pequeño recinto amurallado



lleno de tiendas de recuerdos (alguno cayó) y unos cuantos bares tranquilos. En uno de ellos, a pesar de que el teléfono nos indicaba que había una red inalámbrica con el mismo nombre del establecimiento, nos mintieron diciéndonos que no tenían internet. Y perdieron en el acto dos clientes ávidos de dulces y cafés. Y eso que estaba vacío el local.

Justo al salir del pueblo, en el aparcamiento de otro supermercado, ya mucho más pequeño (> exactamente aquí), sí encontramos las ondas hertzianas que nos interesaban y estuvimos en su zona de influencia un buen rato preparando la siguiente etapa, que consistió en cogerle un poco el pulso a Rimini.

Al abandonar la A14 e internarnos en la ciudad, nos sorprenden esta familia viajando cómodamente en su coche… averiado;



este enorme cartel de comienzo de travesía;



y lo sencillo de la decoración navideña…



Anduvimos un poco por las calles peatonales que rodean la porta Montarana (> exactamente aquí)



y finalmente nos pusimos a cenar en el ristorantino Da Ugo (> exactamente aquí), que es un local bastante desenfadado, de ambiente juvenil a escasos metros de la playa, en el viale Antonio Beccadelli 7. Ofrecen un buen buey al grill en la terraza, bajo una estufa de gas de las de paraguas.



Curioso el sistema de múltiple balneario privado que se estila en estas playas (> exactamente aquí):



Cuando terminamos los postres, aprovechamos un poco para leer on-line en la furgo, que estaba aparcada a la puerta y finalmente nos marchamos hacia la carretera SS16 y repostamos en la Agip de la salida (> exactamente aquí). El gasolinero nos dijo que tenía una Fiat camperizada con la que viajaba mucho.

El llegar hasta el lungomare (paseo marítimo) Grazia Deledda de Cervia (> exactamente aquí) con la intención de dormir al lado del mar se nos hizo larguísimo por la cantidad de baches de la carretera nacional. Podemos decir que, de todos los países visitados en este viaje, Italia es el que en términos relativos tiene peor conservadas las carreteras secundarias.

Aparcamos como quisimos frente al número 200, que es el Gran Hotel Cervia



sin ORA (no funciona en invierno), sin más coches alrededor, en completo silencio… Buenas noches.



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Etapa 24: miércoles 29 de diciembre de 2010
Cervia (I) – Piacenza (I)

Con la tranquilidad que da el aparcamiento libre en la temporada bajísima,



a las once nos desperezan las lejanas máquinas de los jardineros y algunos clientes que paran a tomarse el café en el quiosco de playa que tenemos a unos veinte metros. Por lo demás, somos los únicos moradores del lugar



Desayunamos con calma junto a la fuente y el jardín del Gran Hotel





y nos disponemos a un paseo matinal para llegar por el borde del mar



hasta el club náutico.



En esta costa, como ya se ha explicado en Rimini, se lleva mucho aparcelar la parte seca de la arena mediante concesiones a empresas privadas que ofrecen a sus clientes franjas con todos los servicios: desde vestuarios individuales para cambiarse (ya sabéis lo pudorosos que son),



pasando por zona de bar, heladería, restauración, juegos de niños, hasta pistas de voley playa, servicio de tumbonas y sombrillas numeradas. Algunos incluso extienden sus tentáculos a la noche y se convierten en animados garitos.

Uno de ellos (> exactamente aquí) se llama redundantemente LIDO BEACH (o sea, el playa playa).



Esta muñeca no pudo soportar tanta tontería anglicista y se inmoló frente a él en señal de protesta.



Mirad qué bien planteado, que hasta tiene servicio de reserva on-line para las tumbonas.

Aún quedan vestigios (> exactamente aquí) de los antiguos almacenes portuarios, en un estado envidiable de conservación.



Una anciana pasa en bici junto a ellos con toda normalidad.

Cuando rodábamos (> exactamente aquí) por el parque de atracciones Mirabilandia (‘el país de las maravillas’), antes de entrar a Rávena, era la una del mediodía. Una buena opción si se viaja con críos.

Desde que estudiamos historia del arte en aquel lejano COU, teníamos ganas de ver alguna vez las grandes maravillas que el arte bizantino hizo en esta pequeña ciudad de la Emilia-Romaña.

Así es que sin tiempo que perder, como vemos que se aparca perfectamente a pelo en el mismo centro turístico, dejamos la autocaravana en la calle circonvallazione San Gaetanino (> exactamente aquí) justo delante de una frutera que estaba cerrando la tienda (Royal frutta) para marcharse a comer.

Tienen organizado un sistema de entrada múltiple que por sólo 7,50 € te permite durante todo el día visitar no sólo las joyas principales, patrimonio de la Humanidad, de San Vital





y el mausoleo de Gala Placidia (> exactamente aquí), la obra cumbre del mosaico de transición del paleocristiano al bizantino,



sino también otras tres interesantes localizaciones: San Apolinar el nuevo (> exactamente aquí),





el baptisterio Neoniano



y el museo arzobispal (> exactamente aquí).





Les dimos un repaso a todas ellas intercalando un paseo (> exactamente aquí) por la piazza del Popolo,



con bastante frío, y terminando con los aspectos más prácticos de la vida, como pasar (> exactamente aquí) en via di Roma 150 por el súper Plenty, uno bastante fino, del estilo de los Sánchez Romero o los de El Corte Inglés.

Al salir con las bolsas hacia la calle donde estábamos aparcados, un tío con mono pulsa con ganas el telefonillo de un portal. Cuando contesta la señora, dice el pavo en voz alta: Idraulico! (‘¡fontanero!’). La vida de un día de diario en una ciudad… llena de bicicletas…



Estamos casi fuera de horario, así es que mientras uno conduce hacia el sureste (> exactamente aquí), otro va haciendo unos rápidos bocatas para matar el primer gusanillo.

Efectivamente, la visita a las joyas de la ciudad siempre está incompleta si no se acerca uno a Classe, el antiguo puerto romano de Rávena, sede nada menos que de la sección de la Armada Imperial Classis Ravennatis que controlaba todo el Mediterráneo occidental. En aquella época estaba como todos los puertos al borde del mar, pero hoy la tectónica de la península itálica y los sedimentos lo han separado de la línea de costa unos cinco kilómetros.

Pero lo más interesante que puede verse allí es la fantástica



basílica de San Apolinar in Classe, seguramente la planta basilical más afortunada de la cristiandad, (> exactamente aquí), también patrimonio de la Humanidad, sus envidiados mosaicos bizantinos o su delicado campanario de ventanas, en progresión ascendente, monóforas, bíforas y tríforas.



En la placita (> exactamente aquí) donde habíamos aparcado, tras la visita a san Apolinar, terminamos de comer en la furgo ya en serio, aprovechamos un poco la conexión a internet que había para ver algo de la televisión española, y ya nos preparamos para continuar el camino hacia Bolonia, la ciudad que sorprendió al mundo en el siglo XI creando la primera universidad de Occidente.

Justo a la entrada, cuando llegamos a eso de las nueve, hicimos una pausa (> exactamente aquí) en la tranquila calle residencial Benvenuto Cellini para descansar y despachar cibertrabajo.

Volver a Bolonia nos encanta. Pasear sus soportales bohemios y no muy limpios…



Es una ciudad completamente gemela de Salamanca, si no fuera por el tamaño y la industria, con el mismo ambiente estudiantil y con la vida latente a todas horas. Disfrutamos un largo rato por el centro antes y después de cenar en la furgo en la calle Alessandro Guidotti (> exactamente aquí), el discreto y arbolado barrio donde finalmente la habíamos estacionado.

El hombre es un animal de costumbres y muchas veces un animal vago. Así es que, como la ruta de regreso pasaba de nuevo por Piacenza, y resulta que en el recorrido de ida habíamos dormido allí la mar de bien el día nueve de diciembre, pues como ya eran las tres de la mañana y no nos apetecía investigar, le dimos con el dedo al punto prefijado del navegador y nos plantó en un momento en el aparcamiento (> exactamente aquí) del bar Piccola Cucina, en la strada di Gragnana, justo en el cruce con la circunvalación sur.

Muy cerca había un descapotable (con el frío que hacía) con cuatro tíos entretenidos en sus cosas. Pero después de todo lo que llevamos pasado nos pareció tan inofensivo como una cuadrilla de lamas tibetanos, y nos echamos a dormir.



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Etapa 25: jueves 30 de diciembre de 2010
Piacenza (I) – Breguières (F)

Tras el aseo, bajamos a desayunar un cappuccino y un latte macchiato en Piccola cucina (> exactamente aquí) (strada Gragnana 17 s), servidos por un apuesto matrimonio joven que no nos facilitó el password de la WiFi. Pero sí unos curiosos sobrecitos monodosis ¡de miel! de acacia que no habíamos visto nunca.



Frente al bar, algunos letreros de la Liga Norte contra la proyectada nueva mezquita están en dialecto emiliano-romañolo, una de las múltiples variedades del italiano.



Como ya sabíamos que el centro comercial Farnese (> exactamente aquí) era una buena opción, volvimos a entrar a reponer víveres y, sobre todo, unos rollos gigantes de papel de cocina que duran varias semanas. También aprovechamos para hacer la limpieza del WC.

En la caja vemos que los separadores de compras entre clientes disponen de una ranura para poner la tarjeta de fidelidad.



Por alguna extraña coincidencia, las tres gasolineras que probamos no nos dieron combustible o porque no funcionaban las tarjetas de crédito, o no estaban en servicio los lectores de billetes o simplemente la cisterna estaba rellenando y no era posible… Avanzamos un poco hasta el área de servicio de Tortona norte, en cuya Shell (> exactamente aquí) sí lo conseguiríamos.

De camino a ella (> exactamente aquí), a las dos en punto, en el enlace de Voghera en la A21 volvemos a pasar por el paralelo 45º, el cambio de semihemisferio norte, marcado con un arco unos 1 500 m antes del límite regional del Piamonte.

En la ciudad de Tortona hicimos sólo algunas cosas prácticas como preparar en internet alguna oferta de última hora para alojarnos la nochevieja en Cannes. En el corso Alessandria, justo a la entrada (> exactamente aquí), tuvimos suerte. Tener internet supone siempre poder hacer gratuitamente llamadas internacionales de teléfono a amigos y familiares sin límite. Basta tener instaladas aplicaciones en el teléfono como Skype, Viber o Tango

En el norte de Italia, es tal la normalidad en el uso de la bicicleta como medio para desplazarse que cosas que en España suponen hacer un chiste sobre si se lleva o no el sillín instalado, aquí, frente al santuario de la Madonna della Guardia



(> exactamente aquí), es lo más corriente del mundo.



Malcomimos (> exactamente aquí) en el McDonald's del centro comercial Oasi (strada Viguzzolo) y, pasando unos minutos de nuevo a consultar en el mismo lugar de antes (> exactamente aquí) algunos mapas, iniciamos el pronunciado descenso hacia Génova tras otro cambio de conductor.

La capital de Liguria nos sirvió para hacer algo de labores de aseo personal y limpieza antes de disfrutar de su alborotado, caótico y sensual barrio portuario (> exactamente aquí), donde Marco, el lacrimógeno personaje de nuestra infancia, despidió a su madre cuando emigró a Argentina.



Dejamos para otro viaje el visitar la casa donde presuntamente nació el navegante y descubridor Cristóbal Colón.

Desde el peaje de Génova (> exactamente aquí) hasta el de Mónaco (> exactamente aquí) contamos 123 túneles con esta curiosa aplicación del iPhone:



Cuando llegamos al área de descanso de Breguières norte (> exactamente aquí) en Le Cannet, cambiamos el DVD de Europa del este del navegador al del oeste



para poder seguir teniendo detalles hasta 25 m en las rutas. Y allí mismo, en el aparcamiento de lo que fue museo del automóvil y hoy se ha convertido en un parque temático de la ciencia, enfocado a chavales, cenamos en la Marco Polo y nos dormimos plácidamente a la una y media.



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Etapa 26: viernes 31 de diciembre de 2010
Breguières (F) – Cannes (F)

La última vez que paramos en esta área aún existía el museo del automóvil (> exactamente aquí). Ahora ni rastro.



En el mismo edificio hay una pequeña ciudad de las ciencias y un parque ecológico. Otra opción interesante si se viaja con pekes, a seis euritos la entrada.



Tras el aseo y el desayuno, entramos en la aglomeración de Cannes por el centro comercial La Bocca-Béal (> exactamente aquí), junto al aeropuerto, porque nos hacían falta uvas para despedir el último día del año.

Es una vorágine de compras desenfrenadas y de tráfico. De forma que nos dividimos el trabajo: mientras uno entra a por ellas en el Carrefour, el otro reposta en su propia gasolinera (> exactamente aquí). Hasta las cajeras tienen aspecto de aristocráticas damas como ésas de cincuenta años que había antes en los Simago y en El Corte Inglés... Al haber colas en ambos sitios, pues terminamos más o menos a la vez y pudimos dedicarnos a encontrar nuestro hotel, el Kyriad*** que, aunque está bien visible (> exactamente aquí), nos costó dar un par de vueltas para localizarlo.



El establecimiento no es gran cosa, pero resulta funcional



y tiene una curiosa manera de controlar el acceso a internet: el usuario y contraseña están indicados en la propia llave de la habitación, pero si, como en nuestro caso, llevas más de un dispositivo para conectarte, tienes que solicitar un código adicional en recepción. Afortunadamente, sin cargo tampoco.

Nos hacemos la comida a nuestro gusto en la furgo y la subimos recién terminada a la habitación. Hemos hecho tanta carretera que nos apetece la vida de la cerda: siesta, y televisión por internet.

El final de la tarde lo dedicamos a disfrutar un poco de la ciudad. Luego, antes de que cerraran las tiendas, paramos en el supermercado Casino de la rue Volta (> exactamente aquí) y cogimos algo de menú de fiesta, evitando las lentejas con cebolla tan francesas que se venden ya preparadas para este día.

Cuando volvimos al hotel, cuyo personal de cocina y comedor se marchaba muy contento pensando que ya no tenían que volver a trabajar por la noche, justo entraba un autobús lleno de disciplinados japoneses.

Nos montamos cena y cotillón estilo campo



y vimos en streaming a José Mota y a una evanescente Anne Igartiburu explicando más didácticamente que ningún otro año cómo hay que tomar las uvas.



Antes de que acabara el año dejamos enviada la denuncia para los servicios jurídicos de nuestro seguro sobre lo ocurrido en la comisaría de Ηγουμενίτσα (Igoumenitsa).

A lo lejos, en el centro de la ciudad del festival de cine, resplandecen y resuenan desde la ventana de la habitación algunos fuegos artificiales con los primeros segundos de la nueva década.



A eso de las dos y media nos dormimos.



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Etapa 27: sábado 1 de enero de 2011
Cannes (F) – Cantaous (F)

A las 11:11 del 1-1-11 (no es coña) nos despertamos por el ruido y los erróneos toques en la puerta de la habitación que hicieron las camareras de pisos. Un bonito guiño a los primeros compases del año.

El desayuno consistió básicamente en terminarse las cosillas que quedaban de la cena de anoche y tomarnos los cafés e infusiones de cortesía de la cafetera de la habitación.

Luego, antes de la ducha, nos cortamos el pelo con la maquinilla



y finalmente abandonamos el hotel camino de Arlés.

Por la autopista A8, muchos deportivos luciendo reprise delante de un continuo decorado de casas de campo provenzales en preciosos tonos ocre.

Uno de nosotros, mirando a una chavala que iba conduciendo con casquitos, se equivoca a la salida del peaje (> exactamente aquí) de Lançon-Provence y recorremos a lo tonto en dirección a Avignon unos 50 km entre hacer y deshacer.

Las calles rotas y decadentes de Arlés están tan vacías



y de fiesta que somos capaces de aparcar eligiendo hueco a treinta metros del Anfiteatro,





en la calle homónima (> exactamente aquí), después de haber visto en la rue d'Alembert (> exactamente aquí) el club taurin Domingo Dominguín,



que subraya la afición que hay también en esta tierra



a divertirse con mucho arte, con todo el rito, con la carga cultural consuetudinaria que lleva la fiesta, desde luego, pero haciendo sufrir a los animales en este coso que se usa desde hace más de 1 900 años.





Con toda la tranquilidad que da no haber ORA los festivos, nos acomodamos en La Maison des Gourmands (28 rond-point des Arènes),



llevada con mucha entrega



(> exactamente aquí) por un matrimonio mayor y con un ritmo de servicio muy francés, es decir, lento. Ya sabéis que es norma de cortesía en este país hacer largas pausas entre platos para favorecer la tertulia y el ambiente relajado. No es que no den abasto: lo hacen adrede.

El público del local está compuesto mayoritariamente por españoles y eso no nos gusta mucho porque parece que te acabas de bajar de un crucero con todo el grupo. Lo que sí nos gustó fue el helado de violeta. Imaginaos esos riquísimos caramelos de sabor perfumado que se venden en Madrid, pero en helado.

Una rápida visita al teatro romano,



a la portada, joya del románico, de San Trófimo (> exactamente aquí), ambos, igual que las Arenas, patrimonio de la humanidad,



y mucho callejear





viendo, por ejemplo, estas cuberterías de diseño a precios razonables para la excelente calidad



o a mucho menos razonable por ¡una sola pieza!



Quizá con una parecida perdió Van Gogh un poco de su oreja izquierda durante la visita que le hizo su colega Gauguin la víspera de la nochebuena de 1888 en una vieja casa de una de estas calles delicuescentes…



Condujimos un poco más por la A9 y, al entrar en el área de descanso de Milhaud (> exactamente aquí), continuamos hacia la de St Aunès sin parar para no importunar al único coche aparcado, una pareja que se ve que le acababa de dar un apretón viario irrefrenable y ya tenía todo el habitáculo lleno de vaho.

En la segunda (> exactamente aquí), lo que sí quedaba era el recuerdo de la noche más larga:



Como en el aparcamiento del Novotel (> exactamente aquí) del enlace de Montpellier sur no encontramos internet, tras repostar barato en la gasolinera del hipermercado Géant (> exactamente aquí), nos hicimos clientes a base de cafés y churros del fast food Quick y en unos cómodos butacones estuvimos un rato conectados al mundo (> exactamente aquí).



En la pequeña localidad de Lattes, en el discreto aparcamiento del residencial Le Patio Andalou (> exactamente aquí), tomamos una ducha y, bien relajados, continuamos hacia Toulouse. En el Carrefour de su enlace sur volvemos a parar para rellenar combustible, lavar el parabrisas y todo eso.

Mientras uno conduce, vamos adelantando la crónica del viaje hasta alcanzar en Cantaous la tranquila área de descanso de Pic du Midi (> exactamente aquí), y nos echamos a dormir



en total soledad mirando las nieves del Pirineo.



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Etapa 28: domingo 2 de enero de 2011
Cantaous (F) – Erandio (E)

Los cuidados mañaneros al cuerpo y a la furgo terminan al lado de la recreación del Tour de France



con un rellenado de agua por el viejo sistema de acarrear desde el grifo de los baños un par de veces la garrafa de 12 litros Westfalia, que es muy cómoda de vaciar porque va provista de respiradero para el retorno de aire.



Luego conducimos hasta Bayonne y con todo el cuidado del mundo nos metemos por el retorcido callejón del McDrive



de la avenida du Grand Basque (> exactamente aquí) a hacer el pedido. Como tiene tanta vegetación alrededor ya no sabes si pita el parktronic porque te vas a dar con unas suaves hojas o porque vas a clavar el paragolpes en una de las rocas decorativas.

Al final, el único golpe que dimos fue el siguiente: una vez recogida la comida por la ventanilla nos aparcamos cinco minutos en una de las dos plazas que hay reservadas para pedidos incompletos porque estaban ideales para coger bien la señal de internet. Cuando ya estamos a punto de marcharnos, llega una empleada por la ventanilla del copiloto y nos entrega otro paquete (pequeño) como si fuese algo que nos faltara por recoger.

Lo curioso es que no había nadie esperando por él ni tampoco a nosotros nos faltaba nada. Así es que lo cogimos con una sonrisa de niño al que los reyes magos le traen cosas por sorpresa y pusimos pies en polvorosa con tan exiguo, pero apetecible botín, que nos comimos encantados (> exactamente aquí) en un rincón tranquilo del polígono.

Al dirigirnos hacia Anglet, en la glorieta Saint-Léon (> exactamente aquí) junto a la muralla de Bayona vemos a dos chavalas clavaditas a las dos hijas góticas de ZP. Pena de no haberles hecho foto.

Una tarde de descanso disfrutando del entretenimiento por el barrio de Beaulieu, una visita al pâtissier Mandion (> exactamente aquí) y, por fin, la reentrada en un país en estado de alarma, tal como lo abandonamos.

Lo primero que nos encontramos es que en sentido salida hay montada una de esas operaciones jaula de la Guardia Civil en la calzada de la AP8 en Behovia (> exactamente aquí), revisando coches de uno en uno con sus fusiles de asalto por delante. La verdad es que queda feo ver eso nada más entrar a los que vienen de fuera.

Las colas de coches llegan hasta el peaje de Oiartzun, por el que nosotros nos salimos un momento a repostar gasolina más económica en el Alcampo del centro comercial Txingudi (> exactamente aquí).

El final del día lo ocupamos en conocer un poco, usando el corredor del Txorierri (> exactamente aquí), el barrio de Galbarriatu de Derio (> exactamente aquí) y Sondika (> exactamente aquí), adonde no habíamos ido nunca expresamente.

Tras ver cómo algunas tiendas latinas se integran perfectamente en el entorno euskaldún,



acabamos aparcados en el garaje de la familia de Erandio (> exactamente aquí) quienes nos dieron muy bien de cenar, de tertulia y de dormir.



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Etapa 29: lunes 3 de enero de 2011
Erandio (E) – Geria (E)

Este día constituye el descanso del viajero en toda regla.

Cuando uno acude con cierta frecuencia a un lugar, o incluso cuando uno vive en ese lugar, hay cosas que no se visitan porque sabes que siempre van a estar ahí.

Nosotros teníamos en deuda subir a la pasarela superior del Puente Vizcaya,



también Patrimonio de la Humanidad, entre Areeta y Portugalete. Así es que nos plantamos en la primera con el metro, que te deja junto a la carpa de Getxolandia que estos días hay en la plaza,



y después de hacer compras de lotería, algún artículo de papelería y un buen roscón de reyes sin nata para el café de la tarde en la sucursal que Galdaretxe tiene en el 17 de la Nagusia kalea (> exactamente aquí), paseamos el tablero





hasta la margen izquierda (> exactamente aquí) escuchando las explicaciones que se dan automáticamente por la megafonía. La verdad es que el montaje está muy bien hecho y las vistas del Abra son irrepetibles.



Y el tiempo acompañó, lo cual aquí en la ría es muy importante en invierno.

Como ya alguna vez habíamos pasado en coche por la barquilla, para volver a la margen derecha usamos un bote gasolino,



que –paradojas de la vida– advierte bien claro que no se puede fumar con un cartel de Espacio libre de humos mientras metros cúbicos de humos de escape de color azulado van envolviendo al personal durante la brevísima singladura de dos minutos (> exactamente aquí).



De vuelta en Erandio, donde vimos las obras de la estación de metro de Astrabudúa,



después de comer unas patatas a la riojana bien hechas y una siesta, damos una vuelta (> exactamente aquí) por el centro comercial Artea de Leioa a ver novedades y picotear alguna rebaja. Hay que ver cómo avanza el mundo de la peluquería…



Y ya el triste regreso hacia Castilla después de la cena, que consistió en una larga etapa hasta la localidad vallisoletana de Geria, donde nos dormimos en un cruce de caminos (> exactamente aquí) alejado del fragor de la A62.



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y etapa 30: martes 4 de enero de 2011
Geria (E) – Salamanca (E)

La fría y helada mañana castellana, después de haber llegado a –15ºC en Rumanía con toda normalidad nos provoca una sonrisa complaciente. Está claro que a todo se puede uno acostumbrar.

Por el camino vamos colocando las monedas recolectadas para la colección de una hermana…



Al llegar a Salamanca, como no nos apetecía comer en una casa fría, paramos un momento en ella a encender la caldera y a ver a los bichos



y nos tomamos el ventajoso menú del día del Milenium (> exactamente aquí), el bar del hipermercado E.Leclerc de Carbajosa de la Sagrada,



al otro lado del Tormes. Luego un poco de conversación para cambiar impresiones con un buen amigo que trabaja en un hotel cercano, y lo de siempre al final: dejar la furgo repostada, lavada



y guardada
en el garaje, donde entró por última vez a las seis de la tarde,



casi treinta días después de haber salido y con 523 pernoctas en total a sus espaldas en sólo 6 años de vida.

(> Ver la lista completa de pernoctas y dónde)

Perdonad el tostón y gracias por la paciencia.